Alberto Buela (*)
Desde la filosofía estamos acostumbrados a poner títulos rimbombantes a las cosas y así para caracterizar a los políticos de hoy hablamos de políticos postmodernos como si los que hacen política hoy día hayan leído algo sobre la polémica modernidad-postmodernidad. Craso error, nuestros políticos hoy no leen y menos aún estudian.
El rasgo distintivo de los que hoy hacen política es que no se destacan en nada. Ya no más un de Gaulle, un De Gasperi, un Adenauer, un Franco, un Sukarno, un Nasser o un Perón, hoy tenemos a Sarkozy, Berlusconi, Merkel, R. Zapatero, Bambang, Mubarak y Kirchner que no se destacan en nada, ni sobre nadie. Estamos en plena etapa de la nivelación como gustaba decir Max Scheler. La chatura política parece ser la ley de oro de nuestros dirigentes. Ni hablar de las segundas líneas como ministros, secretarios de Estado o directores nacionales.
Hace unos días leímos un excelente artículo de una socióloga española, Blanca Muñoz, titulado sobre el cinismo y su partido postmoderno en donde con mucho tino y agudo sentido de la realidad, pinta a nuestros actuales políticos [1]
Los cínicos formaron en Grecia una escuela de filosofía fundada por Antístenes (444 -365 a.C.) en Atenas y se denominaron así porque se reunían en el lugar cerca de un cementerio de perros (kynosarge) que proviene de kynos= perro. Sostenían una exhortación a la vida sencilla, a imitación de la naturaleza y alejada de los placeres materiales. Su principal figura fue Diógenes (404-323) quien como un perro dormía en la calle y vivía de lo que le daban. De él solo nos queda un extenso anecdotario como aquella circunstancia en que Alejandro Magno le pregunta que necesitas Diógenes? Que te corras porque me tapas el sol. O cuando caminaba por las calles de Atenas a plena luz del día con una lámpara encendida y le preguntaban qué haces Diógenes? Estoy buscando un hombre honesto. O cuando iba a ser vendido por esclavo y le preguntaron qué sabes hacer? Gobernar a los hombres, así que véndeme a quien necesite un amo.
Hoy un cínico no es como en la antigua Grecia un hombre alejado de los placeres materiales sino un desvergonzado o un descarado que miente expresamente, sin movérsele un pelo, en defensa de prácticas y actitudes reprochables. Un cínico es aquel que no teme perder su dignidad porque no la tiene. La dignidad no es un valor para un cínico. Esto es lo que son quienes hacen política hoy cotidianamente. Y que ni decir de los funcionarios de nuestros gobiernos posmodernos.
El cuerpo directivo del Estado se encuentra ocupado por hombres jóvenes, (los viejos son una rémora que mejor archivar y, además son riesgosos, pues nos pueden recordar de dónde provenimos y a dónde vamos) y así ministros, secretarios, subsecretarios, directores nacionales “no se destacan en nada ni sobre nadie”, carecen en la mayoría de los casos de profesión u oficio ejercido, es la dorada medianía del Horacio pero entendida por lo bajo: dorada porque cobran suculentos sueldos y viáticos (viatican en lugar de beaticar), sin ninguna responsabilidad como contrapartida.
Claro está, la excusa es que los gobiernos de los que forman parte hoy no solucionan los conflictos sino que solo los administran y así esperan que por una suerte de fuerza mágica los problemas se desinflen y se arreglen por sí solos. (en estos días asesinaron públicamente a un militante trotskista en las calles de Buenos Aires en una pelea sindical que viene desde hace años –no resuelta por el ministerio público- y el gobierno se desentendió porque la policía no fue. Como si la inoperancia del ministerio de trabajo no formara parte del poder ejecutivo).
Hoy quienes hacen política no leen ni estudian, lo que quieren es estar al día en una avidez de novedades infinita (twitter, email, radio, celular, tv) en una sucesión de imágenes truncas que hacen de su vida un zapping. Un permanente saltar de información a información si detenerse en ninguna. La interpretación, la hermenéutica política ha sido desplazada por “el fragote”. Esto es, el hilván cotidiano de alianzas y desalianzas de unos con otros en pactos que duran la luz de un fósforo. El desgaste, la pérdida de tiempo y energías laborales en “el fragote” cotidiano por parte de los funcionarios del Estado, que son siempre políticos reciclados en distintos puestos, hace que la solución de los problemas sufran una postergación permanente.
Esto los lleva necesariamente a una actitud servil y aduladora ante quienes ellos vislumbran con un poco de poder más que ellos y, por contrapartida, a tornarse autoritarios con los que consideran más débiles. El perfil autoritario es aquello que más se destaca en estos políticos de formación progresista e ideológicamente light que padecemos hoy en Nuestra América (Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua, Kirchner en Argentina, Lugo en Paraguay). [2]
Nosotros hemos sufrido en carne propia esta actitud cuando hace un año ya un subsecretario de Estado, un pequeño hombre ruin Marcio Barbosa, quien al escucharme por radio caracterizar a Kirchner “como un necio que cree que sabe y no sabe y que solo aprende con la pedagogía de la catástrofe”, y el pequeño hombre ruin salió corriendo para pedir que me echaran del ministerio, cosa que hicieron.
¿Y quién es Marcio Barbosa?. Es un abogado de la universidad católica que no es ni peronista, ni socialista ni nacionalista ni nada, pero eso sí, siempre ocupando cargos políticos. Unas veces con Solá y hoy con su enemigo Kirchner. Será por eso que cuando muera le cantarán: “Si vais por el cementerio y veis un cirio encendido, es Barbosa, que de muerto sigue prendido”.
Estos nuevos políticos han producido el giro copernicano de dejar de vivir para la política, como se hacía hace solo unos años atrás (Frondizi, Alfonsín, González, Lagos, Ovando Candia, Mitterrand, Fanfani) para vivir de la política y tomarla y ejercerla como una salida laboral de enriquecimiento personal rápido.
El mandato o norma mental y moral de quienes hoy hacen política es “estar en la vanguardia siempre” como sea y a cualquier precio. Su avidez de novedades es, como dijimos, ilimitada. Pero novedades que se agotan en sí mismas y sólo para ser comunicadas en un sistema de humillación vergonzosa y agradecida a sus superiores. Vestirse siempre a la moda,(las corbatas celestes de Zapatero son las mismas de Rajoy y las mismas de Kirchner , de Correa, de Piñeira) y hablar con los términos y taras idiomáticas propias de esta subclase social: el político postmoderno, para quien el pueblo pasó a ser “la gente”, los pobres los “excluidos”, el imperialismo por “grupos concentrados”, liberación por “bienestar”.
Lo paradójico es que cuando este tipo de hombre llega al grado más alto del poder en un Estado, se transforma inmediatamente en una personalidad autoritaria. Esto es, se hacen fuertes con los débiles y se humillan con los fuertes.
Quienes hoy hacen política tienen dos temores fundamentales: 1) el resultado negativo de las encuestas y 2) la opinión de los medios masivos de comunicación.
Así las encuestas y las estadísticas son para ellos el único método posible para la captura y manejo de la realidad, en tanto que la opinión que vale no es tanto la opinión pública, la de la plaza pública, sino la opinión publicada.
Así, la frivolidad y la banalidad se expresan en esta falta casi absoluta de formación profesional del político postmoderno, quien en su orfandad intelectual y espiritual confunde “la estadística con una nueva metafísica” como nota el gran filósofo americano Wagner de Reyna [3], cuantificando lo no cuantitativo y otorgando más crédito a los lobbies mediáticos que a la voz del pueblo en la acclamatio popular.
La cuestión está en saber si esta forma de hacer y de vivir de la política tiene algún límite o si la decadencia política, que comienza cuando se deja de tomar riesgos por el otro, seguirá in crescendo. Difícil saberlo en este “sálvese quien pueda” de la política entendida como el mejor y más fácil modo de enriquecimiento personal (la fortuna de los Kirchner creció diez veces en cinco años, la de Berlusconi es inconmensurable, al igual que la de Sarkozy y Mubarak. Más moderados aparecen Merkel, Zapatero y Bambang, para solo seguir con los ejemplos puestos al principio de este artículo, pero ellos también se han enriquecido sobremanera).
Es muy difícil vislumbrar un cambio en esta manera de hacer política porque hoy más que nunca “por la plata baila el mono” y hoy se hace política con “el poderoso caballero don dinero” y mucha política con mucho dinero. Además, las relaciones económicas y jurídicas entre los diferentes Estados se han interconectado entre sí en un amasijo tal que no lo puede desatar la sola voluntad política heroica de un santo varón. Todo indica que nos sumamos día a día y cada vez más a un mecanismo de poder paulatinamente más injusto que va dejando de lado masas enormes de “parias sin destino” como dice el tango. ¿No será acaso que esta visión cínica de la política “tiene por objetivo dar un terrible paso atrás en la evolución de las sociedades y las conciencias”? [4]
El cinismo mostrado en el simulacro del discurso político hoy, lleva siempre adelante como la liebre al galgo en las carreras de perros la bandera de los derechos humanos de tercera generación pero el galgo nunca alcanza a la liebre y en la dura práctica de la vida cotidiana no logran satisfacer los viejos derechos humanos, aquellos de 1948 como el derecho a la vida y al trabajo. Además el reemplazo de los derechos humanos de segunda generación, los denominados derechos sociales: al salario justo, al descanso, a la recreación, a la jubilación, a la libre afiliación, por los derechos humanos de tercera generación, los denominados derechos de las minorías o lobbies: gays, abortistas, multiculturalistas, feministas, van indicando la involución de la política observada en la cita.
En el fondo la falaz actitud de los que hacen política hoy es la de aquellos que no pudiendo realizar lo mínimo proponen lo más.
[1] Muñoz, Blanca: Sobre el cinismo y su partido postmoderno, en Altar Mayor Nº 137, Madrid, sep-oct. 2010
[2] Casos distintos son los de Morales, Chávez y Mujica en Uruguay, hombres de convicciones profundas, que estemos o no de acuerdo con ellas, que quieren llevar adelante una revolución. La austeridad personal y política del uruguayo es proverbial y lo transforma en una rara avis en este nuevo mundo de la política como medio para ganar mucho dinero en forma fácil y rápida.
[3] Reyna, Wagner de: Crisis de la aldea global, Córdoba, El Copista, 2000, p. 25
[4] Muñoz, Blanca: artículo citado.