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miércoles, 25 de mayo de 2011

RELATIVISMO EN PÚLPITOS Y CONFESIONARIOS, CONSECUENCIAS TRÁGICAS

Por Luis Dufaur

Cuando quienes son llamados a formar la sociedad dejan de enseñar, las consecuencias son trágicas.

Ginapiero Dalla Zuanna, profesor de demografía de la Universidad de Padua, analizó y explicó por qué la Iglesia no detuvo el control de la natalidad en el siglo XX. Una omisión desembocó en la actual ofensiva abortista, según el vaticanista Sandro Magister.

Dalla Zuanna presenta documentos inéditos e incontestables de la región del Véneto, una de las más católicas de Italia.

Según él, la causa determinante fue el silencio del clero católico sobre pecados y prácticas antinatalistas en los confesionarios y púlpitos.

Gran parte de los fieles interpretó esas décadas de silencio como una aprobación práctica. Cuando apareció la píldora, el aborto legal, etc., adhirieron de forma casi natural, desoyendo las condenaciones pontificias.

El profesor Plinio Corrêa de Oliveira denunció en 1943 la penetración del relativismo moral y de los errores conexos en la Acción Católica. La denuncia está contenida en el libro “Em Defesa da Ação Católica”.

Pero, a pesar de que el libro fue elogiado entre otros por el Nuncio apostólico en Brasil, el profesor Plinio fue dimitido injustamente de la Junta Archidiocesana de la Acción Católica.

Hoy, los funestos resultados están a la vista: debemos combatir los errores morales progresistas y sus aberrantes consecuencias como el aborto, el “matrimonio” homosexual y la pedofilia.

Fuente: Acción Familia

1 comentario:

  1. La afirmación de que Cristo, su Madre, los apóstoles y muchos discípulos eran judíos, hace creer a los judaizantes del Concilio Vaticano II y sus patronos judíos que se trata de una posición inatacable, mas es sólo vana ilusión: Cristo no es judío sino Dios porque tiene la doble naturaleza, pero sólo una persona divina. Caracterizarlo como “el judío Jesús” es una blasfemia propia de la herejía ebionita judaizante. El filósofo y judío observante Emmanuel Lévinas, maestro de los teólogos postconciliares, niega de plano el judaísmo de Jesús: “No podemos reconocer un hijo que no es nuestro”. Otro tanto hay que decir de la Virgen María, que es la Madre de Dios y no la “Hija de Sión” progenitora de un judío. Los apóstoles y primeros discípulos eran sí mayoritariamente judíos, pero se quiere olvidar que, mediante un milagro de Espíritu Santo, renacieron en Pentecostés perdiendo enteramente su mentalidad judía y se convirtieron en heraldos y mártires de la religión del Dios Invicto, asesinado precisamente por encarnar la negación más absoluta del judaísmo, al que venció con su Resurrección. Los apóstoles y discípulos fueron perseguidos sangrientamente en todas partes por los deicidas, en forma directa (cuyo ejemplo más acabado es el brutal asesinato del promártir Esteban) o indirecta merced a su poderoso influjo sobre las autoridades del Imperio Romano.

    No hay religión más diametralmente contraria al judaísmo que el cristianismo –nombre éste que nació justamente por oposición a él-, como lo demuestra el hecho de que ha sido rechazada desde el principio por los judíos y aceptada de inmediato por los gentiles, de ahí que puede decirse con entera propiedad que es la religión de los no-judíos, “el evangelio de la incircuncisión” (Gál 2, 7).
    Por eso, los Padres de la Iglesia denominaron a ésta Ecclesia ex gentibus. (La catolicidad del cristianismo –a diferencia del judaísmo- es la prueba irrefutable de su divinidad, ya que uno de los requisitos básicos de la verdad es su universalidad). No es casual que en la historia de las religiones el único Dios auténtico, Cristo, es también el único Dios asesinado por los judíos. El odio inextinguible de éstos contra Él y sus fieles, en todo tiempo y lugar es, para terminar, el argumento que pulveriza todos los sofismas judaizantes de Nostra Aetate.

    Finalmente, nada más adecuado para ilustrar el cambio total que se ha operado en la Iglesia Romana que lo sucedido con la plegaria Pro perfidis Iudaeis. Su antiquísimo texto es el siguiente:

    “Oremos también por los pérfidos judíos, para que Dios Nuestro Señor quite el velo de sus corazones, a fin de que reconozcan con nosotros a Jesucristo Nuestro Señor.

    ¡Oh, Dios omnipotente y eterno! que no excluyes de tu misericordia a los pérfidos judíos; oye las plegarias que te hacemos por la obcecación de aquel pueblo; para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Cristo, salgan de sus tinieblas. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.”

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