Por Emilio Nazar Kasbo
El liberalismo ha dado personería jurídica al mercado económico. “¿Por qué no pagan un precio justo por su mercadería o servicio?”, preguntará quien recibe una injusticia como respuesta a su trabajo. “¡Es el mercado!”, responderá un liberal, como refiriéndose a una Ley inexorable.
Personificación del mercado
El “mercado” al que se refiere, en realidad, es una personificación del mundo material. Una “mano invisible” lo gobierna, que indudablemente ha de ser la mano del “dueño del mundo”… Y ante este “mercado” no cabe más que la resignación. Asumir que ha quebrado, que sus deudas son mayores, que tiene que ofrecer sus productos o servicios a precios menores del costo en una actividad antieconómica, asumir que un día le va “bien”, otro día le irá “excelente”, pero luego puede caer en la más abyecta miseria. ¿Es esto un sistema “racional” o “humano”? Definitivamente no.
El liberalismo personificó al mercado, lo cosificó, lo materializó. Al hablar de mercado se hace referencia en el esquema liberal a un espacio con bienes y servicios independiente de las personas, que tiene sus propias leyes.
La mayor personificación del mercado, que es dotado de características antropológicas, es la Bolsa, donde las acciones suben y bajan como si fuesen la marea oceánica, en que nada pueden hacer o influír los seres humanos. Esta es la concepción del mercado, y todo aquél que ose ir contra la corriente, será arrasado por ella hacia el precipicio.
Mercado marxista o socialista
Resulta así más difícil la crítica al liberalismo que al marxismo. Este último sistema, fracasó, fracasa y fracasará siempre por su materialismo histórico y dialéctico, porque no busca ordenar la economía, sino desordenarla para obtener un rédito político que será utilizado por una dirigencia ideologizada que se aprovechará de toda la sociedad para imponer criterios ateos e inmanentistas, y específicamente anticatólicos.
El marxismo tiene así diversas corrientes, desde las socialistas o socialdemócratismo menchevique a las violentas bolcheviques, e incluso las “pornoculturales” hedonistas. Todas ellas fracasan porque son una anestesia a la conciencia de la vida personal y un mesianismo político de una sociedad paradisíaca futura que jamás se concretará. Por eso, el marxismo es el verdadero opio de los pueblos.
El mercado marxista es único y es subversivo, ofrece lo mismo a todos, sin distinción, igualando con el rasero las diferencias, no reconociendo más jerarquías que las ideológicas del líder de turno, cuya misión no es más que una militancia inmanentista, el cual ni siquiera tiene vinculación alguna con el mundo productivo. Se trata del manejo del Estado desde la opulencia, que somete a una población a la peor de las miserias, en nombre de la sociedad futura y del “hombre nuevo” marxista materialista.
El descalabro económico resulta así evidente, ya que es ahogada la iniciativa privada porque todo “da igual”. En la sociedad subversiva, la excelencia es vituperada, mientras se resalta lo abyecto y denigrante. Y así es el “mercado” en sociedades marxistas. Quien dirige una escuela, con toda la responsabilidad que implica, recibe el mismo salario que el docente de un curso, por ejemplo. Con tales parámetros, es posible conocer en qué sociedad se vive.
En el marxismo, el trabajo es una mercancía que recibe un menor precio del que corresponde, ya que la ganancia queda en poder ajeno. El trabajo y la productividad según las pautas indicadas por el Estado, son el sentido del ser humano, y en esto coincide con los liberales, excepto en la función del Estado.
Porque cuando se dice la palabra “Revolución”, muchos piensan en una agitación súbita y violenta que trastorna la sociedad, la economía o la política, e incluso la Religión. Sin embargo, la “Revolución” fue producida gradualmente, comenzando con el pensamiento protestante y especialmente el calvinista, que dio origen a la avaricia liberal, para continuar con la denominada “Revolución Industrial”, continuar con la “Revolución Comunista”, para llegar hoy a la “Nueva Era” o “New Age”, que también es otra Revolución, o mejor dicho la continuidad de la Revolución.
Mercado liberal
El liberalismo ofreció los principios materialistas a la Revolución marxista. El sentido del “fin de lucro” de la Empresa, la desvinculó de Dios, para sustituirlo por la seguridad en este mundo puesta en las riquezas… la seguridad que Jesucristo menciona en la parábola del Rico Necio, quien había acumulado riquezas en su granero y consideraba que ya no trabajaría más, pero que esa misma noche iba a morir, iba a presentarse ante Dios.
En el mercado liberal, el trabajo es una mercancía, que se compra y se vende, y que tiene fluctuaciones según la ley de oferta y la demanda. En el mercado liberal, no hay justa ganancia, sino que mientras mayor es el lucro es un índice de crecimiento en prosperidad, sin importar los factores que se ajustan para lograr el resultado, es decir, sobreexplotación del suelo (tierra), explotación de los trabajadores (trabajo) o usura (capital), a lo cual se suma la innovación respecto de cada uno de ellos para incrementar aun más los beneficios.
Este mercado liberal, requiere de varios elementos para que se consolide: 1) eliminación del sentido Evangélico del trabajo; 2) introducción del vicio y pecado de la avaricia; y 3) atomización social.
Institucionalización del vicio
La eliminación del sentido Evangélico del trabajo implica el destierro del espíritu Medieval, de la vida que tiene a Dios por centro de la persona y de la sociedad. Y cuando el hombre sustituye, omite o desplaza a Dios, necesariamente debe sustituirlo por otros dioses, como afirmaba Chesterton. Es este el meollo teológico del liberalismo, cuyos mentores y ejecutores fueron Lutero, Calvino y Enrique VIII. “¿Qué tienen que ver Dios, la Ética y la Moral con los negocios y con el mercado?”, es la pregunta que formulan para justificar un mundo paralelo al que Jesucristo enseñó.
El Evangelio y la simple moral natural indican que la avaricia es un pecado y un vicio. Sin embargo, el espíritu desmedido de lucro necesita negar el pecado y el vicio. “La usura no es pecado”, dirá el usurero, reflexionando indiretamente: “Usted siga con sus virtudes, que yo sigo con mis ganancias”. Y según un popular dicho: “El tiempo es oro”, indicando algo de valía, pero que por otra parte materializa lo espiritual de la persona, porque el tiempo está constituido por los seres humanos, el tiempo somos nosotros, el tiempo es vida. Lo espiritual es materializado, y es visto con ojos mundanos, porque ese es otro efecto de la avaricia. Ya no hay límites, ni responsabilidad ante aquello que “antes” era pecado. Este espíritu materialista no solamente se da en los vendedores que buscan la mayor ganancia, sino en los compradores que buscan pagar el menor precio aun a costa de que sea inferior al costo mismo. Así, la usura y la explotación son legitimados en el falso razonamiento, para acumular riquezas por el simple espíritu acumulador. La avaricia, es la Ley del liberal.
La atomización social es el tercer requisito necesario para quitar límites al avaro. Los miembros del propio gremio son entendidos en el oficio, arte o profesión, y quienes saben juzgar la calidad o falta de ella. Quien desarrolla un producto con materiales de mala calidad, que le permite venderlos a un precio que los demás no pueden por utilizar los insumos necesarios, buscando el espíritu de lucro de la clientela que paga el precio menor pero que se daña con los resultados, es impedido por el Gremio de ejercer tales actos. Por ello, necesita eliminar controles, calidades, jerarquías, para poder desarrollar “libremente” su actividad. Y no solamente buscará eliminar a los Gremios, sino también los controles del Estado, facilitando así el riesgo social. El mercado liberal es el punto de encuentro de las avaricias materialistas sin límites.
Mercado Corporativo Católico
Se acostumbra denominar “Mercado” al lugar de encuentro de la oferta y la demanda. En la Edad Media existían las Ferias, en las cuales los comerciantes ofrecían sus productos a quien los requiriese. Los Gremios planificaban anualmente las necesidades de insumos, e incluso estimaban las posibles pérdidas y sus necesidades asistenciales, de modo que sabían cuánto era necesario producir por cada rama económica para evitar carestías. Actualmente, con bases informáticas, no resultaría difícil tal planificación, que permitiría estimaciones en tiempos más veloces que los requeridos en la Edad Media.
El Mercado Corporativo Católico tiende a favorecer el ejercicio de las virtudes, combatiendo la avaricia, la subversión económica marxista, e instalando el espíritu de pobreza teocéntrico.
El espíritu de pobreza nada tiene que ver con un inmovilismo, con una teoría de la predestinación errada al estilo islámico en que “todo está escrito” y que de nada sirven los esfuerzos propios. El espíritu de pobreza hace a la vida personal, al desapego y desprendimiento de los bienes materiales que quedarán en este mundo junto con el cuerpo humano que se desprenderá del alma hasta el momento de la Resurrección de la carne.
Asimismo, la responsabilidad del trabajo para ganar el pan con el sudor de la frente, va de la mano del principio paulino: “el que no quiere trabajar, que no coma”. Es decir, se ofrece el trabajo a Dios, en lo que constituye un deber y un derecho de la persona humana. Por otra parte, la consigna es realizar las mejores labores para Dios, para la Patria y para la Familia, buscando la excelencia en los trabajos.
Las ramas y actividades de la invención, la fabricación, el transporte, la comunicación, e incluso el manejo económico financiero y las operaciones de compraventa, en las diversas ramas del trabajo humano, ya sea en oficios, artes o profesiones, constituyen el marco generador de bienes y servicios. Pero todos estos elementos se conjugan en los Gremios y Empresas son integradas en la Gran Corporación, la cual armoniza el encuentro de la oferta y la demanda, programándola para que no haya desequilibrios. Es decir, son las personas quienes ejercen los actos de Mercado, los sujetos del Mercado, quienes pueden ser calificados de honestos o deshonrados, de capaces o incapaces, de virtuosos o viciosos.
Los Gremios constituyen y custodian el Mercado Corporativo Católico, porque en realidad, este Mercado está constituido por personas, no por bienes y servicios objetivados, llevando a cabo la tarea de la innovación permanente y ofreciéndolo todo para la mayor Gloria de Dios.