Por
Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila
(LMGSM 1 CMN 73)
El
virus de la decepción, orada las bases de las acciones, que llevan, en su realización,
la debilidad de la desunión, perdiendo así, el sentido de ser Nacían.
La decepción es un sentimiento de insatisfacción
ante un algo, que se promete ser, pero que no resulta concretado en lo que se
esperaba. Es un mal anímico, que se confunde con la desilusión, el desencanto,
el descreimiento o, algunas veces, la frustración, pero es mas profundo que
cualquiera de ellos, pues socava, básicamente, la confianza y, por ello,
destruye permanentemente el nexo de unión que hace de lo individual lo
colectivo, de tal suerte, que, restaurarlo, es clave de continuidad futura.
Para que exista decepción, lógicamente,
tiene que haber promesa, expuesta de manera tal, que haga sentir que no es una
propuesta de posibilidad, sino que esta afirmada en la certeza de
lograrla. La decepción se muestra clara
en los juegos del amor, en los cuales, las promesas parecen iluminar los
caminos del futuro, pero, cuando ellas se deben concretar, se muestran como
ilusiones, pues en verdad eran: "solo" promesas, que motiva debilidad
en el mañana. La decepción pasa a ser, sin dudas, el virus que corroe el
afianzamiento de la confianza. Este
afianzamiento, lógicamente, para el caso de la política, surge de la madurez y
la estabilidad, no tan solo de las personas, sino también de la comunidad que
se integra, que se materializan en la historia y la institucionalización, en
los que la evolución es la regla de los avances, firmes y sólidos, pues,
ella se asienta en sus mismos logros y
avanza con su impulso propio. El conocer el pasado, es la mejor forma de
esperar el futuro. Pero, mentirse sobre el ayer, es crearse problemas para el
mañana, pues la cadena generacional, no se sostiene sobre la solidez de los
derechos adquiridos o la experiencia de los fracasos incurridos. Los seres
humanos se saben fuertes y poderosos, cuando tienen apoyos firmes y valederos.
Cuando ellos se sabe que son débiles o falsos, la solución es reconocerlo y
hacer lo que se deba para fortalecerlo. La decepción, en ocasiones,
lamentablemente, no proviene de
terceros, a los que se puede atribuir la culpa, sino que es la resultante de la
propia ignorancia, mala formación o equivoca evaluación de las realidades. El
mundo actual, hay que señalar, con sus anuncios de éxitos y logros, puede
enceguecer, siendo un peligro constante, en especial, para aquellos cuya educación
no le ha proporcionado la posibilidad de los criterios de evaluación. Una vez más
es de señalar por ello el valor absoluto y permanente que tiene la educación
sobre las gentes, máxime en nuestra época en la cual el conocimiento es
considerado la llave natural de los logros en el futuro.
La decepción política es una de las mas
graves, para no señalarla como la mas grave, dado que la política es la actividad mas relevante e importante
dentro de la vida de una sociedad. La política, concebida en su real estatura,
es la esencia de unión de los pueblos, que encuentran en ella, la expresión de
su existencia como país, los logros por los esfuerzos del pasado y las
aspiraciones que materializara y contribuirá para alcanzar el futuro. Si
suponemos, que una comunidad es una gran maquinaria de actos y hechos, la política
es el combustible que impulsa y hace realidad los objetivos, y la energía que
motiva las actividades. La libertad plena, que algunos pregonan, no es real,
pues ella se condiciona a lo que se acuerde, como norma plena, a cumplir
individualmente, para poder ser parte y potenciarse sustantivamente en la
pluralidad de los conjuntos. Ello hace que la política sea una r actividad de
realidad y necesidad ineludible y en
ella, con ella y, si fuera posible, dentro de ella, es que se tiene que
encontrarse las realizaciones personales y comunitarias. La política deseable,
requiera dialogo inteligente, que torna lo esperado en un alcance, equilibrando
los deseos con las posibilidades y, fundamentalmente, construye los lazos que dotan a la unidad, sin que ello signifique
masificación. En este proceso, los estados, como organización de la administración
de "lo" publico, no deben ser confundidos con los gobiernos. Los
gobernantes son aquellos que temporariamente fijan la realidad de las
prioridades en la asignación de medios y alcances circunstanciales, pero no son
el Estado que es, sin dudas, el medio operativo de sus acciones.
El "poder" debe estar en las
bases, por más que su ejercicio corresponda a las "cúpulas", para que
la escala de designación y asignación, se motive por niveles sucesivos, que
respondan al inferior que lo ha creado y que lo han designado su representante.
El tiempo de las monarquías absolutas o de las dictaduras electorales ha sido
superado por la conciencia de los valores individuales y la importancia de las
comunidades organizadas. El mundo actual, en el cual la explosión de las
comunicaciones, apoyada en la cibernética, ha modificado tiempos y espacios,
muestra que la individualidad personal
decisoria ha desaparecido para dar lugar a las resoluciones de los conjuntos.
Este proceso de "decisión universal" seguirá creciendo, a medida que
la "digitalización" alcance difusión y empleo, en el más saludable y
honesto mañana ético y moral.
Los investigadores sociales se ocuparon ( y
ocupan) con atención sobre este tema, ya que, de su evaluación y conclusiones, posiblemente, podrán surgir
experiencias y enseñanzas, para aplicar como los medios y remedios ante la decepción.
Como conclusión inicial sobre lo evaluado, sin dudas, se puede concluir que la decepción colectiva no existe como emoción
masiva, pero si individual o grupal, lo
que la hace difícil de calificar sus parámetros
y fijar sus elementos por la necesaria particularización. En toda sociedad habrá
quienes tengan éxito en materias que afectan a otros, por lo que pensar que la
totalidad piensa y siente igual es, realmente, una utopía. Normalmente. la decepción
política aparece cuando las propuestas
de campaña electoral no se cumplen, cuando surgen acciones de gobierno, que
modifican la realidad, sin elementos de juicio que las avalen o justifiquen, o
ante la inercia en variables en los
entornos provenientes del exterior, que no se sabe o no se esta en condiciones
de atender, corregir o moderar. Gobernar no es fácil por mas experimentado y
encumbrado uno se encuentre, ya que no
es mandar, sino dirigir y, para ello, se requiere claridad en los actos, difusión
en las acciones y, particularmente, contacto y comunicación, para evaluar
efectos de lo que se propone hacer. La falacia de pensar que las situaciones se
repiten y que, en cada una de ellas, se puede aplicar lo que se hizo en la
anterior, muestra la falta de imaginación y creatividad del gobernante y,
consecuentemente, lleva a la decepción de la sociedad.
Los partidos políticos, de alguna
manera, son (eran) los fieles de lo que
se intenta (intentaba) hacer, ya que sus plataformas y sus conductas,
significan (significaban), concretamente, el compromiso de la actuación del
mismo con la sociedad. La falta de partidos políticos, o su diseminación en
parcialidades (que lleva a los personalismos), significa el haber perdido la relación
básica de su accionar y, por ello, su disfunción en lo que deberían ser,
conduce a su negativa desaparición para
el futuro. Debemos recordar que todas las plataformas políticas deben partir
por el respeto y cumplimiento de la Constitución, tal como existe, lo que les
obliga a limitarse en los cambios o modificaciones legislativas de aplicación.
Actualmente, lamentablemente, se observa que las innovaciones, en realidad, buscan ventajas parciales y no
reales beneficios generales. Cuando los personalismos reemplazan a los
agrupamientos de posiciones políticas, se cae, quizás, sin intención, en
regimenes que decepcionaran, pues la propia lógica de sus actos, los aparta de
las voluntades originarias de la sociedad.
En una civilización en continuo
crecimiento y evidente integración, las macropolíticas sirven de marco
referencial internacional, pero ello no significa que sean aptas, naturales y
aceptadas por todas las comunidades puntualmente. Los usos y las costumbres,
los antecedentes y las acciones, las posibilidades y las probabilidades,
aparecen como un conjunto de avances
que, la lógica de la física sociológica, señala que nunca podrán ser parejos,
conjuntos y constantes, y que tampoco podrán ser aplicados o incorporados, sin
que exista un proceso de adaptación. Aquí es donde comienza la posibilidad de
la decepción, cuando se aleja la mente
de estadista y se da lugar a la del "politiquero", y se ofrece
niveles y capacidades, espectaculares y deseables, que la realidad practica las hacen remotas, cuando no inalcanzables
y, por lo tanto, imposibles. La
experiencia actual de la Unión Europea es aleccionadora, ya que planifico su
avance de integración pensada en una
forma apta para la generalidad (todas las naciones de la Unión), muestra que
ella es dificultosa para la individualidad (cada país). Sus problemas resultan
de que todo no es alcanzable por voluntarismo, sino que se requiere acción lógica,
racional e inteligente adaptada a las circunstancias. La velocidad, que es aceleración,
no siempre se puede aplicar, pues hay actos y acciones que necesitan tiempos de
"maduración" y ello exige espacios que deben ser transitados
obligatoriamente. Lo que para una comunidad puede ser "evolución"
(Alemania, para otra se tornara en "revolución" (Grecia) con los efectos que el cambio no
acompasado puede producir.
Progresar es, por lo tanto, avanzar regularmente,
no crear posibilidades de soñar figurativamente. esperando que los impulsos,
sean como latidos que accionan la posibilidad motriz, que se lo logra con el
esfuerzo y el trabajo. Las "dadivas" o los "subsidios", que
modifican el espectro de la realidad "políticamente", generalmente,
se tornan permanentes y, con ello, crean una carga que dificulta o traba los
resultados del aporte genuino, disfrazan los hechos y conducen a los fracasos.
La democracia, en sus formas y alcances, es
el medio aceptado en el presente, que aparece como recomendado por la historia, para lograr los
equilibrios del poder parcializado por la evolución. Las constituciones son la
base de acuerdo y compromiso para el accionar, basado en la delegación del poder de la sociedad a las
autoridades y la racionalidad en la utilización de los medios materiales, para
que sean realmente contribuyentes al fin
común. En nuestro caso, la Constitución nacional del año 1853/60, (es) fue el acuerdo sano, inteligente,
posible y conveniente que se pacto para dar lugar a la Nación apoyada en sus
provincias. Por ello, el artículo 1, que determina la "Forma de
gobierno", es la clave de nuestra voluntad de unión como nación. Nuestros
mayores, con una sabiduría originada en las realidades y las luchas, se
propusieron como gobernarse, para que ello no decepcione a aquellos que formarían
esta esperada gran Nación. El ser ciudadano, no significa solo tener derechos políticos,
sino, fundamentalmente, integrar una comunidad (ciudad) en la cual se convive, actúa,
aporta y recibe, como vinculo de vecinos. Por ello, la representación federal,
es el medio aceptado y elegido, para que la voluntad de la sociedad se exprese
en los niveles de conducción, conforme la concreción de la convivencia. Si
estas bases se modifican, suplantan o "mejoran", por una causa
circunstancial o un interés particular, en verdad, lo que se hace, es burlar lo
convenido. Si los representantes, no son reales representantes, se comienza
esta larga y compleja acción, que lleva a la decepción, pues, la unión, comunicación
y compromiso, deja de serlo. En Argentina la representación "federal"
nacional fue modificada por la "partidaria", lo que hace que los
representantes respondan a los dictados de los segundos y no a las necesidades
de los primeros, con lo que la decepción política esta, por principio,
materializada. Es extraño, para un observador ajeno al medio argentino,
entender, como se ha violado lo pactado. y los porque por los que, la clase política, se aparto de los carriles
fijados por el compromiso fundacional del país.
La decepción es, por lo tanto, el virus
maligno individual, que se origina por la falta de confianza a las autoridades
y entornos, lo que conduce, lógicamente, a la separación, el egoísmo, la falta
de solidaridad y, posiblemente, a la puja mezquina entre pares e iguales, lo
que desgasta lo aportado en los esfuerzos y priva del fruto de las
realizaciones. El compromiso en lo pactado, el cumplimiento de lo acordado y el
perfeccionamiento mutuo en lo que se realizara, debe ser la conducta
individual, que servirá de base a la general y conducirá al nivel real esperado
de comunidad.
La decepción política, como se ha señalado,
es un virus maldito, que socava, destruye, modifica y entorpece la marcha de
las realidades. El mismo nace por la no participación del ciudadano en la
"cosa publica" y la delegación de las acciones en
"representantes", que no surgen de su seno, sino que lo hacen de
compromisos sectoriales de niveles ajenos a lo propio. La decepción tiene que
convertirse en confianza, claro esta que para lograrlo, es necesario, no tan
solo el requerimiento ciudadano, sino también la buena fe y honestidad de los
gobernantes, tal como lo hicieron en el pasado, aquellos prohombres que soñaron
un país y nos dieron la nación Argentina.