Buenos Aires, 26 de septiembre de 2016
Sr. Director:
“Todo es igual, nada es mejor”…
Tratándose de la democracia y de
los partidos políticos argentinos, la sabia frase del inefable filósofo creador
del famoso tango “cambalache”, viene como anillo al dedo. En efecto, la
descripción que Enrique Santos Discépolo hacía del mundo allá por los años
treinta y tantos, es una genialidad que ha traspasado el tiempo y nos enfrenta
con la realidad de la condición humana.
Quién puede decir que en materia de política y gobierno,
desde 1983 a
la fecha, tal o cual partido se han distinguido por su afán de perseguir el
Bien Común?... La respuesta es ninguno. Es decir que en la política democrática
moderna de la Argentina, “todo es igual,
nada es mejor”. Y por favor, para rebatir estos dichos, no vengan los
aludidos con el “relato” que cada partido tiene para hacerle creer a la gente
que, efectivamente, se preocupan por el prójimo y que luchan por alcanzar el
bien común, porque está hartamente demostrado que en esta democracia la única
lucha que importa es la lucha por el poder.
En diciembre del año pasado a poco de que el actual partido
gobernante ganara las elecciones, en un acto conmemorativo por un nuevo
aniversario del 3 de Diciembre de 1990, pronuncié un discurso en el que me
encargué de señalar cómo los gobiernos de los Kirchner, formando parte de la
revolución anticristiana habían destruido a nuestro país a lo largo de doce
penosos años.
Luego agregué:
“En síntesis, así como la revolución
anticristiana ha avanzado a pasos agigantados en todo el mundo, también en
nuestro país de la mano de gobiernos democráticos alejados de los valores
cristianos, la contracultura ha logrado objetivos enormemente dañinos para la
salud mental de nuestros conciudadanos.”
“Al tiempo real que describimos este proceso
revolucionario, hace apenas unos días, nuestro país ha participado de un
proceso electoralista que permite aventurar algunas conclusiones respecto de lo
que acabamos de señalar. En tal sentido, decimos que más del 50% de nuestra
población fue a votar convencida de que:
- Se recuperará en la Argentina la institución de la Justicia que fue mancillada por largos años.
- Se recuperará en la Argentina la cultura del trabajo.
- Se recuperará la Argentina de los valores éticos y morales subvertidos en los años del último gobierno.
- Se recuperarán las instituciones armadas de la Nación y una política de Defensa Nacional soberana.
- Se recuperará en la Argentina la seguridad de sus habitantes.
- Se recuperará la Argentina del liderazgo intelectual que la caracterizó a lo largo de su existencia y que se dilapidó en los últimos años.
- Se recuperará la soberanía de sus fronteras entregadas a manos extranjeras con fines electoralistas.
- Se recuperará la Argentina del sentido común y del valor de la Justicia que permite castigar al culpable y premiar al trabajador.
“Muchos de nuestros compatriotas que aún creen
en el sistema, piensan que estamos transitando un momento de cambio histórico
que permitirá concretar una respuesta positiva a cada uno de los interrogantes
planteados. Sin ánimos de querer tirar por tierra las expectativas de quienes
así piensan, incluyendo familiares, amigos, y gente cercana, quienes descreemos
del sistema electoralista y de la democracia alejada de los valores cristianos,
estandarte principal de la revolución anticristiana, de la cual participan
tanto oficialistas como “supuestamente opositores”, no vamos a decir nada nuevo
si afirmamos en esta ocasión que nada que venga del sistema réprobo electoralista,
puede transformarse en algo virtuoso y así alcanzar el bien común de los argentinos
en su sentido más estricto”…
Pasaron nueve meses desde entonces y conforme con aquellas
expectativas de muchos argentinos, hoy podemos decir que sólo hemos recuperado
para la Argentina, una cuestión formal, de mejores modales, buen trato y de
menor corrupción. En materia de políticas de fondo, la Argentina sigue
inexorablemente la huella del camino que la conduce a ser un estado fallido.
Aquella promesa incumplida de “voy a
terminar con el curro de los derechos humanos” y que, sin dudas, le aportó
al actual gobierno el voto masivo de la clase media, resultó más que un botón
de muestra.
El nuevo presidente, intentando como política fundamental
de su gobierno, “diferenciarse” de su antecesora, se refugia permanentemente en
el funcionamiento de las instituciones. Pero lo grave es que, previamente, no
genera los mecanismos constitucionales para depurarlas de quienes a lo largo de
doce años se encargaron de corromperlas, desvirtuarlas y desnaturalizarlas. Y
así avala a todos los jueces que con su conducta prevaricadora le han quitado
su esencia a la República. Que el ex guerrillero y terrorista Eduardo Anguita
(condenado a 18 años de prisión no cumplidos por el asesinato del teniente
coronel Raúl Duarte Hardoy), presente un libro sobre derechos humanos del
presidente de la Corte Suprema de Justicia, me exime de mayores comentarios.
Sólo habría que agregar que así se entiende más porque la delincuencia no
recibe castigo o porque tantos militares que combatieron al terrorismo mueren
en las cárceles o son sometidos al escarnio público.
Por supuesto, Macri no es Néstor ni tampoco Cristina, pero
no nos quedemos con los últimos gobiernos, tampoco es Alfonsín, ni Menem, ni
Duhalde ni De La Rúa. Todos ellos son distintos entre sí y buscan
diferenciarse. Pero si los juzgamos por lo que han hecho por el bien común, no
hay dudas que: “Todo es igual, nada es
mejor”…
¡Por Dios y por la Patria!
Hugo Reinaldo Abete
Ex
Mayor E.A.