Por Emilio Nazar Kasbo
Dos posturas se abren al momento de razonar. Dos posturas inconciliables, dos posturas enfrentadas. Una, es la del relativismo que subestima lo excelso y que aprecia en exceso lo intrascendente. La otra, es la del realismo, que justiprecia lo excelso y lo intrascendente, dando a cada cual lo que le corresponde.
Permítanme descuajeringar el razonamiento de un relativista, para mostrarlo con toda su crudeza, para luego tratar de ver los lineamientos del correcto razonamiento. Pero vayamos por partes.
AFIRMACIONES RELATIVAS
Su razonamiento es básico: aparece como “humilde” al rebajar todo a un mismo nivel, la verdad con el error, lo opinable y lo que no se puede opinar… pero blandiendo títulos y aplausos mundanos como argumento de autoridad que a su vez desconoce cuando es ajena. Todo aquél que no sostenga el relativismo, será un ignorante comparado con los títulos que ostenta el extraviado pensador.
Ese mismo relativismo es el que le hace sustentar ideas como “buscar el bien común” (que suena bien a toda persona bien pensante, a toda persona que entienda de modo realista estas palabras). Pero a su vez, ese mismo relativismo es el que le hace sustentar ideas como “tratar de buscar el bien común respetando el disenso e intentando dialogar y llegar a acuerdos de consenso”. ¿Qué es todo esto sino el relativismo? Porque el disenso no es por lo general en lo opinable, sino en lo que precisamente no se puede opinar. ¿Cuál es el objeto de diálogo, sino precisamente eso sobre lo cual no se puede discutir y ante lo cual no cabe más que dos actitudes: o se lo acepta y acata o se lo rechaza y traiciona?
Y claro, como la Verdad no existe, como el tono del diálogo es relativista, la cosa se resuelve “intentando dialogar y llegar a acuerdos de consenso”. Esos acuerdos de consenso son los que determinarán la verdad relativa que interesa en el momento, y que mañana puede cambiar, aunque sea algo que corresponde al Dogma. Esta metodología pretenden usarla para establecer si Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios… y mientras más se aplica esa metodología a lo que no se puede opinar, más se extravía el pensamiento de quienes pretenden logros.
LEYES INICUAS… ¿O NO TANTO?
El relativista considerará que la aprobación de una ley antinatural, por la sola promulgación de un papel manchado con tinta, implica “la modificación de la estructura base de nuestra sociedad”, y ello porque no puede ver más allá de sus narices. ¿Acaso se pueden derogar las leyes de la biología o de la física y la química? ¿Acaso se pueden derogar las virtudes y los vicios? ¿Acaso alguien tiene autoridad para derogar los Diez Mandamientos? La aprobación de una ley que afirma que los homosexuales pueden casarse y tener los mismos efectos del matrimonio como si fuesen heterosexuales, no es más que un disparate que no tiene fuerza alguna porque contraría directamente la naturaleza, ya que por el débito conyugal de ninguna manera y bajo ningún punto de vista pueden nacer hijos naturalmente. A esto Santo Tomás llama “leyes inicuas”, afirmando que no son leyes. A esto el relativista le otorga entidad y lo considera como una “modificación de la estructura base de nuestra sociedad”. A esta gente, parece que en el curso por correspondencia para ser inteligentes se les han perdido varias cartas (o mailes, hoy que se hacen por Internet).
El relativista mira las cosas por lo accesorio, jamás por lo esencial. Dirá que la incorporación al matrimonio de personas del mismo sexo se realiza “bajo la bandera de la Igualdad y los Derechos Humanos usando como herramienta la discriminación, la homofobia, el sectarismo”. Es decir, no ve la perversión de una imposición de lo antinatural a la sociedad para corromperla, sino que echa la culpa a quienes señalan el pecado de la homosexualidad como responsables de una aberrante ley que carece de toda racionalidad y que además resulta contradictoria en sus términos y efectos, y por tanto se convierte en inaplicable. No ve además la imposición de antivalores foráneos a la sana identidad y Tradición nacional. No ve la manipulación de la prensa y de la politiquería en pos del ideal común: corromper a la sociedad. El católico es acusado de “discriminación, homofobia y sectarismo” ¿es cierta esa acusación, y por eso el católico es el responsable de que se apruebe la inicua ley? De ninguna manera, ya que se trata de un razonamiento falso, como todo aquello que proviene de los relativistas.
Tras afirmaciones semejantes, un relativista afirma también que “los valores de la sociedad no se negocian”. Pero la misma palabra “valor” indica algo que en un momento puede ser valorado y en otro momento puede ser despreciado o valorado en menor medida. Por eso es valor. Si el valor “sube y baja” como las acciones de la bolsa… ¿cómo se puede decir que no se negocian? Los valores se compran, se venden y hasta se endosan… ¡Hay vicios que hasta pueden recibir una valoración positiva"! Sin embargo, son las virtudes las que permanecen inalterables, las que dan sentido a las acciones humanas.
EL SOBERANO TONTÓN
El relativista es un soberano tontín. Y si es católico, es un tontín potenciado… digamos que un soberano tontón católico siempre que lo sea de buena fe, claro… porque si es de mala fe no es más que un hereje militando como un lobo en medio de la feligresía o de la jerarquía (con perdón de la Jerarquía eclesial, pero no es más que la descripción de una triste realidad). El relativista es tan soberano como su soberbia para afirmar que lo es.
Y hablando de soberanía, el relativista dirá que como ciudadano tiene un compromiso como soberano de participar de la acción politiquera de modo comprometido. El relativista hablará de Bien Común, pero como éste es relativo y depende de los consensos, para unos puede ser Bien Común y para otros un mal… y por tanto el Bien Común queda diluido en un principio de mera conveniencia pragmática. El Bien Común queda reducido a una palabra hueca, pero que suena bien.
Ah, y su participación como soberano comprometido, es porque cree firmemente en la soberanía popular que además los Papas han condenado del modo más claro y reiterado. Sí, el relativista se considera miembro de un pueblo soberano, que no tiene a nadie sobre sí más que a sí mismo… y como miembro de ese pueblo soberano, compuesto por tantos individuos heterogéneos, se ve en la necesidad de consensuar con quienes cuestionan incluso la base de la razón y el sentido común, negociando soluciones. Sí, el relativista puede llegar a un sentido común a medias, en su necesidad de consensuarlo todo. El relativista renuncia a considerar el mundo tal cual es, para considerar la posibilidad de que no sea tal cual es sino otra cosa que no es, y por tanto a actuar en consecuencia potencial de lo que no es, pero eso sí, consensuadamente. Hamlet es un grano de mostaza ante semejante elucubración. Y no porque algo huela a podrido por ahí (lo cual sería relativo para un relativista), sino porque la frase de “ser o no ser” resulta trivializada (trivialización que no es relativa sino un absoluto para el relativista). ¿Se entiende? Bueno, si no se entiende, converse con un relativista que entenderá menos aun.
EL OPINÓLOGO
El relativista obra y se desenvuelve en el universo de la opinión. Es un opinólogo, juez de todo desde la opinión. Sí: el relativista se siente un soberano, una persona capaz de torcer los destinos de la Nación con su solo voto en las urnas una vez cada dos años, y en el medio ejerciendo su función natural de opinar. Opinar, dialogar, consensuar: son las palabras del relativista.
El relativista, para dialogar con otros, renuncia a su propia identidad, y hasta es capaz de negar a Jesucristo mismo.
Y las palabras incivilizadas: boicot, tomar partido decisivo, ofensiva, o la misma palabra “católico” le suena “fuerte” y ve todo ello como un lenguaje bélico que es usado como excusa para acciones que no considera efectivas. ¿Qué es lo efectivo para el relativista? Ya lo hemos expresado: opinar, dialogar, consensuar. ¿Están asesinando a todos los bebés que aun no han nacido? Pues sentémonos a opinar, dialogar y consensuar. ¿Están aprobando leyes inicuas? Pues sentémonos a opinar, dialogar y consensuar…
IDEALISMO RELATIVISTA
Un relativista siempre se va a oponer a hacer las cosas con claridad, a expresar crudamente lo que se piensa y se cree. Efectivamente hay cosas que pueden ser relativas, que son precisamente las opinables… pero cuando no hay límite a lo relativo y a lo opinable, entonces nos encontramos con un pensamiento que contraría el sentido común y hasta la Fe misma. El relativista dirá que tomar posiciones claras ante los temas y obrar en consecuencia “es continuar cediendo valores y poder”.
El relativista todo lo sujeta a la ley del número, ya sea de la sociedad, ya sea de legisladores para aprobar una ley. ¿Lo aprobó la mayoría? Entonces está bien y hay que actuar en consecuencia. Por eso, el relativista es amigo de todo error y enemigo de la Verdad, en particular de la Verdad que es Jesucristo mismo. Los valores, son los que dictamina el “soberano”, como diciendo “vox populi, vox Dei” (la voz del pueblo es la voz de Dios). La realidad está muy lejos de esos postulados de total conveniencia pragmática.
¿Qué es lo que ofrece a cambio de razonar correctamente? Su única propuesta es la de crear espacios de opinión y debate, consensuar estrategias, planificar acciones… y todo eso no es más que la elaboración intelectual que aunque hallara un consenso no se ejecutaría porque su ejecución implicaría abandonar el relativismo al que visceralmente adhiere.
IGNORANCIA DESCUBIERTA
El relativista dice que nadie tiene la verdad, y por tanto se reconoce como un ignorante. Pero cuando se trata de sustentar su propia ignorancia, trata a los demás de ignorantes. Y es más, descubierto en su ignorancia por fundados argumentos, no hace más que descalificar a la persona. Su único argumento es ese, que en lógica constituye un vicio denominado “argumento ad hominem”. No hay nada peor que mostrar al relativista su propia ignorancia de la que hace gala, porque en ese caso es posible que al hacerlo se esté ganando un enemigo.
El relativista señalará como intolerante, como mesiánico o como juzgador de lo bueno y lo malo a quien emita juicios universales afirmativos o negativos. El relativista niega precisamente este tipo de juicios, y por tanto la descalifica. Tildará con rótulos a la persona que señale su ignorancia, ignorancia que no es más que una soberbia disimulada para justificar gravísimos errores, calificará de antisocial, de totalitario, e incluso de nazi o fascista.
El relativista jamás analizará argumentos porque carece de respuestas a planteos racionales. El relativista es alguien que hace del juicio propio una norma universal, aun en contra de la Tradición de la Iglesia Católica.
Jamás se entenderá la propuesta de un relativista, que es como ver a alguien que se está ahogando en la costa y escuchar a un tontón diciendo que hay que sentarse a dialogar para llegar a un consenso sobre el mejor modo que idealmente podría servir para elaborar entre todos una respuesta al dilema, cuando lo único que hace falta de modo inmediato es alguien que sepa nadar para arrojarse al agua y traer a la orilla a la persona en apuros. El relativista, contemplando al valiente que realiza y ejecuta la acción, promoverá todo un movimiento en su contra por no haber esperado el consenso que debe surgir del intercambio de opiniones en el diálogo fructífero.
Es inútil explicar la verdad al relativista, porque es esencialmente un necio que aunque viese al mismo Jesucristo en persona y aunque exigiera la prueba del Apóstol Tomás, continuaría con su mismo relativismo. La afirmación de lo relativo en realidad no es una afirmación. A los relativistas les cuesta entender el cuadrado de Apuleyo… y por eso en su razonamiento apoliyan al cuadrado.
RESPUESTAS OBVIAS A PLANTEOS TONTOS
El relativista tiene por paradigma los Derechos Humanos, incluso por encima de los Diez Mandamientos y de las enseñanzas de Jesucristo… aunque se diga católico.
Al respecto de los Derechos Humanos, podemos afirmar que con la misma palabra se designan dos realidades muy diversas, una surgida del Derecho Natural y del romano Derecho de Gentes (a los que aluden los Papas cuando los mencionan), y la otra surgida de una "teoría del consenso".
La "teoría del consenso" no se aplica por "consenso", sino por la fuerza, como todo eufemismo existente en el ámbito internacional y nacional antivida. Esto es ejemplificado en la novela 1984, donde el Ministerio de Economía se llama De la Abundancia, cuando no existe más que miseria y escasez, y donde el Ministerio del Amor es dar palo a todo el mundo y en especial a los críticos del régimen, donde la información es desinformación, y donde la masa es manejada en función de los engaños impartidos por una pantalla. Y esto en un mundo real en el que oímos hablar de “salud reproductiva” (que no es salud porque es muerte, y que no es reproductiva sino que pretende evitar la reproducción), de “interrupción del embarazo” (refiriendo el asesinato de bebés en el vientre materno), o de “muerte digna” (en alusión a la eutanasia), por ejemplo.
Así, este "consenso" que es impuesto por la fuerza, no puede ser erradicado más que por la fuerza. Toda otra hipótesis es la derrota segura, es asumir el diálogo desde posiciones cada vez más a la retaguardia (que en realidad disimula la cobardía de una huída real, bajo la apariencia de una falsa “prudencia”).
PRIMERA RENUNCIA
Y todo empieza cuando los católicos empezamos a pedir perdón por serlo, aunque parezca mentira (y más lo es cuando en vez de estar Felices de estar en la Verdad que salva el alma, nos disculpamos por eso).
Pero la otra renuncia es a ser derrotado en una batalla en la que Cristo Rey ha vencido de antemano. Por ejemplo, suponiendo que la aprobación legislativa de una ley inicua antinatural implica un cambio en la estructura de la sociedad. Claro, si se hace referencia a un proceso que viene desde el humanismo y el renacimiento en contra de la Cristiandad, sí es posible reconocer en ese sentido un cambio en la estructura de la sociedad. ¿Cómo se puede entender que una nación católica como Francia haya tenido una Revolución Francesa y hayan torturado y asesinado a tantos curas y monjas, laicos y opositores? ¿Cómo se puede entender que una nación católica como México haya tenido una Revolución Mexicana que se dedicó a torturar y asesinar a tantos curas y monjas y a los cristeros opositores?
Una Ley de homomonio o una ley de divorcio no logran cambiar el Orden Natural. Pero señalan que el Obstáculo al que alude el Apocalipsis es precisamente el Orden Natural, que además se basa en el sentido común por el cual el ser humano actúa gracias a la sindéresis.
DOS CIUDADES Y SOBERANÍA
Hay dos ciudades: la de Dios y la de los hombres. La de Dios no cambia, la de los hombres es eso precisamente: la sociedad que se opone a Dios. Suponemos que los católicos sabemos en cuál de esas dos ciudades queremos vivir, bajo qué Bandera mencionada en los Ejercicios de San Ignacio queremos estar.
Claro, no se debe confundir la Santa Ira de la cual Santo Tomás hablaba, con la humana "ambición de poder o totalitarismo con algunas gotas de odio, resentimiento y espíritu de venganza y reivindicación". Si hablamos entre católicos, esta también es una distinción esencial.
Y llega ahora la pregunta por el aludido “pueblo soberano”. ¿Pero quién es el Soberano vos?
Para los católicos, siguiendo las Encíclicas del Magisterio, Dios es el único Soberano, quien otorga de modo directo el poder a quien ejerce algún tipo de autoridad, del mismo modo que otorga la autoridad al Padre de Familia sobre su esposa y los hijos, y aunque éstos no la acepten. Efectivamente, la autoridad del padre de familia no se consulta, no se sujeta a votación, sino que surge de modo natural sobre los hijos por su mera concepción y nacimiento, y sobre la esposa por la estabilidad que da en la relación sobre todo cuando busca la iluminación del Espíritu Santo y de la Fe para guiar a la familia.
FALSA SOBERANÍA POPULAR
Un católico no puede sostener que el pueblo es soberano sin caer en herejía. El relativista dirá que la frase que antecede no es más que una muestra de ignorancia y que hay que hacer caso omiso a tales palabras porque “la realidad es otra” (relativamente hablando, claro está). Sin embargo, el relativista que niegue la inexistencia de la soberanía popular no hace más que mostrar su propia ignorancia de los textos pontificios que la condenan.
Si existiese la soberanía popular, deberíamos realizar el siguiente razonamiento, a cuyos efectos nos dirigimos a Usted como protagonista del mismo.
Si el pueblo es soberano, Usted es parte del pueblo soberano, y por lo tanto Usted es soberano y es quien decide el destino de la Nación; por ello, le exijo a Usted que como soberano solucione toda la legislación antinatural y antivida que se pretende aplicar en la Argentina. Pero si Usted no es capaz de hacer esto que acabo de pedirle, es porque en realidad Usted no es soberano, y porque el pueblo carece de soberanía alguna. Por si esto resulta complicado, a continuación aportaremos un argumento muy simple que demuestra la inexistencia de la “soberanía popular”.
EL PUEBLO ES UN AUSENTE
El relativista pretende una “democracia” sin Autoridad, y pretende para sí una Soberanía que solamente corresponde a Jesucristo como Rey de las Naciones, y a la Nación en su posición en el concierto de las demás de las cuales se muestra independiente y autónoma pero a la vez reconociendo a Jesucristo como Rey. Una cosa no excluye a la otra.
Pero en la democracia muchos hablan de representatividad del pueblo, sin tener en cuenta que la representatividad es de los ausentes. Si el representado está presente, no necesita representante. Es decir, cuando hay representantes del pueblo, es porque el pueblo está ausente.
¿Se entiende? ¿A quién representan los representantes del pueblo? A sí mismos, hacen lo que se les ocurre sin limitación alguna, porque son miembros de la Ciudad de los Hombres, y no se puede esperar otra conducta de ellos, así como no se puede pedir peras al olmo.
Lamentablemente, esto de lo que cualquier persona se da cuenta, no se enseña en las Universidades.
Efectivamente, en la política no hacen falta "espacios de opinión y debate". Acá no hay nada que opinar. Opina el que dice algo que puede ser o no, y por lo tanto opina el que no sabe (doxa le llamaban los griegos). Necesitamos Conocimiento de la Verdad, no opiniones. Necesitamos tener en claro hacia dónde marchar como Pueblo de Reyes, Asamblea Santa, Pueblo de Dios. Reitero por si no quedó claro: OPINA EL QUE NO SABE. EL QUE SABE TIENE LA CIENCIA. Si sos relativista, es un gusto de conocer tu opinión.
En política, necesitamos personas que quieran arrojarse al mar para salvar a quienes se están ahogando y acercarlos a la orilla para poder darles un tratamiento médico adecuado.
La pregunta no es qué hacer ante otras potenciales leyes antinaturales, sino ante las leyes que AHORA se están implementando.
Siempre resulta interesante la opinión de los relativista, que seguramente enriquecerá a todos los que quieren continuar en el diálogo tan fructífero, en que juntos caminando podemos alcanzar otros horizontes nuevos. El relativista dice que no quiere ser tibio. Y ya que no queremos ser tibios, no dejemos que se nos enfríe el café.
Voluntarios: a la acción.