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jueves, 12 de agosto de 2010

NUEVO CURA EN EL PUEBLO

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Por Emilio Nazar Kasbo

Y llegó el nuevo cura al pueblo. Sí, todos lo estaban esperando… El otro sacerdote ya estaba algo viejito, y era previsible el cambio en cualquier momento.

El sacerdote viejito había cuidado la Iglesia, y había conservado con cuidado el dogma y la liturgia entre los feligreses, difundiendo la piedad y las obras de Caridad.

Pero el anciano cura ya no estaba más. Llegó el cura nuevo. Al principio, todo bien: hablaba poco, parecía parco, pero lentamente fue tomando confianza, conociendo la feligresía. Y a medida que conocía a los fieles, empezaba a mostrar lo que llevaba en su interior.

“Esta iglesia es antigua, como el cura que estaba antes”, dijo en una de las homilías. “El último Concilio estableció que el Sagrario no debe estar en el centro del edificio”, siguió afirmando. Y al poco tiempo consiguió una estatua de San José (pero era tan moderna que podía ser San José, San Pedro o San Luis de Francia… indistinguible). Los feligreses sabían que era una estatua de San José porque lo dijo el cura, y porque había una pequeña placa debajo que en el grabado decía: “San José”. Y justamente esa estatua la puso donde antes estaba el Sagrario, que fue corrido a uno de los laterales.

Claro, el cura anterior no quería saber nada con los pecados… pero en el mundo hay pecados, todos somos pecadores, y el sacerdote es un hombre más, común y corriente, en medio del mundo… es decir, del pecado. El trato del sacerdote también cambió: ya no había más distancia. “No me llamen Padre, díganme “Dabu”, como me dicen mis amigos”, dijo en otra homilía. Abrazaba muy efusivamente a las chicas y muchachos… pero más a las chicas, mostrando que el cura también sabe entender y captar la onda.

No faltaron las nuevas teorías que ponen en tela de juicio el Dogma, el Magisterio y la Tradición entera. “Los pecados, no son pecados. Pecado es el hambre, el resto no tiene mucha importancia. Muchos se quejan de los pecados de la lujuria y cosas así, pero eso es un lenguaje antiguo. Ojo que esto que digo es una materia discutida hoy, pero se los tengo que decir”, afirmó. “Es tan difícil que alguien vaya al infierno… se necesitan tantos requisitos para que exista realmente un pecado mortal que dudo que haya alguien en el infierno, y lo mismo en el Purgatorio, si es que el infierno y el purgatorio existen”, dijo en otra oportunidad.

Ah, el nuevo sentido de la vida que traía el cura justificaba todo: “Miren: Jesús vino a traernos calidad de vida, no vino a reprimir nuestra psicología y nuestra sexualidad, porque Jesús era un revolucionario. Por eso, podemos decir que está bien que haya muchos homosexuales y que los hijos de ustedes puedan elegir la homosexualidad como una opción, porque no es un pecado abominable, sino algo muy positivo, como lo dice el eminente teólogo Anselm Grün, cuyos libros pueden encontrar en toda librería que se diga católica”. Para quien no lo sabe, Grün efectivamente justifica la homosexualidad y afirma que es algo “creativo” y un “don”, y ni hablar de sus afirmaciones sobre los vicios y pecados de lujuria.

- Pero… ¿este cura es puto que justifica tanto a los putos? –salió diciendo en aquella oportunidad un feligrés enojadísimo en el atrio.

- No, ¡qué va a ser puto! ¿No ve cómo abraza a las chicas de la Parroquia? Yo le dije a mi nieta que ni se le acerque –dijo una señora mayor

- Bueno, si no es, la mira con cariño. Por ahí le gusta de todo un poco, algo como revuelto de gramajo –dijo otro feligrés que oyó el diálogo.

Cuando llegaba la fecha de su cumpleaños, distribuyó a la salida de la iglesia las tarjetas de invitación a la fiesta. Al final del texto, pedía: “traer cotillón”.

¿Qué era esto? La iglesia se despobló. La feligresía lo abandonó. Solamente iban a escucharlo personas que querían justificar sus propios pecados, que no querían abandonar la vida de pecado, que no querían confesarse. ¡Si el cura ni confesaba! ¿Para qué confesarse? ¿O acaso hay alguna acción humana que ofenda a Dios? Tal vez el hambre, pero ¿cuántos son los verdaderos responsables del hambre en el mundo? Ninguno de los que concurría a esa Misa tenía pasión por la virtud o por la santidad. Todo eso es una exigencia muy grande, y Jesús no vino a traer ninguna exigencia, según el cura predicaba.

Sí, el cura venía de un pueblo pequeño, su familia no tenía muchos recursos económicos y le costó mucho lograr la ordenación como sacerdote. “Nunca tuve un anillo de oro, así que de lo que se junte en la colecta, voy a ir separando dinero para comprarme uno”, confesó a una ministro de la Eucaristía, según relató una monaguilla de 11 años que lo empezaba a acolitar. ¿Ministro de la Eucaristía y Monaguillas? Eso no existía

- Padre, ¡perdón! Dabu… ¿En qué seminario le enseñaron estas cosas? –preguntó un feligrés dudando de que este sacerdote realmente pudiera haber sido ordenado en la Iglesia Católica

- Bueno, al principio estuve con los jesuitas, y como imagino que sabrá, yo soy sicólogo, tengo el título otorgado por la UFA (Universidad Freudiana Argentina). Ahí asistí a unos retiros espirituales ignacianos reformados, es decir, que no son los de San Ignacio porque no se entiende lo que él escribió, y como son nuevos podíamos tratar desde el aumento de la energía en las facturas al consumidor hasta el derecho a la diversidad sexual (o sea, la homosexualidad) en la Iglesia. Pero después me pasé a los los franciscanos, porque consideré que podía expresarme mejor con ese carisma, y ahí tuve oportunidad de conocer a un sacerdote que se había jugado la vida asesorando a personas que hacían reivindicaciones sociales por la fuerza (o sea, grupos armados revolucionarios), y además vi que podía actualizar el mensaje de San Francisco de Asís en la vida de los hippies. Finalmente pude ordenarme en un seminario diocesano de Paraguay, porque como no tienen sacerdotes es mucho más fácil ser ordenado ahí, y no hay que hacer tanto papeleo y tantos exámenes. Al final ¡sólo hace falta saber que Dios es Amor y la Suprema Tolerancia de todo! ¿Hay algo más que eso? En cuanto a mi formación, siempre he seguido los libros de Gutiérrez y de Leonardo Boff, que hoy mismo se pueden conseguir en cualquier librería católica, y aunque algunos dicen que el Papa los condenó, sin embargo no los han mencionado de forma explícita.

- Pero Padre, digo… Dabu, ¿usted estudió Liturgia? Le pregunto estas cosas, porque en la última Misa Ud trajo a un grupo de rock, y en medio de la Eucaristía nos hizo bailar, y además Ud agrega palabras en la Consagración, quita otras, entra bailando… ¿cómo es eso?

- Ah, es que yo ahora soy carismático, entonces tenemos que mostrar la alegría de que somos católicos, y la alegría se muestra en la fiesta. La Misa es una fiesta, como las bodas de Caná, donde Jesús seguro se emborrachó y quedó dado vuelta con todo el vino que se tomaron junto con todos los invitados. ¡Y fue por la intercesión de María!

- ¿Eso le enseñaron en el Seminario? Nunca lo había escuchado…

- ¡Claro! Usted nunca lo escuchó, porque el cura que estaba antes seguramente pertenece a esa Iglesia antigua, a esos “tradicionales”, seguro que era un “preconciliar”. Muchos no entienden que la Iglesia Católica cambió, que ahora hay otra Iglesia, hay un antes y un después de Constantino en la Iglesia Católica, y hay un antes y un después del Concilio Vaticano II en la Iglesia, que va evolucionando en el tiempo, adaptándose a la modernidad y las exigencias históricas que se presentan. El mensaje de Jesús antes se interpretaba de un modo, y ahora de otro, se inventan dogmas y se derogan también, se inventan liturgias y se derogan… pero lo importante es tener calidad de vida, Jesús vino para eso.

- Pero… ¿y  los mártires? –preguntó sorprendido el feligrés

- Los mártires son fruto de una idea preconciliar. Eso había antes, cuando se exigía sacrificio en la vida personal a todos, a laicos y a la jerarquía de la Iglesia. Hoy el martirio es por ejemplo que cuando uno desayuna el café esté frío, o que no haya gas y no haya agua caliente para el uso cotidiano, por ejemplo… ¿Me está tomando examen? –dijo el cura ofendido, y cortó la conversación para ir a desarrollar sus quehaceres.

Un día el Obispo lo llamó para dialogar y manifestarle que parecía que alguna de las expresiones del sacerdote podían llegar eventualmente a sonar heréticas.

- ¿Usted me cita para eso? –inquirió el cura al Obispo. ¿Usted es preconciliar de esa Iglesia Monárquica y Jerárquica que obedece al Papa y de la cual pido perdón por pertenecer a esa Institución? ¿Acaso Usted pretende que la homosexualidad, el aborto, la eutanasia y la Carta de la Tierra contradice el Evangelio?

El Obispo no reaccionó a tales manifestaciones. O no supo o no quiso reaccionar. Si excomulgaba a este sacerdote, debería hacerlo con otros tantos que predican lo mismo, y hasta podría quedarse prácticamente sin sacerdotes. Es más, tendría que expulsar autoridades y docentes de la Universidad Católica que de él dependía, lo cual además tendría un costo económico muy elevado. Así que prefirió dejar las cosas como estaban.

Todo el mundo sabe cómo terminó este cura: colgando la sotana que jamás usó, y casándose con otro homosexual. El había sido uno de los promotores para equiparar legalmente la unión antinatural de homosexuales con el matrimonio en Argentina, que se había aprobado. Al final, acabó como asesor de un diputado y con planes de candidatearse en las próximas elecciones.

Lo que no quedó claro a muchos feligreses, es si el cura no era un hereje… o sí.

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