Por Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 18 de Agosto del año 2010 – 992
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Cuando decimos "la Juventud" no nos referimos a los años que vivimos hace mucho y que pasaron, sino que queremos designar a toda la generación que actualmente es joven o sea, que tiene entre 17 y 40 años, más o menos.
Todos coincidimos en que la Juventud es muy importante porque hay cosas que sólo la Juventud puede hacer y sus actitudes, tendencias, creencias, actividades y objetivos son las que definen una época.
Eso no quiere decir que los que tienen más de 40 años no tienen nada de jóvenes. El Dr. Plinio Correa de Oliveira, entre las muchas cosas inteligentes que decía, dijo una vez que las edades no se pierden: se suman. Es decir, en todos nosotros, por viejos que seamos, sigue viviendo de alguna manera el niño, el adolescente y el joven que fuimos. Es una consecuencia de la unidad de la persona. Decía la sabiduría popular castiza: "Genio y figura, hasta la sepultura".
De ahí la importancia decisiva de la educación de los niños y de los adolescentes y la ferocidad apenas disimulada con que los enemigos de la Iglesia Católica se empeñaron, a fines del siglo XIX, en implantar la enseñanza laica en la Argentina. Sabían que la impronta de una cultura y de una mentalidad sin catolicismo acabaría por crear un pueblo casi pagano, sin principios religiosos claros, aunque continuara teniendo algunas devociones privadas a Dios y a la Santísima Virgen, pero incapaz de ver la relación que hay entre esas devociones y el gobierno.
Después vino la televisión, las modas inmorales, los falsos "héroes", el materialismo práctico, el pan-sexualismo, el dominio cultural de la "intelligentzia" de izquierda, el peronismo y, lo que es peor, el "progresismo cristiano" que cerró toda posibilidad de que, aunque más no fuera, en las escuelas católicas se revertiera ese proceso siniestro de paganización.
Hay miles de colegios "católicos" que lo son sólo de nombre porque lo único que hacen es transmitir el error "progresista" a sus alumnos, dejándolos completamente hueros de buena doctrina y empujándolos a acompañar la tendencia general de la modernidad fundada en el agnosticismo relativista más o menos explícito.
El resultado es que la Juventud argentina ha empeorado en progresión geométrica. Me acuerdo que cuando yo era joven todavía había Juventud con ideales, todavía luchaba por una Patria mejor, todavía el placer no era la ocupación dominante y todavía había vergüenza de no ser así.
Hoy no queda nada de eso. Sólo en la parte izquierdista de la juventud existe todavía una minoría ínfima de activistas dedicados a destruir todo lo que en la Argentina queda de bueno y en esa tarea nefasta se empeñan con un ímpetu diabólico digno de mejor causa.
Puede decirse que la Juventud ha desertado de sí misma, ha adoptado el cinismo, la sensualidad y la codicia de los viejos. Se ha hecho sorda a toda idea noble, se rehúsa a pensar, ha perdido todo deseo de conocer la Verdad, Dios es para ella un ser al que no se puede negar (los mejores hasta van a misa los Domingos) pero al que no es necesario amar y servir por sobre todas las cosas, aceptan las consignas fabricadas por los "formadores de opinión", sin análisis y sin crítica y los que tienen alguna inquietud política obedecen las de sus pequeños “führers” con un entusiasmo que les divierte.
Esta deserción es mortal porque los viejos hace rato que desertaron y los pocos que quedan fieles a Dios y a la Patria, no pueden hacer nada sin los jóvenes.
Hilaire Belloc escribió un versito que siempre recuerdo con dolorosa nostalgia:
"We were strong
"we were merry,
"we were very,
"very young"
(Éramos fuertes, éramos alegres, éramos muy, muy jóvenes")
Los viejos no somos ya fuertes. Tampoco somos alegres. Y la acción exige fuerza y alegría de actuar. Sobre todo cuando hay que derrotar a una tiranía corrupta y perversa como la que nos oprime, que tiene todas las armas en la mano, las de fuego y las del oro.
Los viejos que conservamos los ideales, los conservamos con un dolor inconsolable al ver su casi imposible realización, salvo un milagro. Hemos visto la deserción de una camada de jóvenes detrás de la otra a lo largo de 50 años, sin que nada ni nadie pudiera mantenerlos fieles y en las filas. Las formas, las excusas, las ocasiones y el destino al que marcharon fueron varios. Pero el resultado fue siempre el mismo. Los ideales se quedaron sin "cruzados" y la Argentina verdadera sin defensores.
La Juventud no quiere saber que un día dejarán de ser jóvenes y se encontrará con una país mucho peor que el que ahora abandona en manos de la canalla. Y si para ese entonces todavía le queda algo de lo que tal vez alguna vez amó como un ideal, se dará cuenta que el efecto de su deserción de hoy es que la Juventud con la que ellos convivirán será mucho peor que lo que ellos son ahora. Porque hay que decir que muchos de esos desertores todavía tienen algunos gestos esporádicos loables, sólo que tan esporádicos que más parecen una diversión que una gesta.
Unamuno decía: "La juventud es un tesoro, lástima que esté en manos de irresponsables". Es así. Ese descuido del futuro es una especie de superstición, es creer que la juventud no se les acabará nunca y que lo que anda mal, mejorará por el simple transcurso del tiempo. Y eso es falta de seriedad o sea, irresponsabilidad.
"¡Ah, si la jeunesse savait! ¡Ah, si la veillesse pouvait!" (¡Ah si la juventud supiera! ¡Ah si la vejez pudiera!"), decía Pio XII en una de sus alocuciones. Lo malo es que ahora ni siquiera es verdad que la vejez sepa. Vea, por ejemplo, el caso que comento en el nro. 986, del 27/7/2010 de este periódico sobre un caso flagrante de vejez sin sabiduria. Sin embargo, la gracia de Dios le permitiría a la Juventud (si quisiera buscar honestamente) discernir cuales son los viejos de quienes debe aprender y cuales son aquellos a los que debe combatir.
La Juventud no sabe ni quiere saber. Sólo quiere gozar, cada uno a su manera. Hay goces honestos y de los otros. Pero en la perspectiva de la Patria, los más reprochables son los de los goces honestos. Ellos son los que podrían y no quieren, ellos son la causa de la más dolorosa decepción.