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domingo, 29 de noviembre de 2009

DIVIDE ET IMPERA



Por Silvio H. Coppola


“Divide y reinarás”. Ya lo conocían perfectamente los romanos. Enemigo que es partido, es menos enemigo. País fraccionado, es menos país.
Ya Maquiavelo lo desarrolló en sus consejos al príncipe, pero desde luego, intuitivamente o no, fue regla de conducta para gobiernos y para imperios.
Nosotros los argentinos, desde el mismo inicio de los gobiernos patrios, nos vimos afectados por divisiones y contradicciones, que pronto desembocaron en guerras civiles, incluso al mismo momento en que se luchaba por la independencia. Lo que restó esfuerzos e hizo todo más difícil de lograr.
Pero no sólo eso. Lo peor fue que se fueron ampliando las diferencias lo que hizo en muchos casos que grupos políticos, para lograr sus fines de desaparición y exterminio del adversario, llegaran incluso a aliarse al extranjero.

Males que nos afectaron siempre. Desde luchar por la monarquía o la república, para pasar enseguida a disputar por regímenes centralizados o federalizados.
Por el autoritarismo o por la democracia. Por el liberalismo extremo o por la defensa de la nacionalidad. Por el elitismo antinacional o por los gobiernos nacionales y populares. En fin, es larga la historia, que parece no concluir nunca.
¿Y en la actualidad? Todos vemos que en vez de buscar puntos de unión entre los diferentes exponentes de los partidos políticos, de los gremios, de los centros culturales, de aquellos que tienen ideas propias sobre el quehacer nacional y de los grupos nacionales, el gobierno (y aún gente no perteneciente a él) parece que sólo quiere, aparentemente para sustentar su gobernabilidad, forjar y alentar diferencias entre los argentinos.
No solamente por temas relacionados con los partidos políticos, que son todos en definitiva casi la misma cosa, sino lo que es mucho más grave, generar confrontaciones con cualquiera de los llamados por la sociología grupos de presión.
Así vemos que choca con la Iglesia Católica, con grupos sindicales, con la prensa y el periodismo en general, con las fuerzas armadas, con la justicia ad hoc de este gobierno, pese a su permanente sumisión y con cualquier grupo o persona que se les oponga o que crean los detentadores del poder, que se les está oponiendo.
Pese a la verborragia habitual sobre la democracia, sobre los derechos humanos, sobre los pobres, sobre los desventurados y sobre todos los aspectos del quehacer gubernamental, no pasan de ser palabras... palabras.
Todo amenizado con una nueva historia oficial donde los malos están siempre en otro lado y los buenos o fueron salvajemente suprimidos o están... en el gobierno. Así las cosas.
Pero lo peor de todo es que se alienta la división entre los argentinos. Que en vez de buscar puntos de contacto, se busca abrir y excavar sobre heridas cicatrizados, que han vuelto a supurar.
División maniquea que es sólo propicia para justificar las enseñanzas de Martín Fierro, cuando asegura que si los hermanos se pelean los devoran los de ajuera.
El Imperialismo en general, contento. No sólo el político sino también el económico, al que estamos sujetos desde el oprobioso 1976.
Divididos y enfrentados los argentinos, para aquellos que atentan contra nuestra libertad e independencia, teniendo por último propósito un disfrute adecuado a sus reales o falsas inversiones en la Argentina, es el mejor de los síntomas de que la situación no va a cambiar, pese a los innumerables discursos que se han pronunciado y que se seguirán pronunciando.
Un comentario aparte, merece ese desvelo por hablar de pueblos originarios, a los que se presenta como en completa actividad y no creados, como es en la realidad, por grupos seudo sociales, que buscan no fines de rehabilitación y mejorar sus sistemas de vida, sino propósitos puramente políticos.
Que parece ser presentarnos a los argentinos como titulares de un despojo, ladrones de una cultura y crearnos una especie de complejo de culpabilidad por su paulatina desaparición, en la mayoría de los casos mezclándose con el resto de la población del país.
Así se llega a absurdas estimaciones como que más de la mitad de la población argentina tiene sangre indígena, aunque lo mismo podría decirse de cualquier otro tipo de sangre, ya que una de las cosas logradas por la mezcla de razas en el país, es precisamente la integración.
A propósito del tema, agrego unos comentarios de la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) de 2004/5, donde se afirma que el 90% de la población argentina desciende de europeos, siendo los principales minorías los árabes y judíos e incluso actualmente los asiáticos.
En lo que hace a los pueblos indígenas hay 35 en la República, con 600.329 integrantes; de estos sólo 457.363 se autorreconocen como pertenecientes a algún pueblo aborigen, siendo que el resto, 142.966 no pertenecen, pero son descendientes en primera generación. O sea, un total de 1,6 % de la población del país.
Así que aparte de ridículo, es equívoco y divisorio hablar aquí de reivindicaciones indígenas, lo que podría ser atinado en donde hubo grandes civilizaciones como Perú o México.
En definitiva, se trata de dividirnos, de separarnos, lo que es común acción de los imperialismos políticos y financieros, que cuentan con efectiva participación de los idiotas útiles.
No nos dejemos engañar. Busquemos lo que nos une. Que solamente la guía sea para todos los argentinos, la independencia y el progreso de la patria.



LA PLATA, noviembre 27 de 2009.

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