Por el Dr. Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 02 de Mayo del año
2013 - - 1158
No debe confundirse
el patriotismo con el nacionalismo. "Patriotismo" viene de
"patres", o sea, es el amor a la tierra de nuestros padres. Forma
parte del sentimiento filial y es tan natural como el amor a los padres y como
tal, es tierno y sereno y está siempre unido a la Justicia. No da
lugar a exaltaciones irracionales que pasan por encima de aquella ni puede ser
confundido con el egoísmo, ni con la egolatría, ni se sirve con agresividad, ni
excluye la amistad con otras "patrias", sin formar bloques
beligerantes.
Tampoco puede
servir de fundamento a un Estado totalitario, ni a un poder demagógico, sino
que pide ser gobernado por una Autoridad paternal equitativa y honrada. Ninguna
Autoridad paternal roba a sus súbditos así como tampoco un padre le roba a sus
hijos sino que, por el contrario, trabaja y lucha para dejarles un patrimonio
tan grande como le sea posible en legítima herencia.
El patriotismo es
una obligación moral inviolable. "La ley natural nos impone -enseñaba
León XIII en su Encíclica "Sapientiae Christianae"- la obligación de
amar especialmente y defender el país en que hemos nacido y en que hemos sido
criados, hasta el punto de que todo buen ciudadano debe estar dispuesto a
arrostrar incluso la misma muerte por su patria..." (Doctrina Pontificia.
Documentos Políticos. Edición BAC, pág. 267).
¡Ojalá los
argentinos y especialmente los militares de todas las FFAA y de Seguridad que
todavía quedan, recordaran y cumplieran con este deber! ¡Qué triste es ver que
el desamor por la Patria la ha dejado caer en manos de la tiranía de los
rufianes marxistas-peronistas-ladrones y otros crápulas que la oprimen y degradan!
Es desolador ver la
otrora famosa Buenos Aires en manos de gente ordinaria y de mal gusto,
filo-peronistas y ladrones, sin respeto alguno por sus tradiciones ni por su
fisonomía, que la van demoliendo y desfigurando poco a poco. Para ir de un lado
al otro por esta ciudad hay que sortear ruinas y piquetes y canteras de obras
innecesarias, de duración interminable y de costos faraónicos que se prestan a
mil malversaciones.
Un pueblo patriota hace rato que hubiera echado a patadas a los tiranos
nacionales y a los pequeños sátrapas provinciales y de la Ciudad que como
sanguijuelas succionan la mayor parte de sus recursos mientras la gente sufre
mil carencias y desamparos.
Lo que pasa es que
han substituido el patriotismo por el nacionalismo, que es otra cosa. El
nacionalismo es muy distinto al sentimiento filial y sereno que caracteriza al
patriotismo. Es una pasión febril que idolatra al Estado al que identifica con la
Nación. Es esencialmente pagano, demagógico, igualitario y una especie de
"comodín" que sirve para sostener cualquier ideología.
Leí hace poco una
biografía del gran canciller austríaco Engelbert Dollfuss, un estadista de
ideas católicas y tradicionalistas que gobernó su país desde Febrero de 1932
hasta el 25 de Julio de 1934, día en que fue asesinado por los nazis a las
órdenes de Hitler a cuyos intentos de anexión de Austria se oponía valientemente
Dollfuss. Fue escrita, pocos meses después del asesinato, por un noble alemán,
Dietrich von Hildebrandt y contiene reflexiones sumamente interesantes, sobre
todo porque son contemporáneas de la enorme conmoción nacionalista de la década
de 1930/1939 en Europa que culminó con la horrorosa segunda guerra mundial.
Entre ellas me
impresionaron las siguientes frases en las que con una gran simplicidad expone
el origen del nacionalismo:
"La secularización
de Europa preparada mucho antes, halló entonces (al producirse la revolución
francesa de 1789) su expresión elemental. Solamente en un mundo liberado de
Dios podía desplazarse el idealismo a un sentimiento nacional. Y la nación fue
lo único que quedó por encima del todavía insatisfecho bienestar de la
humanidad liberal. Es natural que este nacionalismo haya sido alimentado por
las turbias fuentes del egoísmo colectivo. Puesto que todo idealismo que
prescinda de Dios, se convierte necesariamente en egolatría egoísta inferior.
Este nacionalismo moderno, tal como brota en el *Discurso a la nación alemana*
de Fichte, en las poesías de Arndt y Körner, es un hijo perfectamente legítimo
del liberalismo. Con fino instinto, pues, Metternich y la
*Santa Alianza* se volvieron contra el mismo como contra un peligro
revolucionario. Estaban impregnadas del mismo las asociaciones estudiantiles y
las corporaciones; lo encontramos en toda Europa en la revolución de 1848. En
Hungría, en Italia, en Francia y en Alemania la llamarada nacional sube
ardiendo en estrecha unión con las tendencias liberales y democráticas.
"En Alemania,
donde el nacionalismo prusiano neoalemán llegó a su pleno dominio en 1866 y
1870, no significaba el sacudimiento de un yugo extranjero sino el abandono
definitivo de la antigua idea de *Reich*, la destrucción de la estructura
federal de Alemania, el rompimiento con una gloriosa tradición milenaria.
Implicaba la negación de la más profunda esencia propia, la subordinación y
entrega de las partes católicas de Alemania al espíritu prusiano penetrado de
protestantismo, la apostasía de la universalidad contenida en la esencia
alemana" ("Engelbert Dollfuss, un estadista católico", por
Dietrich von Hildebrandt, Editorial Difusión, Buenos Aires).
Esta frase, escrita
por un noble alemán en 1934, poco después del asesinato del gran canciller
Dollfuss por los sicarios de Hitler que abrió el camino al inicuo
"Anschluss", la anexión violenta de Austria al Tercer Reich, vale
tanto para entender el nacionalismo como concepto político, cuanto como
testimonio de su origen histórico. Fue inventado por la revolución francesa
para substituir el amor al rey, a las tradiciones y al universalismo católico
de la Cristiandad. Los agitadores franceses de 1789 no dejaban de
invocar a "la Nation" contra "les enemis de la Nation" y
con ese lema en ristre emprendieron la conquista de Europa para el liberalismo
bajo el mando de un aventurero corso.
En nombre del
nacionalismo alemán Bismarck arrasó con los pequeños Estados alemanes,
incluyendo a la grande y católica Baviera, y arrinconó al Imperio
austrohúngaro quitándole su natural y benévolo liderazgo de todos los pueblos
alemanes.
Después, Hitler y
sus secuaces enloquecieron a los alemanes con sus "slogans"
nacionalistas, demagógicos y estatistas. "¡Ein Volk, ein Reich, ein
Führer!" rugía el "iluminado" líder ungido democráticamente por las
masas, delante de multitudes gigantescas en perfecta formación.
Es decir, "¡Un
pueblo, un Estado, un Líder!" ululaba la masa en medio de una especie de
liturgia democrática cuya exaltación la llevaba a borrar toda distinción entre
los hombres para formar una conglomerado unánime mal llamado
"pueblo", emborrachado de "alemanidad" y seducido hasta la
locura por un Jefe "democrático" (por más que los democráticos
quieran negarlo), ungido por la "sagrada mayoría". Ya
sabemos cómo terminó esa locura colectiva.
El bandolero
Garibaldi, al servicio de la masonería y de la usurpadora Casa de
Saboya, creó el "nacionalismo" italiano a sangre y fuego, sobre las
ruinas de los Estados Pontificios y del Reino de Nápoles y Sicilia, ratificado
después por votaciones fraudulentas.
Desde entonces el
nacionalismo ha servido a toda clase de malas causas. Empezando por la peor de
todas, la de los comunistas, que claman contra el "imperialismo
yanqui", sin dejar por eso de subyugar bajo la pata del oso soviético a
los desgraciados países que caen en poder de sus agentes.
A Perón le sirvió
para encumbrarse con el famoso "slogan" nacionalista "Braden o
Perón".
Lo triste del caso
es que en la Argentina de los años 30 surgió un movimiento que se llamó
"nacionalista" con las mejores intenciones patrióticas. Estaba
integrado por jóvenes patriotas, inteligentes y en su mayoría, católicos. Eran
una "elite" de primera categoría, muy superior a los liberales
democráticos y a los de izquierda. Lucharon valientemente contra ellos,
defendieron las tradiciones argentinas, se arriesgaron mil veces en lucha
contra bandas de matones; escribieron brillantes artículos en interesantes
periódico. A ese grupo pertenecen los mejores intelectuales argentinos.
Pero el nombre mal
elegido con el que se designaron, "nacionalistas", los contagió de
los errores del nacionalismo europeo y sin darse cuenta cayeron en las redes de
Perón que los usó para encumbrarse en el poder y crear el nefasto movimiento
peronista que desde hace más de 60 años está destruyendo el país.
Varios de esos
nacionalistas patriotas hubieran podido ser un Dollfuss y llevar a nuestra
Patria a cumplir su vocación de grandeza tradicional y católica. Pero ninguno
quiso asumir la responsabilidad de ser Autoridad, mientras que Perón no dudo en
disfrazarse de "Führer" para tomar el poder. La misma
nobleza de aquellos hombres los perdió y nos perdió a todos.
Hoy subsiste el nacionalismo por inercia, pero ya ni siquiera sirve para
levantar a un líder. Está dividido en cien fracciones, casi todas teñidas de
peronismo, y se niega a actuar políticamente para restaurar la Patria.
Entre el
patriotismo, que es un amor efectivo a la Patria, sencillo, justo y diligente,
y el nacionalismo, que es una ideología estatista y democrática, hay una gran
diferencia. Y la mejor prueba de eso es que sigue habiendo muchos nacionalistas
pero es imposible conseguir que haya entre ellos esa unión sagrada para
irrumpir en la Política (con mayúscula) con entusiasmo y coraje, al servicio de
una voluntad argentina de vivir en Justicia, como Dios manda, que sólo el
patriotismo puede inspirar. Es muy triste.
Cosme Beccar Varela