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lunes, 2 de agosto de 2010

MISA DEL CAMPO: DESTACAN LOS VALORES DE LA FAMILIA RURAL

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En la foto: Misa del campo en la Rural (foto: Clarin)

La Misa del Campo se celebró ayer en la 124ª exposición rural en el predio ferial de Palermo, organizada por Misiones Rurales Argentinas, como lo viene haciendo desde 1959.
     En un altar levantado sobre fardos de pasto, revestidos con choclos y otros vegetales, y adornado con tejidos de lana y alpaca, ofició la misa el presbítero Francisco Baigorria, párroco de San Ignacio.
     Misiones Rurales Argentinas promueve la formación humana integral de la familia rural y alienta la tarea de cientos de maestros rurales de muy diversas zonas del país, con libros, ropa, alimentos, apoyo pedagógico.
      Una mañana soleada y de cielo límpido, pero muy fría, fue el marco de la celebración. Las dos tribunas del pabellón Solanet, en las que daba el sol, estaban llenas; la tribuna oficial estaba llena más de la mitad y había gente un poco más dispersa en las otras tribunas.
      Al comenzar el acto, el sacerdote celebrante pidió la bendición de Dios para “este lugar, esta gente y el fruto de su trabajo”. A los costados del altar, flanqueados por gauchos a caballo, había ejemplares bovinos, ovinos y de otras especies. El arreglo del altar, a cargo del equipo de la señora Celina Arauz de Pirovano, dirigido por Sebastián Arauz, incluía una imagen salteña del Señor del Milagro y otra de la Virgen María tallada en madera. Había una bandera argentina y otra de la Santa Sede, y un cartel que decía “Dios es nuestra paz”.
     El sacerdote bendijo las medallas del Premio Ave María, que Misiones Rurales entrega cada año a maestros de escuelas del campo. Las recibieron María Cristina Yurquina, directora de la escuela de frontera N”1, de Yaví Chico, Jujuy, por su proyecto “El maíz, ese grano de oro americano”, que extrae consecuencias pedagógicas de un cultivo que los alumnos conocen bien por su experiencia familiar; Carmen Basilio de Díaz, directora de la escuela rural 82, del Paraje San Lucas, Misiones, que no pudo estar presente por problemas de salud; Antonio Edgar Contrera, director suplente de la escuela 221, de Agua de Aguirre, en los valles riojanos, promotor del proyecto para adolescentes “Olimpiadas deportivas rurales; deporte, la vacuna insuperable”, y la hermana María Eulalia Jiménez, de las Hijas de la Virgen de los Dolores, misionera en Mallín Alto, cerca de El Bolsón, Río Negro.
    El primero de los premios lo entregó el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Biolcatti, que asistió al oficio religioso, y leyó una lectura. También asistieron los ex presidentes de la entidad Horacio Gutiérrez, Guillermo Alchuron, Enrique Crotto y Luciano Miguens.
    Antes de comenzar la Misa, dijo breves palabras la presidenta de Misiones Rurales, Cristina Yofre de Solanet, quien agradeció la ayuda de Dios y de todos quienes colaboran en la promoción humana integral de la familia rural.
     El presbítero Baigorria recordó que nació en una familia de campo y evocó cuando siendo niño venía a Buenos Aires y visitaba la exposición. Contó que durante años participó de esa misa, siendo niño. Indicó cómo todos los años, desde hace más de un centenar, la ciudad de Buenos Aires acoge en su seno familias del interior como de la ciudad, “junto al fruto del esfuerzo, el talento y la bendición del Señor plasmada en su producción, en sus logros, en la lucha cotidiana del trabajo de cada día”.
     Dirigiéndose a las familias, estimó que “es nuestra oportunidad el recordarnos cuánto y cómo Dios nos ha bendecido; no sólo en la fecundidad de nuestras tierras, sino sobre todo en el espíritu luchador y trabajador; en los corazones esperanzadores de tantos hombres y mujeres en el creer, y así contribuir en la construcción de la Patria, de una Patria Grande, donde cada uno, cada familia, cada pueblo de nuestro interior pueda vivir, crecer con dignidad; con el gozo de los hijos de Dios”.
     Dijo que “en el campo y en su gente está latente y vivo lo más verdadero de quienes somos, nuestra identidad nacional, como así nuestras raíces, nuestro fundamento y nuestra naturaleza. Allí palpamos la cultura del trabajo, la vida familiar salvaguardada, la vida en los pueblos como gran familia, donde todos nos reconocemos; constituida sobre el fundamento de la vida doméstica y comunitaria, en contacto con la naturaleza.
     Allí somos testigos del espíritu de abandono y de confianza en la Providencia Divina, en la Esperanza puesta irremediablemente en el Señor, dador de todo y de lo que somos. Allí nos admiramos del espíritu de paciencia y aceptación a lo que Dios disponga, soportando los fríos y heladas como los calores estivales; las inundaciones y las sequías. Y somos también testigos del sentido de justicia y de equidad que el mismo orden natural ha sellado en nuestro corazones; el sentido de comunión y fraternidad, fogueado por lo agreste de las condiciones propias de la vida del campo; el espíritu de familia y de sacrificio, por el bien de todos y no de la parte...”
     Advirtió sobre la amenaza del relativismo, la vanidad, lo pasajero. “El correr tras el viento, el vivir por lo efímero y lo banal; en todo esto el hombre de campo, la cultura argentina de “campo adentro” tiene mucho que enseñarnos. El Señor nos invita a lo Absoluto, lo que está detrás del Sol. Nos invita a buscar los bienes celestiales, los valores de la impronta que Él selló en cada hombre, en cada uno de nosotros, creados a su imagen y semejanza.”
     Afirmó que estamos convocados a trabajar todos unidos “con el pensamiento en las cosas celestiales, es decir, en las que valen y comprometen el devenir de la historia, haciendo morir en nuestros miembros, en nuestra sociedad todo mal espíritu de crispación y confrontación, toda intención de desconsideración e imposición de lo que no hace a lo nuestro ni a nuestros valores cristianos, toda conducta avara, en todo sentido, que es una forma de idolatría, para crecer en la unidad y en el respeto entre nosotros e instaurar el Reino, los valores y criterios del Evangelio”.
    Un coro de más de cincuenta voces, ubicado en una tribuna lateral y dirigido por el maestro Héctor Saab, cantó en distintos momentos de la celebración. Lo formaban integrantes de los coros Pacem in Terris, de las basílicas del Pilar y de San José de Flores, y del colegio Del Salvador. Entre otras canciones interpretó el Aleluya, de Mozart, y el Sanctus, de Gounod, y a la salida, cantó el himno Cristo, Jesús, en Ti la patria espera, y la marcha de San Lorenzo.

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