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lunes, 20 de septiembre de 2010

JUAN BAUTISTA ALBERDI, JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL “FRAGMENTO PRELIMINAR AL ESTUDIO DEL DERECHO”

a Juan Manuel de Rosas

Por Silvio H. Coppola

Hacia 1837 Buenos Aires era el lugar donde la anhelante juventud estudiosa de una nueva generación, recibía y asimilaba las doctrinas europeas. Era el auge del romanticismo literario y político. Las ideas de los siglos XVII y XVIII imponían su sello característico: junto a Montesquieu y Rousseau, se leía a Hobbes y Locke, a Vico, Cousin, Lerminier y Saint Simon.

¿Pero quiénes eran esos jóvenes que buscaban nuevos principios y nuevas formas filosóficas y doctrinarias de vida? Según ellos mismos lo dijeron, querían el progreso del país, en base a la libertad. Se mostraron opuestos a la furiosa y enconada lucha que sostenían entonces los dos bandos irreductibles de argentinos, unitarios y federales. Fueron, poco a poco, elaborando y proclamando sus principios. Se reunían en el Salón Literario, inaugurado el 26 de junio de 1832, cuyo antecedente inmediato fue la Sociedad Literaria de 1822.

A las figuras de esta generación que comenzaba a destacarse, Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, estuvo desde un comienzo unido Juan Bautista Alberdi. En aquél entonces esperaban estos la pronta solución de los problemas políticos del país, por la vía del más completo orden y legalidad. Eran contrarios a muertes y violencias y sólo esperaban lo que ellos creían segura y lógica evolución pacífica hacia la democracia como forma política de gobierno.

¿Pero qué entendían ellos por democracia? Era evidente que no interpretaban a esta forma de gobierno, como el que se diera la mayoría. Echeverría no era partidario de que el pueblo (plebe) interviniese en las votaciones o en los gobiernos que de ellas surgiesen; creía que no estaba capacitado, como era seguramente lo más probable. ¿Pero qué podían indicar esas ideas? En forma teórica quizás tuvieran como base la razón más completa, pero en la faz práctica ¿qué significó?. Que el pueblo los ignorara y se refugiara cada vez más a la sombra del caudillo que se consustanciaba con ellos; por eso fue que estos jóvenes, en cuanto a sus relaciones con el común de las gentes, predicara en el desierto.

La primera exposición de las ideas y propósitos de esta nueva generación, fue expuesta por Juan Bautista Alberdi, en su libro “Fragmento preliminar al estudio del derecho”, editado en Buenos Aires y que fuera dedicado al gobernador de Tucumán y protector del autor, el “Indio” Alejandro Heredia (para este trabajo se toma la reedición facsimilar producida por el Instituto de Historia del Derecho Argentino de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Ed.Baiocco y Cía, Buenos Aires, 1942).

Acerca de esta obra, dijo Echeverría que era una “filosofía del Derecho”. Como obra jurídica y filosófica a la vez, también ha sido conceptuada. Pero en Montevideo, se la designó como “nueva exposición elemental de nuestra legislación civil”. Y puede agregarse que muchas de las ideas expresadas en el libro, se repetirán en poco tiempo en el“Dogma socialista” de Esteban Echeverría.

En la lectura del mismo se nota enseguida, como por otra parte lo reconoce el mismo autor, la influencia de Lamennais (Hugo,1782-1854) y de Savigny (Federico Carlos, 1779-1861) y por intermedio de estos, de la Escuela Histórica Alemana del Derecho. Por eso Alberdi indica que saber leyes no es saber derecho, que la jurisprudencia es filosofía y no arte mecánica y que atenerse a la intención lógica y no a la gramatical, para interpretar las leyes es lo correcto. Y que un pueblo, para ser independiente, además de ser civilizado, deberá tener una conciencia nacional, por medio de una filosofía propia. Critica en consecuencia las imitaciones extranjerizantes hechas en el país y cree que la libertad de la razón debe ser amplia y en todo: en el obrar, en el creer y en el actuar.

Esta libertad no consistirá solamente en la lograda por la espada, sino que debe de haber una anexa, la lograda por la inteligencia: “Dos cadenas nos ataban a la Europa, una material que tronó; otra inteligente que vive aún”.

Según Alberdi, en una frase que tanto podría haber sido escrita en 1837 como ahora, cree que los pueblos no van de la noche del despotismo al día de la libertad, en un abrir y cerrar de ojos, que en consecuencia hay que atravesar etapas de desenvolvimiento que son absolutamente necesarias, ya que los pueblos tienen edades políticas en su milenario desarrollo, comunes a todos ellos y sólo diferenciadas por su aparición en el tiempo. Una de las maneras de acelerar este proceso de evolución, que deberá conducir a la democracia, es difundir la civilización en el pueblo. Este entonces, para ser libre, “. . .ha de ser industrial, artista, filósofo, creyente, moral. . ” y además deberá basarse en la religión, que “es el fundamento más poderoso del desenvolvimiento humano”, es decir “. . .el complemento del hombre”.

Estos atributos del pueblo, deben lograrse por la misión de la juventud en forma de un desarrollo pacífico; y para ello “Nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos, una fuerte intuición de estas verdades”. Es decir que Alberdi y con él la generación de 1837, se creyó compenetrada con la actuación de Juan Manuel de Rosas, a la sazón Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Y eso porque “lo que el gran magistrado ha ensayado de practicar en la política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en la filosofía, en la industria, en la sociabilidad. . .”.de “acuerdo y únicamente en el íntimo y profundo estudio de nuestros hombres y de nuestras cosas”. Era en la época, la justificación de la política de Rosas y de cómo entendía este que debía organizarse el país, ideas que expresara a Juan Facundo Quiroga en su famosa carta de la hacienda de Figueroa, enviada al riojano cuando este comenzaba el viaje a Santiago del Estero, que posteriormente lo llevaría a ser asesinado en febrero de 1835. O sea que para constituir un país, la elaboración debería ser lenta y progresiva, tratando de unir voluntades en una política de coincidencias, la que debería estar de acuerdo a las características propias de la nacionalidad.

Esta carta de la hacienda de Figueroa (18 de diciembre de 1834) que expresa el parecer de Rosas en cuanto a la filosofía política, está detallada y comentada por Adolfo Saldías en su “Historia de la Confederación Argentina”, pudiendo señalársele estos principales conceptos: Que dado el estado de conmoción del país, debido a los “planes anárquicos de los unitarios”, no se podrá todavía hacer la “grande obra de la Constitución”. Habrá primero que consultar a las provincias, y “vigorizándose” estas, serán la base de la futura Constitución. Señala Rosas el fracaso de la copiada Constitución de 1826 y la falta de intelectos para llevarla adelante. El futuro Congreso en consecuencia estipulará las“bases de la unión federal”. Las atribuciones que la Constitución asigne al nuevo gobierno federal, deberán dejar a salvo la “soberanía e independencia” de las provincias. O sea tener en cuenta principalmente el Pacto Federal de 1831, donde estas delegan a un gobierno central facultades de representación ante el extranjero, en paz o en guerra. Sigue Rosas:“Si no hay estados bien organizados y con elementos bastantes para gobernarse por si mismos y asegurar el orden respectivo, la república federal es quimérica y desastrosa”y da como ejemplo los propios Estados Unidos. Y en lo que hace al tesoro y al ejército, estos “deberán formarse según los convenios que hagan los estados por el órgano de sus representantes”. Y continúa Rosas enumerando las dificultades y escollos que atraviesa todo el país y la inconveniencia de precipitarse en algo tan importante como es la Constitución. Y aquí puede señalarse como intuitivamente y acaso sin haberlo leído, sigue los principios de Savigny y de la Escuela Historicista Alemana: “No hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que cada gobierno promueva por si el espíritu de paz y de tranquilidad. Cuando esto se haga viable, los gobiernos podrán negociar amigablemente las bases para colocar las cosas en tal estado que cuando se forme el Congreso no tenga más que marchar llanamente por el camino que ya los mismos pueblos de la República le hayan designado”. O sea dentro de las ideas que se exponen en el Fragmento un par de años después. La conciencia intuitiva de Rosas, se mostraba como la inteligencia razonada de Alberdi.

Al analizar este en su libro la función política del pueblo, cree que la popularidad es el signo de la legitimidad de los gobiernos y que cuando estos tienen tal cualidad, no caen. Lamentablemente a los dos o tres años de expresar estos pensamientos, Alberdi ataca desde Montevideo a Rosas y en consecuencia uno no puede menos de preguntarse ¿cambió tan rápido de ideas o va contra sus convicciones de conciencia, atacando a un gobierno que por lo popular, cree legítimo?

Siguiendo con sus conceptos historicistas, se muestra contrario a las revoluciones materiales, porque “. . . suprimen el tiempo, copan los años y quieren ver de un golpe, lo que no puede ser desenvuelto sino a favor del tiempo”. Aunque de esto renunciará bien pronto, al colaborar con la inmigración antirrosista de Montevideo, que pronto se uniría a la intervención francesa.

En casi todos los asuntos de la obra, defiende Alberdi al cristianismo y no niega su “divinidad e indestructibilidad”. Cree en él y cree en el orden. También en Rosas, al que de ninguna manera considera un déspota, ya que es “. . .un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo” y no sobre “bayonetas mercenarias”.

Para nuestro autor, la situación de la época es normal y lógica, derivándose de las premisas preconstituídas; siendo entonces el Gobierno y Juan Manuel de Rosas, el resultado único a que había de llegar el país, luego de las vicisitudes sufridas en los años inmediatos anteriores.

El porvenir será de la plebe y su independencia la del género humano; en consecuencia es lógico y natural respetar la voluntad del pueblo. Y aunque este recién está comenzando a evolucionar, es de esperar que esta evolución sea “gradual y. . pacífica”. Y si bien el país depende todavía de Europa en cuanto a cultura, afirma rotundamente que desde la emancipación dejamos de ser parientes de España, porque “. . .desde la República, somos hijos de la Francia”.

¿Y qué límites y restricciones deberán de tener los gobiernos? Y Alberdi afirma tajantemente: “El límite de que aquí se trata, ya sea que este derecho resida escrito en la carta constitucional de la nación, ya en la razón del pueblo, o solamente en la conciencia del gefe supremo del Estado, como sucede entre nosotros. En este sentido cuantas veces se ha dicho que el poder del Sr.Rosas no tiene límites, se ha despojado aunque de buena fe, a este ilustre personage del título glorioso de Restaurador de las Leyes: porque las leyes, no siendo otra cosa que la razón o el derecho, restaurar las leyes es restaurar la razón o el derecho, es decir, un límite que había sido derrocado por los gobiernos despóticos, y que hoy vive indeleble en la conciencia enérgica del gran general que tuvo la gloria de restaurarle. No es pues ilimitado el poder que nos rige, y sólo el crimen debe temblar bajo su brazo. Tiene un límite, sin duda, que por una exigencia desgraciada pero real, de nuestra patria, reside en una conciencia, en vez de residir en una carta. Pero una conciencia garantida por más de cuarenta años de una moralidad irrecusable y fuerte, no es una conciencia temible”. Aquí quiero hacer constar que poco antes, por ley de la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires del 7 de marzo de 1835 (sancionada a raíz del asesinato de Quiroga), que fuera ratificada por un plebiscito a pedido de Rosas, este detentaba la suma del poder público, sin más limitaciones que proteger la religión católica y “sostener la causa nacional de la federación”, a lo que puede agregarse también por decisión del mandatario, de que sus poderes no abarcaban “la administración de los dineros públicos”.

El libro –recordemos que su primera publicación fue en Buenos Aires- era la justificación del gobierno, de la política y de la filosofía de Rosas. Por eso, estando ya Alberdi a los pocos años, reunido con la emigración en Montevideo, fue duramente criticado por los unitarios y por la nueva generación. Intentó justificarse alegando que con sus halagos a Rosas “. . .había encubierto la emisión de las doctrinas más liberales y revolucionarias. . . con algunas páginas de concesiones”. Evidentemente no fue sincero con estas afirmaciones. Es indudable que todo lo que escribiera lo hizo con pleno convencimiento y sin ninguna obligación ni presión, pareciendo compenetrarse totalmente de acuerdo a sus ideas historicistas, con lo que era el gobierno de su patria. Si bien estuvo en el exilio (voluntario) varios años y colaboró con la emigración, algún tiempo después continuaría con sus ideas ya manifestadas, al escribir “La República Argentina treinta y siete años después de su Revolución de Mayo”.

LA PLATA, septiembre 17 de 2010.

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