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domingo, 10 de julio de 2011

SOBRE EL SERMÓN DE ORDENACIONES DE MONS. DE GALARRETA EN ÉCÔNE

 

El pensamiento del P. Juan Carlos Ceriani 

Sacerdote ex miembro de la FSSPX, seguidor de Mons. Marcel Lefebvre

TANTO VA EL CÁNTARO A LA FUENTE…

Tanto va el cántaro a Roma…
PALABRAS EPISCOPALES
Con ocasión de las ordenaciones sacerdotales del 29 de junio de 2011 en Écône, Monseñor Alfonso de Galarreta fustigó la ilusión del Concilio Vaticano II: intentar conciliar la Iglesia Católica y el espíritu liberal de 1789.
Luego de recordar textos famosos del Cardenal Ratzinger y de demostrar la incompatibilidad de ese espíritu con la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo, concluyó con estas reflexiones:
Si las cosas son así, alguien me podría decir: pero entonces ¿por qué tener contactos con estas personas?, ¿por qué ir a Roma?
Parecería que, en principio, no debería haber contactos, ningún contacto con ellos.
¡Y Bien! Es todo lo contrario: en principio, es necesario que tengamos contactos, y en principio es necesario que vayamos a Roma.
Por supuesto, a continuación, es la prudencia la que determina las circunstancias y la que determina lo que realmente hay que hacer en un caso concreto.
Pero, en principio, es necesario ir, en primer lugar, porque somos católicos, apostólicos y romanos.
A continuación, si Roma es la cabeza y el corazón de la Iglesia Católica, sabemos que la crisis necesariamente encontrará su solución, la crisis desaparecerá en Roma y por Roma.
En consecuencia, lo poco de bueno que hagamos en Roma, es mucho mayor que el mucho bien que hagamos en otra parte.
Por otro lado, caritas Christi urget nos, la caridad de Cristo nos urge (2 Cor 5, 14).
Es necesario entender cómo es difícil dejar el error mientras se vivió toda su vida en el error. Es extremadamente difícil tener la luz y la fuerza para romper con una serie de vínculos de orden natural, una vida dedicada a esto, toda una enseñanza con la autoridad como fiador, y las consecuencias que se siguen.
Reconozcamos que esto no es fácil, y tengamos piedad.
Porque, finalmente, ellos necesitan simplemente lo que ya hemos recibido gratuitamente, la luz y la gracia.
Porque, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? (1 Corintios 4, 7) ¡Y Bien! Ellos necesitan simplemente recibir lo que hemos tenido la gracia de recibir, por la misericordia y la generosidad de Dios. La caridad nos establece un deber.
Los que se oponen ferozmente y por principio a todo contacto con los modernistas me recuerdan un pasaje del Evangelio. Cuando Nuestro Señor no fue recibido en una ciudad, Santiago y Juan -los hijos del trueno- le propusieron hacer bajar fuego del cielo para consumir esta ciudad. Y Nuestro Señor, indulgente, pasa por sobre este monumental orgullo de los apóstoles -¡como si Nuestro Señor tuviese necesidad de ellos para resolver problemas!-, y les dice: no sabéis de qué espíritu estáis animados. (cf. Lucas 9, 51-56). Sí, todavía no habían recibido el Espíritu Santo que difunde la caridad en el corazón, y no sabían de qué espíritu eran. Ellos habían caído en el celo amargo.
¿Y cuál es este espíritu? Es el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo. No es demasiado complicado, es necesario mirar cómo Nuestro Señor ha enfrentado a sus enemigos, a sus oponentes. Tanto San Juan como San Pablo nos dicen: es en esto que realmente hemos conocido el amor de Dios, en que el Padre nos amó y Cristo dio su vida por nosotros, mientras que éramos pecadores, mientras que éramos sus enemigos. Es en esto que especialmente se manifiesta la caridad de Dios, y hemos creído en esta caridad. Entonces debemos hacer lo mismo. (cf. 1 Jean, IV, 9-16 y Efesios II)
¿Cómo es que el amor de Nuestro Señor se manifiesta? ¿Por la guerra, los anatemas, las condenaciones, o haciendo caer fuego del cielo? ¡No! Esta obra de amor se cumple por la humildad, por la humillación, por la obediencia, la paciencia, el sufrimiento, la muerte y perdonando a sus enemigos sobre la Cruz.
A lo largo de su vida Nuestro Señor ha desplegado todos los medios posibles y razonables para hacer admitir la verdad a los fariseos y ofrecerles la salvación y el perdón. He aquí, simplemente, lo que debemos seguir.
No veo cómo la firmeza doctrinal sería contraria a la flexibilidad, a la ingeniosidad e incluso a la audacia de la caridad.
No veo. No sé cómo la intransigencia doctrinal sería contraria a las entrañas de la misericordia, al celo misionero y apostólico.
No se tiene que elegir: o la fe o la caridad. Se debe abrazar las dos. En incluso, sin la caridad, no soy nada; incluso si tengo una fe para mover montañas… Si no tengo la caridad no soy nada. Si doy mi vida por los pobres y no tengo caridad, no soy nada. (cf. 1 Cor 13, 3)
Releed los elogios de la caridad que hace San Pablo en su Epístola a los Corintios (1 Cor 13), aplicadlo a la vida de Nuestro Señor, y sabréis sin confusión posible lo que es el espíritu católico.
La caridad es paciente, es buena, no es envidiosa, no busca su interés, ignora el mal, hace el bien, excusa todo, todo lo cree, lo espera todo, lo sufre todo.
He aquí cómo realmente podremos cooperar en la restauración de la fe, en la restauración de todas las cosas en Cristo.
 En pocas palabras, para Monseñor de Galarreta es necesario ir a Roma porque:
 * somos católicos, apostólicos y romanos.
 * la crisis desaparecerá en Roma y por Roma.
 * la caridad de Cristo nos urge.
 Esto ya no sorprende ni a sacerdotes, ni a feligreses de la FSSPX.
 Al igual que ellos, Monseñor de Galarreta parece olvidar aquellos textos claros y aquellas consignas precisas de Monseñor Lefebvre después de su desengaño de noviembre 1987 – mayo 1988.
Recordemos algunas citas:
Monseñor Lefebvre, Retiro Sacerdotal, 9 de septiembre de 1988:
¿Salir, por lo tanto, de la iglesia oficial? En cierta medida, sí, por supuesto.
El libro del señor Madiran, “La Herejía del siglo XX” es la historia de la herejía de los obispos.
Si uno no quiere perder su alma, es necesario salir de este medio de los obispos.
Pero no es suficiente, porque es en Roma que está instalada la herejía.
Si los obispos son herejes (incluso sin tomar este término en el sentido y con las consecuencias canónicas), no es sin la influencia de Roma.
Si nos alejamos de estas personas, es absolutamente como con las personas que tienen SIDA.
No hay ningún deseo de contagiárselo.
Ahora bien, tienen SIDA espiritual, enfermedades contagiosas transmisibles.
Si uno quiere mantener la salud, es necesario no ir con ellos.
Monseñor Lefebvre, Entrevista concedida a Fideliter, Nº 66, noviembre-diciembre de 1988:
No tenemos la misma manera de concebir la reconciliación. El cardenal Ratzinger la ve en el sentido de reducirnos, de traernos al Vaticano II. Nosotros la vemos como un retorno de Roma a la Tradición. No nos entendemos. Es un diálogo de sordos. No puedo hablar mucho del futuro, ya que el mío está detrás de mí. Pero si vivo un poco aún y suponiendo que de aquí a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a vernos, reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las condiciones. No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos durante los coloquios. Esto se terminó.
Plantearía la cuestión a nivel doctrinal: “¿Están de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que los precedieron? ¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei, Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están en plena comunión con estos papas y con sus afirmaciones? ¿Aceptan aún el juramento antimodernista? ¿Están a favor del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo?
Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es inútil hablar. Mientras no hayan aceptado reformar el Concilio considerando la doctrina de estos papas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil.
Las posiciones quedarían así más claras.
Último reportaje realizado a Monseñor Lefebvre, dado a conocer en enero de 1991, Fideliter N° 79, el periodista le pregunta: “¿qué puede decir a los fieles que esperan siempre en la posibilidad de un acuerdo con Roma?”
Monseñor Lefebvre respondió con estas palabras que deberán servir de reflexión a aquellos aún capaces de recapacitar:
“Nuestros verdaderos fieles, aquellos que han comprendido el problema y que justamente nos han ayudado a seguir la línea recta y firme de la Tradición y de la fe, temían las tratativas que hice en Roma. Me han dicho que era peligroso y que perdía el tiempo.
Sí, por supuesto, yo esperé hasta el último minuto que en Roma testimoniaran un poco de lealtad. No se me puede reprochar de no haber hecho el máximo.
Por eso, ahora, a los que vienen a decirme: es necesario que usted se entienda con Roma, creo poder decirles que yo he ido más lejos de lo que tendría que haber ido.”
Pero anteriormente, todos los Superiores de la FSSPX suscribieron un Carta abierta Cardenal Gantin; fue el 6 de julio de 1988:
Eminencia, reunidos en torno a su Superior general, los Superiores de los distritos, seminarios y casas autónomas de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, piensan conveniente expresarle respetuosamente las reflexiones siguientes. Usted creyó deber suyo, por su carta del 1º de julio último, hacer saber su excomunión latae sententiae a Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre, a Su Excelencia Monseñor Antonio de Castro Mayer y a los cuatro obispos que ellos consagraron el 30 de junio último en Ecône. Quiera usted mismo juzgar sobre el valor de tal declaración que viene de una autoridad que, en su ejercicio, rompe con la de todos sus antecesores hasta el papa Pío XII, en el culto, enseñanzas y el Gobierno de la Iglesia.
En cuanto a nosotros, estamos en plena comunión con todos los Papas y todos los Obispos que han precedido el Concilio Vaticano II, celebrando exactamente la Misa que ellos codificaron y celebraron, enseñando al Catecismo que ellos compusieron, oponiéndonos contra los errores que ellos condenaron muchas veces en sus encíclicas y cartas pastorales. Quiera usted entonces juzgar de qué lado se encuentra la ruptura. Estamos extremadamente apenados por la ceguera de espíritu y el endurecimiento de corazón de las autoridades romanas.
En cambio, nosotros jamás quisimos pertenecer a ese sistema que se califica a sí mismo de Iglesia Conciliar y se define por el Novus Ordo Missæ, el ecumenismo indiferentista y la laicización de toda la sociedad. Sí, nosotros no tenemos ninguna parte, nullam partem habemus, con el panteón de las religiones de Asís; nuestra propia excomunión por un decreto de Vuestra Eminencia o de otro dicasterio no sería más que la prueba irrefutable. No pedimos nada mejor que el ser declarados ex communione del espíritu adúltero que sopla en la Iglesia desde hace veinticinco años; excluidos de la comunión impía con los infieles.
Creemos en un solo Dios, Nuestro Señor Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo, y seremos siempre fieles a su única Esposa, la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. El ser asociados públicamente a la sanción que fulmina a los seis obispos católicos, defensores de la fe en su integridad y en su totalidad, sería para nosotros una distinción de honor y un signo de ortodoxia delante de los fieles. Estos, en efecto, tienen absoluto derecho de saber que los sacerdotes a los cuales se dirigen no están en comunión con una iglesia falsificada, evolutiva, pentecostal y sincretista.
Después de releer estos textos, uno se pregunta:
¿Se atreverá, Monseñor de Galarreta a decir que Monseñor Lefebvre y todos los Superiores de la FSSPX de 1988 no eran católicos, apostólicos y romanos?
¿Dirá, tal vez, que ellos pensaban que la crisis desaparecería fuera de Roma y por otra vía?
¿Sostendrá que la caridad de Cristo nos los urgía, o de que estaban animados por un celo amargo?
¿Qué piensan y dicen de esto los sacerdotes y feligreses de la FSSPX?
Sin esperar sus respuestas, recordemos un último texto capital:
Siempre la Iglesia se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad.
En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad.
Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas.
La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella.
Además de que ella, valiéndose de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a arrancar los gérmenes de la discordia y, con mayor eficacia que otro medio alguno, fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.
El lector avisado habrá reconocido las palabras de Juan XXIII en el Discurso inaugural del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962.
 ¿Simples coincidencias?
 ¡No! Tanto va el cántaro a Roma…, que al final termina llenándose de su espíritu… Al menos en un 95%…
 Padre Juan Carlos Ceriani

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