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domingo, 22 de agosto de 2010

BARENBOIM, NO SÉ SI TOCA BIEN, PERO SABE LO QUE DICE

a Alberto Buela

Por Alberto Buela

No es la nuestra una vocación artística y menos aún musical, pero por un tema de politesse, como dicen los franceses, siempre leemos lo que sucede en dicho espacio.

El mundo musical y sobre todo el de la música clásica nos está vedado. Nos resulta incomprensible, aburrido y hasta chocante.

Es sabido que el gusto se educa. Así aparecen los gourmets o gustadores de comida, los somelliers o catadores de bebidas, los críticos de arte plásticas, etc. Y el gusto musical mucho más fugaz y sutil que el resto supone, esto ya lo hizo notar Platón, una educación mucho más esmerada y constante.

Hace muchos años leí declaraciones perdidas por ahí del director Herbert von Karajan que la música clásica estaba invadida por la estética judía, que definitivamente la ha desnaturalizado. El hecho bruto, o mejor brutal, es que la inmensa cantidad de directores, ejecutores y compositores de origen judío es apabullante en el campo de la música clásica. De esto se queja, aunque en otro sentido, el israelí Metha cuando afirma que la inmigración rusa a Israel en los años 70 se hizo a través de los “judíos rusos con un violín debajo del brazo”.

Recientemente la preguntaron a Mehta, director de la orquesta de Jerusalén, “¿cómo explica la historia entre los judíos y la música clásica?. Proviene de Europa. Los judíos siempre han apoyado la cultura desde que se abrieron los guettos de Amsterdan, Francfort y otros; se convirtieron en hombres de negocios y quisieron formar parte de la visión cultural, lo que es parte de la sociedad. Quieren mezclarse, quieren asimilarse. De repente se encuentran judíos en Alemania en el siglo pasado que ponen a sus hijos nombres mitológicos. Sigmund y Sigfried se convierten en nombres judíos. Y esto nunca había pasado antes… Me arrepiento de haber intentado tocar Wagner en Israel porque la música transporta a los judíos a los años de terror que sufrieron y además el director se identifica con el compositor que está interpretando”. (La Vanguardia de Barcelona, 16/8/98).

En estos días está de nuevo en Buenos Aires Daniel Barenboim, director de la orquesta Divan, el nombre no podía ser más emblemático para un argentino de origen judío (no olvidemos que somos la capital mundial de psicoanálisis) quien vino a ofrecer una serie de conciertos populares. Una contradictio in terminis. Los conciertos y más aún los de música clásica nunca son populares, para ello está la música popular.

Como dijimos, nosotros no estamos en condiciones de juzgar a Barenboim como músico pero sí sus declaraciones y éstas han sido estupendas, pues han mostrado el carácter argentino de este director.

Él ha hecho un esfuerzo extraordinario al conformar una orquesta como la Divan compuesta por músicos judíos y palestinos para mostrar que la música no tiene fronteras y que puede ser ejecutada por todos. Esto le ha valido críticas furibundas de las autoridades israelíes pero “nuestro paisano” continua, irreductible al desaliento.

En sus declaraciones contó que había nacido en Buenos Aires donde vivió hasta los 12 años para luego trasladarse con sus padres a Israel. Fue de las primeras camadas en irse para allá, muy pocos años después de la fundación del Estado judío en 1948. Pero que nunca olvidó su origen argentino. Y que su próximo concierto en la avenida 9 de julio lo emociona muchísimo pues está muy cerca de la calle Arenales, lugar donde nació y vivió sus años de infancia.

Sostuvo que“ la Argentina es un ejemplo para el mundo y que debemos sentirnos orgullosos pues es el país que ha demostrado que pueden convivir en paz muchas identidades. Que nosotros no somos un multiculturalismo de etnias aisladas unas de otras, sino que somos un interculturalismo, donde muchas identidades viven en nosotros mismos. Que Europa y otros Estados tendrían que aprender de nosotros, y que muchas veces cuando se nos critica (algunas con razón), deberían valorar y no olvidar el aporte argentino al mundo: La convivencia de muchas identidades dentro de un proyecto de nación”.

Barenboin con esta sola declaración está mostrando que el es hijo, como todos nosotros, de esa brillante idea que tenían nuestros viejos maestros de la escuela primaria cuando definían a la Argentina como “un crisol de razas”. Crisol porque se funden en él elementos distintos para conformar un nuevo: ni tan europeo ni tan indio. Esto que somos.

Con este breve pensamiento Barenboim desarmó de un plumazo la idea ruin del multiculturalismo importada a nuestras tierras por los antropólogos anglonorteamericanos, según la cual las minorías valen por el solo hecho de ser minorías y no por el nivel de los valores que encarnan. Y así proponen para nuestros países de América del Sur que los mapuches se aíslen y se independicen, que los guaraníes lo mismo, que los descendientes de italianos, alemanes, españoles, judíos, árabes, franceses o polacos obren de idéntica manera. En una palabra, el multiculturalismo viene, políticamente, a desarmar la idea de Estado-nación que tanto nos costó elaborar. El caso más grave actualmente es el de Bolivia con sus 36 naciones aborígenes en donde se ha cometido el desatino de no incluir al mundo criollo o cholo que es la inmensa mayoría de la población.

Barenboim en pocas palabras viene a decir que somos una intercultura o cultura de síntesis en donde conviven en paz las distintas identidades de origen. Y este es el ejemplo argentino al mundo. Salute.

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