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martes, 7 de diciembre de 2010

LAS TRES CARAS DE LA IZQUIERDA

Lucha de clases

Por Aníbal D'Ángelo Rodríguez

Testigo de cargo

Como es sabido, se comienza a hablar de izquierda y derecha a partir de la Revolución Francesa, cuando en la Asamblea Nacional se sientan en esas posiciones los partidarios del cambio rápido y profundo y los del cambio evolutivo.

A través del siglo XIX surgirá la primera cara de la izquierda, en torno a tres características principales: uno, predominio de los intelectuales en el diseño de las bases teóricas y en la conducción política; dos, adopción de principios socialistas; tres, definición de la lucha obrera y de la huelga como método principal de lucha.

Estas características deben ser explicadas: a principios del siglo XIX los intelectuales burgueses son un puñado (abogados, literatos y los primeros periodistas).  De allí que la conciencia de su número exiguo les hiciera buscar una “tropa” que les permitiera participar en las contiendas políticas democráticas y también en las que no lo eran.  Esa tropa la proporcionó  el proletariado creado por la revolución industrial.

El paradigma central sería el marxismo, que tenía la ventaja de proporcionar una teoría grandiosa que  explicaba todo y convertía la lucha de la izquierda en una batalla ganada de antemano por formar parte de unas “leyes de la historia” de cumplimiento necesario.

Esta línea de pensamiento se continuó en el siglo XX, tras pasar los avatares del revisionismo, en la social democracia que primero excluyó del marxismo la necesidad de la revolución y luego excluyó al mismo marxismo de sus fundamentos partidarios. (El primero fue el socialismo alemán en Bad Godesberg, 1959).

Marxista a veces, revisionista otras, esta es hoy la primera de las caras de la izquierda en todo el mundo, incluyendo nuestro país. Quiere ser una cara amable, civilizada y progresista (el caso argentino clásico es el socialismo de Binner) pero la traiciona su solidaridad con la segunda izquierda, solidaridad que la ha llevado a seguir sin protestar la venganza de los epígonos de nuestra guerrilla urbana y rural contra los militares que la derrotaron.

Dicho más claramente: no hubiera habido juicios a los militares, no se hubieran tolerado las aberraciones jurídicas en las que se basan sin la complicidad de la izquierda supuestamente civilizada, de los Binner pero también de los Alfonsín, Carrió y demás.

La segunda cara de la izquierda es la que se desarrolló en el siglo XX, la torva cara revolucionaria cuyo principal teórico fue  Lenín.  Esa cara tomó los elementos proféticos del marxismo pero varió principalmente el método de la lucha, que pasó de la huelga a la guerra revolucionaria.  Lo cual creó un tipo humano diverso del intelectual de la primera cara.  Ahora era el “revolucionario profesional” el protagonista, la “máquina fría de matar”, como lo definiría uno de ellos, el llamado “Che” Guevara.

Hay que agregar, sin embargo, que este nuevo tipo humano era el resultado de una conversión del anterior.  La mayoría de los revolucionarios profesionales eran primero intelectuales, si se da de ellos una definición suficientemente amplia.  Y esa definición nos la proporciona la realidad social.

En la tercera década del siglo XX, en los países que hoy llamamos desarrollados, se produjo un acontecimiento de la mayor importancia.  Por primera vez en la historia las personas ocupadas en el sector terciario (servicios) superaban a las empleadas en el primario (extractivo) y el  secundario (transformador).

Dicho de otra manera, quedan en minoría los campesinos (que habían sido mayoría durante siglos) y los obreros industriales (que lo habían llegado a serlo en el XIX).

Ese “terciario” es —como se sabe— un cajón de sastre.  Cabe todo lo que no es extractivo o transformador.  Pero lo que en verdad oculta es primero, que los otros dos sectores dependían cada vez más, de la ciencia y la tecnología y que éstas exigían un crecimiento de personal ocupado acorde con tal circunstancia.  Y que ciencia y tecnología dependía también de un vasto mundo de enseñanza, profesores, libros y los que los escriben, conferencias, academias, simposios, congresos, publicaciones, correspondencia.  Todo lo cual creaba una enorme cantidad de empleos del terciario.

Además, la reducción de las horas de trabajo y la extensión de la alfabetización habían creado un vasto mundo de información, diversión y ocio que produjo la primera explosión de los medios de difusión.  Es decir diarios, revistas y (ya en el XX) radio.  Y luego TV, teatros, cines y fiestas.  Y un largo etcétera que el lector conoce bien porque es su mundo.  El crecimiento del terciario implicaba que ahora la izquierda tenía una tropa propia y que ya no se necesitaba al proletariado.  Porque la mayoría de los que integraban el nuevo terciario podían definirse como intelectuales ya que eran, por lo pronto, hombres que no se inclinaban sobre el surco ni sobre el torno.

Así surgió la tercera cara de la izquierda.  Si podemos llamar marxista a la primera y leninista a la segunda, esta tercera merece el nombre de gramsciana.  Si Lenín salió a corregir a Marx para explicarlo, Antonio Gramsci corrige a Marx  y Lenín y pretende superarlos. Es por lo pronto una toma de conciencia del crecimiento de una clase intelectual con poder propio.

El objetivo final no es ahora la sociedad sin clases sino el triunfo de la inmanencia sobre la trascendencia, la edificación de un hombre absolutamente autónomo, que no necesite nunca más de un Dios que lo limite y lo esclavice.

Y el método de lucha ya no es la huelga ni la guerra sino el predominio en los mecanismos del conocimiento, la constitución de una clase de “intelectuales orgánicos” que adoctrine a todos los hombres por igual.

ADÓNDE ESTAMOS

Esta es la situación actual. La primera izquierda subsiste en los políticos socialdemócratas. La segunda en las torvas mesnadas de los infinitos grupúsculos de la zurda piquetera y en las cálidas ilusiones del socialismo del siglo XXI.

Pero la tercera es la vigente: las tres p, la tropa de “pensadores”, profesores y periodistas que predomina culturalmente en las sociedades desarrolladas (y en muchas que no lo son, como la nuestra) aunque políticamente fracase una y otra vez.

No reincidiré en la descripción de estas nuevas huestes de la izquierda reciclada. Lo he hecho muchas veces y el lector las conoce por diaria experiencia. En realidad todo esto fue un exordio para referirme a un caso puntual.

En el diario “Clarín” del 23 de enero pasado (2010) se nos relata que habrá “bodas gay al pie del Everest” y se nos explica que el máximo dirigente del Partido Comunista de Nepal en el poder planifica estas bodas gay para obtener “fuertes beneficios económicos” aumentando la afluencia de turistas,  por lo cual su iniciativa “ha sido acogida con gran fervor por el capitalismo nacional”.  Habrá, pues, en el Everest y “otras montañas, casi todas altísimas… fiestas exóticas con los contrayentes y los invitados que van y vienen montados en elefantes (con) música nepalesa y rock”.

Dos cosas formidables nos muestra esta noticia. La primera es la confluencia final de las tres caras del izquierdismo. El régimen nepalés tiene algo de social democracia porque subsiste un “capitalismo nacional”.  Algo de leninismo porque se trata de un Partido Comunista, nombre característico de la etapa siglo XX. Y por último está en la lógica del gramscismo, la destrucción de la vieja sociedad y la entronización del hombre soberano que no reconoce leyes ni obligaciones de ninguna clase.
Pero por sobre todo este minúsculo episodio dibuja la curva de la izquierda. Sus objetivos grandiosos han quedado empantanados en el charco de los vicios pequeñoburgueses que producían horror a los primeros socialistas. La discordancia entre los ideales primigenios y los casamientos gay en Nepal —con elefantes y rock— es de tal magnitud que allí donde quede un adarme de sentido común tiene que producir un rechazo visceral.

PERO A SU VEZ

En “La Nación” del 30 de enero luce a toda página un artículo (uno más) de nuestro conocido Mario Vargas Llosa.  Se refiere a “El triunfo de Piñera” en Chile y desde el subtítulo nos tranquiliza (o por lo menos tranquiliza a las lectoras de “La Nación”) aclarando que es “la  reafirmación de la economía de mercado”.

Todo el largo texto se dedica a razonar este hecho evidente: La dictadura de Pinochet impuso una línea económica exitosa que sepultó el intento socializante de Allende.  La paradoja de la Concertación que sucedió al gobierno militar fue que debía denostar a Pinochet pero seguir cuidadosamente su política económica.  Llegó el momento en que parte de los chilenos se preguntó ¿para qué seguir a unos imitadores si tenemos a los auténticos?

Es evidente que la reciente batalla electoral en Chile se dio sobre todo en torno a esta cuestión.  Cualesquiera hayan sido las salvedades y prevenciones de Piñera con respecto a Pinochet, se referían exclusivamente a lo político pero en lo económico tenía todo el derecho de presentarse como un intérprete —y continuador— más fiel que sus adversarios.  Así lo entendió la mitad más uno del pueblo chileno y le dio la victoria.

Pero en este panorama (triunfo de un liberal lejano en lo político de los militares pero fiel seguidor de su economía) queda vacante un asunto: lo cultural.  Vargas Llosa también nos tranquiliza: Piñera no es “la derecha cavernaria, autoritaria y conservadora”, Piñera, que según Vargas Llosa “es un católico practicante”, apoya “medidas como la píldora del día siguiente y las uniones legales entre parejas gay”.

Sin estas precisiones quedaría incompleto el panorama pintado en las notículas que anteceden.  Lo que hoy se llama derecha coincide plenamente con la tercera cara de la izquierda en materia cultural.  Es más, desea ni plantearse esas cuestiones.  Se las saca de encima como engorros molestos que le impiden dedicarse a la gestión eficiente de la economía.  La actitud de Macri en relación con el matrimonio gay es bien clara.  Con toda seguridad el Jefe del Gobierno porteño se asombró cuando Bergoglio le reprochó su actitud. ¿Cómo, se dijo, por qué hacen tanto lío con esto? No entienden nada, si consigo inaugurar tres líneas nuevas de subte tengo la elección asegurada.  Lo terrible es que tiene razón.  Y lo prueba la experiencia del Alcalde de Madrid, un hombre de derecha de la misma escuela que nuestro Mauricio. Ha hecho una gestión eficiente y el electorado de derecha lo premia con reelección tras reelección. ¿A quién le importan los bebés abortados? ¿Votan? Entonces sean realistas, sigan al empresario exitoso. Se llame Berlusconi, Macri o Piñera y lo demás se dará por añadidura.

O sea que Vargas Llosa apuesta al hombre que “es fuente de creación de empleo y de riqueza y (cuyos) éxitos revierten sobre el conjunto de la sociedad”. Gracias a Piñera (y sus iguales) Chile será muy rico. Eso sí, habrá cada vez menos chilenos ya que “habrá dejado el subdesarrollo y será el primer país de América Latina en incorporarse al Primer Mundo”. Y ya sabemos las consecuencias demográficas de tal hazaña. Me temo que ese galardón no viene solo y no se ve por qué Chile sería una excepción. Menos chilenos, el sinsentido de la vida, todos los “pequeños” inconvenientes que trae consigo eso que llaman desarrollo cuando la conducción cultural está en manos de la izquierda y los éxitos económicos los obtiene la derecha.

La tragedia del mundo actual no queda dibujada con la sola descripción de la izquierda dominante en lo cultural. Se completa con la consideración de lo que ha llegado a ser una derecha que tuvo, en sus tiempos, algunas consideraciones de carácter moral, aunque más no fuera a partir de una  cierta idea del orden de las sociedades. Todo eso se vino abajo, entre otras razones por la debilidad de los argumentos con que se sostenía.

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