Según Benedicto XVI, se dejó de hablar de ciertas verdades fundamentales de la Fe, como el pecado, la gracia, la vida teologal y los novísimos.
Son palabras del Papa Benedicto XVI con motivo de la vista "ad limina" de varios obispos brasileros. Criticó la mentalidad secularista surgida con posterioridad al Concilio Vaticano II, la ausencia de Dios, e instó al celo y responsabilidad pastoral de los Obispos para tener cuidado en la designación de los futuros pastores desde la formación en los seminarios.
Destacó asimismo la falta de formación de muchos, sumada a una visión deformada de la Fe, lo cual surge explícito de las palabras del Papa.
Existen numerosas similitudes entre la situación de Brasil con la Argentina y muchos países latinoamericanos, que hacen importante la lectura del texto que a continuación se reproduce.
Traducción de Diario Pregón de La Plata
Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
Lunes, 7 de Septiembre de 2009
Queridos Hermanos en el Episcopado
Con sentimientos de íntima alegría y amistad, doy la bienvenida y saludo a todos y cada uno de vosotros, amados Pastores de las Regiones Oeste 1 y 2 en el ámbito de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil. Con vuestro grupo, se abre la larga peregrinaión de los miembros de esta Conferencia Episcopal en visita ad limina Apostolorum, que me dará ocasión de conocer mejor la realidad de las respectivas comunidades diocesanas. Serán jornadas de reunión fraterna para reflxionar juntos sobre las cuestiones que os preocupan.
Un momento profundamente esperado desde aquellos inolvidables días de mayo de 2007, en que durante mi visita a vuestro país pude experimentar todo el cariño del pueblo brasileño por el Sucesor de Pedro y, de modo especial, cuando tuve la posibilidad de abarcar con la mirada a todo episcopado de esta gran nación en el encuentro realizado en la catedral de la Sé, en São Paulo.
En efecto, sólo el Gran Corazón de Dios puede conocer, guardar y regir la multitud de hijos y hijas que Él aun generó en la vastedad inmensa de Brasil. Al largo de nuestras conversaciones de estos días, emergían algunos desafíos y problemas que enfrentáis, como el Arzobispo de Campo Grande refería al inicio de este nuestro encuentro.
Impresionan las distancias que vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes y demás agentes isioneros, tenéis que recorrer para servir y animar pastoralmente a los respectivos fieles, muchos de ellos lidiando con problemas propios de una urbanización relativamente reciente donde el Estado no siempre consigue ser un instrumento de promoción de la Justicia y del Bien Común.
No os desaniméis! Acordaos que el anuncio del Evangelio y la adhesión a los valores cristianos, como afirmé recientemente en la Encíclica Caritas in Veritate, «es un elemento útil y aún indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo humano integral» (n. 4).
Gracias, Señor Don Vitório, por las amables palabras y devotos sentimientos que me dirigió en nombre de todos y que me place retribuir con votos de paz y prosperidad para el pueblo brasileño este significativo día de su Fiesta Nacional.
Como Sucesor de Pedro y Pastor universal, puedo aseguraros que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes y cansancios apostólicos, no cesando de recordar junto a Dios los desafíos que enfrentáis en el crecimiento de vuestras comunidades diocesanas.
En nuestros días, y concretamente en Brasil, los trabajadores en la Mies del Señor continúan siendo pocos para una cosecha que es grande (cf. Mt 9, 36-37). No obstante la carencia percibida, es verdaderamente esencial una adecuada formación de aquellos que son llamados a servir el Pueblo de Dios.
Por esa razón, en el marco del Año Sacerdotal en curso, permitid que me detenga hoy a reflexionar con vosotros, amados Obispos del Oeste brasileño, sobre el cuidado y empeño calificador de vuestro ministerio episcopal, que es la generación de nuevos pastores (Nota de traducción: se refiere a la dignidad del Obispo y el debido cuidado en la ordenación de sacerdotes).
Aunque sea Dios el único capaz de sembrar en el corazón humano la llamada para el servicio pastoral de su pueblo, todos los miembros de la Iglesia deberían interrogarse sobre la urgencia íntima y el compromiso real con que sienten y viven esta causa.
Un día, cuando algunos de los discípulos esperaban, observando que faltaban «aún cuatro meses» para la osecha, Jesus los rebatió diciendo: «Pues yo os digo: Levantad los ojos y ved los campos, como están dorados, listos para la cosecha» (Jo 4, 35). Dios no ve como el hombre! La prisa del buen Dios está dictada por su deseo de que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4).
Hay tantos que parecen querer consumir la vida entera en un minuto, otros que vagan en el tedio y en la inercia, o se abandonan las violencias de todo tipo. En el fondo, no pasan de vidas desesperadas en busca de esperanza, como lo demuestra una difusa aunque a veces confusa exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para retomar el camino de la vida.
Queridos Hermanos, en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura al mundo, no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un tránsito a la secularización, vislumbrando en ésta algunos valores de gran contenido cristiano como la igualdad, la libertad, la solidaridad, mostrándose dispuestos a hacer concesiones y descubrir áreas de cooperación. Se asistió así a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, respondiendo a las expectativas de la opinión pública, pero se dejó de hablar de ciertas verdades fundamentales de la Fe como del pecado, de la Gracia, de la vida teologal y de los novísimos. Insensiblemente se cayó en la auto-secularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no no se acercaban (a la Iglesia Católica), vieron partir, defraudados y desilusionados, a muchos de aquellos que sí asistían: nuestros contemporáneos, cuando vienen hacia nosotros, lo hacen en busca de aquello que no hallan en ninguna parte, es decir, la alegría y la Esperanza que brotan del hecho de que estamos con el Señor resucitado.
Actualmente hay una nueva generación ya nacida en este ambiente eclesial secularizado que, en lugar de producir apertura y consensos, ve en la sociedad la profundidad de las diferencias y disputas sobre el Magisterio de la Iglesia, sobre todo en el campo ético, que se va incrementando cada vez más. En esta ausencia de Dios, la nueva generación siente una gran sed de trascendencia.
Son los jóvenes de esta nueva generación los que golpean hoy a la puerta del Seminario, quienes necesitan encontrar formadores que son los verdaderos hombres de Dios, sacerdotes totalmente dedicados a la formación, que testimonien el don de sí a la Iglesia, a través del celibato y de la vida austera, según el modelo de Cristo el Buen Pastor. Así estos jóvenes aprenderán a ser sensibles al encuentro con el Señor, en la participación diaria de la Eucaristía, amando el silencio y la oración, procurando, en primer lugar, la gloria de Dios y la salvación de las almas. Queridos hermanos, como vosotros sabéis, es la tarea del Obispo establecer los criterios esenciales para la formación de los seminaristas y de los presbíteros en la fidelidad a las normas universales de la Iglesia: en este espíritu deben ser desarrolladas las reflexiones sobre este tema, objeto de la asamblea plenaria de vuestra Conferencia Episcopal, en el pasado mes de abril (de 2009).
Seguro de poder contar con vuestro celo en lo que atañe a la formación sacerdotal, invito a todos los Obispos, sus sacerdotes y seminaristas a emular y reproducir en la vida propia la Caridad de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, como hizo el Santo Cura de Ars. Y, como él, tomar por modelo y protección de la propia vocación a la Virgen María, que respondió de una manera única al llamado de Dios, concibiendo en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad. A vuestras diócesis, con un saludo cordial y la certeza de mis oraciones, llevad una paternal Bendición Apostólica.
Fuente del original:
http://www.vatican.va:80/holy_father/benedict_xvi/speeches/2009/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20090907_ad-limina-brasile_po.html
Son palabras del Papa Benedicto XVI con motivo de la vista "ad limina" de varios obispos brasileros. Criticó la mentalidad secularista surgida con posterioridad al Concilio Vaticano II, la ausencia de Dios, e instó al celo y responsabilidad pastoral de los Obispos para tener cuidado en la designación de los futuros pastores desde la formación en los seminarios.
Destacó asimismo la falta de formación de muchos, sumada a una visión deformada de la Fe, lo cual surge explícito de las palabras del Papa.
Existen numerosas similitudes entre la situación de Brasil con la Argentina y muchos países latinoamericanos, que hacen importante la lectura del texto que a continuación se reproduce.
Traducción de Diario Pregón de La Plata
Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
Lunes, 7 de Septiembre de 2009
Queridos Hermanos en el Episcopado
Con sentimientos de íntima alegría y amistad, doy la bienvenida y saludo a todos y cada uno de vosotros, amados Pastores de las Regiones Oeste 1 y 2 en el ámbito de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil. Con vuestro grupo, se abre la larga peregrinaión de los miembros de esta Conferencia Episcopal en visita ad limina Apostolorum, que me dará ocasión de conocer mejor la realidad de las respectivas comunidades diocesanas. Serán jornadas de reunión fraterna para reflxionar juntos sobre las cuestiones que os preocupan.
Un momento profundamente esperado desde aquellos inolvidables días de mayo de 2007, en que durante mi visita a vuestro país pude experimentar todo el cariño del pueblo brasileño por el Sucesor de Pedro y, de modo especial, cuando tuve la posibilidad de abarcar con la mirada a todo episcopado de esta gran nación en el encuentro realizado en la catedral de la Sé, en São Paulo.
En efecto, sólo el Gran Corazón de Dios puede conocer, guardar y regir la multitud de hijos y hijas que Él aun generó en la vastedad inmensa de Brasil. Al largo de nuestras conversaciones de estos días, emergían algunos desafíos y problemas que enfrentáis, como el Arzobispo de Campo Grande refería al inicio de este nuestro encuentro.
Impresionan las distancias que vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes y demás agentes isioneros, tenéis que recorrer para servir y animar pastoralmente a los respectivos fieles, muchos de ellos lidiando con problemas propios de una urbanización relativamente reciente donde el Estado no siempre consigue ser un instrumento de promoción de la Justicia y del Bien Común.
No os desaniméis! Acordaos que el anuncio del Evangelio y la adhesión a los valores cristianos, como afirmé recientemente en la Encíclica Caritas in Veritate, «es un elemento útil y aún indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo humano integral» (n. 4).
Gracias, Señor Don Vitório, por las amables palabras y devotos sentimientos que me dirigió en nombre de todos y que me place retribuir con votos de paz y prosperidad para el pueblo brasileño este significativo día de su Fiesta Nacional.
Como Sucesor de Pedro y Pastor universal, puedo aseguraros que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes y cansancios apostólicos, no cesando de recordar junto a Dios los desafíos que enfrentáis en el crecimiento de vuestras comunidades diocesanas.
En nuestros días, y concretamente en Brasil, los trabajadores en la Mies del Señor continúan siendo pocos para una cosecha que es grande (cf. Mt 9, 36-37). No obstante la carencia percibida, es verdaderamente esencial una adecuada formación de aquellos que son llamados a servir el Pueblo de Dios.
Por esa razón, en el marco del Año Sacerdotal en curso, permitid que me detenga hoy a reflexionar con vosotros, amados Obispos del Oeste brasileño, sobre el cuidado y empeño calificador de vuestro ministerio episcopal, que es la generación de nuevos pastores (Nota de traducción: se refiere a la dignidad del Obispo y el debido cuidado en la ordenación de sacerdotes).
Aunque sea Dios el único capaz de sembrar en el corazón humano la llamada para el servicio pastoral de su pueblo, todos los miembros de la Iglesia deberían interrogarse sobre la urgencia íntima y el compromiso real con que sienten y viven esta causa.
Un día, cuando algunos de los discípulos esperaban, observando que faltaban «aún cuatro meses» para la osecha, Jesus los rebatió diciendo: «Pues yo os digo: Levantad los ojos y ved los campos, como están dorados, listos para la cosecha» (Jo 4, 35). Dios no ve como el hombre! La prisa del buen Dios está dictada por su deseo de que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4).
Hay tantos que parecen querer consumir la vida entera en un minuto, otros que vagan en el tedio y en la inercia, o se abandonan las violencias de todo tipo. En el fondo, no pasan de vidas desesperadas en busca de esperanza, como lo demuestra una difusa aunque a veces confusa exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para retomar el camino de la vida.
Queridos Hermanos, en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura al mundo, no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un tránsito a la secularización, vislumbrando en ésta algunos valores de gran contenido cristiano como la igualdad, la libertad, la solidaridad, mostrándose dispuestos a hacer concesiones y descubrir áreas de cooperación. Se asistió así a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, respondiendo a las expectativas de la opinión pública, pero se dejó de hablar de ciertas verdades fundamentales de la Fe como del pecado, de la Gracia, de la vida teologal y de los novísimos. Insensiblemente se cayó en la auto-secularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no no se acercaban (a la Iglesia Católica), vieron partir, defraudados y desilusionados, a muchos de aquellos que sí asistían: nuestros contemporáneos, cuando vienen hacia nosotros, lo hacen en busca de aquello que no hallan en ninguna parte, es decir, la alegría y la Esperanza que brotan del hecho de que estamos con el Señor resucitado.
Actualmente hay una nueva generación ya nacida en este ambiente eclesial secularizado que, en lugar de producir apertura y consensos, ve en la sociedad la profundidad de las diferencias y disputas sobre el Magisterio de la Iglesia, sobre todo en el campo ético, que se va incrementando cada vez más. En esta ausencia de Dios, la nueva generación siente una gran sed de trascendencia.
Son los jóvenes de esta nueva generación los que golpean hoy a la puerta del Seminario, quienes necesitan encontrar formadores que son los verdaderos hombres de Dios, sacerdotes totalmente dedicados a la formación, que testimonien el don de sí a la Iglesia, a través del celibato y de la vida austera, según el modelo de Cristo el Buen Pastor. Así estos jóvenes aprenderán a ser sensibles al encuentro con el Señor, en la participación diaria de la Eucaristía, amando el silencio y la oración, procurando, en primer lugar, la gloria de Dios y la salvación de las almas. Queridos hermanos, como vosotros sabéis, es la tarea del Obispo establecer los criterios esenciales para la formación de los seminaristas y de los presbíteros en la fidelidad a las normas universales de la Iglesia: en este espíritu deben ser desarrolladas las reflexiones sobre este tema, objeto de la asamblea plenaria de vuestra Conferencia Episcopal, en el pasado mes de abril (de 2009).
Seguro de poder contar con vuestro celo en lo que atañe a la formación sacerdotal, invito a todos los Obispos, sus sacerdotes y seminaristas a emular y reproducir en la vida propia la Caridad de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, como hizo el Santo Cura de Ars. Y, como él, tomar por modelo y protección de la propia vocación a la Virgen María, que respondió de una manera única al llamado de Dios, concibiendo en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad. A vuestras diócesis, con un saludo cordial y la certeza de mis oraciones, llevad una paternal Bendición Apostólica.
Fuente del original:
http://www.vatican.va:80/holy_father/benedict_xvi/speeches/2009/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20090907_ad-limina-brasile_po.html