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viernes, 7 de agosto de 2009

EL PENSAMIENTO POLÍTICO Y JURÍDICO DE DANTE: SU ACTUALIDAD


EL PENSAMIENTO POLÍTICO Y JURÍDICO DE DANTE: SU ACTUALIDAD

La confusión de las personas, principio fue del mal de las ciudades

Dante, Paraíso, XVI, 67.

I.-

Hace muchos años en una disertación pronunciada en Mar del Plata, acerca de un tema análogo, quien nos presentó, el profesor de Derecho Político y diplomático ejemplar, Carlos Gustavo Lerena, cuya memoria recordamos, dijo algo así: hoy, Montejano nos viene a hablar de la actualidad de un poeta y político, que hasta fue acusado de ser inactual en su época.

Pasados más de cuarenta años volvemos sobre el tema, con otro atrevimiento: compartir la tribuna de nuestro Instituto, de nuestra corporación profesional, con la persona, que a nuestro entender es quien más sabe acerca de Dante, no sólo en nuestra Patria sino en toda América, quien en su generosidad de viejo amigo, que no es lo mismo que amigo viejo, aceptó inmediatamente el convite: hablamos del doctor Jorge Adolfo Mazzinghi, a quien tendrán el placer de escuchar mañana. Cabe acotar que sus ancestros, ya en el siglo XII, provenientes de Campi, se instalaron en Florencia y que Dante nació en esa Ciudad en 1265 y murió en Rávena, en el exilio, en 1321, donde su cuerpo todavía descansa, rigurosamente custodiado.

Y ahora, para no incurrir en las censuras del escribano. Mollura, para quien no le sacamos el jugo a los capiteles, un comentario al de hoy: “La confusion de le persone principio fu del mal de la cittade”. Esta confusión se opone al orden de la sociedad en ese ámbito, que resulta de la justicia y que de acuerdo con la grandiosa definición agustiniana, adaptada por nosotros a la política, es “la disposición que asigna a las cosas, a las personas y a los grupos infrapolíticos, iguales y desiguales el lugar que les corresponde”.

Este orden existe, en cualquier sistema político, cuando gobiernan los mejores, y los peores, en sentido moral y jurídico, se alojan en las cárceles, que procuran su mejoramiento para su reinserción en la sociedad. Cuando la idoneidad tiene su premio y el delito su castigo, cuando el hombre común recibe buenos ejemplos de los poderosos y se siente partícipe de una empresa colectiva. Cuando las leyes son ordenaciones racionales orientadas al bien común y no el resultado de caprichos, de voluntarismos ciegos o de arbitrariedades de los que mandan, pues como escribe Dante a los florentinos: “no hay delincuente más peligroso que aquél que, sin vergüenza y respeto de Dios, hace todo lo que le vienen gana”1, o sea, no hay más delincuentes más peligrosos que aquellos que, por su poder, quedan impunes. Como decía el Padre Leonardo Castellani, “en la Argentina va preso quien roba una gallina, pero no el que roba la estancia y la gallina”.

No olvidemos que la paz es resultado de ese orden justo y que San Agustín, la define en dos palabras, que muestran la concisión de la lengua latina: “tranquilitas ordinis”, o sea la “tranquilidad en el orden”, según la traducción castellana.

Y como hoy vivimos, aquí, desde hace tiempo, y no sólo en el campo político, en esa confusión que denuncia el tango “Cambalache2, que se incrementa en forma cotidiana, los argentinos añoramos el orden y la paz.

II.-

Intentaremos ahora, con la ayuda divina, hacer un esbozo del mensaje político y jurídico del gran florentino a los hombres que vivimos en los albores del siglo XXI, en especial a nuestros sufridos compatriotas.

La obra fundamental de la cual nos ocuparemos, en primer lugar, por su importancia sustantiva, y en segundo, para congraciarnos con la representante de la minoría monárquica en el Curso de Argumentación Jurídica, la escribana Edda Sinelli, es “La Monarquía” o Monarchia, aunque no faltarán muchas referencias a “El Convite” o Convivio, un banquete filosófico, que el autor ofrece a sus lectores, y a algunas cartas. “La divina comedia”, obra magna, queda reservada al maestro Mazzinghi, excepto la referencia a algún comentario, para confirmar las afirmaciones de nuestro colega Ernesto Calandra, quien afirma, estimamos con razón, que Dante era teólogo. El distinguido escribano y querido amigo se enrola en una corriente interpretativa que comenzó con Juan de Virgilio, quien había preparado, para el sepulcro de Dante un epitafio, que decía: “Dante teologo di nessuna dottrina ignaro - che filosofia scaldi sul suo nobile seno”.

Con esta hermenéutica coincide Paulo VI, cuando en la Carta Apostólica en el VII centenario del nacimiento del poeta lo llama “señor del altísimo canto, precisamente en cuanto teólogo de mente sublime”.

III.

La Monarquía” es una obra política, de doctrina política, cuyo objeto no está ordenado a la especulación3, sino hacia la acción. Se trata de cosas en lo fundamental agibles, reguladas por la prudencia política. Y también, aunque subordinados, de aspectos factibles, regulados por el arte político.

Respecto a esta obra, fundamentalmente de filosofía política, señala Etienne Gilson: “se puede decir sin exageración alguna, que no es indigna de su autor. Sino en belleza literaria, al menos por la amplitud y la extraordinaria originalidad de sus puntos de vista. La Monarquía hace honor al nombre de Dante: sin duda sería difícil hacer de ella mejor elogio”4.

IV.-

Al comienzo de su obra, el autor se presenta como lo que somos todos los hombres medianamente normales: eslabones de una larga tradición, de esa sabiduría de siglos que distingue a Shakespeare y a Newton de los hombres de las cavernas. Esto ha sido negado sólo por algunos dementes como Rousseau, Robespierre, Augusto Comte o Carlos Marx. Como esto no lo decimos al voleo, le dedicaremos una palabra a cada uno, reconociendo, al primero, su calidad de gran escritor, y en los dos últimos bastantes intervalos lúcidos, más allá de su estado habitual al que se refiere nuestro Código Civil al definir la causa de esta incapacidad. Rousseau escribió: “la naturaleza ha roto el molde del que he salido”, Robespierre afirmó que la Revolución Francesa había generado en seis meses hechos más importantes que toda la humanidad anterior, o sea desde Adán y Eva hasta ese acontecimiento político; Comte y Marx, se declararon los primeros científicos de la humanidad, por eso los socialistas anteriores al último, fueron llamados por ese ingrato, que mucho les debía, con desprecio, utópicos o pre-científicos.

El hombre, decía Charles Maurras, “es un heredero”; y, como tal se manifiesta Dante a los seres humanos requiriéndoles que “así como han aprovechado los beneficios de la labor de sus antepasados, por su parte, ellos consigan trabajar en provecho de sus descendientes, de tal manera que la posteridad quede enriquecida”.

El florentino ilustre critica al hombre egoísta que no labora lo recibido, que no enriquece el patrimonio cultural heredado, “que en lugar de ser el árbol plantado a la vera del arroyo que a su tiempo da frutos, queda convertido en devastador remolino, que todo lo traga y nada devuelve”5.

Dante no es un irónico en sentido clásico de la palabra, un falso humilde, que se abaja para engañar mejor, sino que tiene conciencia de los talentos recibidos, que debe hacerlos fructificar como enseña la parábola evangélica, y no enterrarlos bajo tierra, o guardarlos en una caja de seguridad. Por eso, tiene el propósito de “dar frutos que aprovechen a todos y de enseñar algunas verdades descuidadas por otros”.

Su empresa es ardua y superior a sus fuerzas, lo confiesa, pero confía en la luz de aquel Dispensador “que a todos da con abundancia y sin reproche”6.

V.-

Dante es heredero de la Antigüedad y de todo el Medioevo anterior. ¿Es un renacentista? Entendemos que no, porque su cosmovisión es medieval; pertenece a una época muy institucional, ya que en ella, las instituciones sostenían a las personas. Es por eso, que papas y reyes pueden aparecer en su infierno7, sin que por eso se discutan la Iglesia o la monarquía. En nuestra época individualista, con instituciones debilitadas, en cambio, son las personas quienes, muchas veces, sostienen a las instituciones.

En una alocución a la Sociedad Dante Alighieri, el Papa Paulo VI afirma: “Este ardiente deseo (de Dante) de unidad, en todos los dominios de la vida, refleja maravillosamente la mentalidad medieval… esa mentalidad que jamás será conocida suficientemente: la mentalidad de unidad arquitectónica del mundo cósmico, de la sociedad civil y eclesiástica, de la historia, de la lengua, de la escuela, de la cultura; unidad, sinfonía, armonía, equilibrio de las facultades de la persona humana llamadas a conspirar en la síntesis que se llama belleza; esto es, unidad que extrae su origen y su modelo de Dios, punto focal de todo el universo, fuente de vida y de luz y de unidad: “Vi un punto que irradiaba una luz tan viva, que los ojos que ella toca deben cerrarse por causa de su fuerza penetrante”(Paraíso, XXVIII, 16-18)8.

La perspectiva de Dante es teocéntrica; en cambio, la perspectiva renacentista, con muchos matices y grados, es fundamentalmente antropocéntrica.

VI.-

El gran florentino fue todo lo contrario de un poeta puro, de un político de laboratorio. Fue un hombre que comprometió en sus empresas su pensamiento, su corazón y su sangre. Esto lo señala bien el actor Roberto Benigni: “Lo importante es tratar al poeta en su eternidad de ayer, hoy, mañana: está siempre delante de nosotros. Dante no es un trágico que mira siempre desde lo alto como Goethe: él vive, se enfurece, vuelve sobre sus juicios, es un hombre verdadero lleno de pasión y de pasiones… Con él conocemos de veras todas nuestras emociones y debilidades”9.

Defendió sus convicciones con la espada, la pluma y la palabra. Sufrió la proscripción, la pobreza y el destierro. Así, el mismo lo confiesa en El Convite: “He sido como un barco sin vela y sin gobierno, arrastrado a diferentes puertos y costas y playas por el viento seco que levanta lo dolorosa pobreza”10.

.

Nunca fue indiferente a las tribulaciones de Florencia y de Italia. Como señala el profesor alemán Günther Holstein, “Dante se vio sumergido, con todo el apasionamiento de su ser, en medio de las tormentas y facciones políticas de su época. Destrucción por todos lados, lucha entre el Emperador y el Papa, corrupción de la Iglesia, corrupción de las costumbres”11. Podría haber exclamado palabras análogas a las pronunciadas por don Miguel de Unamuno en horas sombrías de su patria: “Me duele España”.

Aunque a nuestro entender, olvidó otras, practicó esa parte de la prudencia que se llama circunspección y así nos dijo: “Es necesario hablar y obrar en una edad de distinta manera que en otra, pues hay costumbres que son oportunas y laudables, en una edad e inconvenientes y reprochables en otra”12.

Nunca se entusiasmó con las novedades en si mismas, como algunos hoy, que en lugar de evaluar los signos de los tiempos los convierten en normas de conducta, y por eso escribe: “El resultado de las novedades es incierto, ya que nunca se ha tenido experiencia de ellas, mientras que las cosas usadas y conservadas están comprobadas por su desarrollo y por su desenlace”13.

Supo discriminar justamente y si hoy viviera entre nosotros sufriría la persecución del INADI, de nuestra resentida ex alumna María José Lubertino (antes Lubertino Beltrán); y aquí ES, o sea nuestra computadora nos corrige bien, pues escribe Libertino; esa libertina lo acusaría por discriminar entre hombre y mujer cuando afirma: “Toda bondad propia de una cosa es amable en ella: como, por ejemplo, en los hombres, poseer una recia barba, y en las mujeres, tener limpia la cara de toda barba14.

También aconsejó a los varones a saber apreciar con inteligencia la belleza en las mujeres: “No se puede manifestar bien la belleza de una dama cuando los adornos del tocado y de los vestidos hacen que se admire más a estos que a ella misma, por eso, quien quiera juzgar con acierto a una dama debe mirarla cuando su belleza natural está sola, sin compañía de adorno accidental alguno”15.

Y las mujeres, a pesar del dicho, “el hombre es como el oso, cuánto más feo más hermoso”, no deberían criticar nuestra fealdad, pues como afirma Dante “No debemos reprochar a un hombre porque sea feo de nacimiento porque no estuvo en sus manos ser hermoso16.

¿Qué diría el varonil florentino de la extensión, que se produce en nuestros días, en gastos de tinturas, cirugías, manicuras, picaduras de avispas, cremas y otras yerbas aplicadas a los metrosexuales que al final parecen verdaderos muñecos? Por eso, hoy recomendamos a las mujeres juzgar a los varones al natural, aunque no seamos partidarios del nudismo.

Y para que no nos acusen de olvidar la cuota femenina, un consejo dantesco para algunas de ellas, en la línea del apotegma homérico, “el silencio es el ornato de la mujer”, para las damas ruidosas, cuyas reuniones parecen grandes pajareras, comparadas con la sonrisa de Beatriz: “Sea tu risa sin estrépito; es decir, ríete sin cacarear como una gallina ¡hay sonrisa admirable de mi señora, de quien hablo, que nunca la sentía otro sentido que la vista!17.

Existen animales, como la hiena, que ríen, aunque su risa no tenga el mismo significado que entre los hombres; pero podemos afirmar que la sonrisa es un fenómeno estrictamente humano.

Durante la guerra de España Saint-Exupéry estaba prisionero de los anarquistas, que estuvieron a punto de fusilarlo; el crimen era usar corbata18. Porque “ellos fusilaban sin grandes objeciones de conciencia… por un síntoma dudoso se envía al contagiado al lazareto de aislamiento: el cementerio”. En un momento advirtió que había olvidado los cigarrillos y como uno de sus carceleros fumaba, le pidió uno, con el esbozo de una sonrisa. “El hombre, alzó los ojos en la dirección, no de mi corbata, sino de mi rostro y, con gran sorpresa de mi parte, esbozó, él también, una sonrisa. Fue como el despertar del día… Nada aun había sido dicho. Sin embargo, todo estaba resuelto. Puse la mano, en señal de gratitud, sobre la espalda del miliciano en el momento de tenderme el cigarrillo. Y como, una vez roto el hielo, también los otros milicianos se humanizaron, penetré en la sonrisa de todos como en un país nuevo y libre”19.

V.-

Para Dante el bien humano, la felicidad en sentido clásico, necesita paz y libertad.

Aquí utiliza un argumento de cantidad, el de la parte y del todo (esto para el Curso de Argumentación), y nos dice: “como lo que se predica de la parte se predica también del todo, y en el hombre particular ocurre que con la tranquilidad y el descanso se perfecciona en prudencia y sabiduría, es evidente que el género humano, en la quietud y tranquilidad de la paz, podrá ocuparse con mayor libertad y facilidad a su obra propia… De donde se concluye que la paz universal es el mejor de todos los medios ordenados a nuestra felicidad. Por eso, cuando se oyó una voz del cielo sobre los pastores, ésta no les anunció riquezas, ni placeres, ni larga vida, ni salud, ni fuerza, ni belleza, sino paz. La milicia celeste canta: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”20.

Y el todo se alcanza en etapas. A partir del hombre y a través de la casa, la aldea, la ciudad y el reino particular, llegamos en forma orgánica al imperio universal, cuyo emperador debe esforzarse para que “en esta mansión de los mortales se viva en paz y con libertad”.

Dante se apoya en la autoridad de Aristóteles quien afirma que “cuando varias cosas están ordenadas a un mismo fin, conviene que una de ellas regule o gobierne y que las demás sean reguladas y regidas”, para llegar a la conclusión que en todos esos ámbitos es necesaria una autoridad, recordando respecto a la familia la maldición antigua: “ojalá tengas un igual en tu casa” y respecto al orden político el texto evangélico: “todo reino dividido será desolado” (Lucas, 11, 17).

Dante propugna, en el lenguaje de su tiempo, un imperio universal, pues ya que todo el género humano está ordenado a un mismo fin, conviene que haya uno que mande o reine y éste deber ser llamado monarca o emperador.

En El Convite había señalado algo jurídicamente elemental y fundamental: “No hay hombre que sea verdadero y justo juez de sí mismo21. Esto lo aplica a las relaciones internacionales y propugna una jurisdicción universal, argumentando que “donde puede surgir un litigio debe haber un juez que lo juzgue… Entre dos príncipes cualesquiera independientes uno del otro, puede darse, como es obvio, un litigio por culpa propia o también por culpa de los súbditos… Y como uno no puede conocer de los derechos del otro por no estarle sujeto, porque el igual no tiene potestad sobre el igual, es menester que haya un tercero con mayor jurisdicción y que tenga a ambos bajo su poder”22.

Aquí tenemos planteados temas importantes, actuales, en estos tiempos de globalización.

Aquí, más allá de las teorías de Dante, que aparecen en circunstancias medievales, muy distintas de las nuestras, y para evitar equívocos, queremos manifestar nuestra repulsa a todo intento de un Estado Mundial. En el aspecto teórico adherimos a una tradición escéptica, hasta respecto a su conveniencia, que se remonta a Aristóteles y a San Agustín y a los teólogos clásicos españoles, como Domingo de Soto y Francisco Suárez.

En el aspecto práctico, hoy, esa autoridad surgiría de la imposición de los más fuertes, los que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas, organización que, como escribe Luciano Pereña, “las más de las veces se ha convertido en instrumento de hegemonía de las grandes potencias; ha sido incapaz de detener la agresión cuando ha tratado de oponerse a los intereses de los grandes, se ha deshecho en verbalismo y protestas ambiguas para convertirse en una tribuna internacional de propaganda y demagogia”23.

VI.-

Pero también el hombre necesita libertad, palabra confusa, devaluada, confundida a veces con una espontaneidad casi animal.

La libertad para Dante es otra cosa. Está al principio pero sobre todo al final del camino, como expresa Charles Maurras: “se es más libre a medida que se es mejor. Hay que llegar a serlo”24.

Para el florentino, “el primer principio de nuestra libertad es el libre albedrío, que muchos tienen en la boca, pero pocos en el entendimiento”. Esto es fundamental, pues “ratio causa libertatis”, o sea que en nuestro entendimiento está la raíz, la causa de la libertad.

Luego, se refiere a las formas de gobierno, y propone como criterio para juzgarlas a la libertad de los hombres y de los pueblos: “los regímenes políticos rectos procuran la libertad, es decir, que los hombres vivan para sí mismos. Porque no son los ciudadanos para los cónsules, ni el pueblo para el rey, sino, al contrario, los cónsules para los ciudadanos, y el rey para el pueblo”.

A lo cual sigue un pertinente distingo, útil también para nuestro Curso de Argumentación, cuando nos ocupemos de la pareja medio-fin: “Si bien el cónsul o el rey, en razón de los medios son señores de los demás, en razón del fin son servidores de los demás”.

Hoy vivimos tiempos sombríos en los cuales, como anunciara Shakespeare, muchos señores o que deberían serlo, se han transformado en payasos y han cesado de estar al servicio de los demás; son exponentes de un nuevo “pan y circo”, cada vez con más circo, ahora por lo general televisivo, sea en vivo o telefónico, y menos pan.

VII.-

Que Dante haya puesto a la paz en el centro de su proyecto político, ¿hace de él un pacifista? ¿Un anticipo del barbado Lanza del Vasto y de su pintoresca comunidad del Arca?25

Entendemos que no, porque consideraba a la guerra a veces necesaria para instaurar la justicia y alcanzar la paz, ya que como señalaba el profeta Isaías “la obra de la justicia será la paz”; en la magnífica brevitas de la lengua latina, las palabras se reducen a tres, “opus iustitiae pax”.

Incluso este es el fin que justifica una guerra en la cual intervino, según su carta al Cardenal Nicolás de Prato: “¿Por qué nos lanzamos a la guerra civil? ¿Por qué levantamos nuestras blancas banderas? ¿Por qué quedaron enrojecidas nuestras espadas y nuestras saetas? La razón de todo ello fue conseguir que aquellos ciudadanos que con temerario capricho habían cercenado los derechos civiles, doblegaran su cerviz bajo el yugo de una ley justa y fueran obligados a respetar la paz de la Patria. Lo repetimos: la saeta legítima de nuestro propósito, al salir disparada del arco que habíamos tendido, pretendía, pretende y pretenderá siempre únicamente la paz y libertad del pueblo florentino”26.

Banderas, espadas, saetas… ¡Magnífica descripción de una guerra de esos tiempos puesta ante nuestros ojos, como si fuera una pintura! Poco tiene que ver con la guerras de nuestro tiempo, las cuales, según Saint-Exupéry son asesinatos en masa, guerras cartesianas, “de ejércitos sin clarines ni banderas, ni misas por los muertos”27.

Guerra civil, que ya la sabiduría de Platón distingue de la guerra externa, contra el enemigo que invade nuestras fronteras, pues en la primera se enfrentan compatriotas que a la larga están llamados a reconciliarse.

VIII.-

¿Qué Dante haya puesto a la libertad también en el centro de su sistema político como elemento de la felicidad hace de él un liberal del siglo XIX? ¿Un antecesor de los fisiócratas, de Adam Smith, de David Ricardo, en lo económico? ¿De Kelsen en lo jurídico?

De ningún modo, porque él no es determinista. A estos liberales sean antecesores de las llamadas justamente por Marx, “épocas orgiásticas del capital”, sean del siglo XX o XXI, les cabe una comparación de Saint-Exupéry: “Estamos sorprendentemente bien castrados. Nos han cortado las piernas y luego han proclamado la libertad de caminar”28.

Así, Kelsen, como tantos positivistas, nos amputa las piernas al negar el libre albedrío, el cual, según Dante, es el principio de nuestra libertad. Lo llama “ilusión ética”, que aparece “frente a la ineludible determinación causal de la voluntad humana demostrada psicológicamente”29.

La libertad para el gran florentino, como hemos visto, tiene su principio en el libre albedrío. Gracias a él, los hombres somos responsables, aptos para labrarnos nuestro destino, capaces de merecer una recompensa e imputables para poder ser castigados con justicia.

Esta libertad no es enemiga de la ley, de la justicia, ni del orden. No opera en el vacío, sino que se relaciona con las cosas y las finalidades concretas, posibles, honestas. Y en una “Carta a los florentinos”, así la describe: “¿A qué otra cosa llamaremos libertad, sino al libre curso de la libertad hacia la acción, facilitado por las mismas leyes a todo el que las respeta? Por lo tanto son solamente libres aquellos que con gusto obedecen las leyes formuladas según la imagen de la justicia natural. La observancia de estas leyes no sólo es alegre, espontánea, no solamente no constituye esclavitud, sino a todo el que considera las cosas atentamente, se presenta como la más perfecta libertad”30.

Porque, como tantas veces hemos repetido, las leyes son como caminos al servicio de los caminantes. Eso ya lo había advertido Dante cuando escribe: “no son los hombres los que están ordenados a las leyes, sino que son las leyes las que están ordenadas a los hombres31.

Y como la ley tiene por fin el bien común, que nosotros llamamos político, para distinguirlo de otros bienes comunes temporales, no puede existir oposición entre la ley humana justa, derivada de la ley natural jurídica, por vía de conclusión o por vía de determinación, y la libertad en el sentido dantesco. Esta orientación es destacada por el florentino cuando señala: “Veamos a los legisladores fijar sus ojos principalmente en los bienes comunes al promulgar sus leyes”32.

Además, ¿cómo va a existir contradicción entre esa ley humana, que nos indica normativamente los preceptos que debemos observar para nuestro desarrollo individual y social en consecución de fines existenciales valiosos, y la auténtica libertad, instrumento precioso que mana del libre albedrío y que nos permite alcanzar en forma meritoria y responsable esos fines preceptuados por la ley?

Sin embargo, en todos los tiempos y por lo tanto en el nuestro, existen las contradicciones entre las leyes humanas injustas y la auténtica libertad de la concepción dantesca, y entre la falsa libertad y las leyes “formuladas según la imagen de la justicia natural”. En nuestros días, tiranos francos o disfrazados, diremos glosando a Gustave Thibon, amenazan o conculcan las verdaderas libertades de los hombres y de los pueblos a través de la opresión y de la corrupción, de la destrucción por atrofia y de la destrucción por inflamación.

IX.-

También, en el proyecto político de Dante, está presente un principio muy importante en el orden político que hoy llamamos de subsidiariedad. Así, escribe que “las naciones, reinos y ciudades poseen cualidades propias, que conviene regular con leyes diferentes, pues la ley es una regla directiva de la vida” y es por eso, que el príncipe supremo no debe decidir inmediatamente “los pleitos menudos de cualquier municipio”33.

La subsidiariedad es un principio de organización social que empieza de abajo para arriba, y su punto de partida son la familia y las pequeñas unidades sociales. Entonces, la sociedad global no será “una suma aritmética de individuos sino una integración de instituciones”. Los grupos infapolíticos tendrán libertades, competencias, franquicias, para realizar todo aquello que sean capaces. Las funciones entonces de la sociedad global serán de ayuda, coordinación, estímulo, integración, corrección y hasta en algunos casos de sustitución.

Para que la cuestión no quede muy abstracta vamos a un ejemplo sencillo. ¿A quién le compete cuidar y educar a los hijos? A los padres. En el orden de la instrucción, ¿puede existir un colegio en cada casa? No, entonces aparece la escuela. Y ¿si los padres son desnaturalizados, si los corrompen? La administración de justicia se ocupará del asunto, y hasta podrá privarlos de la patria potestad y arbitrar los medios que otros tomen el lugar de los padres para el bien de los hijos. Y ¿si los padres no existen o los han abandonado? Se ocupará también la sociedad política mediante la puesta en práctica de la adopción.

La subsidiariedad, es el mejor remedio contra el Estado totalitario, es lo que el suizo Emil Brunner llama federalismo, que en su concepción es integral, va mucho más allá del aspecto meramente geográfico, a lo cual se ha reducido casi siempre nuestro alicaído federalismo.

La aplicación del principio citado puede ser un buen elemento para desmasificar, pues el Estado totalitario opera en el vacío creado por la masificación que ha producido el hombre masa. ¿Qué es la masa? Algo que no tiene trama, urdimbre ni estructura. El hombre masa carece de raíces históricas, sociales y sagradas. Es un desarraigado, vaciado en su interior, robotizado, que responde a estímulos externos, veleta, capaz de seguir hoy una bandera, mañana otra. Es la versión contemporánea de los “borregos de la historia”, de que hablara Max Scheler.

Esas gentes masificadas son ciegas, porque, como advierte Dante, carecen de la luz de la discreción, ya que “ocupadas desde el principio de su vida en algún oficio determinado, al que enderezan su ánimo por la fuerza de la necesidad, de tal manera que no atienden a otra cosa…estos hombres deberían llamarse borregos y no hombres, porque si una oveja se arrojase desde una altura de mil pasos, todas las demás se irán tras de ella…. Y yo mismo vi hace ya tiempo tirarse muchas ovejas a un pozo, porque una saltó dentro de el creyendo tal vez, saltar una pared, a pesar de que el pastor, llorando y gritando, se ponía delante de ellas con los brazos y con el pecho”34.

X.-

El tema del Estado totalitario, la gran injusticia de los tiempos modernos nos conduce al tema de la justicia. El mundo se halla en mejor disposición cuando la justicia es en él más poderosa. Y siendo ella una virtud al servicio de los otros, ¿cómo obrará según sus dictados si no se tiene el poder de dar a cada uno suyo? De donde resulta que cuanto más fuerte sea el justo, tanto más amplia será en su acción la justicia.

En El Convite encontramos un texto que nos obligará a algunas puntualizaciones. El mismo dice: “Dado que toda virtud es en el hombre digna de ser amado, sin embargo, más amable la virtud que es más humana, y esta es la justicia, la cual está en la parte racional o intelectual, es decir, en la voluntad35.

El florentino aquí es seguido por un glosador vernáculo, Mario Amadeo, que en su libro, Dante siempre, interesante y recomendable, por otro lado, dice que “en el plano intelectual colocó a la justicia -siguiendo en esto a sus maestros- por encima de las otras tres virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza y la templanza”, agregando luego que “la predilección de Dante por la justicia se funda en su formación doctrinaria. La Ética de Aristóteles y la Suma Teológicafueron los libros capitales de su formación intelectual”36.

El Doctor José Orelle, “el último mohicano”, que subsiste de tiempos pretéritos, ha dicho alguna vez, con toda su autoridad académica, que en el Instituto de Filosofía, tratamos de hacer las cosas en serio. Y como aquí, encontramos un par de importantes errores en Dante, y una falsa afirmación en su comentarista, con graves consecuencias prácticas, estamos obligados a hacer varias aclaraciones.

En primer lugar, el alma humana tiene dos potencias: la inteligencia y la voluntad, que pertenece al género de los apetitos y se llama apetito racional.

La inteligencia conoce y cuando este conocimiento se ajusta al ser de las cosas, encuentra la verdad. La voluntad elige mediante el libre albedrío, y obra; cuando elige y obra correctamente realiza del bien. Por eso, como bien señala Josef Pieper, primero está el ser, después la verdad, por último el bien.

Aquí entran en juego dos virtudes: la prudencia y la justicia; la primera es una virtud intelectual con materia moral, y reside en la inteligencia, como el arte o la ciencia. La segunda, reside en la voluntad.

La primacía entre las virtudes cardinales la tiene la prudencia; porque lo que pertenece a la esencia, prima sobre lo que pertenece a la realización, que es de lo que se ocupa la justicia y ésta sobre las virtudes cuyo papel más modesto es evitar los obstáculos, en el campo del apetito irascible, la fortaleza, y en el del concupiscible, la templanza.

Por eso, no es cierto que la justicia sea la virtud más importante, y tampoco que esto sea lo sostenido por Aristóteles ni por Santo Tomás.

El último, en la Suma Teológica, escribe: “No se nos llama justos porque conozcamos algo rectamente, sino por el hecho de que obremos algo rectamente… la voluntad se dirige a su objeto una vez captado éste por la razón y puesto que la razón ordena a otro, la voluntad puede querer algo en orden a otro lo que pertenece a la justicia37.

La primacía es de la prudencia, según Paul Claudel, “la inteligente proa de nuestra vida moral”; y según Fray Luis de Granada, “esta virtud, en la vida espiritual, es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el piloto en el navío, lo que el rey en el reino, lo que el conductor en el carro”38. Aquí cabe aclarar que este gran escritor no es patrimonio exclusivo del escribano Francisco Dardán, a pesar que nuestro querido colega lo cultive hace rato, beneficiado con suspensiones y gripes puercas, para su disertación del jueves próximo, en nuestro Curso de Argumentación.

Ahora vamos al orden práctico: que Dios nos guarde de gobernantes y jueces apasionados cultores de la justicia que no sean prudentes. ¿Cómo le van a dar a cada uno lo suyo si no tienen la más remota idea de que es lo suyo de cada uno? Un jurista español, romanista, Alvaro d’Ors llegó a escribir que “el estudio del derecho no es más que una educación de la prudencia… Las escuelas de derecho tienen por objeto procurar que los que las frecuentan sepan en todo momento qué es lo que se debe dar a cada uno39.

Es interesante que Mario Amadeo reconoce un amor “desordenado” de Dante por la justicia y comenta: “fue ese mismo exceso de amor que lo llevó a la paradoja de caer involuntariamente en juicios y actitudes incompatibles con la justicia” e incluso que el apasionamiento “lo llevó a exageraciones e inexactitudes que la historia, pasados los siglos, no podía hacer suyas”40. Y ese falso amor, ¿no será ocasionado por ausencia de prudencia? Sin la cual, que impera respecto de los medios que hay que poner en práctica para realizar lo bueno y evitar lo malo, que conocemos a través de la sindéresis, no tenemos amor ni justicia.

Vamos a concluir esta parte con unos versos de Leonardo Castellani, que tenía claro el papel de las cuatro virtudes cardinales:

La Prudencia es el timonel

que está sentado en el timón,

La Justicia es el sobrecargo

que reparte la provisión;

La Templanza es el maquinista

que da fuego, aire y carbón,

La Fortaleza el artillero

reclinado sobre el cañón41.

XI.-

Concluido el tema de la justicia aparece su objeto, el derecho, acerca del cual Dante ensaya una definición: “es una proporción real y personal de hombre a hombre que cuando es respetada protege a la sociedad, y cuando es corrompida, la corrompe42.

El fin del derecho debe obtenerse por medio del derecho; Dante no concuerda con ningún Robin Hood, y lo expresa con mucha precisión, “pues aunque un ladrón se sirva de lo hurtado para ayudar a un pobre, esto no ha de llamarse limosna, sino acto que de realizarse con bienes propios tendría forma de limosna”43, pues la verdadera limosna se da de lo propio y lo decente.

El orden natural en las cosas no puede ser mantenido sin el derecho, pues el fundamento del derecho está inseparablemente unido al orden; es necesario, por consiguiente, que el orden sea mantenido conforme a derecho.

El mero orden, la arquía, superación de la anarquía, puede ser impuesto por un tirano, por una clase, por un partido, por un sector de la sociedad, que transforma al fin de ésta en su medrar particular. Por eso, es muy importante lo del florentino, que anticipa lo que hoy llamamos Estado de derecho.

XII.-

En estos tiempos oscuros para la Universidad en los cuales se escriben trabajos titulados “La Universidad moribunda”, “El colapso de la Universidad”, “Para que la Universidad no muera”, “Mi Universidad desaparecida”, constituye para nosotros, que hemos sufrido persecuciones laicas y clericales, una inmensa satisfacción el poder vivir la Universidad fuera de la Universidad, con libertad, decoro y respeto, aquí, en nuestro colegio profesional. Robert Ellrodt, profesor de la Sorbona, uno de los autores del libro citado, “Para que la Universidad no muera”, nos convoca al combate, a la única lucha universitaria que tiene sentido y que es la batalla por la verdad. Y agrega: “queremos, debemos ganar esa batalla. Pero los que se nos han unido pueden librarla sin angustia; incluso en la derrota tendrían un último recurso. Abandonando las universidades de nuestro tiempo al reino de los partidos o de las facciones, continuarían pensando y viviendo en esa Universidad fuera del tiempo en que se reúnen especialmente los hombres cuya vocación esencial es la búsqueda de la verdad”44.

Ahora, algo para nuestro Curso de Argumentación, un regalo dantesco para todos los colegas, mujeres y varones que concurren al mismo desde casi un año y a quienes se han incorporado en el 2009, con el único objetivo de saber, pues aquí no hay condecoraciones ni graduaciones, no hay parciales ni finales, sino sólo algún ridículo, que puede surgir de las discusiones, que son desgrabadas, con honestidad y prolijidad, por nuestra querida secretaria, la escribana María Josefina Bilbao, cuya ausencia, por no estar en Buenos Aires, hoy, se siente.

Dante compara a la retórica, tan trabajada en nuestro curso cuanto la dialéctica, con una estrella, por su suavidad y por su aparición. Así, en El Conviteescribe: “El cielo de Venus se puede comparar con la retórica por dos propiedades: una es la claridad de su aspecto, que es más suave a la vista que ninguna otra estrella; otra es su aparición por la mañana y al atardecer…porque la retórica es la más suave de todas las ciencias pues este es su objeto principal, y aparece por la mañana, cuando el retórico habla a la vista del oyente, y aparece por la tarde, es decir, por detrás, cuando el retórico habla por medio del escrito”45.

Llega la hora de concluir este primer aporte a las Jornadas Dantescas. Y lo haremos con una poesía de un poeta nuestro, contemporáneo y amigo, dedicada al gran florentino, que aparece en su libro “Campanas de tierra y cielo”:

“Acaso era la mano de Virgilio

develando secretos ancestrales;

la luz de misterios primordiales

rescatando saberes del exilio.

Acaso era tu alma en el idilio

visionaria de esencias celestiales

trayendo hacia estos campos terrenales

la concordia, la norma y el concilio.

Todo lo vio, señor, tu sabia ciencia,

el Imperio, la Cruz, la Monarquía,

el tormento de aquel que no es feliz,

el convite del nombre y la excelencia,

la vita nuova y el stil que unía

el amor por Florencia y por Beatriz”46.

Bernardino Montejano, Buenos Aires, agosto 6 de 2009.

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