A la muerte de Hugo Wast, el padre Guillermo Furlong S.J. escribió en la revista ESTUDIOS de marzo de 1962 el artículo a continuación se transcribe:
GUSTAVO MARTÍNEZ ZUVIRÍA, MAESTRO DE AMÉRICA.
De algunos años a esta parte, se ha pretendido dar el título de Maestro de América a no pocos hombres de relieve intelectual o de acción fecunda, nacidos en algunos de los países de prosapia hispana. Según los portorriqueños, corresponde esa gloria a Eugenio María Hostos; los ecuatorianos consideran que es gloria que corresponde a Juan Montalvo; según los cubanos a José Martí; ajuicio de los chilenos, nadie como José Toribio Medina es digno de tal calificativo, y entre nosotros no han faltado quienes han creído ingenuamente que Domingo Faustino Sarmiento era el más acreedor a tan alta calificación.
El hombre que pretende ser maestro, ante todo y sobre todo, ha de ser hombre, esto es, ha de tener el entendimiento sometido a la verdad y la voluntad sometida a la moral, y ya que se trataba de hombres que vivieron y actuaron en países fundamentalmente cristianos y católicos, ha de tener todo lo dicho, dirigido y elevado por la Fe. Cuando a esto se llega, se tiene al hombre completo, al hombre por excelencia, y que con sólo quererlo será en verdad un maestro.
En un hombre y en un maestro de esa tesitura, humana y divina, la razón da luz, la imaginación vivifica, la religión diviniza.
Tal fue, entre nosotros, el caso de José Manuel Estrada, en las postrimerías de la pasada centuria, y ése ha sido el caso de Gustavo Martínez Zuviría, desde principios de este siglo hasta el día de ayer, con la enorme ventaja a favor de éste de haber contado con un auditorio incomparablemente más amplio e incomparablemente más deseoso de escuchar sus lecciones.
Como hombre, sería difícil discernir el primero y segundo puesto, pero en cuanto a los alcances de sus lecciones verbales, Martínez Zuviría, no ha tenido rival en lengua castellana y en la América Hispana. Su nombre de pluma Hugo Wast es tan popular como el que más en los llanos de Casanave como en el Altiplano peruano, entre las gentes del Caribe como entre las de la Patagonia. No hay persona de alguna cultura que no haya leído FLOR DE DURAZNO, aparecido en 1911, y que en 1960 lleva ya 33 ediciones con un total de 199.000 ejemplares, o LA CASA DE LOS CUERVOS, que entre 1916 y 1960 ha tenido 29 ediciones con 76.000 ejemplares, o Los OJOS VENDADOS, editada en 1921, que ha sido reimpreso 12 veces, y ha tenido una tirada total de 120.000 ejemplares, o FUENTE SELLADA, que vio la luz en 1914, de 18 ediciones y 117.000 ejemplares, o DESIERTO DE PIEDRA, nacida en 1925, de 25 ediciones con 134.000 ejemplares; o alguna otra de sus tantas novelas igualmente populares, ya que todas ellas han tenido diez o más ediciones con tiradas que se acercan o pasan de los cien mil ejemplares. De Hugo Wast no se puede decir que es un best-seller, sino que es el best-seller, y es probable que él solo haya superado en la venta de sus novelas a todos los demás novelistas hispanoamericanos tomados en conjunto. Lo cierto es que los dos millones y medio de ejemplares de sus tantas novelas han contado con muchos millones de lectores.
El Maestro de América contó con un auditorio inmenso y es fácil poner de manifiesto dos hechos: cada una de sus novelas, sin moralizar, moralizó; y cada uno de les lectores, después de leídas, se sintió espiritualmente, y aun humanamente, mejor. Para ciertas gentes, Hugo Wast es vulgar, por la simple razón de que no perdió su tiempo inventando una filosofía pequeña, teniendo como tenía, desde que salió del Colegio de la Inmaculada en la ciudad de Santa Fe, una filosofía grande. Y como ha expresado muy bien Chesterton, nueve de cada diez hombres verdaderamente
grandes han compartido una misma filosofía con los hombres del montón.
Ése fue uno de los grandes secretos de Hugo Wast. Habló en cristiano.
Otro de sus grandes secretos fue el hablar en castellano llano y sencillo, sin afectación alguna. Es arroyuelo de agua cristalina sin mezcla Agua pura y limpia
Habló en cristiano y en castellano, y jamás manchó página alguna con torpezas y lujurias, que tantos consideran imprescindibles en una novela, y jamás atropello la moral y la doctrina católicas, ni hay en tantas páginas una burla de lo religioso. Antes por el contrario, las cosas de Dios y las prácticas piadosas son respetadas y estimadas.
Ésa es quizás una de las principales razones de la conspiración del silencio que se ha procurado hacer en torno a Martínez Zuviría, llegando a clasificarlo entre los novelistas de segunda o tercera categoría. Por otra parte, no se puede juzgar a un autor sacándolo de su época. Pero hay una tercera razón: Martínez Zuviría, enamorado de la verdad en primer término, y de la belleza, en segundo lugar, escribió contra todos aquellos que, de un modo u otro, envenenan la mente
de la gente sencilla. Las líneas opacas, cuando no insidiosas, que en el día de su deceso le dedicaron algunos matutinos de Buenos Aires, testimonian una lamentable confabulación de silencio.
Un hombre de carácter, eso fue Martínez Zuviría desde lo días de su juventud, cuando allá en 1903 combatió al doctor Raúl Villarroel y publicó su primer libro LA CREACIÓN ANTE LA PSEUDO-CIENCIA, hasta el día de su deceso, sin declinar
a la diestra o a la siniestra. El antes quebrarse que doblarse era su táctica, como hombre y como cristiano, y aunque caballero en la extensión más vigorosa de este vocablo, si era benigno con el pecador, era intolerante con el pecado. El jugarse todo era una expresión que le cuadraba y según la cual pensó, amó, vivió y actuó.
Sabía que la tesis que presentaba para el doctorado en leyes sería rechazada por no avenirse con los postulados liberales de la época, pero no cejó en su demanda, y si bien fue en efecto rechazada, sabía él que, a la corta o a la larga, triunfa la verdad, y ésta le coronó de gloria.
Como director de la Biblioteca Nacional comprobó el mito tocante al supuesto fundador de la misma, y aunque sabía que el entonces ministro de Instrucción Pública habría de rasgar sus vestiduras ante aserto tan irreverente, no titubeó en decir la verdad, pero toleró, por proceder de autoridad superior, el que en su misma presencia, y en un pintoresco acto de desagravio, se volviese a sostener el tan infundado mito.
Diputado nacional, no trepida en reconocer que los de su mismo partido han hecho votar aun a los muertos, y habla un lenguaje al que no estaban acostumbrados ni los llamados padres de la patria, ni los asiduos a la barra. Lo cáustico,
y hasta hilarante, de sus respuestas detiene a quienes pretenden corregirle o enmendarle, y Octavio Bunge comprobó que el ser agudo y travieso no se oponía al hecho de ser caballero, y caballero católico.
Como ministro de Instrucción Pública, le cabe a Martínez Zuviría la gloria de haber declarado como pensador, y como jurista que la ley 1420 era antiargentina, antidemocrática, antipedagógica, hasta inhumana, y, por otra parte, aptísima para engendrar una dictadura, ya que ella lo era en sí misma, y como ministro de Estado, publicó el salvador decreto-ley 18.411 del 31 de diciembre de 1944, que lleva su firma, y la del entonces presidente de la Nación, Pedro Pablo Ramírez. La ley sancionada en marzo de 1947, conviene no olvidarlo, sólo ratificó aquel decreto-ley.
Gran acierto fue el del general Ramírez y el de su ministro Martínez Zuviría, ya que "el Estado en su función específica de dirigir a los gobernados —escribe el doctor Gómez Forgues— no puede prescindir del hecho religioso".
Ni el doctor Martínez Zuviría ni católico alguno ha pretendido ni pretenderá imponer la enseñanza religiosa a los no cristianos, sino, a lo más, exponerla a éstos; obrar de otra suerte estaría en abierta pugna con el espíritu y con la doctrina de la Iglesia.
La dictadura posterior abolió la enseñanza religiosa en las escuelas, pero su existencia había demostrado en la forma más palmaria que el 90 por ciento de la población quería dicha enseñanza. Aun en las provincias menos religiosas, como Chubut, Misiones y Santa Cruz, más del 80 por ciento estaba a favor de la misma.
Como lo preveía el doctor Martínez Zuviría, ese 10 por ciento de ateos, liberales, comunistas, etcétera, levantaría el grito al cielo, y habrían de cubrirle con el manto de retrógrado, hasta apodarle el Torquemada argentino, pero sabía que había cumplido con su deber, y eso le bastaba.
"La verdad os librará", y él la buscó, la siguió, la secundó, y ella le hizo libre, en la libertad de los hijos de Dios, única verdadera libertad.
Aun en las postrimerías de su larga, laboriosa y fecunda vida, tuvo el doctor Martínez Zuviría, otra oportunidad de decir la verdad, y la dijo con valentía, y sobre base documental irrebatible. Por eso escribimos, cuando apareció la primera
edición de AÑO X, que era ella una de las pocas páginas que se habían escrito de la verdadera historia argentina, y que si su autor no hubiera hecho en toda su vida otra cosa que escribir y publicar esa documentadísima monografía, podría estar satisfecho de que su existencia, lejos de ser vana, habría sido fecundísima.
Hombre de una sola pieza, y católico sin restricciones y sin reservas, Martínez Zuviría, si fue dúctil y tolerante en las cosas superficiales, fue acerado y rectilíneo en las substanciales. No era una caña agitada por cualquier viento. Las cosas y los hombres no le gobernaban.
Por eso ni los contratiempos le aplanaban, ni los aplausos lo engreían. Jamás leía los elogios que se hacían de sus egregias dotes literarias, ni de sus popularísimas novelas, tanta de ellas traducidas al inglés, francés, alemán, italiano,
portugués, holandés, ruso, polaco, checo, esloveno, y aun a los idiomas más exóticos del Asia.
Su sencillez con todos y su abajamiento a las gentes más modestas hacían creer que Hugo Wast nada tenía que ver con Gustavo Martínez Zuviría. No "buscó la gloria y por eso mismo ella le siguió doquier, como jamás ha seguido a argentino
alguno".
Cuando la patria argentina, que desde 1884 ha perdido su ruta, vuelva, aunque sea después de las terribles crisis que ha sufrido en estos últimos decenios y después de los días de amargura y aun de trastorno que le aguardan, a encontrar y seguir su camino tradicional, y que como Dionisio a Clodoveo le diga la verdad: "quema lo que hasta ahora has adorado, y adora lo que hasta ahora habías quemado", surgirá la gran nación apoyada sobre la verdad y la justicia y no titubeará en proclamar a Gustavo Martínez Zuviría el Maestro de América.