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martes, 19 de enero de 2010

LA CAJA DE PANDORA DEL FONDO DEL BICENTENARIO (NOTA I)



Por Juan Gabriel Labaké

La descomunal tormenta en un vaso de agua creada (o inventada) como por arte de magia por el gobierno nacional, apelando sin necesidad ni urgencia a un Decreto de Necesidad y Urgencia para crear el eufemísticamente llamado Fondo del Bicentenario, deja estupefacto a cualquiera, por más años de sufrir la experiencia política argentina que uno acumule, y por más que se le haya endurecido el cuero a fuerza de ver atropellada la sensatez y la verdad. Desde hace un tiempo peligrosamente largo, la autenticidad y la mesura son bienes muy escasos entre los políticos argentinos de todos los colores partidarios.

Quizás sea la televisión la responsable de que la capacidad personal y la verdad y racionalidad de la propuesta hayan sido reemplazadas por la audacia sin límites de un rostro adecuadamente tratado por el cirujano plástico y luego maquillado por expertos unos minutos antes del “show” televisivo. Y no me refiero sólo a las mujeres, sino a los políticos de ambos sexos que en los últimos años, en su afán de ganar votos fáciles, se han prestado a todo: desde “ir a la cama” con una actriz ligera de ropas, hasta hacer de cómico con su “alter ego” en un programa tan chabacano como de mal gusto.

Pero esta vez hemos batido nuestros propios récordes y desconocido todos los códigos, aún los pocos que suelen respetar los políticos. Y pisotear los códigos es un síntoma grave, porque hasta los mafiosos tienen y respetan sus propios códigos.

Simplemente, hemos transformado a la Argentina en algo que se parece demasiado a un país en solfa.

Vale la pena, entonces, detenerse a analizar qué hay más allá del muro del manicomio, qué se esconde detrás de este gigantesco zafarrancho.

El Fondo del Bicentenario como síntoma

Se puede discutir “ad infinitum” si conviene o no pagar deuda con reservas. Lo indiscutible es que, cuando se intenta satisfacer a los acreedores externos quemando reservas del Banco Central (hoy lo intentan tanto el oficialismo como la mayoría de la oposición), quedan al desnudo algunas conclusiones ineludibles:

1.- Que nuestros gobernantes y casi todos sus opositores se han resignado a construir la lápida que Mons. Héctor Aguer imaginó para la tumba de nuestro país: “Acá yace la Nación Argentina: vivió pagando y murió debiendo”.

2.- Que estos aparentemente duros contendientes del oficialismo y de la oposición han resuelto continuar la conducta que sirvió de base para crear la Argentina-factoría-próspera (para unos pocos), anterior a 1943. Tal como lo dijo explícitamente Nicolás Avellaneda durante la crisis heredada de Sarmiento en la década de 1870, y luego Carlos Pellegrini en la similar de 1890 que provocó Juárez Celman, “si es necesario, pagaremos la deuda con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos… pero pagaremos”.

3.- Si un gobierno que tanto se había cuidado de acumular reservas en el Banco Central e hizo de ello una bandera de lucha y un motivo de propaganda, ahora les mete mano para pagar deuda externa, debe darse por seguro que las alforjas oficiales están vacías, el financiamiento interno se ha agotado y el externo sólo existe a tasas estratosféricas (ni Venezuela nos presta a menos del 15%).

Es decir, en las primeras de cambio nos quedamos sin resto, a pesar de los cinco o seis años de vacas gordas que nos regaló Dios como premio a la devaluación forzada de 2002, y con la ayuda de China y de la bonanza de la economía (en realidad, de la especulación financiera) internacional, esfumadas en las postrimerías del año 2008.

Dicho en criollo: nos quedamos secos luego de la orgía.

El gobierno dice que usó aquella plata dulce para distribuir el ingreso. Algo de ello puede ser cierto, porque los aumentos a los jubilados, sin ir más lejos, son reales. La Asignación Universal por Hijo y los planes de asistencia social (aunque clintelísticamente manejados a favor de los piqueteros-fuerza-de-choque oficialistas) también lo son. Pero los índices de pobreza e indigencia, la llamada brecha social (la relación de lo que ganan los más ricos respecto de lo que reciben los más pobres) y la participación del factor trabajo en la renta nacional relativizan y hasta pone en duda la autenticidad de tal distribución del ingreso. Esos índices arrojan cifras iguales a las menemistas de los años ’90, y cercanas a las de la pesadilla de De la Rúa y Chacho Álvarez vivida entre 1999 y el corralito.

La oposición, a su turno, saturada de ideologismo de “derecha” y de intereses que defiende con su mano derecha y con la izquierda también, aduce que la plata se fue innecesariamente en dádivas, clientelismo, corrupción y populismo. Exagera, porque no todo subsidio es innecesario ni síntoma de clientelismo, ni todo incentivo al consumo en una época de crisis como ésta es populismo irresponsable. Lo de la corrupción, en cambio, es inocultable.

Lo que sí surge con claridad es que acá hubo una total falta de previsión y mucha chapucería que, juntas, constituyen la base de la irresponsabilidad, y el preanuncio de crisis severas… que ya llegaron.

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