Por Ángel Gabriel Villegas
Diputado de la provincia de Buenos Aires (PJ)
“Separarse para vivir, y unirse para combatir”. Así definió Juan Domingo Perón el 2 de agosto de 1973 a la lucha que llevó el movimiento justicialista, el que durante años tuvo que enfrentar toda clase de dificultades para poder acceder al gobierno y hasta para salir de los exilios y proscripciones a los que fue sometido, pero el mismo General reconocía que “los argentinos, somos un país politizado, pero sin cultura política”.
En el afán por perseguir metas, se suelen confundir ambiciones personales con el bien común y vemos a diario, cómo se denosta la doctrina partidaria.
“Hay que recordar, señores, que mientras los movimientos gregarios mueren con su inventor, los movimientos institucionales siguen viviendo aún cuando desaparezcan todos los que lo han erigido. Porque el hombre no vence al tiempo; la organización es lo único que puede vencerlo”, nos enseñaba Perón, cuando impulsó la institucionalización del justicialismo. “Es necesario que este Movimiento se institucionalice para que pueda continuar en el tiempo y en el espacio, aun prescindiendo de mí. Y desde este momento debe comenzar a prescindir de mí, para que sea manejado por los peronistas que los propios peronistas designen”, dijo en ese momento dando una lección que hoy muchos deberían reflexionar.
Para imaginar el futuro, muchas veces es necesario repasar el pasado, y la Argentina tiene una amarga historia de oscilaciones políticas y extremos de intolerancia a los que se ha llegado por falta de diálogo e indulgencia.
Ni oficialistas, ni opositores podemos darnos el lujo de caer dos veces en la misma trampa. Es hora de dejar atrás el autoritarismo y el personalismo, porque por meras cuestiones de posicionamientos políticos estamos poniendo en peligro a la Patria toda.
Por eso, reitero, una vez más, mi llamado a que todos comencemos a ponernos de acuerdo y pongamos fin a las divergencias que tienen como objetivo, cuestiones personales o partidarias. Reflexionen, estamos jugando con la Nación.
Necesitamos una paz responsable y una oposición constructiva. Debemos volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia.
Por ello llamo a la dirigencia política argentina; convoco a poner por delante la Patria que es nada más ni nada menos que el futuro y la tranquilidad de todos los ciudadanos que la componen, y que dependen del diálogo, la tolerancia, la convivencia, la unidad nacional, cuidar la democracia y la búsqueda constante del consenso.
Cuando Perón nos instruía sobre la lucha política lo hacía planteando diferencias de corte ideológico con quienes representaban la oposición. Hoy la pelea se está dando más en el seno de nuestro partido que con otras fuerzas políticas, olvidando otra frase que pasó a la historia: “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”.
El año 2.000 nos encontró sumidos en una de las crisis económicas, sociales y políticas más grandes de nuestra historia, y de allí, salimos gracias al diálogo, el consenso, y la ayuda de los sectores productivos y sociales que pusieron el hombro pensando en sostener al país.
Pero es hoy cuando debemos pensar qué país queremos para los próximos veinte años; qué dirigencia queremos tener, qué proyectos necesitamos como ciudadanos y qué diálogo mantenemos con quienes no piensan como nosotros.
Nos enorgullecemos de ser americanos, “un crisol de razas”, pero se eleva el dedo acusatorio y el tono imperativo para dirigirse a quien disiente con nuestro pensamiento.
El país no puede vivir montado en una montaña rusa o depender de los vientos de cola, del norte ni patagónicos.
La Argentina necesita previsibilidad y paz interior. Precisa unidad nacional, diálogo, paz social e integración con los países de la región. Quien piensa distinto no es un enemigo ni un adversario, es un ser humano, un hermano, un ciudadano cuyo punto de vista complementado con el nuestro nos ayude quizás a construir un futuro superador para nuestro país.
Esto deben comprenderlo en especial, quienes hoy ocupan los cargos ejecutivos más altos.
“Gobernar no es mandar”, enseñaba Perón y explicaba en qué radica la diferencia: “Mandar es obligar, gobernar es persuadir. Y al hombre es mejor persuadirlo que obligarlo. Esa es nuestra tarea: ir persuadiendo a todos los argentinos para que comencemos a patear todos para el mismo arco; es decir, hacia los objetivos de nuestro país y hacia las necesidades de nuestro pueblo”.
Ya en ese entonces Perón pedía “dejar de politiquear”, y abocarse todos juntos a los intereses supremos del pueblo argentino, para lo cual inició rondas de diálogo con dirigentes de otros partidos políticos.
“Comencemos a ser compañeros de marcha, no adversarios”, señalaba nuestro conductor.
Treinta y cinco años después, la política vernácula sigue atravesando la misma dicotomía, y aunque ya entonces Perón pedía autocrítica y aseguraba que nuestros adversarios políticos se habían equivocado por “retardarios” y nosotros por “apresurados”, seguimos cometiendo los mismos errores.
Debemos volver a la convivencia entre los partidos políticos, que es la única forma de lograr lo mejor para el pueblo argentino. Buscar entre las diferentes fuerzas, objetivos comunes y superadores de cualquier bandera partidaria; pensar y construir políticas públicas que nos comprometan a todos y que hagan un mejor país de nuestra querida Argentina.
Basta de las guerras de egos; de los caprichos y del “me opongo” por el simple hecho de oponerse a lo que hace el otro.
A mis compañeros peronistas (Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, Daniel Scioli, Felipe Solá, Francisco De Narváez, Alberto y Adolfo Rodríguez Saá, Juan Manuel De La Sota, Carlos Reutemann, etc), les pido con humildad, una vez más, que pensemos en el necesario proceso de reorganización del Partido Justicialista pero con criterios de inclusión, respetando la diversidad interna y dando espacio a las distintas expresiones partidarias.
Necesitamos discusión y debate abierto dentro del Partido Justicialista; que se contemple el disenso de las minorías y se acepten las dicciones de las mayorías. Que se respete además, el sentir de la militancia “de a pie”, aquella que muchos recuerdan sólo cuando buscan fiscales, pero que es la que día a día, con su labor, con su sentir, mantiene viva la llama de nuestra doctrina.
Hoy no estamos cumpliendo con nuestras veinte verdades, una de las cuales expresa que “El justicialismo trabaja para el movimiento. El que en su nombre sirva a un círculo o a un nombre o caudillo, lo es sólo de nombre”.
“El Justicialismo que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente…” decía Perón, pero en los últimos años, lo han sido muchos de quienes se dicen peronistas, aunque cuando se analizan candidatos, a veces, las diferencias radican en los personalismos y en las formas, más que en la matriz ideológica, lo que resulta paradójico, porque cuando podríamos ser fuertes en base a la unidad, corremos el riesgo de ser débiles por dividir para querer triunfar.
El Justicialismo es uno, y los que lo sentimos como Perón nos lo enseñó, no podemos destruir el movimiento y la doctrina con nuestras miserias. La unidad es la única manera con que llegaremos al triunfo y de que gane el país.