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viernes, 27 de junio de 2008

"¿Que dice la gente que es el hijo del hombre?"

Primera Lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (12, 1-11)

En aquellos días, el rey Herodes mandó apresar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan, y viendo que eso agradaba a los judíos, también hizo apresar a Pedro. Esto sucedió durante los días de la fiesta de los panes Azimos. Después de apresarlo, lo hizo encarcelar y lo puso bajo la vigilancia de cuatro turnos de guardia, de cuatro soldados cada turno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad no cesaba de orar a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes iba a hacerlo comparecer ante el pueblo, Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas y los centinelas cuidaban la puerta de la prisión. De pronto apareció el ángel del Señor y el calabozo se llenó de luz. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: “Levántate pronto”. Entonces las cadenas que le sujetaban las manos se le cayeron. El ángel le dijo: “Cíñete la túnica y ponte las sandalias”, y Pedro obedeció. Después le dijo: “Ponte el manto y sígueme”. Pedro salió detrás de él, sin saber si era verdad o no lo que el ángel hacía, y le parecíamás bien que estaba soñando.Pasaron el primero y el segundo puesto de guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y caminaron hasta la esquina de la calle y de pronto el ángel desapareció. Entonces, Pedro se dio cuenta de lo que pasaba y dijo: “Ahora sí estoy seguro de que el Señorenvió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo cuanto el pueblo judío esperaba que me hicieran”.


Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4, 6-8. 17-18)

Querido hermano: Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento. Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y medio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial.


Lectura del santo Evangelio según san Mateo (16, 13-19)
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino delos cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Palabra del Señor.

El comentario

La Iglesia oraba insistentemente por PedroSalmo responsorial 33: El Señor me libró de todas mis ansias.2Tm 4,6-8.17-18: Ahora me aguarda la corona merecidaMt 16,13-19: ¿Quién dice la gente que es este Hombre?
Hoy la Iglesia celebra en su liturgia la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, columnas y apóstoles de la Iglesia. En la primera lectura nos encontramos con el relato de la liberación de Pedro de la cárcel por obra de un ángel enviado por Dios. Eran tiempos de una persecución devastadora contra aquéllos que habían decidido seguir a Jesús, el Hijo de Dios; tanto así que este tiempo será recordado como la era de oro de la Iglesia, pues incontables mártires, niños y niñas, jóvenes y adultos, dieron testimonio con su sangre de la verdad de Cristo, al no aceptar la religión del imperio romano ni apostatar de su fe en el Señor Jesús.
En la segunda lectura nos encontramos con un pasaje de la despedida del apóstol Pablo a su discípulo amado Timoteo, en el cual le exhorta a dar un buen combate en la fe tal como lo ha dado él, sin importarle las consecuencias que traiga consigo semejante actitud. Reconoce el apóstol que su fe está puesta en Cristo, quien lo fortalece en los momentos en que se encuentra prisionero en Roma, a la expectativa de lo que vayan a hacer con su vida. Espera la corona merecida y seguirá confiando hasta el final en el Señor, pues él lo seguirá librando de todo mal.La fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo ofrece la ocasión para reflexionar, a partir del texto evangélico propuesto, sobre la confesión de fe como forma de construcción de la Iglesia.El relato consta de una doble pregunta de Jesús a sus discípulos con su correspondiente respuesta (vv. 13-16) y de la bienaventuranza de Simón (vv. 17-19).Las preguntas y respuestas sirven para la separación de dos categorías de personas, según la evaluación que hagan sobre Jesús. De una parte tenemos a la «gente», de la otra a «los discípulos». La gente o «los seres humanos» no captan el sentido auténtico de la actividad de Jesús. Su opinión lo coloca en continuidad con personajes del pasado: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas. Como Herodes en Mt 14,2 esta valoración puede estar entremezclada de elementos desfavorables.Por el contrario los discípulos, de quienes Pedro es portavoz, han captado el verdadero significado de la actuación de Jesús. No solamente confiesan que es el Mesías esperado sino también que su mesianismo se origina en su filiación divina, condición que le posibilita transmitir la Vida de Dios, a diferencia de los ídolos muertos. El «Hijo de Dios vivo» se ha hecho presente en la vida de la humanidad, en una comunidad que lo reconoce el «Dios con nosotros» (cf Mt 1,23; 28,20).Este reconocimiento recibe, a su vez, la proclamación de felicidad y dicha que hace Jesús respecto a sus seguidores de los que Pedro, gracias a su fe, se ha convertido en prototipo e imagen. Frente a la opinión de la gente, Pedro ha aceptado la revelación del Padre a los sencillos y humildes.La originalidad de su confesión hace de Pedro y de sus compañeros, mensajeros de la fe en medio de un mundo hostil. Más allá de la historicidad sobre el nombre de su padre (aquí, hijo de Jonás, en Juan 21,15 hijo de Juan), en él se pueden detectar los rasgos de Jonás, el profeta que debió llevar la Palabra de Dios a la ciudad hostil y que, en ese intento, corrió el riesgo de ser sumergido en el mar(cf 14,30) y fue liberado de ese peligro mortal (cf 14,31).En la Asamblea del desierto, Moisés recibió de Dios el don de la Ley (Dt 9,10; 10,4 etc.). Aquí el discípulo recibe el don de la fe en Jesús que lo convierte en elemento apto para la edificación de una nueva Asamblea, el Israel mesiánico constituida en torno a Jesús como la Asamblea del desierto se constituía en torno a Moisés.Se realiza entonces para la comunidad lo que se realizaba en el individuo sensato que ha colocado su cimiento sobre la roca de las palabras de Jesús (Mt 7,24-25). Los discípulos que adhieren a Jesús construyen una ciudad inconmovible, a la que no pueden derrotar las fuerzas de la Muerte o del Abismo.Se crea de esta forma un espacio inexpugnable frente a las potencias del mal, en el que los discípulos no son sólo cimiento sino también administradores: A ellos se les han consignado las llaves y a ellos se les consigna la función judicial de tomar la decisión de aceptar o no la entrada a aquella ciudad: «Atar o desatar». Esta fórmula quiere significar una participación de la comunidad en la autoridad de JesúLa proclamación de la fe en Jesús por parte de Pedro, prototipo de los creyentes, es el cimiento inconmovible capaz de superar los embates de las fuerzas del Mal actuantes en la historia humana. Los que la proclaman pueden ofrecer asilo acogedor a quienes están amenazadas por aquellas fuerzas. Pueden también negar ese asilo a los que rechazan el designio salvífico.

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