Por Emilio Nazar Kasbo
A muchos puede pasar inadvertida la actuación del Demonio Democrático, ya que la palabra “democracia” corresponde a un régimen político que corresponde a la Politeia aristotélica, por la cual el pueblo virtuoso elige gobernantes virtuosos en busca del Bien Común, gobernando en su conjunto. ¿Cómo puede ser esto obra de un demonio?
Un demonio social
Así como existe el Demonio Meridiano, que tiene su influencia determinada y su modo de actuar, también podemos describir la acción del Demonio Democrático.
En sí, no tiene relación con un sistema político virtuoso, el politeiaco, sino con su deconstrucción: el vaciamiento de una forma de gobierno de la cual sólo se conserva el nombre, convirtiéndola en su opuesto (la viciosa democracia aristotélica actualmente denominada demagogia).
Este demonio no actúa exclusivamente sobre una persona, sino también sobre el entorno personal. Es decir, su acción acaba teniendo efecto social.
Para tener una idea vaga de cómo actúa este demonio, resulta útil el análisis de las reacciones de los protagonistas de la novela de J.R.R. Tolkien, “El Señor de los Anillos”, en que incluso los seres más angelicales se transforman perversamente ante el pensamiento de la acción que podrían eventualmente desarrollar si fuesen portadores del “poderoso anillo”.
Pero la acción del demonio que en esta nota describiremos no es ni inspirada en una novela, ni fruto de la imaginación. Es fruto de la experiencia propia, que por motivos del trabajo periodístico me ha permitido conocer la conducta de candidatos, partidarios y electores de modo personal, de personas vinculadas al poder, que han llegado a ocupar diversos puestos (desde Presidentes de una Nación hasta ediles), o que han fracasado en su intento.
Católicos no practicantes
Quienes no son católicos practicantes carecen en general de una visión netamente católica en su conducta. Por lo general, ven al catolicismo como un formulismo, que al decir de un cómico argentino ya fallecido se llega a calificar a una persona como muy católica porque los curas “al nacer le echaron agua en el Bautismo, en su matrimonio le echaron arroz a la salida de la iglesia, y al fallecer le echaron tierra en su tumba”.
El candidato que alcanza algún cargo, necesariamente entabla una vinculación con la Iglesia Católica que jamás es neutra: o se la persigue o se la respeta. En la actualidad, se ha impuesto como “moda” el enfrentamiento con la Iglesia Católica ¿de dónde proviene semejante encono? Y la respuesta es indudable: del Demonio Democrático.
El católico no practicante se asemeja en muchos aspectos al ateo materialista más que a un católico. Su sentido de la vida, incluso de la propia, se halla desfigurado. El fin de la existencia es una ambición por el poder que asegura un bienestar económico futuro, a la vez que la satisfacción de esa ambición.
El poder
¿Para qué quiere el poder un ateo o un católico no practicante? Para aprovecharse de él y obtener impunidad. Una larga lucha humana lo lleva a conseguir numerosos recursos económicos para ponerlos a disposición de sus “campañas electorales”. Incluso llega a comprometer su patrimonio personal y familiar, motivo por el cual incluso la vida de su propia familia corre grave riesgo.
La negociación, buscar amistades no porque elevan el alma en pos de la virtud, sino por un mezquino interés de obtener algo del otro, es una muestra de cómo actúa ese demonio. “Si me hago amigo de fulanito, obtendré tal cosa”, dice en su interior el ambicioso. No es el camino de la virtud el que ilumina su amistad con los demás, sino sus intereses.
Su ambición por alcanzar la impunidad que otorga el poder, le hace olvidar que un día deberá abandonarlo por algún motivo. Toda su lucha es para alcanzar el poder, ya que éste es lo máximo que es posible alcanzar en este mundo cuando se tiene una mentalidad inmanentista, o de una trascendencia desfigurada, deconstruída.
Inmanentismo
Tener muchos bienes en este mundo, comprar todo lo que desea, vivir en el lujo permanente, mandar caprichosamente e incluso autoritariamente y que todos deban obedecer las órdenes justas y también las injustas, comprar todo lo que es imaginable adquirir… es posible sometiendo a un conjunto total de la población.
Pero una vez alcanzado un puesto, por mínimo que sea, surge la inquietud en ese hombre ambicioso de escalar posiciones hasta lo máximo: buscar la Presidencia de una Nación o la dirección de organismos internacionales. Tal ambición es inducida por el Demonio Democrático.
Además, en el entorno surge la expectativa de la promesa del candidato. Todos esperan que si este hombre escala posiciones, ellos también escalarán, mejorando su condición en el acompañamiento de su candidato. Estas personas (de “amistad interesada” en escalar), vinculadas por intereses, y no por una sana amistad, generalmente acaban teniendo diferencias con los candidatos (de “amistad interesada” en el voto y los recursos ajenos), y todo termina en el recíproco olvido… o repudio, en tanto los intereses que los unían no han resultado útiles.
Elecciones
La expectativa generada por un candidato, es prolongada durante todo el período de la campaña electoral. Idas y venidas, negociaciones, traiciones (porque otro ofrecía la mera promesa de algo mejor que el candidato al que se seguía), todo sucede en el marco eleccionario.
Por supuesto que la promesa es algo esencial. Todos pretenden aprovecharse de todo: el candidato de votos o recursos económicos para la campaña que otros ofrecen; los partidarios del fruto de sus votos o vinculaciones aportadas al candidato para escalar posiciones y que el día de mañana su aporte sea compensado de algún modo cuando llegue el candidato que ha efectuado la promesa.
Gastos, propagandas, entrevistas, manejo de prensa, de imagen del candidato, y toda una serie de obligaciones y gastos que hacen a toda campaña electoral, a fin de llegar a personas que son desconocidas para obtener su voto el día de los comicios.
Y el día de las elecciones es como la “largada” de una carrera de caballos, o como la espera de los resultados de una lotería… sabiendo incluso de antemano las posibilidades de fraude que son de habitual práctica, sea cual fuese el sistema.
El Demonio Democrático es el que influye en el candidato, en sus partidarios y en los electores en esas fechas determinantes para el futuro próximo de las naciones donde se aplica este sistema.
La postelección
El día de las elecciones, por lo general, los candidatos tienen un “bunker” donde arman escenarios previendo la victoria, incluso con el gasto que ello implica. Si el candidato va a perder, no tiene sentido que realice estos gastos, pero si no los realiza estará dando la señal de su próxima derrota, lo cual es inadmisible para cualquier candidato.
Algunos que realizan fraudes, preelectorales o durante la elección, prolongan su fraude en la situación posteleccionaria. Son ellos, por lo general titulares del Gobierno al cual no pretenden abandonar, quienes están en condiciones de violar vedas electorales, sustituir boletas electorales, alterar los resultados electorales, o realizar diversas maniobras para aparentar una falsa victoria impuesta desde el mismo poder. Son ellos quienes pueden tener la confianza de antemano de haber ganado elecciones, porque conocen la dimensión del fraude que realizan.
Todas las expectativas y promesas se desinflan el día de las elecciones, en caso de que el candidato resulte derrotado. El candidato no puede satisfacer las ambiciones de sus partidarios y ellos lo abandonan, a la vez que los electores no ofrecieron la cantidad de votos necesarios al candidato, motivo por el cual éste los abandona… hasta la próxima elección donde su ambición lo impulsará a volver nuevamente, como si fuese un ludópata. Obviamente, sus adláteres harán lo propio.
Pero en caso de que el candidato resultare vencedor, sus ambiciones lo harán abandonar a sus seguidores, incluso a sus amigos más fieles, para cambiarlos por otros que resultan más útiles: quienes tienen mucho más dinero o poder. La esfera de acción personal cambia, y comienza a conectarse con una “burbuja del poder” que está completamente disociada de la sociedad. Es más, incluso a veces se abre paso a vinculaciones de tipo internacional, o en esa escala, una vez satisfecha la llegada a los más elevados cargos, todo se convierte en una fría vinculación social en reuniones donde se determinan los destinos de las naciones.
Más allá del poder
Satisfecha la ansia de poder, habiendo llegado al máximo del poder en lo internacional, y compitiendo por tener una de las mayores fortunas mundiales, habiendo perdido el verdadero afecto en la amistad e incluso habiendo dañado el amor familiar, sólo queda la búsqueda de un ambiente social similar, en medio del hastío de una vida carente de sentido, sabiendo que un día arribará la muerte como única certeza.
Desde ese ámbito, el dominio de naciones se convierte en la búsqueda de poder sobre el alma de las personas. Es el sacrificio de estas personas al Demonio Democrático, a Baal, a Moloch, al demonio Jahbulon masónico, a Lucifer.
Este es el ámbito propio del Poder Internacional del Dinero. Llegando a esa situación, el alma de esa persona ya está completamente perdida, excepto un gran Milagro de Dios que obtenga una respuesta favorable de quien es víctima del Demonio Democrático.
Este es el demonio de una de las tentaciones en el desierto hechas al mismo Jesucristo.
Católicos practicantes
El Demonio Democrático también actúa en los católicos practicantes en tanto ocupan cierto espacio de poder fruto de elecciones. Y es importante destacar esto, ya que los cargos en que se asciende fruto del mérito, de una carrera en un determinado organismo, anula y evita toda la acción de este Demonio Democrático, pues el mismo tiene su lugar propio precisamente en los actos eleccionarios.
El Demonio Democrático ataca principalmente a católicos indignados, generalmente con importante preparación.
“¿No ves que todo se derrumba? ¿Qué estás haciendo vos? ¡YO estoy participando!”, dirá el católico que pretende insertarse en un sistema político democrático o partidocrático desviado donde no impera la virtud. “Vótenme, porque YO cuando sea electo realizaré las siguientes acciones que responden al ideario católico”, afirma el candidato, efectuando así la consabida promesa electoral.
Así, se inmanentiza la acción de este católico democrático, sustituye la Realeza Social de Jesucristo por su propia acción, y se propone como “paladín” para que el resto lo siga a él (en vez de proponer que se siga a Jesucristo). Por otra parte, un importante grado de soberbia acompaña a su acción, un espíritu de reconocimiento mundano, y desde allí se introduce esa inmanentización de su acción política, que si bien se realiza por Cristo, no se realiza en El ni con El, sino en nombre propio del candidato. De allí, a vivir toda la debacle de cualquier no católico o de cualquier católico no practicante ya relatadas, hay un solo paso para el Demonio Democrático.
Católico perderor o vencedor
Al candidato católico se lo podrá ver en un triste papel, recorriendo instituciones, Parroquias, salidas de Misa… distribuyendo papelitos de promesas electoralistas, propaganda electoral, desesperado por convertir a los feligreses en un voto…
En caso de perder, se sentirá defraudado, ya que todos aquellos que comparten la misma inquietud al parecer no lo han acompañado. Es más, hasta puede desarrollar cierto resentimiento hacia los católicos en virtud del resultado obtenido, a pesar ello de que sabía de la existencia del fraude de antemano. De hecho, en el plebiscito de la muerte de Jesús, el deicidio contra la Persona de Jesucristo que es Dios mismo, quienes exigían la crucifixión “gritaron más fuerte”, como muestra del odio y del fraude contra el Mesías prometido.
En caso de resultar vencedor, el Demonio Democrático le obligará a negociar aquello que afirmaba como “innegociable”. Le dirán: somos más, vota tal Ley o aprobaremos tal otra que va contra tus intereses y los intereses que representa. Surge así el dilema: o se vota una mala Ley, o se aprueba una peor, y de ese modo lo “no negociable” se convirtió en el punto débil de la extorsión en los ámbitos del gobierno. Tales presiones provendrán de ámbitos nacionales o internacionales, siempre según el espacio que toque ocupar.
¿Dónde puede acabar todo? En una negociación tras otra, en la cual quien es “plebiscitado” no es el candidato, sino Jesucristo mismo. De ese modo, el Demonio Democrático logra relativizar el mensaje de Dios mismo, ocasionando un grave daño a la Fe y a la feligresía, sobre todo a la gente de piedad católica que queda desmoralizada y confundida.
Así es como he podido comprobar la acción del Demonio Democrático. Quienes hayan participado de cerca en cualquier elección, habrá podido sentir algo más que una euforia, un sentimiento particular extraño, sobre todo en medio de las expectativas electorales, y mucho más en la jornada de la elección. Es una especie de mareo, tras el cual el electo se extravía y comienza a conectarse con otros estratos sociales a los que antes tenía vedado el acceso. Ese es el momento culmen en que el Demonio Democrático actúa, tras haber inducido al candidato a esa situación.
Jesucristo mismo se enfrentó a esta tentación, y supo responderle adecuadamente en el desierto. Los católicos debemos imitarlo…