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viernes, 2 de abril de 2010

“LA ‘ENTREGA’ DEL SEÑOR”, HOMILIA DE MONS. ANTONIO MARINO

Antonio Marino
Homilía del Jueves Santo en la Parroquia Santa Lucía de Tolosa (La Plata), 1º de abril de 2010, por Mons.. Antonio Marino, Obispo Auxiliar de La Plata

  


Con la Eucaristía del Jueves Santo, entramos en el triduo pascual. Tiempo sagrado. Son las vísperas de su entrega. Él es el Hijo que el Padre nos ha entregado, mostrando su amor por nosotros: “(Dios…) –nos dice San Pablo– no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). Él mismo se entrega libremente al Padre por nosotros: “El Padre me ama –nos dice Jesús en el Evangelio de San Juan–porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10,17-18). Pero esta libre entrega de amor del Padre y del Hijo por nosotros, se nos manifiesta en la traición de Judas, “el mismo que lo entregó” (Mc 3,19). La entrega del Padre y la del Hijo tienen su origen en el amor. La de Judas en la traición.
Tres palabras resumen el sentido y la riqueza de esta Eucaristía. Tres palabras donde se vuelve realidad su entrega por nosotros: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes” (1Cor 11,24). “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,24.25). “Hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). Institución de la Eucaristía. Institución del sacerdocio. Mandamiento nuevo de la caridad.
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes” (1Cor 11,24)
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes” (1Cor 11,24). “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre” (1Cor 11,25). Antes de partir de este mundo al Padre, Jesús anticipa y perpetúa su muerte redentora, en el signo del pan que se partía bendiciendo a Dios, antes de la comida del cordero, y en el signo de la “copa de bendición” (1Cor 10,16), que se bebía al cerrar el rito principal de la antigua Pascua.
Su amor extremo quedaría perpetuado por los siglos de la historia, en el velo de los signos del pan y del vino. Desde entonces, “la Iglesia vive de la Eucaristía”. Desde entonces, todo gira en torno a ella. A ella conducen la predicación, la celebración de los sacramentos y las obras de apostolado. De ella toma su fuerza toda la tarea evangelizadora de la Iglesia.
Entre la Última Cena y el banquete definitivo del Reino de Dios, nuestras celebraciones eucarísticas nos traen la realidad de su sacrificio redentor y anticipan la fiesta sin fin de la gloria. Se trata del sacramento donde se actualiza sin repetirse el mismo sacrificio de la cruz, pues cada vez que celebramos la Cena del Señor “se ejerce la obra de nuestra redención” (SC 2) y nos asociamos a su ofrenda. Es el sacramento de su presencia real entre nosotros, donde cobran sentido más pleno sus promesas de permanecer siempre con nosotros: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En cada Eucaristía que celebramos, nos unimos más íntimamente a Él y entre nosotros: “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Cor 10,17).
“Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad” (SC 47). Causa pena comprobar que este sacramento admirable sea a veces tan fácilmente olvidado por los cristianos. ¡Qué calidad adquiriría nuestra vida, si participáramos con frecuencia regular de este sacrificio que el mismo Señor nos regala y de esta mesa a la cual nos invita! ¡Qué fuerza tendría en la sociedad el testimonio de los cristianos! ¡Cuánta vitalidad mostrarían nuestras comunidades parroquiales! El Señor nos invita ¡y nosotros, a veces, le damos la espalda!
“Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,24.25)
“Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,24.25). Al mismo tiempo que instituía el memorial de su amor redentor, constituía a sus apóstoles ministros de la Nueva Alianza, sacerdotes del Nuevo Testamento. Y desde el principio ellos cumplieron esta orden. El sumo y eterno Sacerdote de la Nueva Alianza quiso valerse de representantes humanos, limitados y frágiles como los doce apóstoles, para perpetuar su misión en la historia hasta su retorno. A través de ellos, y con la gracia del Espíritu Santo, sigue enseñando, santificando y gobernando a los hombres congregados en la unidad del cuerpo de la Iglesia, con la potestad y autoridad del mismo Cristo. La enseñanza, la gracia y la autoridad de nuestro Salvador, se comunican a los fieles más allá de la santidad o del pecado de los ministros de la Iglesia.
Como enseña el último Concilio, este triple oficio sagrado de enseñar, santificar y gobernar al “rebaño de Dios” (1Ped 5,2) lo ejercen los obispos y los presbíteros “sobre todo, en el culto o asamblea eucarística” (LG 28). ¡Misterio del sacerdocio católico, que al Cura de Ars, San Juan María Vianney, lo llevaba a exclamar: “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”!
Pero ante esta visión grandiosa que nos presenta la fe, se contrapone el espectáculo sumamente doloroso del pecado y la fragilidad de los ministros de la Iglesia, que no podemos ni queremos disimular. De allí que todos cuantos hemos recibido el sacramento del Orden Sagrado, deberemos conservar siempre la conciencia que San Pablo expresaba en estos términos: “nosotros llevamos el tesoro en vasos de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no proviene de nosotros sino de Dios” (2Cor 4,7).
Dolorosos episodios de gravísimos pecados de sacerdotes en tiempos más o menos lejanos o recientes, son ampliamente difundidos por medio de la radio, la televisión y los periódicos. Como pastores de la Iglesia, no podemos callar ni negar la objetividad de los hechos. La Iglesia Católica ha pedido y sigue pidiendo perdón por los pecados de sus miembros, en especial de sus hijos sacerdotes, mediante los cuales queda desfigurado el verdadero rostro de la Iglesia, llamada a ser “santa e inmaculada” (Ef. 5,27). Aplica, además, severas penas canónicas a los autores de esos delitos.
Pero al mismo tiempo denunciamos la campaña que presuntos moralistas conducen groseramente contra sacerdotes y obispos, y en estos días contra el mismo Papa. Causa pena e indignación la ligereza con que a partir de datos ciertos, hábilmente elegidos y recortados, se busca construir una imagen odiosa del Santo Padre, procurando implicarlo en supuestos ocultamientos de delitos, con argumentos que sólo se sostienen en la voluntad de golpear a la Iglesia en lo más sensible. Afortunadamente, voces nobles, aun entre no creyentes, van poniendo en evidencia esta infamia.
No nos confundamos: si atacan al Papa, es porque les molesta Cristo con su Evangelio que contradice su mentalidad. Si lo agravian a él, es porque desde hace cinco años no toleran la lucidez de un hombre superior, que sin embargo, se expresa con tanta humildad. Si quieren ensuciar su figura, es que no soportan la defensa que la Iglesia hace, en nombre de Cristo, del matrimonio y la familia, la tutela de la vida humana inocente, su doctrina sobre la sexualidad y sobre muchos otros temas.
Oremos por el Santo Padre y por nuestros sacerdotes y pastores, queridos hermanos. Honremos, cuidemos y amemos a los sacerdotes. Que el Señor se digne multiplicarlos por el bien de su Iglesia. Son muchos los que llevan vida santa y heroica, en escasez de recursos y con mucha dignidad, desde el silencio y la soledad, en medio de pruebas y penurias, rodeados de quienes creen entenderlos y en realidad no los entienden. No se dejen engañar, ¡son muchos más los buenos que los malos!
En este año sacerdotal, deseo repetir el testimonio de uno de ellos: “Desde que murió Cristo en la cruz, sabe, hermano mío, que hay muchos buenos sacerdotes; muchos héroes; pero que no se ven. Su heroísmo hermana perfectamente con la oscuridad de la fe. A Cristo no se le escapan. A nosotros, aun a sus hermanos, sí. Muchos viven, al exterior, mal; interiormente, muy bien. Como se puede vivir en la madera de la cruz, compartiendo lecho, y corona, y clavos con Jesús”.
“Hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15)
“Hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). Dentro de unos instantes, repetiremos el gesto de Jesús en la última cena. El Maestro y Señor, ante quien “toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los abismos” (cf.. Flp 2,10), no vaciló en arrodillarse ante sus apóstoles para lavarles el polvo del camino. Oficio de servidor y gloria del Maestro. De este modo les enseñaba con qué espíritu debían ejercer la autoridad. “Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía” (Jn 13,14-15).
El evangelista San Lucas nos trae otra enseñanza coincidente de Jesús, en el contexto de la Cena: “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande que se comporte como el menor, y el que gobierna como un servidor. Porque ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,24-27).
La Eucaristía nos compromete a todos en el servicio, en la humildad, en la sensibilidad con el prójimo, en el perdón de las ofensas, en el amor social, en la reconciliación. Por esto tenemos conciencia de que la Eucaristía, al ser el sacramento del amor, signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, es el aporte más importante que la Iglesia hace a la sociedad. Es la escuela que nos educa en nuestra vida privada y social, para volvernos más plenamente humanos.
Estamos en tiempos de crispación y de violencia verbal crecientes. Los acontecimientos de hace unos cuarenta años atrás, siguen pesando dolorosamente. En el misterio que celebramos debemos encontrar el remedio. Duele escuchar funcionarios que interpretan nuestra prédica de reconciliación traduciéndola como una invitación a la impunidad. No predicamos la impunidad, anhelamos la justicia. ¡Pero la verdadera! Porque una justicia parcial es una parodia de justicia. A quienes sólo ven asesinos culpables de un lado e inocentes idealistas del otro, o viceversa, les recordamos las palabras del Maestro: “Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra” (Jn 8,7).
Hermanos, vivamos con plenitud esta Eucaristía, y salgamos de este templo transformados en nuestra mentalidad, conscientes de que la sociedad se transforma desde el corazón de los individuos y sabiendo que el mundo nuevo que anhelamos comienza en cada uno de nosotros.
+ ANTONIO MARINO
Obispo auxiliar de La Plata

VIERNES SANTO, DIA DE LUTO UNIVERSAL

 

Pasion de Jesucristo

La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

LA CELEBRACIÓN

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

ACCIÓN LITÚRGICA EN LA MUERTE DEL SEÑOR

1. LA ENTRADA

La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del dia.

2. CELEBRACION DE LA PALABRA

Primera Lectura

Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.

Lectura del Profeta Isaías 52, 13-53, 12

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante Él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos; ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestro crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malhechores, porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, Con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos, porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL

En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.

Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25.
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A Ti, Señor, me acojo: no quede Yo nunca defraudado; Tú que eres justo, ponme a salvo. A tus manos encomiendo mi espíritu: Tú, el Dios leal, me librarás.

Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de Mí. Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil.

Pero Yo confío en Ti, Señor, te digo: "Tú eres mi Dios". En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen.

Haz brillar tu Rostro sobre tu Siervo, sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.

Segunda lectura

El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios... Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores, ayudantes...

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9.

Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los Cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, al fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno.

Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruego y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

Palabra de Dios

Versículo antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".

Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y los no creyentes.

3. ADORACIÓN DE LA CRUZ

Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:

Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID AADORARLO", y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..." "Victoria, tú reinarás..."

4. LA COMUNIÓN

Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces - sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.

Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros".

Fuente: Aci Prensa

EL CENTURION

Centurion y Jesus -Fra_Angelico

En la imagen: Cuadro de Fra Angélico de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo y el centurión que clava su lanza en el costado, comprobando su muerte real, pero a la vez brotando de allí Sangre y Agua de la Eucaristía Eterna.

 

Por Antonio Caponnetto

El modo de sufrir no era el de todos,

tampoco la mirada compasiva,

ni el perdón dado al mundo que se iba

mancillado de afrentas y de lodos.

¿Qué notó en esos ojos postrimeros

lavados por el llanto y la plegaria,

a quién solo en la cumbre solitaria

llamó Padre con labios pregoneros?

¿Por qué su sed tenía otros clamores

ajenos al rencor del condenado,

por qué su cuerpo allí, crucificado,

semejaba un altar pleno de honores?

Creyó saber de antigua profecía

sobre huesos que nunca han de quebrarse,

tembló al ver a su madre arrodillarse,

augusta entre la cruenta judería.

Acaso por llamados presentidos

o por quebrar agorerías densas,

tomó su lanza entre las manos tensas

y la hundió en ese pecho sin latidos.

Esa lanza castigo del ilirio

escarmiento imperial para Judea,

bruñida de rigor en la pelea

era ahora testigo del Martirio.

Lo estremeció aquel cielo recubierto,

cayó agua y sangre sobre su cabeza,

rezó en voz alta su mejor certeza:

Era el Hijo de Dios este hombre muerto.

Danos, Señor, la Fe de las legiones

cuando son de la Cruz sus herederos,

alista nuestros cuerpos , prisioneros.

Somos tuyos, Señor, tus centuriones.

EL MONUMENTO A LA PRIMERA MISA

En la foto: Monumento a la primera Misa en Argentina.

   

La Misa es revivir la muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Pascua cristiana. El Jueves Santo Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, y el Viernes Santo murió Crucificado para luego Resucitar el Domingo.

El 1° de abril de 1520, en el actual Puerto San Julián, provincia de Santa Cruz en Argentina, se celebró por primera vez la Santa Misa en lo que actualmente es nuestro territorio Nacional.

Semejante acontecimiento, recientemente recordado por el Dr. Antonio Caponnetto, es evocado por el actual Monumento a la Primera Misa.

En aquella oportunidad, era la festividad del Domingo de Ramos. Fue Hernando de Magallanes quien impartió la orden de celebrar la Misa, y el oficiante fue el sacerdote español Pedro de Valderrama, nacido en Écija.

En este año 2010 se cumplen 490 años de esa primera Misa, y la fecha no debe pasar inadvertida.

A 490 años, la Divina Providencia quiso que esta efemérides coincida con el Jueves Santo, solemnidad en que se celebra justamente la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio católico.

FELIZ Y SANTA PASCUA