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martes, 30 de agosto de 2011

CARTA ABIERTA A UN HIJO




Por el Dr. Jorge B. Lobo Aragón (*)

Queridos hijos:

Ahora que los veo pasar de niños a hombres y mujeres  quiero hablarles de cómo cambiarán sus vidas. Quiero hablarles de sus nuevas realidades: aquellas en las que el bueno no triunfa siempre y la guerra en la televisión es noticia, no película.

Quiero prepararlos para las nuevas sensaciones que vienen con la edad, para el dolor y la alegría que ocasiona un gran amor, para las satisfacciones que genera una amistad verdadera y la tristeza tan profunda que deja la traición.

Quiero enseñarles a enfrentar los problemas con juicio, con firmeza y sin temor.

 Quiero que comprendan que a pesar de la corrupción social, económica y política que vivimos a diario, todo en la vida es factible, cambiable, fácil de resolver y manejable por métodos honestos.

Voy a ponerles a su disposición las herramientas necesarias para formar sus personalidades, para elaborar su futuro, para fortalecer su carácter.

Con ellas descubrirás que para ser un hombre o una mujer sana deberán ejercitar su cuerpo, nutrir su intelecto, apoyarse en la religión, ayudar a su prójimo, obedecer las leyes, luchar por sus ideas y respetar las ajenas.

También reconocerás las oportunidades y sabrán aprovecharlas, sin perjudicar a los demás ni abusar de los incautos.

Quiero, por sobre todo, que aprendan a decidir por si mismo y a aceptar responsabilidades por sus acciones, para que nunca se lamenten de haber permitido que otros forjaran sus destinos, para que nunca miren hacia atrás con nostalgia por lo que pudo haber sido, sino que siempre se sientan plenamente satisfecho por lo que fue.

Yo alabaré sus triunfos y sufriré con ustedes sus desventuras. Seré cómplice de sus logros y sus fracasos y en lo bueno y en lo malo seré incondicional con ustedes.

Aprenderán que no están solos en este mundo; que son parte importantísima de un núcleo familiar y social que  se extiende a medida que se relacionan con su medio; que mientras más grande sea su círculo social, más se enriquecerá sus vidas pero mayores también serán sus responsabilidades morales con todo el que los rodea.

Por ello deberán reflexionar siempre antes de actuar, para poder calibrar con certeza las consecuencias de sus actos y su potencial efecto sobre aquellos que los quieren.

Quiero enseñarles, hijos míos, que pueden ser buenos sin que abusen de ustedes; que se puede ser valiente sin arriesgar inútilmente la vida; que no serán menos hombre o mujer porque lloren o sientan miedo o les sean fieles a su pareja; que vale más la pena ganarse el respeto de un enemigo que la adulación de un amigo; que se puede ser justo sin ser implacable, discreto sin ser retraído, religioso sin ser fanático.

Sé muy bien que el camino del adolescente es difícil de transitar. Lo sé porque lo he recorrido y logré llegar airoso al otro lado.

Por eso les digo que le tengan respeto pero no les teman, porque llevan consigo una prenda de incalculable valor: cuentan con el apoyo incondicional de su padre. En todo y para siempre.

Su Padre.

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Jorge B. Lobo Aragón por gentileza de su autor.

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