Por el Dr. Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 28 de
Mayo del año 2013 – 1167
REPRESENTACIÓN DEL DISCURSO
TÍPICO DE UN PRELADO MODERNISTA
Imaginemos un alto prelado famoso
por su humildad. Esa fama debe promoverla él mismo mediante diversos gestos
bien estudiados para producir la admiración esperada. Si visita un hospital; si
hace "cola" para conseguir algo que, con su cargo, podría obtener en
cinco minutos; si visita una vivienda de gente pobre; si se llega a un
santuario mariano y reza el Rosario, y otras cosas semejantes, debe haber
fotógrafos que registren estos hechos y prensa que los publique.
Además, sonríe, sonríe
permanentemente con una sonrisa distendida y ancha, de tal manera que todos
piensan que es feliz y simpático y que esa es la manera de ser católico. Cuando
habla insiste en la necesidad de ser
alegre y hace confidencias acerca de su vida simple y humilde, y relata que antes de entrar al seminario era
un joven como todos los demás que hasta tuvo una novia y salía a bailar. Cuenta
las cosas que le decía su abuela, su mamá, su papá y las maestras del colegio.
Es decir, todos pueden ver que en él no hay ninguna pretensión de superioridad
y que si su jerarquía eclesiástica es elevada, ni se acuerda que la tiene ni
quiere hacerla valer.
Su llaneza estudiada y constante,
crea un sentimiento de igualdad que desacraliza la autoridad de su cargo
eclesiástico. Todo en él parece decir: "Esta jerarquía que tengo no me
diferencia de ustedes. Somos todos iguales." Inclusive habla contra las estructuras caducas (de las
que forma parte esa jerarquía, aunque no lo aclara, pero se entiende), de la
necesidad de cambiarlas, porque son repugnantes a la necesaria proximidad de
los prelados con el pueblo, del cual viene la inspiración para el cambio.
La Iglesia ha exagerado el valor
del dolor. Ya Jesús sufrió en la cruz y conquistó para nosotros la alegría.
Sólo se trata de amar a Jesús, de sentirlo como un hermano, como un amigo. Sin
ese sentimiento nuestra religión es falsa. El encuentro con Jesús es algo
personal que nace desde adentro del alma, como una fuente escondida dentro de
nosotros que debemos estar siempre dispuestos a dejar surgir.
La experiencia religiosa es
insubstituible y en ella está la verdad. Repetir frases aprendidas, que nos
vienen de afuera, por más que se nos presenten como doctrina ortodoxa, puede
aplastar nuestra sensibilidad del Jesús verdadero que está dentro de nosotros.
La única doctrina que debemos seguir es la que resulta de la reflexión sobre
nuestra fe inmanente, profunda. Ella nos indica lo que debemos creer y
hacer.
La moral no puede ser un conjunto
de reglas que se nos imponen. Debemos ser buenos cómo y porque sentimos que hay
que ser buenos. El amor al otro es lo esencial. Sin ese amor incondicional, sin
barreras ideológicas ni religiosas, que es obra del Espíritu Santo, no hay
moral sincera. Toda división, toda discriminación, es obra del diablo y es fruto
de la soberbia. Debemos ir al mundo, no pensar que somos de otro mundo. Hay que
ir hacia la gente, salir afuera de nosotros mismos pero movidos por el
sentimiento que está dentro de nosotros en donde está Jesús. Si Jesús no está
en ese sentimiento, no está en ninguna parte y en vano predicaremos
palabras.
Especialmente debemos estar con
los pobres. Los ricos creen que dando unas limosnas ya cumplen con el amor,
pero se engañan. Tienen que compartir todo lo que tienen o su dureza los aleja
de Jesús. Esos ricos han perdido la vivencia de la fe y su cristianismo se ha
degradado. Hay que estar siempre con los pobres y defender los derechos
humanos, aunque nos digan "comunistas".
No debemos confrontar, debemos
estar en paz hasta con los que niegan a Dios y
lo que consideramos moral. Debemos defender nuestra ética, pero no hacer
manifestaciones a causa de una coyuntura legislativa que nos parezca mala, por
mala que sea. Las protestas en defensa de nuestra idea de moral son contrarias
a la mansedumbre que debemos tener frente a todos, aún frente a los que son
enemigos de nuestra fe. Actuar de otra manera sería hacer política, que no es
nuestra misión.
Tampoco debemos tratar de impedir
que haya quienes quieran hacer público su ateísmo y hasta su odio a Jesús.
Acordémonos como Jesús le ordenó a Pedro envainar su espada en el Huerto de los
Olivos. Un artista que es tildado de “blasfemo” (¡fea palabra que no deberíamos
usar nunca!), que hace exposiciones de sus obras obscenas con figuras
religiosas, debe ser respetado porque es lo que él siente y nosotros tenemos
que convivir con él. No lo podemos atacar.
El mundo progresa, la conciencia
moral de las culturas es cada vez más vívida. Los tiempos de la desigualdad y
del trato altanero han pasado para siempre. Estamos en la era de la
fraternidad, que es la única manera de ser cristiano.
Es cierto que la moral cambia,
¿pero acaso nosotros no cambiamos también? Si seguimos fieles al hecho
religioso como un movimiento hacia el encuentro con Jesucristo, que es la
esencia de la moral, no debemos temer los cambios de las costumbres ni mantenernos
al margen de la vida.
¿Que eso puede llevarnos al
pecado? ¡No importa! Nunca debemos rendirnos ante el mal. Eso es lo que quiere
el diablo. Sentirse pecador es una de las cosas más lindas que le pueden
suceder a una persona. Es una gloria. Sólo los grandes pecadores tienen la
vivencia de la gracia. El pecado no es una mancha, es un lugar privilegiado
para el encuentro con Jesús. Los que
viven obsesionados con ser buenos, son los peores. Y es seguro que no pagan los impuestos ni
cuidan la naturaleza y denigran a los “ecologistas”.
Creamos en el hombre, no
levantemos barreras entre los hombres. Confiemos en que la chispa de la
divinidad que hay en cada uno de nosotros encienda la llama del hecho
religioso. Lo importante es la sinceridad. Hasta los ateos tienen esa chispa
dentro de sí, aunque no se den cuenta. Pero nosotros, por la gracia de ser
cristianos lo sabemos y debemos confraternizar con ellos. Lo mismo que con los
seguidores de cualquier religión porque todas llevan a Dios de alguna manera. Dios
es el mismo para todos. Sólo los duros de corazón pueden dejarse dominar por
las ideologías que separan. El cristianismo no es una ideología. etc. etc. etc.
* * *
Podría seguir desarrollando el
libreto de ese modelo de prelado modernista actual, pero sería largo y
fastidioso. Con lo dicho basta para ver cual es el sentimiento que intenta
crear y cual es la idea a la que ese sentimiento lleva. Es precisamente la
herejía modernista condenada por San Pio X, hoy llamada “progresista”, según la
cual "es en el interior del propio hombre donde hay que buscarla (a la
revelación religiosa); pero como la religión es una forma de vida, la
explicación estará exclusivamente en la misma vida del hombre. Por este camino
se llega a establecer el principio de la inmanencia religiosa...un fenómeno
vital... (que) arranca de una cierta indigencia o de un cierto impulso, cuya
primera expresión es ese movimiento del corazón que llamamos sentimiento."
(Encíclica “Pascendi”, edic. cit. pag. 225).
Ahora bien, como el sentimiento
es algo personal e intransferible, a no ser por simpatía, no existe un criterio
de verdad objetivo, ni Revelación de Dios que lo justifique. Luego, no queda
otra cosa que concluir que mientras uno sea fiel a ese sentimiento propio, está
en lo cierto y, por lo tanto, no hay razón alguna para decir que el catolicismo
sea la única religión verdadera y menos aún que fuera de la Iglesia no hay
salvación.
Ese "Jesús" al que se
invoca como una presencia sensorial de cada uno, no es el Hijo de Dios hecho
hombre, aunque desde luego el prelado modernista-progresista no lo diga. Es una
obra de nuestro corazón basada en aquellos aspectos de la historia de Su vida
que nos han impresionado. Es, por lo tanto, aunque el prelado de marras no lo
explicite, un hombre como nosotros y hacerlo Dios es alejarlo de nosotros. Hay
muchas maneras de explicar el fenómeno religioso que Jesús provoca en nosotros
que no exigen divinizarlo. Si se atrevieran, elogiarían el libro impío de
Renan, varias veces condenado, sobre la “Vida de Jesús” puesto que allí se lo
presenta como un hombre extraordinario, un superhombre, pero nunca como
Dios.
De esta manera subliminar, a
través de los sentimientos hábilmente manipulados y de cambios sugestivos en
los símbolos de la Iglesia, el prelado modernista va produciendo la apostasía
de las almas católicas y su adhesión a la herejía modernista-progresista
puesto, que como dice San Pio X, una vez aceptado un postulado de ella, los
demás exigen la misma adhesión. Quienes sigan a esa clase de prelados con ese
tipo de discurso, pierden la fe católica.
Pidamos a la Santísima Virgen que
interceda por todos nosotros, católicos, para no ceder ante esa embestida de la
peor herejía de todos los tiempos presentada ahora de la forma más imponente y
habilidosa de toda su historia. FIN