Por Alberto Asseff *
Hace una década que cambió el
viento en el mundo. Una formidable transformación se está plasmando en
prácticamente todo el planeta. Hasta la propia África es parte de esta favorable
mutación, cuya principal característica es el surgimiento de una nueva clase
media, robusta, numerosa y apetente de alimentos y otros bienes. Sociedades
estructuradas sobre la ominosa pirámide de una amplia mayoría en el estamento
bajo, una carencia de colchón medio y una pequeña clase alta, están cambiando.
Emerge la clase media, la consumidora por antonomasia. Tanto de bienes como de
servicios.
Cierto es que en 2008 la crisis
de la exorbitada economía financiera ha golpeado. Su rebote continúa generando
una desaceleración. Empero, como se sabe, la clase media no deja de comer,
aunque modere sus gastos. Además, las grandes locomotoras del mundo de un modo
u otro han capeado el impacto. Tal el caso paradigmático de Alemania.
La Argentina, más allá de la
escasa confiabilidad de sus estadísticas - ¡pensar que teníamos un organismo
técnico-profesional como el INDEC que era motivo de sano orgullo! – ha crecido
a un promedio de 7/8 por cien salvo el año 2009 y este que culmina ¿Cómo
desaprovechamos este fenomenal acrecentamiento? Porque partamos de la base que
lo despilfarramos. Se puede aseverarlo asertivamente.
En cultura y civilización, ha
avanzado el vandalismo y el embrutecimiento, tanto en los comportamientos como
en las actitudes. Además, la violencia social – no sólo la de género – se ha
incrementado. Inclusive, crece la justicia por mano propia, colosal factor de
retrogradación.
En educación, falta poco para que
el Reglamento introduzca la necesidad de que los maestros se acoracen al dictar
clases ¡Ni hablar del descenso de la calidad educativa! Es tan agudo el mal,
que habría que poner a aprender a enseñar a todos los docentes, algo así como
empecemos de cero. Dicho con todo el respeto que tengo por el magisterio.
En derechos humanos, al compás de
cada vez más enjuiciamientos unilaterales por los desgraciadísimos hechos
criminales de hace treinta y cinco años, la regresión es monumental. El crimen
ha dejado de ser ocasional y aislado. Ahora es organizado, aterrador y cruel,
cobrando miles de vidas, truncando cuantiosos bienes, ahuyentando caudalosas
inversiones, demandando enormes gastos adicionales para protegernos, casi
siempre vanamente.
Las narcoadicciones – como el
narcotráfico que las estimula – nos han devenido en país consumidor, haciendo
olvidar al país de tránsito que nos hizo creer bastante tiempo que la cuestión
nos resbalaba. La expansión de esta enfermedad no es un asunto socialmente
neutro. El aumento de la inseguridad y de la impiedad de los criminales, como
así también de los accidentes viales, se vinculan con la droga.
Es verdad que el 95 por cien de
los mayores están jubilados, pero sus haberes son literalmente indecorosos, en
tanto la ANSES sigue prestando al gobierno y financiando planes que nada tienen
que ver con los intereses del sector pasivo.
La pobreza estructural sigue
impertérrita, inconmovible. No hay caso. Aunque nuestras arcas se llenen de
plata, no hay ni planes ni recursos para rescatarla del pozo en la que está
hundida.
Del déficit de viviendas, ¡para
qué insistir! Lo único que crece exponencialmente son los asentamientos
precarios o villas miseria. En todo el país y hasta en ciudades pequeñas, como
puede verse en Arrecifes, para consignar un ejemplo.
¡Qué decir del bochornoso
transporte público, sobre todo urbano y suburbano! El colapso del ferrocarril y
de la red vial es sufrido por casi toda la Argentina.
Acerca de la institucionalidad,
basta registrar lo que los propios jueces se atrevieron a denunciar sobre la
inédita presión que experimenta su teórica independencia, para corroborar que estamos lejos de gozar de
un régimen constitucional pleno y cabal.
La descomunal batalla que libra
el gobierno para uniformar y dominar el sistema mediático – embozada en asignar
televisiones y radioemisoras a
cooperativas, entidades diversas sin fines de lucro y otras modalidades
– demuestra que nos hallamos ante una contrastante dualidad de agendas: la Casa
Rosada tiene una y la gente otra. Antitéticas, imposible de compatibilizarlas
¿No hay temas más plausibles para que el gobierno ocupe su tiempo? ¿Y para que
nos proponga algo estimulante?
Cualquiera sabe que una
cooperativa, por caso, dependerá de los créditos y avisos oficiales para poder
equipar una TV o una emisora. Pura falacia: disfrazada de libre, será un medio
oficial. Para que el relato sea más abrumador.
¿Qué es de la vida de la
industrialización sólida, esa que agrega valor y genera empleo? Todos sabemos
que el grueso de nuestros ingresos proviene de la producción primaria
agropecuaria a la que se continúa exprimiendo. Pero una transformación,
incluyendo nuevas y vigorosas PYMES, no se entrevé en el horizonte. Por eso, el
gran creador de empleo en los últimos dos años ha sido el sector público. Ya
tenemos pericia en lo malo que es vivir en un país estatizado, lejos de ese
Estado virtuoso que controla y alienta, pero no interfiere.
Proclamaron a los cuatro vientos
que nos habíamos desendeudado, pero ahora resulta que estamos plagados de
deudas, incluyendo demandas por us$ 20 mil millones en el Ciadi, el tribunal
arbitral del Banco Mundial. Y con nuestra nave insignia embargada.
El gasto público se despliega,
pero no hay inversiones en energía – salvo para importarla – ni
infraestructura.
Definitivamente, despilfarramos
un viento de popa excepcional. Una oportunidad extraordinaria para
desarrollarnos moral, institucional y materialmente. En 2013 se presenta una
ocasión para virar el rumbo. Siempre se nos brindan encrucijadas ¡Ojalá podamos
tomar el camino conveniente!
*Diputado nacional-Partido
UNIR-Provincia de Buenos Aires.
www.unirargentina.com.ar