-Precisiones a propósito del XXV Encuentro de Mujeres Autoconvocadas-
Por M. Virginia O. de Gristelli
C.F.San Bernardo de Claraval
No se vive ya más que para sí mismo. La emancipación femenina (...) no quiere liberarse del hombre, sino del hijo, de la carga de los hijos, y la emancipación masculina de esa misma época rechaza, a su vez, los deberes para con la familia, la nación y el Estado. (Oswald Spengler)
Todos los que militáis/ debajo de esta bandera,
ya no durmáis, no durmáis,/ pues que no hay paz en la tierra [1].
Enterarse del tema
Hace días que finalizado el XXV Encuentro de Mujeres Autoconvocadas, esta vez realizado en Paraná, algunos medios se han dignado a hablar de ello, comentando los habituales destrozos que las huestes dudosamente femeninas dejaron en la ciudad que las recibió -como es su malsana costumbre-, la Jerarquía ha repudiado sus vandalismos y prepotencia, y alguno que otro asistente, ha dejado sus impresiones sobre los hechos para memoria de lo que queda de civilización, borroneada por la democracia liberal. Se agregan episodios a cuál más repugnante, desde las escupidas o desnudos frente a los templos, la quema de banderas, rotura de instalaciones educativas durante los “talleres”, agresiones a las asistentes católicas o a quienes huelan a ello, sólo por “portación de cara limpia” o de un poco de sentido común en los debates.
Pero parece que en la opinión pública, de la anécdota no pasa, escandalosa y lamentablemente, y el hecho se asume como un corso necesario casi, inevitable, al que hay que “dejar pasar” corriéndonos a un lado, tapándonos los oídos y los ojos, y conteniendo la respiración como niños asustados ante la tormenta, esperando inocentemente que vuelva a salir el sol. Y esto, quienes “se enteran”. Porque como en todo circo, hay números que pasan desapercibidos entre los fuegos artificiales, y así se comprende que se pueda disimular hasta un elefante. Porque la verdad es que luego de 25 años, aún hay muchos argentinos, y muchos católicos, que todavía no se enteran siquiera de qué se trata todo esto, como apenas se han enterado de las implicancias de la reciente aprobación del homomonio.
El problema es que el sol de la patria va opacando su brillo, y los despojos son mucho más profundos que las paredes sucias o la basura regando las calles. Porque las blasfemias no pueden taparse con pintura, y las almas laceradas por la mentira y la muerte no pueden barrerse ni siquiera con huracanes de tiempo.
En tanto, da por lo menos pena que muchos católicos, crean que están verdaderamente comprometidos con la fe y la “comunidad” porque tienen siempre lista la guitarra para ponerse a cantar que “un nuevo sol se levanta”. Perdón por ser aguafiestas, pero me permito advertir que la luz no viene por ese ingenuo (y sin duda estéril) optimismo que fue una de las señales inequívocas del progresismo postconciliar. No ver los sensacionales destrozos que ha causado el pensar que el mundo es bueno, que el demonio no es un “león rugiente, que busca a quien devorar”, y que los términos “enemigos” o “combate” resultan altisonantes en un alma que ansía la paz de Cristo para toda la Creación, no ver las taras que ha traído a miles de almas este tipo de razonamiento, es sencillamente necedad, y aunque “el número de los necios sea infinito”(Ecl.1,15), no es consuelo para quienes aman la Verdad, considerando que ésta es el fin del universo, Alfa y Omega, porque su nombre es Cristo.
Conociendo al enemigo
“Y no me digas que no quieres combatir; porque en el instante mismo en que me lo dices,
estás combatiendo (…) No te canses en buscar asilo seguro contra los azotes de la guerra,
porque te cansas vanamente; esa guerra se dilata tanto como el espacio,
y se prolonga tanto como el tiempo…” (Juan Donoso Cortés)
Nos parece, pues, urgente, que los argentinos se vayan enterando, como se enteran de algunas de las últimas novedades mundanas (secuestros, inflación, campañas políticas), de que hace ya 25 años un grupo de mujeres mal llamado autoconvocadas (porque quien las convoca y arrea como ganado son en primer lugar, el padre de la mentira, y luego los sinnúmeros partidos y grupúsculos de izquierda, operantes como alimañas en todos los rincones donde encuentran restos de suciedad) pulula alternativamente, cada año, por diferentes ciudades de nuestra patria realizando un “encuentro” tendiente a contactar, mentalizar y movilizar a todo sujeto que no tenga suficientes raíces en el sentido común, en el orden natural, o en la fe verdadera, y que lamentablemente, no son pocos. Y fidelísimas a Voltaire, que proclamaba “Miente, miente, que algo queda”, y “muerte a la infame” (refiriéndose en modo blasfemo a la Iglesia), van sembrando pacientemente su ponzoña porque no tienen sus miras en un miope inmediatismo sino que tal vez saben que los grandes frutos se cosechan con paciencia. La Argentina católica tiene enemigos, por supuesto, y éstos son los espíritus inmundos, pero tienen bajo su mando a legiones de esclavos, a quienes, para poder rescatar (ejerciendo una obra de misericordia urgente y necesaria, no optativa) es preciso primero reconocer como tales: como esclavos, pero como a un agresor drogado, primero se lo repele, y luego se lo pone en tratamiento, porque no es dueño de sí, y no parece razonable someter a la sociedad, ni siquiera por unas horas, al frenesí de siervos enajenados. Sólo podrá esa sociedad liberarlos si ella misma es libre, y la auténtica libertad sólo se conoce en la Verdad.
La pobreza crece, y nos preocupamos. La ignorancia abunda, y nos inquietamos. Miramos con estupor el avance de las leyes contranatura y creemos que con juntadas de firmas o protestas masivas todo puede solucionarse por arte de magia… En tanto, acontecimientos como el que nos ocupa son prácticamente ignorados en el horizonte de la evangelización-misión, del testimonio, de la defensa no sólo de principios fundamentales y de nuestros templos, sino de los más indefensos, y pienso aquí no sólo en los bebés potencialmente asesinados como fruto del lavaje de cerebro de esta gente, sino de las miles de mujeres que son arriadas (repito este término, pues es el único que cuadra) sin saber casi adónde van o qué discuten, pero que “como las llevan casi gratis…”. Esa es la pura verdad.
Hay que estar dentro de los debates que suponen los “talleres” para escuchar a mujeres indígenas de más de 50 años, seguramente analfabetas, preguntar con absoluta candidez “¿Alguien puede explicarme qué es exactamente un aborto? Yo me hice 6, pero no me lo explicaron..:”; a lo que una activista le responde con la idiotez de la “interrupción del embarazo”. Hay que ver caras de jóvenes de no más de 15 años portando consignas abortistas, pero con la mirada llena de interrogantes cuando oyen insultar infernalmente a las católicas. Y hay que ver las vacilaciones y estupor de muchos rostros cuando se logran decir cuatro verdades que nunca habían oído, y les hacen “tambalear toda la estantería”, para comprender que es indispensable que los pastores, que los misioneros, que los católicos de a pie comprendan que este campo no se le puede dejar más arar al enemigo, y que es urgente tener misericordia de los miles de almas cautivas de la mentira, de la violencia, de la soledad, que son devoradas por la cultura de la muerte, para transformarse ulteriormente ellas mismas en promotoras del odio y de la esclavitud, creyendo que abogan por la libertad. No todas están perdidas, sin duda. Pero es preciso comprender que durante estos días se libra un “tiempo fuerte”, una batalla intensiva entre el Reino y el infierno, descaradamente, y si hay auténtico celo apostólico, y si hay fe, no puede un católico argentino en esos días “no estar enterado”. Y así como el fin de semana de la Peregrinación a Luján todos los templos unen sus intenciones a este acontecimiento festivo, celebrándolo, sería bueno que los días del Aquelarre, en cada punto de nuestra patria nos unamos sinceramente con todas nuestras posibilidades, ya sea asistiendo, o ya espiritualmente con todas las misas, vigilias, penitencias, para librar honrosamente unidos esa batalla.
Y considerando, pues, que nuestra lucha no se enfrenta solamente con hombres carnales, sino que va ante todo contra “los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos” (Ef 6,12), no podemos adulterar la propia Palabra de Dios renegando, opacando, o soslayando nuestro deber de «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12). Ahora bien, esto, nos dice el Apóstol, sólo será posible a condición de revestirnos “de la armadura de Dios” (Ef 6,13), tomando el escudo que nos defienda de “los encendidos dardos del Maligno”, atreviéndonos principalmente a dar testimonio de la verdad, es decir, a blandir “la espada del espíritu” (6,16-17), “la espada de doble filo” (Heb 4,12), que es la verdad de Cristo.
Sobre la oportunidad de asistir… y reparar
Si como capitán fuerte/ quiso nuestro Dios morir,
comencémosle a seguir,/ pues que le dimos la muerte.
Oh, qué venturosa suerte/ se le siguió de esta guerra!
Ya no durmáis, no durmáis,/ pues Dios falta de la tierra.
Muchos objetan a estos argumentos que la misma ocasión apostólica se presenta cada día en el puesto diario de trabajo, y que el “amontonamiento” de gente y agravios no amerita prestarle mayor atención.
Creo, sin embargo, que la iglesia nos enseña que existen “tiempos fuertes” en la vida cristiana, en que éste debe pertrecharse especialmente para el combate espiritual. Litúrgicamente son los tiempos que ocupan un lugar destacado en su relación con el Misterio de Cristo, pero san Ignacio nos enseña que también existen tiempos fuertes personales, como los de los Ejercicios Espirituales, o los próximos a la recepción de los sacramentos de iniciación, y nos preguntamos entonces si no podemos colegir unos tiempos fuertes comunitarios, por ejemplo para las ciudades o naciones, cuando éstas son atacadas con especial furia. Vemos que las primeras comunidades cristianas, tenían “un solo corazón y un alma sola” (Hch 4,32). Y como Iglesia nacional, ¿podemos hablar de auténtica caridad si cuando un “miembro” está sufriendo este ataque, los demás miran para otro lado?...
Hace más de 20 años que varios grupos de católicos vienen realizando una tarea apostólica encomiable en la asistencia valiente de mujeres de fe y razón lúcida a estos Encuentros, “como ovejas entre lobos”. Se acude en micros que se organizan desde algunas parroquias o entidades laicales con el apoyo de sus sacerdotes, pero… se cuenta también con el palo en la rueda que significa la rotunda negativa de otros que no sólo no ayudan a difundir esta coherente iniciativa de ser “sal de la tierra y luz del mundo”, sino que la boicotean, desalientan y desestiman. Porque si se trata de ensuciarse para un campamento, vaya y pase, pero “¡cómo vamos a mezclarnos con “esa gente” metiéndonos en “su” terreno!”. No puede menos que dolernos, por eso, cuando pensamos que mientras este año éramos en Paraná unos 2000 católicos, otros 2000 estaban “cantando su fe” en un Encuentro Nacional de Grupos Misioneros… Como dicen los adolescentes, “todo bien”, pero no podemos dejar de sentir que, como Iglesia argentina “estamos en otro canal” [2]. Se comprende que no se pueda sincronizar absolutamente todo, y que por supuesto, no todos están llamados para lo mismo, desde ya, pero se siente el dolor de que a veces no se toma suficientemente en cuenta la realidad “profunda” que nos va socavando las entrañas de nación católica.
Creemos, pues, que sí es necesario asistir, como católicos argentinos. Porque no puede permitirse el agravio planificado a los templos de las almas y de los cuerpos, y a los templos de piedra, sin oponer resistencia, simplemente esperando, o gritando “cuerpo a tierra”. Porque para muchas de esas almas cautivas, ya no quedará tiempo, y muy probablemente de cada una de ellas surja un consejo o una acción que desemboque en la muerte de inocentes.
Porque nosotros también somos culpables, y si nos espantamos de las miles que son arrastradas como hojas, porque no tienen norte ni raíz, podremos preguntarnos qué fue de la catequesis que recibieron muchas de ellas, en colegios católicos, sin haber aprehendido el amor a la Iglesia. Qué fue de las misiones que se contentan con fogones de jolgorio, y esconden la Verdad -porque incomoda- bajo el disfraz de un respeto hipócrita, que no tiene misericordia con la lepra del pecado, y no se atreve a limpiarlo. Porque cada minuto malgastado de nuestro tiempo de apóstoles, redunda en el prejuicio de los que no atendimos. Porque si no se es frío, se es caliente, y si permitimos que se enfriara el calor de nuestra fe de antaño en la apostasía vergonzosa de una tradición liberal que hiede, sepamos que éste es el fruto, y es preciso sufrirlo, para purificarnos.
No podemos lavarnos las manos, y decir “a mí no me toca”, porque precisamente, contra el individualismo liberal, es hora de que cada uno asuma que nadie puede salvarse solo, y que la “pulcritud individual” es la del fariseo, cuando debemos en cambio hacernos Cirineos. “Sin reconocimiento, sin diagnóstico verdadero de los males de la sociedad política, no puede haber tratamiento sanante adecuado”, nos insiste lúcidamente el p. José M. Iraburu. Y sin penitencia pública, en la huída sistemática del martirio como norma, nunca tendremos pública conversión.
Porque el amor acude donde fluyen las lágrimas o al sitio de la herida; porque son Gólgotas enormes esos días de fieras, en que un poco cada año, se alza en Cruz nuestra Patria, y al pie nos necesita.
Pero el liberalismo, más sibilino sin duda que el marxismo, que ataca como bestia bruta a la Esposa, se atreve insolentemente a echarla con desprecio de la vida civil, relegándola al templo, como si éste fuera, en vez de Trono Regio, una pobre madriguera o escondite. Así lo vivimos, con más espanto que el que nos provocaron las hordas que echaron a las católicas de los talleres de aborto, cuando unos jóvenes con brújula descompuesta, se atrevieron a dispersar un grupo de unas 40 mujeres que íbamos por el segundo misterio del Rosario (comenzado espontáneamente de rodillas, a una media cuadra de uno de los enfrentamientos), alegando que “¡Vayan a rezar a la iglesia, aquí las están provocando!!”. Y los pobres chicos creían que eran católicos, pero en realidad eran liberales…
No queremos dejar de citar a propósito un nuevo párrafo del p. Iraburu, a propósito de ello, para cerrar este apartado:
“El relajamiento del celo apostólico y la extinción de la acción política cristiana van juntos, porque nacen de un mismo error, de una gran falsificación de la fe y de la esperanza.
Si los Misioneros, carentes de esperanza, aceptan que la Iglesia sea cada vez más pequeña en la humanidad, cesa en gran medida la acción evangelizadora. Juan Pablo II lamentaba que «el número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio casi se ha duplicado» (1987, enc. Redemptoris Mater 3).
Si los Pastores, carentes de esperanza, al frente de un rebaño pequeño y en buena parte disperso, se conforman con atender a este Resto mínimo, no intentan siquiera lógicamente la evangelización de la sociedad. Incluso, si están picados de modernismo, prefieren una pésima sociedad pluralista a cualquier otra forma de vida social y de Estado. (…) En realidad, no creen que «hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (7). No aceptan que «a la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43). Más aún: creen que todo eso es falso. (http://www.infocatolica.com/blog/reforma.php )
Creemos, pues, que se impone en nuestro suelo una recuperación del auténtico celo apostólico, celo misionero real, y no sólo “folklórico” (con mate, guitarra y risas, cruz elegida en excursiones románticas, y poncho de colores como mantel de altar, en el que todos los colores y las sombras se “concilian”...). Recuperar las lágrimas del “tironeo” con el malo, alma por alma, arriesgándolo todo en esta Reconquista.
Recuperación del sentido común y la “palabra viril”
(…) No haya ningún cobarde! / Aventuremos la vida!
Pues no hay quien mejor la guarde / que el que la da por perdida.
Pero quien sabe que el pecado esclaviza, y el error siega vidas, arremete contra ellos (y no contra las almas) con lógica energía, y con toda la vida. Y esta energía vital se manifiesta también en las palabras, porque el que es la Palabra, se ha hecho Vida, para iluminar las nuestras. Y nuestras acciones surgen del corazón, animado por los conceptos en que reside la Verdad o la mentira. Ambas, pues, se transmiten por la palabra, y un pensamiento confuso o erróneo, no puede sino generar una palabra igualmente confusa, ambigua, oscura, cuando no directamente mentirosa. Todo lo altisonante, en este contexto, desentona y asusta.
Y si algo caracteriza al círculo cuadrado que es el catolicismo liberal que nos acosa, es el temor (terror en ocasiones) a la definición, lisa y llanamente. Del temor de Dios prefieren sentirse “superados”, eso sí, pero de la definición, ¡válganos Señor!, parecerían decir. Por eso, sin duda, el lenguaje “bélico” paulino, o ciertos textos más que transparentes aunque “incómodos” de Nuestro Señor (El nunca opina, jamás argumenta retorcidamente para “convencer”. Afirma y niega, simplemente), como la expulsión de los mercaderes del Templo (Mt. 21,12-17), o su advertencia a la iglesia de Laodicea “Porque no eres frío ni caliente te vomitaré de mi boca” (Ap.3, 15-16), se borran de un plumazo, sin más. Toda una serie de conceptos (fundamentales en la teología espiritual, y quizá también en el más elemental sentido de supervivencia cotidiana) han ido desapareciendo insensiblemente del pensamiento católico de un tiempo a esta parte, y las consecuencias están a la vista. Mientras quienes deben blandir la Palabra como espada, temen hacerlo, los que deben callar y aprender, la usan como garrote, torpemente, derramándose en groserías, porque la Palabra es cada vez más devaluada.
Por eso cuando el pensamiento de la fe se deteriora en la Esposa de Cristo, al menos en ciertas Iglesias locales, el lenguaje católico va perdiendo fuerza y claridad, y hasta en ciertos documentos eclesiásticos se hace débil, aburrido, tan matizado y contrabalanceado que acaba por no decir nada. Le falta el «veritatis splendor» que le es propio, como palabra de Cristo pronunciada por su Iglesia. «La Iglesia de Dios vivo es la columna y el fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). La Esposa de Cristo, Verbo encarnado, es aquella que predica «la palabra de Dios, viva, eficaz y tajante, más que una espada de doble filo, que penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, hasta las articulaciones y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Heb 4,12). La reforma hoy más urgente de la Iglesia es la recuperación del pensamiento y del lenguaje que son propios del Catolicismo [3].
Nos hallamos entonces con personas maravillosas, de todas las edades, que sí se han enterado y muy bien del Aquelarre en cuestión, y que también están dotadas de un profundo celo apostólico, reconociendo la urgencia de acudir fielmente allí donde la Fe y la Vida son atacadas. Pero que lamentablemente, no siempre van tan acertadas en las formas de testimonio, sencillamente porque están animadas de un pensamiento débil, inexacto, ambiguo, no católico. Defienden la vida, y con ella la paz, y está muy bien, pero olvidando que entre los bienes existe jerarquía, olvidan que el Bien sumo puede requerir cierta violencia en ocasiones contra bienes menores.
“Aman el amor”, pero no pueden comprender que en sí mismas las pasiones son neutras moralmente, y que el odio es también una pasión legítima, si se aplica al pecado, por ejemplo. No tienen mucha idea de qué es la metafísica, pero creen que son buenos porque sienten “cosas lindas”. Entonces cuando ven que un grupo de varones ingresa por la fuerza (aclaremos: luego de que la policía ha sido “repelida”) entre la turba a defender a una embarazada a la que están pateando en el piso unas “señoras”, lo reprueban airados, mirando desde lejos, diciendo que “es peor responder agrediendo” (¿¿??). Y estamos aquí, entonces, ante el monumento a la ridiculez, con bonete y todo.
Y debemos llorar, porque el diablo se ríe a carcajadas.
La falsificación de Cristo, hombre perfecto, en una caricatura melosa de cantante de boleros, debe entonces engendrar necesariamente un catolicismo débil, falsificado, chirle, que abomina del apetito irascible como de una maldición, concibe la adrenalina como la marca del anticristo, y las hormonas masculinas como un virus pestífero, y como corolario, violenta (aunque no le guste el verbo) toda la naturaleza humana, erigiendo la cobardía o la sandez en virtud. Y paradójicamente, podemos ver que si sabemos que el feminismo es una degeneración de lo femenino, un triunfo del maligno en nuestras filas, será la feminización enfermiza no ya de las personas sino aún de las virtudes más viriles (recordando que estos términos poseen la misma raíz, y nos quedamos sin virtud, si combatimos toda virilidad)[4], cuando hasta Santa Teresa no vacilaba en instar a sus monjas a ser “muy varonas”, no arriesgando en nada su femineidad, sino todo lo contrario.
No es casual, entonces, que cuando surgen actitudes naturales, viriles y virtuosas, a coro el aquelarre califica la reacción como proveniente de “católicos”… ¿no será que el enemigo reconoce mejor que nosotros mismos al auténtico discípulo, que es al que el mundo quiere siempre crucificar, como al Maestro?...
Debemos decirlo, pues (como se lo hemos dicho en su momento a estos jóvenes), para seguir definiendo: los católicos tampoco pueden ser budistas, ni zen…ni zanahorias los hombres. La legítima defensa no es pecado. Y si defendemos la ley natural, debemos saber que además de llover de arriba hacia abajo, para defender a una persona atacada físicamente, no puedo hacerlo “por carta”.
Todo esto puede hacer reír a algunos, pero es muy, muy triste, porque se viene robando a varias generaciones de católicos el sentido común. O como lo has expresado el padre Castellani: «Yo por mí preferiría respetar las palabras (…) El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El no respeta mucho las ideas no ama enormemente la verdad. Y el que no ama enormemente la Verdad, simplemente, se queda sin ella. No hay peor castigo».
"A veces es más prudente actuar que ser pasivo. Y en ese sentido el Papa no es un pacifista, porque hay que acordarse que en nombre de la paz pueden llevarse a cabo horribles injusticias", señaló Joaquín Navarro Valls en una rueda de prensa en el 2001, a raíz de los atentados terroristas. "Para la ética cristiana la paz es un valor muy alto, pero el bien común, tanto moral como físico, a veces está por encima" [5].
Sabemos de sobra que la fortaleza tiene un aspecto pasivo y otro activo, y que en numerosas ocasiones (no siempre) el primero es más arduo y más heroico, pero no podemos admitir que a un puñado de jóvenes se le inculque que el segundo es per se deficiente o malsano, porque no es ésta la doctrina católica.
Repasamos, pues, el Catecismo al respecto, para ahorrar el trabajo a los lectores.
2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. ‘La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es querido el uno; el otro, no’ (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).
2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita... y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).
2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.”
2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio.
2267 Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Ahora bien: de lo expuesto surge la necesidad de profundizar la doctrina católica acerca de la paz, opuesta desde ya al pacifismo, y que implica condiciones puntuales para lo que puede considerarse “violencia legítima”, en casos de legítima defensa.
· La violencia que amenaza seriamente la vida o la integridad física de una o más personas humanas, para ser legítima, siempre debe ser una defensa contra una agresión injusta, grave y cierta. Además, salvo en el caso de la pena de muerte, esa agresión debe ser actual.
· La violencia legítima siempre es un último recurso; o sea, sólo es lícito recurrir a la violencia cuando todos los recursos no violentos sean ineficaces.
· La violencia legítima siempre es proporcionada a la agresión; o sea, no debe provocar daños mayores que el que se pretendía evitar.
· Además, en los dos casos de violencia legítima contra una sociedad (“guerra justa” y resistencia a la tiranía), se añaden otras dos condiciones: que la agresión a la que se pretende responder sea prolongada y que la respuesta violenta a esa agresión tenga expectativas fundadas de éxito.. (Cf. Daniel Iglesias Grèzes:
http://verdadesdefe.blogspot.com/2007_08_01_archive.html)
Y vamos procurando terminar…
Quisiera dejar claro, a quienes tachan de “violentos” a los católicos que tienen sangre en las venas y que tratan de ser fieles a todo el Evangelio (por ejemplo a algunos sacerdotes que se refieren a ellos como “pesados”, cayendo en vergonzosas calificaciones de chiquilines), que a ninguna persona más o menos normal le puede “divertir” viajar toda una noche a otra ciudad para tener exponerse a trompadas y golpes, escupidas y patadas para defender a otros más débiles, como han sido las mujeres católicas que participamos de los talleres más violentos. El martirio no se busca, pero tampoco puede huirse de él como de la peste, y no se puede pedir a los jóvenes que se conviertan en estatuas ante cualquier afrenta, porque se corre el riesgo de imponerles un yugo demasiado pesado de llevar, que ni el Decálogo nos pide.
Quisiera recordar una homilía maravillosa de S. S. Juan Pablo II a las Fuerzas Armadas de un país europeo, en que hacía notar que no gratuitamente, Nuestro Señor había encomiado la fe del Centurión, mayor a la que había encontrado en todo Israel (Mateo 8:5-13). Y señala en esa oportunidad el Vicario de Cristo que en ningún momento Nuestro Señor le reprocha su profesión de soldado, sino más bien al contrario, teniendo en cuenta que éste, cuando ejerce una violencia contra alguien, es de modo defensivo para proteger un bien mayor, llegando incluso a exponer en ello su propia vida, y ejemplificando así el aserto de que “No hay mayor amor que dar la Vida” (Jn.15,13). En tiempos en que tantas sandeces se escuchan sobre la noble vocación militar, y tanto incluso se la ha afeminado en la práctica, es bueno recordar estos conceptos.
Quisiera pedir, quisiera suplicar, pues, a nuestros pastores, que nos acompañen y alienten hacia la madurez en la fe, que en la Confirmación nos hace “soldados de Cristo”, no instándonos a una prudencia humana, que todo lo resguarda, llevándonos a perderlo Todo. Es digno de memoria el episodio honroso en que un joven debió recordarle con lágrimas a un obispo, en la defensa de su Catedral, que si él seguía sus consejos de esconderse para “protegerse de las agresiones”, lo que no podría es luego esconderse de su conciencia, por no haber sido capaz de oponer resistencia al agravio hecho a Cristo.
Los católicos no necesitamos que nos sigan desmovilizando, sino que nos animen y acompañen, recordando Lepanto, o tantos auxilios históricos de María Santísima y del apóstol Santiago en cientos de batallas de toda la cristiandad. Y si no tienen fe, que al menos no intenten socavárnosla a los laicos, y por ellos seguiremos rogando.
Sin duda queda mucho por decir; ojalá otros lo hagan, para luz y estímulo de todos, superando la anécdota. A los corazones hartos de eufemismos (“trabajadoras sexuales”, “interrupción del embarazo”, etc.), queremos presentarles, a modo de corolario y bálsamo, la contundencia de la poesía más castiza, que puede palpar sin miedo las realidades últimas, sin sujeciones medrosas a lo políticamente correcto:
(…) Sigamos esta bandera,/ pues Cristo va en delantera.
No hay qué temer, no durmáis,/ pues que no hay paz en la tierra.
Que María Santísima, terrible como ejército ordenado para la batalla, nos alcance fidelidad completa, a sólo y todo lo que El quiera presentarnos.
17-10-2010.
NOTAS:
[1] Como nos parece apta para ir desglosándola, encabezaremos diferentes apartados de este artículo con otras tantas estrofas de la misma composición de Santa Teresa de Ávila.
[2] Nos parece oportuno traer aquí unas palabras de S.S. Paulo VI que sentimos de una terrible actualidad: «la recomposición de la unidad, espiritual y real, en su interior mismo, es uno de los más graves y de los más urgentes problemas de la Iglesia» (30-VIII-1973).
[3] J.M.Iraburu: blog Reforma o Apostasía: http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0908280843-25-lenguaje-de-cristo-claro-y
[4] “Los estudios eclesiásticos siempre han procurado anteponer a la teología unas buenas premisas de formación literaria y filosófica. La Iglesia ha querido así que los que entran en el terreno sagrado de la teología hayan aprendido a pensar rectamente y a hablar con verdad y claridad. Sin una buena herramienta mental y verbal, el teólogo entra en el campo maravilloso de la Revelación divina y de la Tradición católica como un cerdo en un jardín de flores, pisoteando y destrozando todo. Sin una buena filosofía y un buen lenguaje es imposible una teología verdadera. La sagrada teología, ratio fide illustrata, y más aún el Magisterio apostólico, se han caracterizado siempre en la Iglesia católica no solo por la luminosa certeza de la fe que profesan, sino también por la claridad y precisión sincera de su palabra.
Reforma del lenguaje y del pensamiento o apostasía: La Iglesia Católica, ya que ha de expresar con palabras humanas la plenitud de la Palabra divina, está obligada a usar un lenguaje verdadero y exacto, lo más claro y preciso que sea posible. Esos modos de lenguaje oscuros, ambiguos, retóricos, contradictorios y, sobre todo, tan débiles, deben ser eliminados de la Iglesia, para que así el Señor «nos conceda vivir libres de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de su verdad» (or. Dom.XIII T.o.). Quiera Dios que el Magisterio apostólico y la predicación, la teología y la catequesis cumplan en la Iglesia siempre la norma de nuestro Señor Jesucristo: «sea vuestra palabra: sí, sí; no, no. Todo lo que pasa de esto, viene del Maligno» (Mt 5,37; cf. Sant 5,12; 2Cor 1,17-19). (Cf. Ibidem)
[5] LA Nación, 25 de septiembre de 2001.