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viernes, 24 de septiembre de 2010

SINARQUÍA

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Por Alejandro Olmedo Zumarán

Sinarquía, según el diccionario de la Real Academia Española, significa influencia, generalmente decisiva, de un grupo de empresas comerciales o de personas poderosas en los asuntos políticos y económicos de un país.

Pareciera que este término es aplicable, sin duda alguna, a lo que ocurre en la Argentina hoy día.

Hay un grupo poderoso de empresas, de políticos y de economistas que influyen decisivamente en el curso que, a su criterio, debe seguir el país. Por supuesto que hablamos de un grupo pequeño en su número, que no refleja ni por asomo a la mayoría. Asimismo, este grupo maneja un área fundamental que les permite sostener esta sinarquía: la caja. Sin la caja, este tipo de sociedades no resistiría ni un segundo.

La caja es manejada por una persona, lo cual le permite "negociar" con los empresarios amigos. "Capitalismo de amigos", le llaman, y eso posibilitará que compren empresas y se repartan los dividendos.

Claro que, para lograr este objetivo, los colaboradores deben ser incondicionales, dando lugar a que aparezcan los ya por todos conocidos, que se presentan ante micrófonos elegidos previamente para expresar una serie de argumentos que casi nadie cree, ni aun sus "amigos".
Otras personas poderosas circulan con esos "colaboradores". Hombres y mujeres que inspiran temor y hacen lo que el jefe les ordena; porque hay que tenerlo claro: estos no hacen nada por sí solos.

Además de los actores que elaboran esta sinarquía, tenemos los coprotagonistas de esta historia, individuos que han colaborado con El Jefe y gozan de algunos privilegios, como el de violar la ley constantemente, privando a la mayoría de la ciudadanía del goce de los derechos y garantías que la Constitución nacional prevé.

Estos coprotagonistas confirman el estado de indefensión en el que vive la mayoría de los habitantes del país, excepto ese grupo de personas poderosas que maneja los destinos de la Nación a voluntad.

Es así cómo convivimos constantemente en una supuesta democracia, aunque, al mismo tiempo, no es posible circular libremente por el territorio de la República; tampoco podemos estudiar ni educarnos, porque a un grupo de activistas y, luego, a los docentes también se les ocurre tomar los colegios; ni opinar con libertad, ya que si alguien dice que esto parece Cuba, un coro de personajes sale a criticar al dicente, pero poco dicen cuando una allegada al gobierno amenaza a un periodista o pide por la libertad de un terrorista que violó los derechos humanos, y todo en nombre de los derechos constitucionales que son violados por ellos como si no existieran.

El futuro no se presenta alentador ante estos hechos y más si consideramos que los medios también pretenden ser manejados por este grupo de personas poderosas, mediante leyes y estrategias injustificables.

Se le quita la licencia a una empresa de cable, se desprecia a medios que hasta hace poco eran considerados amigos y ahora son "el enemigo" a vencer y en esto me quiero detener para puntualizar algo importante: es esencial para estos grupos de personas poderosas fabricar constantemente enemigos, mejor si son enemigos que no se pueden defender, porque la necesidad de confrontar es tan necesaria en sus vidas que los lleva a enfrentar también a rivales que sí se pueden defender y que cuentan con el apoyo mayoritario de la sociedad, como, por ejemplo, la Libertad de prensa y de expresión, la movilidad del 82% para los jubilados, etc.

En otro escaño están los enemigos/amigos, que son aquellos que se pronuncian a los cuatro vientos en contra de este pequeño grupo de personas poderosas, pero son funcionales a él y hasta nos hacen dudar de que sean verdaderos opositores.

Por último, encontramos a quienes son los verdaderos opositores, que no conforman un conjunto de poderosos, carecen de unidad y están cada uno de ellos enarbolando su proyecto personal, mientras la mayoría de los argentinos esperamos coherencia, humildad, honestidad, un proyecto que nos una definitivamente y nos saque de esta sinarquía para instalarnos en una democracia plena, dejando de lado las aspiraciones personales y el vedetismo.

La Argentina, por el momento, no es Cuba ni China, aunque es evidente que esto que vivimos no es una democracia donde los derechos y garantías constitucionales puedan ser gozados por todos en igual forma, como lo prescribe el también ignorado artículo 16 de la Constitución.

Es nuestra responsabilidad individual y colectiva no ceder ante tanta presión para que aceptemos lo inaceptable, a sabiendas de que a los cómplices y facilitadores de tal concentración también les alcanza el escarnio y el desprecio de la sociedad toda.

Fuente: http://www.lanueva.com/edicion_impresa/nota/24/09/2010/a9o048.html

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