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lunes, 8 de marzo de 2010

LOS PARAISOS PERDIDOS



Por Hugo Esteva



Aunque todavía queden algunos pocos nostálgicos –cada vez menos y con menos nostalgia- los comunistas han tenido que aceptar la desaparición de su utopía igualitaria, simbolizada en la caída del muro de Berlín. Absurda muralla ésa, si se la mira con perspectiva, porque estaba de antemano destinada al derrumbe y, sin embargo, sostuvo por un tiempo y con toda crueldad la esterilidad de un Estado policial.
No pasa lo mismo con los adeptos/adictos a la utopía liberal, tanto más difícil de extirpar cuanto más manifiesta su carácter ameboide, escurridizo, capaz de reproducirse obsesivamente desde sus fragmentos. No hay un muro cuya destrucción pueda representar el fin de una era que, de todos modos, hubiera resultado más larga que la de su otro colega materialista. La decadencia es, por consiguiente, más sutil. Pero se la ve con claridad a poco que se examine lo cotidiano sin los prejuicios y la falsa esperanza que el propio sistema liberal alienta en todos nosotros, sus víctimas.
A esta altura, el mundo es testigo de esa caída aunque –como pasó con el comunismo- los adeptos/adictos digan que el liberalismo nunca fue del todo aplicado y pretendan mantener viva la apariencia.
En los EEUU el presidente/estrella no ha resistido ni siquiera unos meses, como si hubiera quedado atado a los bonos basura que hoy se traducen en desempleo. Los fondos de ayuda a la crisis se borraron del mapa en manos de los mismos pulpos financieros que crearon su necesidad. La máquina va a seguir funcionando aunque sea a palos; pero la fe que –mi generación es todavía testigo- tenía la masa del pueblo trabajador norteamericano en “la administración” se ha perdido para no volver. En ese sentido, la mentalidad Carter ha sobrevivido a la mentalidad Reagan, y ya no va a haber Rambo ni Rocky Balboa que levanten el ánimo de ese pueblo engañado.
Europa ha aprendido a los golpes sobre la trampa del euro, que la ató como a nosotros el “uno a uno” de Cavallo. Y lo malo es que, en Europa peor todavía que aquí, la moneda atada se llevó a la industria y a la producción en general a los sitios de mano de obra barata. Triste destino entonces el de una España falsamente rica, que apostó con estúpido orgullo a ser “un país de servicios”, destino volátil si los hay. Como el de la piratona Grecia, que parece va a quedar reducida a los manuales de historia. Y hasta el de la paciente Alemania, que a fuerza de soportar con trabajo la “unión” de naciones mucho menos laboriosas, ha perdido con la crisis hasta la capacidad de organizar modestos Congresos Médicos internacionales haciendo, como muestra, un papelón sin precedentes en ese pequeño rubro.
No lloremos sobre nuestra Hispanoamérica, tan desorientada desde hace doscientos años que la han dejado al cabo pobre y cada vez más dividida. Hay que visitar Panamá, pero también Ecuador, o Bolivia, o… para comprobar que el capitalismo liberal le construye apenas rascacielos financieros en medio de pueblos cada vez más miserables y más brutos, dejando fortunas en las manos de los implacables capangas nativos del dinero internacional.
La campaña llena de equívocos sobre el Chile devenido en primer mundo tuvo que sufrir los terremotos para desnudar tanta hipocresía –claro que también aprovechada por los hipócritas medios de comunicación-, que resultó ser más “marketing” que otra cosa. Y a la imagen de los carabineros insobornables a la hora de cobrarle boletas a los ciudadanos sencillos, ha habido que contraponer la de los poderosos constructores de edificios antisísmicos truchos. Pero, peor, al menos en nuestro país el Banco receptor de ayuda para los chilenos es, ni más ni menos, el Hong Kong & Shangai Bank –el HSBC, campeón del narcolavado- que ha aterrizado masivamente por toda nuestra América.
No me atrevo a pronosticar sobre los árabes que, cada vez más, mezclan petróleo y timba financiera. Ni sobre chinos e hindúes, ajenos e inteligentes dueños de toda la infantería del trabajo. Pero temo que tampoco ellos van a encontrar la clave de este sistema que, según el profeta Adam Smith, pretende hacer virtud de la suma de los egoísmos. Y que si la encuentran, a nosotros no nos va a ir nada bien el día que manden.
Aquí llegamos, pobre patria, a una Argentina dividida adrede, contra la voluntad de la mayoría, por un par de enfermos psiquiátricos y sus aduladores. Encima, al patrón se le pone de manifiesto una relativamente temprana arteriosclerosis. Y, ya se sabe, ahora va a tratar de cualquier modo de demostrar que está joven y bueno. Alto riesgo, me permito advertir, tiene este “síndrome Bolocco”, que lleva al hombre maduro a hacer más macanas de lo habitual.
Los gigantes materialistas del siglo XX, capitalismo y comunismo, dan toda la sensación de estar en tumbos agónicos. Tal vez el final sea apocalíptico. Pero quizás tengamos que volver a pensar en ese aire fresco, solidario con el prójimo y enamorado de la libertad y la vida, que fuera sistemáticamente bombardeado a partir de la entre-guerra europea.

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