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sábado, 14 de mayo de 2011

EL CATOLICISMO DE JUAN MANUEL DE ROSAS

Juan Manuel de Rosas

Por Ricardo Díaz

Cuando en 1835 Don Juan Manuel de Rosas exige las “facultades extraordinarias” y la “suma del poder público”, no lo hace sólo para contener el caos reinante, sino también para preservar la integridad de la Iglesia Católica, que venía siendo objeto de ataques desde 1810, por la corriente revolucionaria iluminista y liberal, bajo las batutas de Moreno, Monteagudo y Rivadavia.

La Asamblea de 1813 trató de independizar la Iglesia Católica argentina de Roma, y así formar como una especie de “Iglesia Nacional”, tal como había sucedido entre los ingleses en tiempos de Enrique VIII. Se sancionaron medidas anticlericales y se llegó, incluso, a proponer el repudio al Concilio de Trento.

Luego, en 1822, la “reforma” unitaria, impuso el cierre de monasterios, la confiscación de bienes de los conventos, la nacionalización de los seminarios y del senado eclesiástico y la intervención de parroquias y órdenes religiosas.

Mas tarde, en 1826, se celebra con Inglaterra un tratado en el que, en una de sus cláusulas, se autoriza a los súbditos británicos la celebración pública del culto protestante.

Todas estas cuestiones anti-tradicionalistas de una nación cuyo origen raíz y esencia son católicas, produjo una natural reacción encabezada por Juan Manuel de Rosas, quien tras asumir el poder en 1835 por segunda vez, inmediatamente restableció la comunicación con Roma, decretó que se guardasen al obispo los honores, distinciones y prerrogativas que le acordaban las leyes de Indias; favoreció en toda forma el culto católico; prohibió la venta de libros y pinturas que ofendían la moral evangélica y las buenas costumbres; hizo obligatoria la enseñanza de la doctrina cristiana; introdujo congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza; entregó la Universidad a los jesuitas. Cuando estaba por celebrar un concordato con la Santa Sede se produjo su derrocamiento en Caseros. Con la caída del Restaurador de las Leyes el Estado argentino dejó de ser católico.

Ya en su destierro, en Southampton, Rosas se expresaba en sus cartas privadas acerca del problema que agitaba no sólo a nuestra nación, sino a todo el mundo: “Se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía a la que llaman libertad, invocando los derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida. Si hay algo que necesita dignidad, decencia y respeto es la libertad, porque la licencia está a un paso. Debe ser prohibido atacar el principio en que reposa el orden social”.

Respecto de la paz social y la armonía internacional, Rosas escribe que se debería “reunir un Congreso de representantes de todos los países, cuyas discusiones francas y sin reservas, se publiquen tales cuales se pronuncien, día a día, para formar y escuchar la opinión de los pueblos”.

También propone el establecimiento de una “Liga de las Naciones Cristianas” presidida por el Papa, para llegar a establecer el “Tribunal de las Naciones y la paz general”.

Además se preocupa por la situación del Papa Pío IX y su entorno: “Si el Papa ha de salvar a la Iglesia Católica, necesita dar unas cuantas sacudidas con la tiara a la polilla que la carcome”. En cuanto a los problemas que afectan a las monarquías, propone que “se deben fortalecer los ejércitos, para que así, pueda ser posible, sin desmedro del orden ni del principio de autoridad, conceder pero no ceder”.

Por otra parte, señala que el medio más eficaz de alcanzar el equilibrio social y político en Europa y sostener a la Iglesia, es la unión de los reyes alrededor del Sumo Pontífice. Y respecto de la cuestión social escribe que “Es que los gravámenes continúan terribles. Los labradores y arrendatarios sin capital siguen trabajando sólo para pagar la renta y las contribuciones. Viven así, pidiendo para pagar, pagando para pedir”.

También se pronunció respecto a la organización y tendencia de “La Internacional”, señalando que es “una sociedad de guerra, de odio, que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que poseen, por medio de la fuerza brutal, del gran número que aplastará a todo cuanto intente resistirle”.

Otra cuestión que critica se refiere al divorcio entre la Iglesia y el Estado, la libertad de la enseñanza laica con lo cual “Se propagan las malas semillas de la revolución y de la impiedad”. Y también predice que “el amor a la patria se extinguirá, el gobierno constitucional será imposible, porque no encontrará la base sólida de una mayoría suficiente para seguir un sistema en medio de la opinión pública confundida, como los idiomas en la torre de Babel. Ahora mismo Francia, España y los Estados Unidos están delineando el porvenir. Las naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.

Creo que ha quedado debidamente documentado que Don Juan Manuel de Rosas no luchó solamente para restaurar las leyes en su nación, sino también en las naciones europeas, igualmente de origen, raíz y esencia católicas, de lo cual, en la actualidad están renegando.

Y también ha quedado documentado que dio todo de sí hasta el fin de sus días, y entonces podemos imaginar que, como cuando fue derrocado, dijo: “Más no he podido hacer”.-

Fuente: Federico Ibarguren, “Nuestra tradición histórica”, Ed Dictio,1978, Buenos Aires

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