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sábado, 10 de octubre de 2009

EL PREMIO A LA INACCIÓN



Por Silvio H. Coppola

Nos informa la prensa, que la Academia de Ciencias de Estocolmo, distinguió con el Premio Nobel de la Paz, a Barack Obama, presidente de los Estados Unidos. La primera impresión que causa esta noticia, aún sabiendo del toque político que a todas sus premios da esta Academia y que los mismos, en especial el de la Paz, viene perdiendo prestigio desde hace muchísimos años, es de completa estupefacción. Estupefacción que va más allá de cualquier comentario y que con la mención del galardonado, es suficiente para saber qué valor le puede dar el público en general a este tipo de distinciones.

Este favoritismo hacia el poderoso parece ahora una constante por demás marcada. Sin embargo no debería de asombrarnos. Como se recordará, los premios, instituidos en su testamento por Alfred Nobel, fueron otorgados anualmente desde 1901, para recompensar a los bienhechores de la humanidad. Uno de los más preciados, entre cinco, es el de la Paz. Varios presidentes de Estados Unidos fueron premiados con el mismo. Entre ellos Teodoro Roosevelt, en 1906, ejerciendo la primera magistratura del país, por su mediación en el conflicto ruso-japonés. Recordemos solamente en cuanto a nosotros respecta, que este individuo fue el propugnador de la política del gran garrote relativa a los pueblos al sur del Río Grande. Otro homenajeado, también en ejercicio de la presidencia de los Estados Unidos, fue en 1919 Woodrow Wilson, por su labor en la creación de la Sociedad de Naciones, que iba a evitar cualquier conflicto futuro de la humanidad. También fue uno de los que con el inicuo Tratado de Versalles, puso la piedra de inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y en esta vista somera, está también Cordell Hull, Secretario de Estado de la presidencia de Franklin Roosevelt, premiado en 1945. A este le debemos el boicot a la política argentina de independencia y la misión de Spruille Braden en Buenos Aires, precisamente en ese mismo año. Y hay otro norteamericano más, el general George Marshall, beneficiado en 1953, por su humanitaria labor de ayuda a Europa devastada por la guerra y sobre todo por los bombardeos. Claro que de paso, permitió a Estados Unidos hacer dumping con sus productos, en perjuicio directo de nuestro país.

Y volviendo a Obama, señalemos que su distinción es “por su trabajo para reducir los arsenales de armas nucleares”. Claro, cuando su país está abarrotado de ellas y no quiere competencia. Como la ridícula atribuida a Irán. O algo así, como cuando en la disputa entre dos naciones, una logra todos sus objetivos y después quiere la paz, ante el desamparado e inerme despojado.

No podemos menos de sentir vergüenza ajena ante todo esto, cuando las tropas de este presidente permanecen en Irak, después de la invasión que costó un millón de muertos, cuando invaden y asolan Afganistán, cuando amenazan con la devastación total a Irán y cuando hablan de guerras preventivas en cualquier lugar del planeta. Pero el premio está dado. Y sólo se nos puede ocurrir una sugerencia: que lo sea, no por los motivos alegados, sino simplemente por no haber invadido este último año todavía ningún nuevo país y por no haber atacado todavía a Irán. O sea un premio por inacción.

LA PLATA, octubre 9 de 2009.

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