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viernes, 16 de abril de 2010

A PROPOSITO DE LA DIALECTICA SINAGOGA-IGLESIA

a Alberto Buela

Por Alberto Buela (*)

En estos días escribí un breve artículo sobre la campaña internacional mass mediática contra la Iglesia católica y el Papa por el tema del abuso de niños por parte de los curas. Y recibí tres tipos de respuestas: a) de aquellos, los más, que nos han felicitado y compartido el criterio b) de los anticatólicos furibundos diciendo cosas horribles contra el Papa, la Iglesia y uno mismo y c) la de los progresistas que están en el gobierno, que me acusan de escribir para los curas Baseotto o von Wernich, con lo cual muestran que no entienden nada de nada, menos aun del tema Iglesia, y que su vuelo es de cabotaje, todo se reduce a política interna. Lo que explica su fracaso rotundo en política internacional.

Antes que nada declaro, por temor a la policía del pensamiento que se ejerce sin tapujos en todos “los medios de confusión”, que no soy pederasta ni pedófilo, me encantan las mujeres, y estoy totalmente en contra y condeno abiertamente que “un solo cura abuse de un solo niño”, pero el objetivo de mi artículo no fue ocuparme de la defensa de los niños abusados sino intentar explicar el por qué de la agresión desmedida que viene soportando la Iglesia por este tema y, sobre todo, su falta de reacción.

Lo hago desde un punto de vista profano pues no soy “hombre de la Iglesia”, no soy un profesional del catolicismo, ni siquiera me siento un laico[1], en el mejor de los casos, un católico amateur. Y por lo tanto tengo todas las limitaciones y taras de un hombre del pueblo [2], un Juan Nadie, que observa que la Iglesia no ofrece ninguna resistencia ni tiene ninguna reacción.

Para fundamentar mi parecer tendría que exponer sucintamente mi opinión acerca del actuar histórico de la Iglesia en este último medio siglo y para ello me remito a lo que escribí hace unos diez años como respuesta a mi amigo Methol Ferré [3] cuando participamos juntos en el Fogón de la Utopía organizado por Vicente Joga en Formosa.

“Si bien el tema que me han propuesto desarrollar en este fogón es "la visión peronista del hombre y la economía", permítanme que me extienda por espacio de quince minutos tratando de ofrecer una visión profana del Concilio Vaticano II, como respuesta a la visión sub specie aeternitatis plena de optimismo eclesial que nos acaba de dar Methol Ferré.

Y decimos visión profana porque no somos nosotros lo que se llama "hombres de iglesia" y entonces estamos libres de ciertas ataduras y pruritos de conciencia.

La Iglesia, según nuestra visión profana, siempre ha trabajado sobre la base de lo que existe (Pío XII) de ahí su adaptación a los tiempos. Tomemos como punto de partida, para no remontarnos hasta el fondo de la historia eclesiástica, la segunda guerra mundial, para mostrar lo que queremos decir.

En el año l931 la iglesia saca una encíclica denominada Quadragessimo anno, con motivo de los cuarenta años de la Rerun Novarum, donde propone la organización corporativa de la economía como lo hacía mutatis mutandi el fascismo de la época.

Durante la guerra se aleja rápidamente del Reich alemán y condena al comunismo como intrínsecamente perverso abriéndole una amplia carta de crédito a la sociedad industrial capitalista. En el ínterin crea la Acción Católica, con aspirantes, juniors y seniors y adopta el scoutismo, con lobatos, scouts y rangers, instrumentos con los que comienza a trabajar a nivel social.

Finalizada la gran guerra a través de Luigi Struzo crea la Democracia Cristiana contando con el apoyo de Jacques Maritain, entonces el más renombrado filósofo católico. Y triunfa en los países vencidos de Europa con Adenauer en Alemania y De Gaspari en Italia. En nuestra América, sólo en el Chile de Frei padre, el famoso Kerensky chileno. Todo ello es muy poco logro para semejante esfuerzo.

La democracia cristiana fracasa en nuestros países de América allá donde existen movimientos nacionales y populares, porque tanto ella como la Acción Católica o el scoutismo son una fábrica de "gorilas". Esto es, actitud contraria a todo lo que huela a desorden popular y cordialista como es el caso de los movimientos de masas.

En Argentina estaba el peronismo, en Brasil el varguismo, en Bolivia el MNR, en Colombia el gaitanismo, en Ecuador el velazacoibarrismo, en Venezuela el perezgimenismo, etc., etc.

A ello hay que sumarle la no-participación de la Iglesia en los procesos de descolonización africana, a fines de los años 50 y principio de los 60. Con lo que pierde protagonismo en África en desmedro de una evangelización incipiente que habían comenzado. Dejó a los pueblos africanos abandonados a su suerte mientras se entretenía en problemas de alcoba de los episcopados francés, holandés, alemán e italiano. El Vaticano II no fue más que una disputa entre los episcopados centro europeos, sobre todo de Francia y Alemania. América, Asia, África y Oceanía no cortaron ni pincharon.

La connivencia con las potencias coloniales hace que hoy el continente negro sea casi todo musulmán. Así repitió en África el mismo error cometido un siglo y medio atrás en Hispanoamérica: No se sumó inmediatamente a los movimientos independentistas. Claro está, que aquí había detrás tres siglos de trabajo y evangelización hispana, mientras que en África sólo había intereses económicos y casi ninguna tarea cultural y evangelizadora, resultado típico en las colonias inglesas, francesas, belgas y holandesas en todo el mundo. Solo Portugal, con Angola y Mozambique salvó un poco la ropa. Sobre esto el pensamiento, políticamente correcto no dice nada, porque ¿cómo atreverse a condenar y criticar a las fuerzas progresistas y democráticas del “Occidente cristiano” ante los logros culturales de la rémora medieval que son España y Portugal.?

Que Occidente nos deje de hacer el cuento de Occidente, decía por esos días ese gran poeta que fue Ignacio B. Anzoátegui.

Ante semejantes fracasos reiterados con pérdida real de fieles, lo que significa desde el punto de vista profano, pérdida de poder, Juan XXIII llama al Concilio, que no fue dogmático como el de Trento sino pastoral. Esto es, que se va a ocupar de cómo mantener y acrecentar las ovejas. Es un Concilio exclusivamente europeo orientado por teólogos de neto corte iluminista y bajo influencia protestante como la que ejerció Bultmann sobre Rahner y Ratzinger para tomar un ejemplo emblemático.[4]

Simplificando, porque el paño da para muchos cortes, las consecuencias político-culturales del Concilio Vaticano II son dos: Una, que la iglesia invita a los católicos a il aggiornamiento, es decir, poner los relojes en hora con la modernidad en el mismo momento que ésta entró en una crisis decadente y, dos: que la Iglesia se enfeuda en la línea interpretativa del marxismo. Comienza el diálogo de católicos y marxistas, en Nuestra América aparecen primero los curas obreros y luego la Teología de la liberación [5], todo ello para sumarse a los distintos movimientos guerrilleros de neto corte marxista.

El único trabajo serio de evangelización en África fue Biafra que cuando se intentó independizar de Nigeria, Estados Unidos miró para otro lado y no quedó un biafrano vivo (genocidio de 1967 al 70). No es para menos ya que desde el Vaticano II la Iglesia católica era su enemiga porque le hacía el juego al marxismo internacional.

Como consecuencia de este disparate político y del marasmo ideológico y doctrinario la Iglesia comenzó a quedarse vacía. Sus seminarios despoblados, sus conventos abandonados y sus fieles captados a manos llenas desde fines de los 60 por las sectas de origen norteamericano.

En una palabra el Concilio Vaticano II fue un tiro por la culata que le salió a la Iglesia romana.

Recién con la aparición de un Papa venido del Este, que sufrió en carne propia el flagelo del comunismo, la Iglesia comenzó el gran viraje. El entendimiento Reagan-Juan Pablo desembocó en la guerra de las galaxias y la caída del muro de Berlín. La Iglesia abandonó definitivamente su coqueteo con el marxismo que costó miles de feligreses muertos en Nuestra América y ofreció su apoyo crítico al capitalismo.

Deseaba dar esta pequeña respuesta un poco para pinchar ese enorme globo que infló Methol durante una hora y media, y bajar en lo posible a "este mundo terrenal" lleno de intereses contrapuestos”.

En mi opinión la Iglesia ha desarmado en todas sus líneas, desde el fin de la segunda guerra mundial en el 45, aquello que le permitió existir durante dos mil años: ha diluido la relación dialéctica amigo-enemigo entre Ella y la Sinagoga. [6]

La pérdida de la visión sobrenatural de la Iglesia y de una teología de la historia, que es la única que le da sentido a todos estos ataques, hace que el silencio de los obispos muestre su chatura y extravío espiritual. No aprovechar las circunstancias concretas para mostrar al pueblo cristiano la tensión teológica entre la Sinagoga y la Iglesia, no es otra cosa que una actitud vergonzante de un montón de cómodos burgueses que se niegan, explícita y conscientemente a decir la verdad sobre lo que viene ocurriendo en la historia. O por lo menos, decir la verdad católica, de lo que sucede desde hace 2000 años para acá.

Licuar la tensión entre la Sinagoga y la Iglesia, esconder conscientemente la actitud disolvente de los valores cristianos en sociedad, que los judíos vienen realizando desde Cristo para acá, es en boca de un cuerpo colegiado episcopal no sólo un acto de cobardía expresa sino de una ruindad rayana en lo miserable.

Qué temen los obispos? Qué se los declare antisemitas?. Hay que esconder o mejor borrar del Evangelio (como en la película de Mel Gibson) el más terrible y horrendo grito de la historia: Crucifícale…. crucifícale (Juan 19,7) de los rabinos, escribas y fariseos al condenar a muerte a Cristo.

Es este el momento inicial de la tensión entre la Sinagoga y la Iglesia que no se resolverá sino al final de la historia con la conversión del pueblo judío. Mientras tanto, los judíos que rechazaron a Cristo y su reino espiritual se aferran a la construcción de un reino material y carnal [7] que los obliga a la consolidación de un poder mundial sin límites, pero con todo, guste o no, como afirmara San Bernardo “Ellos son los signos vivientes que nos recuerdan la Pasión del Salvador”.

La historia profana, se lo quiera reconocer o no, está al servicio de la historia sacra y esto es lo que se ha subvertido en la Iglesia en este último medio siglo de existencia. Cosa que ya había sucedido en la política siglos antes, como observa Carl Schmitt: “todos los conceptos sobresalientes de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados” [8]

Sobre el sentido de esta dialéctica afirma el más penetrante teólogo argentino: “Con el advenimiento de Cristo toda la dialéctica que agita el mundo se mueve entre los polos Iglesia-Sinagoga. Cristo vence a la Sinagoga. Y a la era de los mártires de los primeros siglos del cristianismo, cuando la Sinagoga azuza al mundo pagano para que torture a los cristianos, no ha de servir sino para regar la simiente cristiana, que, vigorosa, ha de brillar con la Iglesia de los Padres y Doctores, sobre la Sinagoga. El esplendor medieval de la Iglesia ha de reducir a la Sinagoga a la vida de los ghettos. Pero en la edad moderna la Sinagoga se ha de vengar del exilio a que la redujo el mundo cristiano, y la Cábala penetra dentro de la Cristiandad hasta secularizarla y amenazarla con la secularización del mismo cristianismo. Frente a este último fenómeno nos encontramos actualmente. Con la táctica de la amistad y del “diálogo judeo-cristiano”, la Sinagoga está obteniendo un triunfo sobre la Iglesia. Es claro que, en manos de Dios, este triunfo puede trocarse en un triunfo de la Iglesia”. [9]

Los obispos en grado eminente, por la plenitud de su sacerdocio (pueden ordenar nuevos sacerdotes) tienen la obligación de convertir a los judíos. Así los grandes obispos convirtieron a judíos notables, como lo hizo el Papa Pío XII (Eugenio Pacelli) en 1940 con el gran rabino de Roma, bautizado como Eugenio Levy. Pero al mismo tiempo, son ellos los que están obligados a denunciar los males que provocan los judíos en y a los pueblos cristianos.

Y afirmamos que son los obispos, ellos y sólo ellos, (si respetaran la fórmula duos testes habeo et bene pendentes –dos testículos tengo y bien puestos- de su viejo juramento antes de su consagración. El relato es de Giovanni Papini y de Enrique Oliva en nuestro medio) los que están obligados a denunciar la nefasta, por totalitaria, injerencia judía en la vida del pueblo (en nuestro caso del argentino), porque la denominada cuestión judía es, en definitiva, una cuestión teológica. Y los obispos no solo son maestros en teología sino que tienen potestad, poder de aplicación teológica. Por otra parte de nada sirve que cualquier gentil (en lenguaje eclesiástico sería laico) [10] intente resolver el tema pues como lo mostró la novela del rumano Virgil Gheorghiu La Hora veinticinco, cualquier no -judío que hable bien de ellos no le creerán y si habla mal lo demonizan como fascista o nazi, por lo tanto la única salida para el “hombre natural” es la ataraxia griega, la indiferencia o la suspensión del juicio sobre la cuestión. Pero ese “hombre natural” no puede resolver la cuestión sino que la deja en suspenso.

De modo tal que si los obispos no hablan, en tiempo y forma adecuada, la tensión social que genera el poder omnímodo y total de los judíos sobre la sociedad, el Estado y el pueblo, se corre el riesgo que surja como solución la vía pagana, al estilo nacional socialista, buscando la exterminación de los judíos. Que no es ninguna solución, como lo han demostrado para los pueblos cristianos las consecuencias nefastas de la segunda guerra mundial.

Y ello es así, porque la cuestión judía sobre la que los grandes autores hasta 1945 han escrito tratados específicos, así lo hicieron Marx, Sartre, Guardini, Belloc, Sombart, Dumont, etc., no se resuelve ni desde el punto de vista racial, ni cultural, ni económico, ni político, la cuestión es teológica y se resuelve en ese plano o no se resuelve. Y los únicos que están habilitados para ello son los obispos.

Cuando a nosotros desde los púlpitos de nuestras iglesias parroquiales nos quieren hacer creer que “la Iglesia somos todos”, lo que están haciendo es trasfiriéndonos las culpas y quedándose con los beneficios. Mutatis mutandi como hizo el teólogo Gera conmigo: la culpa no es de los obispos sino del laicado que no se moviliza.

Esto no quiere decir que nosotros pongamos en tela de juicio el Cuerpo místico de Cristo y cosas por el estilo, lo que ponemos en duda es la existencia de la ekklesia como asamblea del pueblo, porque el pueblo en la Iglesia sigue siendo el convidado de piedra, sólo útil para las procesiones.

Esto explica el por qué la Iglesia es gorila en Argentina y escuálida en Venezuela, del PRI en México y conservadora en Colombia.

(*) alberto.buela@gmail.com

Casilla 3198

(1000) Buenos Aires

NOTAS:

[1] La idea de laicado es un invento moderno que nace a mediados del siglo XIX con los pensadores sociales católicos. La Iglesia, salvo la primera, fue siempre de los curas, obispos y mojas. El pueblo llano a “tomar por culo” como dicen tan gráficamente los gallegos.

[2] Mi doble origen existencial, Parque Patricios y Magdalena, al igual que Juan Nadie, el personaje de Miguel D. Etchebarne sobre la vida y la muerte de un compadre, me emparienta aún mucho más con lo más genuino de mi pueblo.

[3] Historiador uruguayo recientemente fallecido que fuera asesor del CELAM(congreso eclesiástico latinoamericano).

[4] Alguien que sabe más que nosotros en estos temas como el Lic. Urbani me hace notar. “Lo de Benedicto tiene una connotación especial puesto que fue el último y definitivo corrector del texto final del Concilio Vaticano II, junto a diez teólogos protestantes. Por ende, de tradicionalista no tiene nada”.

[5] Hay que distinguir entre la teología de la liberación de neto corte marxista (Gutiérrez, Boff) y la de corte popular, la que intenta recuperar la religiosidad popular (Gera, Scannonne). Pero pasó a la historia sin pena ni gloria.

[6] Nosotros no invalidamos el Vaticano II como lo hacen los sedevacantistas (ej. C. Disandro) diciendo que como el Papa no es Papa desde Juan XXIII para acá, la sede de Roma está vacante. Esto es un ex abrupto teórico que no hay que tomar ni en cuenta. Nosotros decimos que las consecuencias concretas del Vaticano II han sido nefastas para la Iglesia.(ej. vaciamiento de seminarios, ingreso masivo de gays en los mismos, pérdida del espíritu misional y de pobreza, evaporación de lo sagrado en la liturgia como en la vida sacerdotal, etc.).

[7] La carnalidad judía fue puesta de manifiesto en un imperdible artículo del mayor metafísico argentino, Nimio de Anquín (1896-1979) en Racismo nazi, racismo judío y linaje cristiano (1939): “El judío sin fe - sin la historia teológica- es nada, y el judío actual simboliza el hombre incrédulo. La fe es la acción del hombre por la que entra en relación con un ser, y la fe religiosa está dirigida a lo intemporal, al ser absoluto, a la vida eterna. Y el judío es nada, en el más profundo sentido, porque él en nada cree. La fe es todo en la vida del hombre, la fe en Dios o por lo menos la fe en el propio ateísmo; pero el judío no cree en nada, ni en su propia fe; duda de su duda; es el hombre impío en el más amplio sentido del vocablo; es el hombre irreligioso por excelencia. Este ser infra-humano no es el judío del Antiguo Testamento, el de la tradición profética en que vive como incluida la vocación real y sacerdotal del pueblo elegido. En él no hay ni rastros de fidelidad a la idea de la venerable teocracia. Ha roto deliberadamente su nexo con el grandioso pasado y ha quedado vacío de su historia inigualable que sólo pudo escribirse con el auxilio del brazo de Dios”.

[8] Schmitt, Carl: Teología política, Bs.As. Ed. Struhart, 1985, p. 95,

[9] Meinvielle, Julio: De la Cábala al progresismo, Bs.As., Ed. Epheta, 1994, p. 361

[10] Otra de las consecuencias de mi articulo sobre la sotana blanca es la invitación que me hicieran a dialogar con el P. Lucio Gera uno de los teólogos del concilio y de la liberación latinoamericana que más fama ha acumulado en estos últimos 50 años. Su respuesta ante mis planteos fue sacarse el sayo de encima afirmando que hay que movilizar al laicado. En una palabra que nosotros los laicos nos convirtamos en el personaje de la Hora Veinticinco. Una vez más poniendo el carro delante del caballo.

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