BRASIL Y EE.UU., CON LA MIRA EN AFRICA
Por Alberto Asseff *
La ventaja comparativa de Brasil es su inveterado patriotismo. Así, el interés superior del país vecino ha sido respetado por todos, desde el Imperio hasta la actual democracia, pasando por GetulioVargas o por los militares. Esos intereses son una gran política de Estado. No experimentan otro vaivén que el suscitado por la mutante realidad. No se subordinan al humor o la personalidad del gobernante. Menos a la camiseta partidista o a la ideología. Los supremos intereses están ahí, encima. En rigor, el sentido nacional que impera en el Brasil le pone cemento a las políticas de Estado. Esa es la explicación de la admirable continuidad.
Brasil fue descubierto cuando Lisboa buscaba la ruta hacia las Indias lejanas. Desde ese momento liminar está emparentado con la contigua África. Los lusitanos primordialmente querían consolidar ese camino hacia el otro mundo, pletórico de dones, en medio de una leyenda que había agrandado esos parabienes.
Por eso Portugal se implantó en casi toda el África occidental. Los vestigios de ese dominio subsisten al presente. El habla lo testimonia, en Cabo Verde, en Angola, en Mozambique y en otros países.
Brasil se asumió desde el primer día como heredero primogénito de ese pequeño, pero importante país europeo. ¡Si será importante que tuvo la habilidad de subsistir independiente y de hasta proveerse de una genial geopolítica que lo llevó hasta la China e India!
No es de ahora el vínculo del Brasil con África. Hace cuarenta años Itamaraty - nuestro Palacio San Martín - estableció una subsecretaría con gran autonomía en Mozambique. Así, en lugar de cable va y cable viene o valijas diplomáticas que trasiegan de un lado al otro, esa dependencia puede resolver asuntos comerciales y hasta políticos con celeridad. Antes del Internet, Brasilia apostó a la velocidad de las decisiones en política exterior, en un área de gobierno que eleva a la categoría de vital.
Se sabe, además, acerca del entramado étnico-cultural que liga al Brasil con lo africano. Inclusive, con hechos como la trata de esclavos, para el oprobio de los ojos contemporáneos, pero supérstite entre los vecinos más de medio siglo después de que nuestra Asamblea del XIII declarara la libertad de vientres.
Durante la vigencia de los gobiernos de facto en ambos países, Brasilia ya pergeñaba un Tratado del Atlántico Sur. Acá lo veían como una refirmación de la lucha antimarxista. Brasil, sin ignorar esa faceta, lo concebía como un objetivo geopolítico que ultrapasaba lo ideológico. Es que siempre practicó la directriz de no aceptar la mecánica transferencia a la Región de las tensiones globales. Quedó trunco a la sazón porque el régimen de la minoría blanca que dominaba el poder en Sudáfrica era incompatible con los países negros del África sudatlántica que ineludiblemente debían ser parte del tratado.
El pragmatismo supraideológico brasileño queda patentizado si traemos a colación una decisión del presidente militar Ernesto Geisel por aquellos tiempos de 'fronteras ideológicas' y de Guerra Fría: reconoció al gobierno comunista de Angola, la misma a la que Fidel Castro envió combatientes cubanos. Pudo más el interés geopolítico que la barrera político-ideológica.
Esta decisión, por otro lado, se adoptó sin verbalismos desafiantes para Washington. Muchas veces, lo chocante no son las sustancias, sino las maneras.
Simultáneamente, en nuestra Cancillería, en 1976, se llegó a dar una orden verbal para"preparar el cierre de embajadas en África". Aún hoy, a la hora de la obligada austeridad por imperio de la grave circunstancia financiera y económica, ronda en algunas cabezas esa misma descabellada idea.
Estas rememoraciones tributan a la actualidad. Brasil ha replanteado - en rigor, ha continuado - con su plan para el Atlántico Sur y para el África. Los ejes de esa geoestrategia son la Unión Sudamericana, rescatar en todo lo posible al Mercosur, erigir un mecanismo orgánico de defensa del área y dar batalla cultural y económico-comercial en el África. Esa estrategia es la primera escala hacia la erección de una potencia planetaria.
Las propuestas de Brasilia no han venido con excesivos circunloquios. Llamativamente, han sido claras. Quizás, en el punto que exhibe más recato es en la relación con los africanos. Es que cualquier movimiento de despliegue del poder comercial - ni hablar del político - genera anticuerpos poderosos. Es aquí donde la bisecular maestría de la diplomacia brasileña mostró su'muñeca'.
¿Quién se alarmaría, si no Washington, ante esa estrategia africana y sudatlántica del Brasil? Itamaraty respondió con dos fichas: una, la debilidad temporal y relativa de EE.UU., agobiado por su tsunami financiero que amenaza con deflacionar a su economía. Y la otra, agitó el'peligro amarillo', el mismo del que ya hablaba Napoleón.
Hu Jintao reunió hace un año en Pekín a todos los Jefes de Estado africanos. No faltó ninguno. Altísima significación para esa bien preparada cumbre. EE UU no está en condiciones, incluidas las cuestiones de política doméstica, para involucrarse en una pugna comercial abierta en el continente africano. Tampoco puede distraerse ni ser indiferente. Es aquí donde aparece la habilosa cancillería brasileña ofreciendo una 'alianza estratégica' a Washington que es aceptada rápidamente. Mutua conveniencia diáfana: Brasil se ocupará de sofrenar a China en el África. Aunque gane en influencia allí, obtenga negocios, expanda sus empresas proveedoras de tecnología, desarrolle la infraestructura caminera, energética, de viviendas de la casi inope África, para EE.UU. siempre será mejor que el poder expansivo sea el brasileño y no el chino, máxime si le ofertan un trato 'estratégico'.
Brasil creció y lo sigue haciendo con una ecuación artesanalmente pensada: siempre con la mira en Brasil, dando enhebres e intentando no confrontar, salvo que sea insoslayable. Brasil es una idiosincrasia anticonflicto, así como nosotros pareciéramos ser ingénitamente litigiosos.
En esta ocasión ensambló una fragilidad circunstancial de Washington con un objetivo compartido: no descuidar a África y desenvolver el proficuo intercambio horizontal - Sur-Sur - que abre perspectivas inmensas para su industria y su tecnología.
Bush fue al África a principios de 2008 y prometió multimillonarios apoyos. Empero, el inminente fin de su gestión y el supercolapso de su economía interfieren para que los EE.UU. desplieguen irrestrictamente sus estrategias en el continente negro. De allí la necesidad de contar con otro poder cooperador.
Hace dos siglos, Canning dijo que para Gran Bretaña eran "superiores sus intereses en la América hispana que en Europa". Para la Argentina de hoy y de mañana, el ensanchamiento de su comercio, de su tecnología, de sus recursos, de su producción y de su trabajo están casi dominantemente en Sudamérica y en el África. Todo converge para que refirmemos una sociedad con el Brasil, que va en esa dirección.
La coalición tiene todos los ingredientes, inclusive el más incisivo: nos unen los grandes intereses de nuestros pueblos, no sólo las declamaciones. Es una alianza asentada en la realidad, aunque tiene la dosis de utopía que también alienta a soñar.
*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento