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viernes, 29 de octubre de 2010

NUEVO CARDENAL DESIGNADO POR BENEDICTO XVI JAMÁS REZÓ LA MISA DE LA REFORMA LITÚRGICA, Y CRITICA EL MODERNISMO

Mons Domenico Bartolucci

En la foto: El nuevo Cardenal Mons. Domenico Bartolucci, quien jamás celebró la Misa reformada por Pablo VI y critica los abusos litúrgicos y el movimiento modernista en la Iglesia.

 

Mons. Domenico Bartolucci, actualmente de 93 años, fue nombrado por Pío XII Maestro “ad vitam” de la Capilla Sixtina, y fue alejado del cargo en 1997, concedió una entrevista recientemente publicada por el blog La Buhardilla de Jerónimo. Bartolucci ha sido recientemente designado Cardenal, nacido en Borgo San Lorenzo de Florencia, Italia, el 7 de mayo de 1917. Pero además es músico y prelado de honor, habiendo recibido la ordenación presbiterial en Florencia en 1939.

La designación de Mons. Domenico Bartolucci como Cardenal es una clara señal de lo que pide el Papa: Tradición y Liturgia unida a la Teología y la Doctrina, descartando los abusos litúrgicos y las “modas teológicas” que afectan a la eternidad de la Iglesia. Benedicto XVI avala la orientación que siempre ha mantenido la Iglesia Católica, y por tanto reprueba todo aquello que sea un desvío de la Tradición.

LA MISA DE SIEMPRE

En dicha entrevista, preguntado sobre la publicación del Motu Proprio “Summorum Pontificum”, respondió que la “Misa de siempre… yo siempre la he celebrado ininterrumpidamente, a partir de mi ordenación… tendría dificultad, en cambio, no habiéndola dicho nunca, en celebrar la Misa del rito moderno”.

Mons. Domenico Bartolucci ahora es Cardenal. Efectivamente, se trata de un Cardenal que jamás ha dicho la Misa de la Reforma Litúrgica efectuada con posterioridad al Concilio Vaticano II.

El Cardenal reconoce que la Misa de San Pío V nunca fue abolida: “Son las palabras del Santo Padre, aún si algunos fingen no entenderlas y si muchos en el pasado han sostenido lo contrario”.

CRÍTICAS DE LOS DENIGRADORES

Acerca de la crítica efectuada por “los denigradores de la Misa antigua” al afirmar que esta no es “participada”, Bartolucci respondió: “¡No digamos disparates! He conocido la participación de los tiempos antiguos tanto en Roma, en la Basílica, como en el mundo, como aquí abajo en el Mugello, en esta parroquia de este bello pueblo, un templo poblado de gente llena de fe y de piedad. El Domingo, en las vísperas, el sacerdote habría podido limitarse a entonar el “Deus in adiutorium meum intende” y luego ponerse a dormir sobre el asiento… los campesinos habrían continuado solos y los jefes de familia habrían pensado en entonar las antífonas”.

Acerca del “actual estilo litúrgico”, en que muchos consideran que es lícito bailar y cantar alegremente cuando se produce la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la Misa, que se difunde en muchos movimientos actuales, el Cardenal respondió: “uno se pregunta si esta gente leyó alguna vez el Evangelio; Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía el pueblo a una Misa de difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo “Dies Irae”.”

Sobre la crítica de que “la gente no entendía”, pregunta Mons. Bartolucci “¿han leído alguna vez a San Pablo: “no importa saber más allá de lo necesario”, “es necesario amar el conocimiento ‘ad sobrietatem’”. De aquí a algunos años se intentará entender la transubstanciación como se explica un teorema de matemática. ¡Pero si ni siquiera el sacerdote puede comprender hasta el fondo tal misterio!

LITURGIA Y TEOLOGÍA

El Cardenal detalló que los liturgistas no pueden escindir la Liturgia de la Teología, y que hubo una moda en que “todos hablaban, todos “renovaban”, todos pontificaban, en la estela del sentimentalismo, de reformas. Y las voces que se levantaban en defensa de la Tradición bimilenaria de la Iglesia eran hábilmente calladas. Se inventó una especie de “liturgia del pueblo”… cuando escuchaba estas frases, me venían en mente las palabras de mi profesor del seminario que decía: “la liturgia es del clero para el pueblo”, ella desciende de Dios y no sale desde abajo... Las jóvenes generaciones de sacerdotes son, tal vez, mejores que las que las han precedido… están llenos de buenos sentimientos pero les falta formación”.

Acerca del Seminario, expresó que se debe querer el Seminario. “Una retórica tonta dio la imagen de que el seminario arruina al sacerdote, de que los seminaristas, alejados del mundo, permanecen encerrados en sí mismos y distantes de la gente. Todas fantasías para disipar una riqueza formativa plurisecular y para remplazarla luego con nada”.

Además definió claramente: “defender el rito antiguo no es ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la Misa tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico... Una vez estábamos reunidos en compañía de un Obispo, cuyo nombre no recuerdo, en una pequeña iglesia del Mugello, y llegó la noticia de la repentina muerte de un hermano nuestro, propusimos celebrar enseguida una Misa pero nos dimos cuenta de que sólo había misales antiguos. El Obispo rechazó categóricamente celebrar. No lo olvidaré nunca y reitero que la continuidad de la liturgia implica que, salvo minucias, se pueda celebrar hoy con aquel viejo misal polvoriento tomado de un estante y que hace cuatro siglos sirvió a un predecesor mío en el sacerdocio”.

DE PÍO XII A JUAN XXIII

El Cardenal además se opone terminantemente a una “reforma de la reforma”, señala que el nuevo rito tiene deficiencias y que es una evidencia para todos, además de que el Papa ha dicho y escrito varias veces que se debería “mirar al antiguo” rito. Y concluye: “Dios nos guarde de la tentación de los líos híbridos; la Liturgia, con la “ele” mayúscula, es la que nos viene de los siglos, ella es la referencia, no se la debe corromper con compromisos “a Dio spiacenti e a l’inimici sui” [que desagradan a Dios y a sus enemigos].

Sin embargo, también afirmó que “cuando se renuncia a la perennidad de la tradición para hundirse en el tiempo, se está condenado al cambiar de las modas”.

Relató una anécdota aleccionadora: “Me viene a la mente la Reforma de Semana Santa de los años cincuenta, hecha con una cierta prisa bajo un Pío XII ya cansado. Y bien, sólo algunos años después, bajo el pontificado de Juan XXIII (quien, más allá de lo que se diga, en liturgia era de un tradicionalismo convencido y conmovedor), me llegó una llamada de Mons. Dante, ceremoniero del Papa, que me pedía preparar el “Vexilla Regis” para la inminente celebración del Viernes Santo. Respondí: “pero lo han abolido”. Se me respondió: “el Papa lo quiere”. En pocas horas, organicé las repeticiones de canto y, con gran alegría, cantamos de nuevo lo que la Iglesia había cantado por siglos en aquel día. ¡Todo esto para decir que, cuando se hacen desgarros en el tejido litúrgico, esos agujeros son difíciles de cubrir y se ven! Nuestra liturgia plurisecular debemos contemplarla con veneración y recordar que, en el afán de “mejorarla”, corremos el riesgo de hacerle sólo daños”.

MÚSICA Y LITURGIA

Acerca de la música en la liturgia, denunció que “el melindroso cecilianismo, al cual ciertamente Perosi no fue ajeno, introdujo con sus aires pegadizos un sentimentalismo romántico nuevo, que nada tenía que ver con aquella densidad elocuente y sólida de Palestrina. Ciertas extravagancias de Solesmes habían cultivado un gregoriano susurrado, fruto también de aquella pseudo restauración medievalizante que tanta suerte tuvo en el siglo XIX. Cundía la idea de la oportunidad de una recuperación arqueológica, tanto en música como en liturgia, de un pasado lejano del cual nos separaban los así llamados “siglos oscuros” del Concilio de Trento… Arqueologismo, en resumen, que no tiene nada que ver con la Tradición y que quiere restaurar lo que tal vez nunca ha existido. Un poco como ciertas iglesias restauradas en estilo “pseudo-románico” por Viollet-le-Duc. Por lo tanto, entre un arqueologismo que quería remitirse al pasado apostólico, prescindiendo de los siglos que nos separan de ellos, y un romanticismo sentimental, que desprecia la Teología y la Doctrina en una exaltación del “estado de ánimo”, se preparó el terreno para aquella actitud de suficiencia respecto a lo que la Iglesia y nuestros Padres nos habían transmitido”.

Sobre el canto gregoriano, el Cardenal aclaró que “es modal, no tonal; es libre, no ritmado, no es “uno, dos tres, uno dos tres”; no se debía despreciar el modo de cantar de nuestras catedrales para sustituirlo con un susurro pseudo-monástico y afectado. No se interpreta un canto del Medioevo con teorías de hoy, sino que se lo toma como ha llegado hasta nosotros; además, el gregoriano sabía ser también canto de pueblo, cantando con fuerza nuestro pueblo expresaba su fe”. 

Mons. Bartolucci denunció al final de la entrevista: “veo el persistir de una ceguera, casi una complacencia por todo lo que es vulgar, grosero, de mal gusto e incluso doctrinalmente temerario… El problema litúrgico es serio, no se debe escuchar a aquellas voces que no aman a la Iglesia y que se lanzan contra el Papa. Y si se quiere sanar al enfermo, hay que recordar que el médico piadoso hace la llaga purulenta”.

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