Por Miguel Etchecolatz
No es lo que se dice acogedora la vida en un
campo de concentración. Humillaciones reiteradas, aprietes, camaradas que
mueren por mala praxis o simplemente por abandono. Maltrato por parte de jueces
y camaristas. Familias que están lejos, hijos que se ven de vez en cuando cada
vez que sus trabajos o la lejanía les permiten visitarnos, nietos a los que
casi nunca abrazamos y sin embargo, hasta hoy estábamos erguidos porque nada ni
nadie podía robarnos el orgullo de haber peleado por la Patria.
Pero se debe saber, aunque pocos quieran
hacerse cargo, que estamos acá porque somos los que combatimos en una guerra
que se planteó contra la república y a nosotros, por nuestra formación nos
competía enfrentar la agresión.
Estamos acá porque combatimos en una guerra que
nosotros no buscamos ni empezamos pero a la que la sociedad, herida de miedo y
dolor, nos compelía a llevar a cabo cada vez que nos decían: “Que esperan para
salir a meterle balas a esos asesinos”. Una guerra que aquellos que la declararon
la plantearon tan puerca y desalmada que lo único que sabíamos con seguridad
era que si algo iba a salir herido de ella eran nuestras almas.
No obstante y pese a los dolores que ello nos
acarrearía siempre estuvimos convencidos de pelear ese combate. Combate que, al
estar en juego la Patria, no era otra cosa que el Buen combate del que nos
habla San Pablo. Combate por el cual sentíamos que era cumplir con aquello para
lo que nos habíamos preparado.
Sin embargo hoy tenemos que ser muy fuertes
para que no se derrumben esas torres de plata en las que creemos con fe ciega.
Hoy algunos festejan el “día del montonero”. ¡Que lo festejen!, si al fin y al
cabo peleamos para que los argentinos no fueran lacayos de un régimen como en
ese entonces eran los ciudadanos de la Unión Soviética o Cuba, para que una vez
pasada la guerra pudieran ejercer libremente su parecer. No es eso lo que nos podría
tumbar. Lo que nos abate es el silencio, el silencio ante este absurdo y
beligerante “homenaje” de aquellos que venían a velar a sus muertos asesinados
cruelmente por la guerrilla, de los que se rasgaban las vestiduras pensando que
un trapo rojo flamearía en lugar de nuestra bandera, el silencio de los
empresarios que transidos de miedo venían a pedir custodia o a traer, off the
record, listas de presuntos subversivos en sus fábricas. Nos duele el silencio
de hoy ante este “homenaje” de aquellos
que nos pedían patíbulos públicos como ejemplo en las plazas de la república y
de los políticos que jugaban a dos aguas, que a la mañana defendían
guerrilleros y a la noche los delataban. Nos duele- porque en su momento
creímos en su dolor, temor y preocupación- el silencio de los argentinos. Y nos
duele fuertemente porque no es un silencio para dejar atrás los dolores, es un
silencio infame donde el miedo y la mentira están presentes.
Me gustaría preguntarle a todos los que se
hacen los distraídos con el “homenaje montonero”: ¿Para qué?, ¿Para qué la
sangre?, ¿Para qué murieron chicos como Berdina,
Maldonado o Ermindo Luna entre
tantos otros?, ¿Para qué el martirio de Larrabure?,
¿Para qué pusimos nuestras almas en pecado en una guerra que no sabíamos hacer,
pero que al final ganamos?, y aunque repita mil veces esa pregunta nadie se
animará a responder. ¡Allá ellos! Porque pasado este momento seguiremos
erguidos y orgullosos, y ellos seguirán con su vergüenza.
MIGUEL ETCHECOLATZ
Comisario General
Preso Político