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martes, 15 de noviembre de 2011

MONS. ARANCEDO: "ALGUNOS PIENSAN QUE PARA SER PROGRESISTA HAY QUE HABLAR DE 'OTRA FAMILIA'"

Mons. Arancedo: «Algunos piensan que para ser progresista hay que hablar de ‘otra familia’»

Entrevista al nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
El flamante presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, advirtió que son «muchos» los desafíos que se le plantean a la familia hoy y consideró que «una buena política de Estado es fortalecer los vínculos de la familia y que ella sea realmente la primera escuela de vida para sus hijos». El arzobispo ha concedido una amplia entrevista a La Agencia Informativa Católica Argentina (AICA), tras su reciente elección.


(AICA) “Muchas familias están como agredidas por ideas ajenas a lo que ellas piensan, y que se introducen dentro de su propia casa. Hay que tener en cuenta la importancia de la estabilidad, del trabajo. Hoy día pareciera que la familia estable fuera un discurso del pasado o de la derecha. Algunos piensan que para ser progresista hay que hablar de ‘otra familia’. No se pondera el amor, la fidelidad, la entrega”, aseguró el prelado en una entrevista difundida al término de la 102ª Asamblea Plenaria, de carácter electivo, que se realizó del 7 al 12 de noviembre en la casa de ejercicios El Cenáculo – La Montonera, de Pilar.
- ¿Por qué le dicen “Toté”?
Es una cosa de familia. Una hermana mía, un año mayor, de chiquita no podía decirme José, decía “Toté” y ahí quedó hasta ahora.
- ¿Su familia tuvo que ver con su fe?
Sí. Una familia cristiana, en especial mi madre que fue una mujer de fe profunda, quedó viuda con 10 hijos, vivíamos en Témperley, provincia de Buenos Aires, y nos llevó a todos adelante sola. Su fe marcó. Y le tengo que agradecer, no solamente el don de la vida y de la fe sino incluso del sacerdocio como valoración de parte de ella.
- ¿Cuándo decidió su vocación sacerdotal?
A los 20 años entré al seminario pero en 4º, 5º año de la Secundaria ya el tema aparecía. Trabajaba en la parroquia de Témperley, en la Acción Católica, y ahí descubrí lo que era la vida comprometida de un laico cristiano. Creo que para mí el sacerdocio aparecía como una totalidad de lo que hacía como laico dándole a la parroquia un tiempo limitado. El sacerdocio me descubrió lo importante y a eso importante darle todo.
- ¿Cuál siente usted que es su mayor donación como obispo?
En el lema episcopal yo puse esa frase de Juan: “Padre, que sean uno como nosotros para que el mundo crea”. La unidad es un tema teológico, profundo, eclesial, que me ha movido mucho siempre. En esa línea pensé trabajar y también en el tema misionero con la conciencia de que permanentemente tenemos que dar el Evangelio. El banco de prueba de nuestra fe está en la comunión y en la misión.
- Los medios de comunicación, a raíz de su designación al frente de la CEA, rescataron como su principal cualidad “lo dialoguista”. ¿Cómo lo vivió?
Tal vez me ponderaron demasiado, pero creo que soy dialoguista. Tengo algunos días en los que quizás no dialogo tanto. Algunos me dicen “usted escucha todo pero después hace lo que quiere”. A nosotros nos marcó mucho la figura de Pablo VI y sus encíclicas –con sus imágenes del diálogo y la evangelización— Ecclesiam suam y después Evangelii nuntiandi como una clave para interpretar el Concilio Vticano II. Somos obispos que nacimos con el Concilio en el marco de la Iglesia-mundo como misión propia de la Iglesia. Existe para evangelizar, por lo tanto, su relación con el mundo es clave y ahí el diálogo aparece como un elemento importante.
- Rescatando la cuestión de la pluriculturalidad y la globalización, ¿qué puede aportar la Iglesia a nuestro mundo tal como está planteado hoy?
La riqueza de la Iglesia es Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y lo será siempre. Por lo tanto no hay una etapa postcristiana. No hay nostalgia de un pasado que fue sino la esperanza de un mañana que tenemos que construir desde Jesucristo. Él es el centro, se nos ha revelado, y esa revelación llega también a la inteligencia del hombre. La revelación también es verdad que está llamada a iluminar y dar sentido al hombre. No es solamente un sentimiento ocasional o un recetario de fe de respuesta a mis problemas. Es una verdad que da sentido a la vida del hombre. Como ser creado y como ser que camina en el tiempo, y hasta tiene sentido la muerte desde su fe. Por eso creo que para nosotros, en ese diálogo con el mundo, tenemos que compartir mucho de lo que es el centro de nuestra fe: Jesucristo. Él es la verdad revelada para nosotros y es eso lo que tenemos que ofrecerle al mundo.
- ¿Cómo ve ese mundo?
Es un mundo difícil, creo que ha perdido muchas cosas, se construye desde una libertad sin límites. Y es una libertad que debe ser como liberada. Cuántas veces el hombre aparece esclavo de su libertad porque no ha encontrado la verdad que lo haga libre. Es un tema fundamentalmente cultural el que tiene que hacer la Iglesia hoy día. Entendiendo la cultura en este plano.
- ¿Cómo ve el mundo de la información en el que la Iglesia está inmersa con su novedad?
Ya lo dijo el Papa: los medios son los areópagos modernos. La Iglesia tiene una verdad que comunicar por lo tanto los medios deberían ser lo propio de la Iglesia. Antes era el púlpito y ahora los medios son el modo a través del cual tenemos que transmitir una verdad que no se impone: se ofrece. Los medios para la Iglesia son necesarios. A veces no estamos preparados para actuar en los medios, nos falta saber cómo decir las cosas, el mejor modo. El medio es un instrumento. Hay que ver qué se le pone a los medios. Desgraciadamente, muchas veces los contenidos de los medios no elevan sino que se queda en un pasatismo que termina empobreciendo culturalmente al hombre. Por eso creo que la Iglesia puede hacer mucho en este tema.
- ¿Los comunicadores católicos le pueden dar un plus a los contenidos?
Deberían darlo. El desafío hoy es comunicar, que no es repetir cosas, es transmitir un mensaje y hay que inculturarlo en el lenguaje del momento. Creo que ahí está la mediación de los comunicadores: saber transmitir y no repetir, sino iluminar. No es una tarea fácil pero hay que hacerla.
- Usted trabajó en la Comisión Episcopal de Comunicación.
Me sentí muy bien ahí. He tenido buen trato con los comunicadores y con los periodistas tanto en Mar del Plata, donde fui obispo, como en Santa Fe. Tenemos que actuar frente a los medios sin complejos. Sabiendo que tenemos una verdad y que quien me está haciendo la nota no piensa como yo. Y no querer quedar bien con el otro diciendo lo que el otro piensa sino tener la libertad de decir lo que uno piensa con respeto, libertad, sin complejos. Creo que ésa es casi la mejor catequesis para tratar con lo diverso.
-¿Qué desafíos ve que se le plantean a la familia argentina?
Muchos. En el mundo globalizado, la familia no solamente es transmisora de vida también es transmisora de valores en una cultura en un sentido muy amplio. Creo que es de una buena política de estado fortalecer los vínculos de la familia y que ella sea realmente la primera escuela de vida para sus hijos. Eso forma parte de una responsabilidad social. Muchas familias están como agredidas por ideas ajenas a lo que ellas piensan, y que se introducen dentro de su propia casa. Hay que tener en cuenta la importancia de la estabilidad, del trabajo. Hoy día pareciera que la familia estable fuera un discurso del pasado o de la derecha. Algunos piensan que para ser progresista hay que hablar de “otra familia”. No se pondera el amor, la fidelidad, la entrega. Algunas relaciones afectivas entre las personas no tienen horizontes, deseos de trascenderse en hijos. Hay un crecimiento del subjetivismo: “yo necesito hoy esto y mañana esto otro”. Se ha quebrado la donación que implica el amor.
- ¿Qué signos de esperanza detecta en nuestra sociedad actual?
La esperanza es el hombre creado por Dios con inteligencia, con voluntad, con libertad y como ser espiritual. Ese hombre es la esperanza en tanto que busca cosas nobles. A veces también por el absurdo llega a eso, después de un cansancio se da cuenta de que lo que tenía cerca es lo que él no valoró y era lo importante. Al hombre como ser espiritual, trascendente, no lo satisface cualquier cosa y a veces cosas que aparentemente duran poco. La gran riqueza es ese hombre visto en la totalidad. Una inteligencia, una voluntad, una dimensión espiritual. Esto se ve con jóvenes: el deseo de sinceridad, el deseo de la cosa noble y coherente, la transparencia, la ejemplaridad, cómo reclaman el valor de la familia. Estos son signos positivos.
- Nos cuentan algunos de sus colaboradores santafesinos que es muy activo y andariego, que le gusta ir a las parroquias. ¿Algo de esta rutina piensa que se modificará en virtud de su nueva función?
No sé. Recuerdo que había un nuncio que decía que los obispos “no hagamos tantas circulares sino que circulemos más”. Estando cerca de los problemas y de la gente somos como una carta de Cristo, conscientes  de que la tarea de ser obispos —pastores— implica cercanía con las ovejas. El pastor ya nos marca. El pastor conoce, va adelante, ama, cura las heridas, cuida, da la vida. Todo lo que uno aprendió del Buen Pastor que es Jesucristo se nos exige. De todos modos creo que se agregan otras actividades porque voy a tener que venir más seguido a Buenos Aires para presidir la Conferencia Episcopal que es una expresión de colegialidad, de afecto colegial entre los obispos, y un servicio pastoral. Por lo tanto, como presidente tendré que estar también cerca de las diversas comisiones, todo lo que es el andamiaje de una conferencia episcopal.
- ¿Ya conversó con sus compañeros de equipo?
¡Sí! Ayer fuimos a ver a la Presidenta y, a la vuelta, con los cuatro que estuvimos conversamos mucho. Somos elegidos y uno piensa que cuando la gente elige —porque no hay listas en las que uno se propone para ser presidente y vice— eso depende del silencio, de la oración de cada obispo que en conciencia votó. Detrás de ellos está Dios que los ha movido, su Espíritu Santo. Pienso que Dios es el responsable.
- ¿Cómo resuena en usted el encuentro con la Presidenta de la Nación?
Fue muy cordial. Lo agradecemos porque a las pocas horas que pedimos la reunión ella inmediatamente nos dio la audiencia y estuvimos 45 minutos o más. Larga la charla, muy distendida ella, también nosotros, conversamos con mucha libertad. Fue un encuentro cordial y muy útil para las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno. Es útil todo aquello que pueda ser vehículo de diálogo. Hablamos de todo. Le dijimos “somos pastores”, por lo tanto, los temas que tocamos no son desde una óptica político-partidaria opositora u oficialista sino desde nosotros, como pastores, con fidelidad al Evangelio y al servicio del hombre. Por eso creemos que la relación de la Iglesia y el Gobierno tiene que moverse en esa sana autonomía y también cooperación en el bien común y al servicio del hombre. Hablamos de la vida, del matrimonio, de la familia, de la pobreza, de la educación, de la cultura. Son temas que en la Iglesia siempre están presentes porque forman parte de la resonancia temporal del Evangelio. No podemos no hablar de lo social. Cristo estaría cerca del pobre. Nosotros tenemos que estar cerca del pobre y no es una estrategia demagógica. Es fidelidad y si no nos ven cerca, recuérdennoslo. Hay sinceridad y libertad en lo que decimos, tenemos una relación madura, libre, responsable, en la que podemos conversar. Le entregamos un regalo que nos pareció oportuno, un ícono de una escuela de Buenos Aires, de arte religioso bizantino, con la imagen del Buen Pastor. Ella lo recibió con mucha emoción, no lo esperaba. “Yo no tengo un regalo para darles”, dijo la Presidenta al recibirlo. Después —se ve que los mandó pedir— nos regaló a cada obispo, a la salida, un libro muy bien ilustrado sobre la Casa Rosada de reciente aparición.
- En esta reunión también estuvieron presentes el canciller Héctor Timerman, el jefe de Gabinete Dr. Aníbal Fernández y el embajador Oliveri. ¿Participaron de la conversación?
Sí. Aunque lo más importante no fue lo que se dijo sino el gesto. Porque hablamos de todos los temas y ellos escucharon lo que piensa la Iglesia. La Presidenta lo conoce. En esto hay una continuidad con el camino de la Iglesia en la Argentina. No es que el Gobierno no sepa lo que piensa la Iglesia. Pero, como nuevas autoridades elegidas, nos parecía que era oportuno ir.
- ¿Sigue a Racing los domingos?
Escucho los partidos cuando puedo, mi corazón sigue cerca en Avellaneda.
- ¿Escucha música?
Cuando voy en el auto. Tengo algunos compacts de música clásica, Pavarotti, la gregoriana, folklore y tango. A mí el tango me gusta mucho. Troilo del 40. Me gusta toda la música.
- ¿Cómo se lleva con la tecnología?
No tan bien. Tengo computadora, escribo, uso mail, pero estoy en el primer nivel, el colegio primario. No creo haber llegado al secundario, pero la utilizo, incluso para informarme. La lectura de los diarios a la mañana la hago por Internet. Los diarios de Buenos Aires no me llegan tan temprano.
- ¿Le interesan las noticias, le modifican el día?
Me gusta leer el diario, es costumbre. A veces cambia el humor con las noticias. Uno quisiera no escuchar tantas cosas pero hay que escucharlas. Cuando aparece la degradación de lo humano —crímenes, trata, violaciones—, ¿cómo hemos llegado hasta acá? Habrá explicaciones, pero ¡qué cosa que el hombre produce esto!, duele. Me duele cuando leo noticias que hablan de las consecuencias del consumo de drogas, los chicos que se drogan y que después yendo a los barrios uno lo comprueba y es hasta difícil dialogar con ellos.
- ¿Cuáles son los temas básicos en los que la Iglesia puede dar un mensaje verdaderamente transformador?
Primero el anuncio del Evangelio. La Iglesia tiene que mirarlo a Jesucristo siempre. Y predicarlo. Y vivirlo. El tema de Jesucristo es central y hay que hacerlo vida. Ahí aparece el tema de la familia, la vida, la educación, la dignidad del hombre y el trabajo, la cultura del trabajo. Estos son los temas que tienen que estar permanentemente en agenda pero desde ese Jesucristo que debe iluminar. Cristo no ocupa el lugar de nadie. Ilumina el lugar de todos: un noviazgo, una familia, un país. No es para ocupar el lugar de otro; hay una autonomía de lo temporal que respetar, pero hay una luz para eso temporal que es Jesucristo. Y la Iglesia tiene que ofrecerlo. El centro es el mensaje de Jesucristo y verlo en la dignidad del hombre, los derechos humanos, en la familia, en la vida, en la educación, en la opción por los pobres. La opción por los pobres no es una estrategia: es una fidelidad al Evangelio. Este Papa, cuando fuimos a Aparecida, dijo: “La opción por los pobres es un tema cristológico”. No se puede obviar este tema. Cristo hizo la opción por los pobres. Él ha escondido su dignidad en el rostro del pobre. Una Iglesia que no esté cerca del pobre no sería fiel a Jesucristo.
- ¿Cómo fue su vivencia de Aparecida?
Muy buena. Todo fue bueno. Incluso el lugar mismo. En algún sentido parece Luján, yo no conocía, todo a la brasilera, con gran atención pastoral. Fue una conferencia que se hizo en el santuario. Llegábamos a las 8 de la mañana, rezábamos Laudes, celebrábamos la misa y nos quedábamos todo el día en el santuario. Debajo, en la cripta había salones para reunirnos. Fue una reflexión hecha en un santuario. Uno de los temas que salieron fue cómo transmitir la fe en el mundo de hoy. Y apareció lo luminoso de Benedicto: “una fe que tiene que hacerse cultura” y no esa gris monotonía de una fe que no convence. Y surgen esas palabritas: discípulos y misioneros del Evangelio. Una Iglesia que tiene que vivir la intimidad con Jesucristo como discípula, y también el protagonismo misionero de ser enviados. Discípulos y misioneros fue la clave interpretativa de una espiritualidad, de una pertenencia a la Iglesia, de un vivir la fe. Cuánta gente está viviendo la fe, tal vez, en torno a una serie de creencias pero donde el discipulado se ha enfriado. El Apocalipsis nos diría: “Tengo que reprocharte que tu amor primero se ha enfriado”. Hay que revitalizar ese discipulado y también comprometerse en lo concreto de la Iglesia. No en un planteo teórico, sino cada comunidad parroquial, cada capilla comprometerse en lo misionero, en la pertenencia. A veces nos quedamos defendiendo una doctrina y nos olvidamos que esa doctrina es para transmitirla y ser misioneros.
- ¿Alguna partecita del Evangelio que lo conmueva mucho?
Mi lema de ordenación episcopal, el Evangelio de Juan, capítulo 17, esa larga oración de Jesucristo que, al final, da como las claves interpretativas de lo que nos ha dejado. “Padre, que sean uno para que el mundo crea.” La unidad no es para fortalecer una corporación. La unidad es para expresarlo a Dios. Él es comunión. “Que sean uno como nosotros.” Vivir entonces nuestra fe en esa dimensión: profundamente enraizados en el misterio de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
- ¿Que le pide puntualmente a Jesús hoy?
Que me acompañe, que esté con nosotros, yo estoy acá como los de Emaús: “Señor, quédate con nosotros que te necesitamos”. Y pedir la gracia de ser fiel a lo que Él me dice en su Evangelio, a través de mis hermanos.
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Martes, 15 de Noviembre de 2011 01:22
(AA) El arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, Mons. José María Arancedo, fue elegido el martes 8 de noviembre como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Argentinos Alerta ha recopilado en esta nota su magisterio provida. Nos hemos basado en informaciones periodísticas y en el registro de homilías y documentos de Mons. Arancedo publicado por AICA.
Pedimos a nuestros lectores que nos ayuden a difundir este rico magisterio provida y desde esta columna saludamos a Mons. Arancedo como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

 A lo largo de los años, Mons. Arancedo se ha pronunciado sobre el don de la vida humana y sobre la necesidad de defenderla frente a la postura abortista que considera a la libertad como un absoluto y que se arroga el derecho de decidir quién va vivir y quién no. La persona "no es un objeto que dependa de la voluntad de nadie, sino un sujeto de derechos".
Citando al entonces Card. Joseph Ratzinger (ahora Benedicto XVI) en "La sacralidad de la Vida Humana", Mons. Arancedo recordaba que "un Estado que se arrogue el derecho de definir qué seres humanos son o no sujetos de derechos, y que, en consecuencia, reconozca a algunos el poder de violar el derecho de otros a la vida, contradice el ideal democrático. En efecto, aceptando que se violen los derechos del más débil, acepta al mismo tiempo, que el derecho de la fuerza prevalezca sobre la fuerza del derecho".
En el año 2006 resaltaba que "no podemos callar, ni dejar de movilizarnos para expresar nuestro firme y claro rechazo al aborto" y en el año 2008 le recordaba al Ministro de Salud de Santa Fe que “el aborto no es negociable”.  Pero privilegiar la vida no implica ser insensible frente a los problemas del embarazo para la mujer: "este hecho requiere una cercanía y acompañamiento a la mujer tanto de la familia como de la sociedad, pero nunca es una actitud humana y responsable resolver el problema quitando una vida".
En 2011 advertía que los promotores del aborto pretenden convertirse "en creadores, en pequeños dioses"..."que se basan en un concepto del hombre y su libertad como algo absoluto, una suerte de un dios creador que no tiene límites". "El aborto es un signo de debilidad cultural, de retroceso moral y de claudicación política".
Que la Virgen de Guadalupe, invocada por Mons. Arancedo en muchas de sus homilías, lo guíe como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
Índice de documentos:
En el mensaje de Pascua del año 2005 expresó:
... En este contexto de la celebración de la Pascua no puedo dejar de referirme a un tema que nos ocupa por su importancia y gravedad, dado que ataca a la vida en su etapa más indefensa, me refiero al aborto. La doctrina permanente de la Iglesia sobre esta materia, la defensa de la vida desde el seno de la madre, debemos considerarla como un acto de verdad, de justicia y de amor. Es un acto de verdad en primer lugar; la verdad no depende de nosotros, está ahí, y aunque nos sorprenda nos obliga a valorarla y a ponernos a su servicio, no nos está permitido moralmente ignorarla. Es también un acto de justicia; a la justicia pertenece dar a cada uno lo que le corresponde y en el momento preciso, en nuestro caso el primer derecho que debe atender la justicia es el derecho a la vida del ser naciente. En esta doble certeza se fundamenta la sabiduría de una sana legislación. Y finalmente es un acto de amor; el amor dice referencia al otro, no sólo a uno mismo, y este amor, como todo amor, tiene una dimensión oblativa que se alegra por el bien del otro y cuida de su desarrollo.
Frente al misterio de la vida no cabe otra actitud moral. Puede parecer dura esta doctrina frente a una cultura que parte de la libertad del hombre como de un absoluto creador y, por lo mismo, le cuesta aceptar los límites que nos impone una realidad objetiva. Este planteo doctrinal de la Iglesia, que se fundamenta en razones científicas, filosóficas y teológicas, es lo que me compromete a predicarlo, con la firmeza, el respeto y la seriedad que merecen, porque es una exigencia de orden moral que hace a la dignidad del hombre y a la cultura de un pueblo.
Queridos amigos, reciban de su Obispo este mensaje de Pascua para vivir la alegría de la Resurrección del Señor que nos señala un camino de esperanza y de solidaridad, para juntos caminar y reconstruir los lazos de una sociedad herida pero que nos pertenece y a la que nos debemos. Que el Señor Jesús y Nuestra Madre de Guadalupe, a quién visitaremos próximamente en su Fiesta mayor los acompañen. Felices Pascuas. Santa Fe de la Vera Cruz, Pascua de 2005.
Días antes de las elecciones legislativas del 23 de octubre del 2005, Mons. Arancedo reflexionaba sobre la defensa de la vida y la responsabilidad cívica:
La defensa de la vida y el rechazo del aborto es una exigencia que compromete y determina el nivel moral de una comunidad. La vida naciente como valor que se funda en un derecho inalienable, es un límite moral y jurídico que se convierte en un principio constitutivo de la sociedad civil y de su legislación. La vida naciente es una realidad objetiva que nos habla con su propio lenguaje, al que debemos saber escuchar en su dignidad única e irrepetible. Ella nos diría: mi existencia ya no depende de tu decisión o libertad, sino que necesita y espera de tu cuidado. El aborto es un signo de debilidad cultural, de retroceso moral y de claudicación política. Para el cristiano, además, esta actitud ante la vida es una expresión que compromete la identidad de su fe y hace, por lo mismo, al compromiso social y político que debe asumir por el bien y salud espiritual de la Patria.
En este contexto de responsabilidad cívica al que estamos convocados, tanto ciudadanos como dirigentes políticos, quiero recordar los principios y algunas definiciones del magisterio de la Iglesia referidas al tema de la vida y a la consiguiente responsabilidad jurídica y social frente al aborto.
"Los derechos inalienables deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre estos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte". (...) "Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quién es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho. El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quién debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos". (Catecismo de la Iglesia Católica n° 2273).
Con motivo de las celebraciones del día de la Familia y el día de la Madre en el mes de octubre de 2006, Mons. Arancedo presentó la siguiente carta sobre el aborto:
Queridos hermanos:
En este mes de Octubre celebramos el día de la Familia y en él, el día de la Madre. Dos acontecimientos que se corresponden y marcan la cultura de un pueblo. Detener la mirada en una fecha nos sirve para fijar nuestra atención y reflexionar sobre el significado que esa realidad tiene hoy para nosotros. Como todos los años les he escrito una carta a las familias en la que las invitaba a reflexionar sobre: “La Familia, camino de plenitud”. Ella es el ámbito natural y espiritual en la que cada miembro va creciendo en comunidad sin anularse, por ello se la llama con razón, les decía, la primera escuela de la dignidad y socialización del hombre. En este sentido hablamos de la familia como un “patrimonio de la humanidad”. Su presencia y testimonio es la primera escuela para la sociedad. No dudemos que fortalecer la familia es la mayor inversión que debe hacer una comunidad responsable para asegurar en el futuro su nivel de vida moral y cultural.
En esta carta quisiera detenerme en un tema que hace a la responsabilidad no sólo de la familia, sino de todo ciudadano y de la misma sociedad, me refiero al tema del aborto. No se trata de algo secundario y que pueda quedar librado a la determinación de cada persona u opinión circunstancial, sino que estamos ante un hecho que reclama definiciones claras y comprometidas. No es un tema sólo de fe, aunque no podemos olvidar su importancia al tratarlo, sino de una realidad que pertenece al ámbito de los derechos humanos que deben ser tutelados por la misma sociedad. Dada la importancia del tema es que no podemos callar, ni dejar de movilizarnos para expresar nuestro firme y claro rechazo al aborto. El tema de la vida es parte integrante del contenido de nuestra fe en un Dios que es creador y providente. El don de la vida no es un producto más, sino un proyecto que tiene el sello de lo divino y que sólo necesita del tiempo para su realización y verdad plena.
Es importante observar que cuando el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica nos habla del aborto lo hace precisamente en el capítulo III, en el que trata sobre los Derechos Humanos. Sacar el aborto de este contexto es desconocer la dignidad y las exigencias de la vida concebida, y no ponderar su gravedad intrínseca. Cuando no se parte de la realidad de la vida como un dato objetivo comprobable científicamente, y frente al cual no se puede admitir la gradación del más o menos, sino que es una existencia nueva y que como tal debe ser tratada, entonces perdimos de vista el lugar correcto desde el cual debemos observar la realidad. Estamos ante un nuevo ser que tiene autonomía genética, aunque no tenga aún una independencia total. Esta realidad de fragilidad no disminuye, sin embargo, su grandeza en el orden del ser, que es lo que determina su condición de sujeto de derechos. Por ello debemos afirmar y defender que el primer derecho del hombre es el derecho a la vida.
En esta línea de pensamiento la Doctrina Social de la Iglesia concluye que la fuente última de los derechos humanos no depende de la voluntad o libertad de ninguna persona, ni reside en poder del Estado ni en la promulgación positiva de sus leyes, sino sólo en la dignidad del mismo hombre que le es connatural a su propia vida y que es igual en toda persona. Estos derechos, por otra parte, son universales, inviolables e inalienables, es decir, están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, lugar o sujeto. Además de su universalidad estos derechos tienen la nota de la indivisiblidad, es decir: “Tales derechos se refieren a todas las fases o etapas de la vida y en cualquier contexto…. Son un conjunto unitario..” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nº 154). Desde esta certeza filosófico-científica se define y garantiza el respeto por todos y cada uno de los derechos humanos. Cuando dejamos de pensar a partir de las exigencias que nos plantea esta realidad, aún en su estado o etapa de fragilidad dependiente, pero siempre como sujeto real de derechos, quebramos el orden del ser y de la justicia.
Un tema que se esgrime es el de la libertad de la madre como un derecho absoluto que no admitiría límites. Se lo llama el derecho a la libre decisión. Debemos recordar que la libertad no es un principio absoluto creador de normas, sino una determinación personal y voluntaria que debe reconocer, y éste es su límite, los derechos que emanan del otro o de un ordenamiento jurídico, en este caso la vida concebida que se convierte en una realidad que vincula y compromete. Lo que existe en la madre, después de la concepción es un ser distinto y goza, por lo mismo, de derechos que deben ser tutelados por el Estado por medio de sus leyes justas. No es un objeto que dependa de la voluntad de nadie, sino un sujeto de derechos. La justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, por ello es tan sabia y necesaria la tutela jurídica frente a la vida naciente e indefensa. Como vemos no se trata sólo de un cuestión de fe, o de pertenencia religiosa, sino de un tema que compromete la conciencia y que como ciudadanos tenemos el derecho y la obligación de defenderlo ante la sociedad y reclamarlo a las autoridades. Esto lo digo como Obispo, pero también, y tal vez antes, como ciudadano de esta Patria a la que pertenezco y amo.
Esta polémica no es, decía recientemente la Declaración de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino, una discusión entre tantas. Es una cuestión de fondo que involucra a todos los ciudadanos de cualquier credo o condición social. La opción por el aborto desconoce la dignidad e inviolabilidad de la vida que tiene su fundamento en el orden del ser, que es el fundamento de la justicia. Como vemos estamos ante un tema que no podemos desatender, debemos dar razones de lo que proclamamos y defendemos, sin complejos, pero con la certeza que nos da la fe y la razón, que no se oponen sino que se complementan y ayudan, como así también con el debido respeto a las personas. No se trata de un tema opinable para un cristiano sino que es parte integrante de nuestra fe en un Dios que es Padre, y que nos ha revelado el valor de la vida en la exigencia de un mandamiento, no matar.
Queridos hermanos, les he escrito esta carta con la responsabilidad de Pastor ante un tema instalado y del que nadie puede sentirse ajeno, sino comprometido con su fe para prestar un servicio al bien de la sociedad desde cualquier lugar que ocupe, sea en la familia como en la escuela, alumno o docente, político o empresario, profesional, empleado, trabajador o simple ciudadano. Pongo la intención y el contenido de esta carta a los pies de María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe, para que nos acompañe en este camino del Evangelio de la Vida que hemos recibido de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Junto a mi afecto y oraciones, reciban mi bendición de Padre y Obispo.
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo emitido el sábado 5 de agosto de 2006 por LT9:
En estos días ha ocupado un lugar destacado el tema del aborto, por atención al caso de una mujer violada, con el agravante de disminución mental y cuyo embarazo se encontraba en el quinto mes. Son varios los componentes que entran en esta situación. Por un lado la violación como hecho aberrante, la condición de disminución de la madre junto al pedido de interrupción del embarazo, y por otro, la realidad de la vida ya gestada a la espera de su nacimiento y que necesita, aún, de los cuidados necesarios. Frente a ello el ordenamiento jurídico que defiende la vida desde la concepción.
Nos encontramos ante una situación difícil y dolorosa que merece respeto. En ella aparece lo aberrante de una violación y la debilidad de la madre, pero también el hecho indudable de una vida que existe, que tiene autonomía e identidad genética, pero que aún no es independiente, es decir, no puede existir ni decidir por si, sino que necesita de la ayuda y tutela jurídica. Plantear bien un problema es reconocer tanto las dificultades, como las exigencias del hecho, este es el camino para dar una respuesta justa, que no excluye lo doloroso. Ante una situación difícil la tentación puede ser suprimir uno de los términos de la ecuación, lo correcto, en cambio, es considerar la totalidad del hecho y asumir las exigencias como los derechos de cada una de las partes. Esto me lleva a afirmar que la ley, en este caso, debe castigar al agresor, que es el violador, defender la vida como un hecho que reclama el cuidado y su tutela, y acompañar con todos los medios al agredido, es decir, a la madre.
Entra otro elemento en juego que es el ejercicio y el límite de la libertad. Creo que este aspecto es el que más se esgrime y se lo considera como un derecho absoluto. Se lo llama el derecho a decidir que tiene la madre. La libertad, sin embargo, no es un principio absoluto o una decisión creadora de normas o valores, sino que es una determinación personal y voluntaria que debe reconocer, y éste es su límite, los derechos que emanan del otro o de un ordenamiento jurídico, que es algo objetivo, en este caso la vida naciente con su necesaria tutela, que se convierte para ella en una realidad que la vincula y compromete.
Siempre estamos llamados a decidir y a realizar opciones, pero éstas deben ser hechas de acuerdo a una jerarquía de verdades. En este caso concreto se trata de privilegiar la vida humana como hecho único e irrepetible, más allá de las circunstancias en las que ella se nos hace presente, esto lo considero un acto de justicia frente a un ser inocente. Esto no significa ser insensible al dolor sufrido por la madre, todo lo contrario, es necesario acompañarla, incluso hasta prever la posibilidad de una adopción si llega el caso. En toda opción hay algo que debemos privilegiar, la opción por el aborto quiebra la jerarquía de verdades y valores, como el orden moral de una sociedad. Por ello es tan sabia y necesaria la tutela jurídica frente a la vida indefensa.
Queridos amigos, sé que este mensaje puede parecer exigente, pero creo que lo reclama la verdad de la vida como fundamento de la justicia. Reciban junto a mi expresión de afecto mis saludos y bendición.
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, emitido el sábado 17 de marzo de 2007 por LT 9:
El derecho a la vida es el primer derecho humano. En esta frase tan simple se expresa una verdad que sostiene y construye una cultura. Esto que nos parece tan evidente en su formulación, hoy, desgraciadamente, se lo cuestiona desde diversos discursos y actitudes, incluso desde la misma autoridad civil. En lugar de afirmar con claridad la defensa de la vida desde su nacimiento, como lo marca nuestra Constitución, se buscan caminos que relativicen este principio.
Este tema no es secundario para la vida moral de una comunidad. No se trata de un tema religioso sino que es primariamente un tema humano. Desconocer, o no querer asumir la realidad de la vida como un hecho objetivo que tiene y reclama sus derechos, es determinar que la moralidad de un acto depende solo de mi voluntad o de mi libertad de decisión, sin que intervenga en ello una realidad objetiva, sea una persona o una norma. Este hecho por su importancia social requiere de decisiones claras, como de su necesaria tutela jurídica.
La justicia es la virtud que nos enseña a dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, por ello es la garantía de los derechos. En el tema del aborto lo que no se tiene en cuenta es, precisamente, el derecho del que ya existe con su propia identidad genética, pero que aún no ha nacido. Por ello es tan justa y necesaria la legislación que tutela a aquel que no puede ejercer por si mismo, su primer derecho, el derecho al desarrollo de la vida que ya posee. El hombre se realiza en el ejercicio de la libertad, pero siempre que ella reconozca a la verdad como su fuente, su grandeza y también su límite. Pensar solo desde nuestra libertad como un absoluto, es desconocer la condición humana y sentirnos indebidamente dueños, en este caso, de la vida, del otro. Esto significa que la fuente de los derechos humanos no se encuentra en nuestra voluntad, ni en el la realidad del Estado o de los poderes públicos, sino en la dignidad irrepetible de cada hombre. Estos derechos son universales, inviolables e inalienables.
Causa dolor y preocupación escuchar que el derecho a la vida pueda quedar librado la decisión de la mujer como dueña de su cuerpo. Esto no puede considerarse es un verdadero progresismo, porque no parte ni tiene en cuenta la exigencia moral de lo que existe. No se atenta contra la libertad de la mujer cuando se defiende la vida naciente, por el contrario se la valora en su dignidad y responsabilidad. Cuando se quiebra la armonía entre la verdad, el derecho y la justicia, no progresa el hombre en su condición de ser espiritual y libre. Toda forma de aborto provocado es ilícito: esta afirmación no es un hecho religioso o privado, sino que es humano y público, y necesita, por lo mismo, de la sabiduría de las leyes y del ejercicio de la justicia. En este tema se juega no sólo la vida de un nuevo ser, sino principios que definen una cultura, por ello es también un tema de responsabilidad política.
Deseándoles un buen fin de semana en familia, reciban de su Obispo junto a mis oraciones y afecto, mi bendición en el Señor.
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo emitido el sábado 6 de octubre de 2007por LT 9:
En este mes dedicado a la Familia quiero referirme al tema de la Vida como fundamento ético y jurídico del bien común de la sociedad. Me refiero al derecho a la vida de toda persona concebida como primer derecho humano y fundamento del orden jurídico. Esto implica una clara posición frente al aborto. El Santo Padre incluía este tema entre aquellos “principios no negociables”, decía, que hacen a la salud moral y jurídica de una comunidad. No se trata de principios religiosos ni de un tema que pueda quedar librado a la sola de decisión de una persona, sino de considerar la vida naciente como la realidad de un ser que en su autonomía y dignidad, reclama el cuidado de sus derechos, precisamente el primero de ellos es el de la vida. El tema de la vida humana no es un hecho privado que queda a la libre determinación de una persona, sino que en su dignidad compromete a la sociedad política y jurídicamente organizada.
Por ello ha sido llamativo y preocupante que en estos días, en Paraná, la autoridad política en lugar de orientar los pasos en una clara defensa de la vida del niño por nacer, se haya manifestado en actitudes a favor de una ampliación y generalización del aborto. También preocupa que en sede judicial no se tenga en cuenta los Pactos Internacionales, por ejemplo el de San José de Costa Rica o la convención sobre los Derechos del Niño que obligan de modo inequívoco a garantizar la vida del niño por nacer. Argentina es signataria de estos acuerdos. Es bueno recordar, además, la interpretación que por unanimidad dio la Academia de Ciencias Morales y Jurídicas respecto a las llamadas “excusas absolutorias” contenidas en la reforma al art. 86 del Código Penal. En un reciente editorial del diario La Nación se recuerda el origen de esta cláusula en la que se declaraba no punible el aborto “para evitar, se decía, que de una mujer idiota nazca un ser anormal y degenerado”, y concluía, el aborto debe ser consentido “cuando es practicado a los fines del perfeccionamiento de la raza”. Esta teoría, lamentablemente, existía en algunos países de Europa e influyó en algunos marcos jurídicos.
Si bien se trata de un tema primariamente humano y no confesional no puedo dejar de recordar las palabras que con tanta verdad y belleza nos propone la fe bíblica al referirse a esta realidad de la vida por nacer: “Por que tú Señor…me has tejido en el vientre de mi madre…cuando era formado en lo secreto…mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera” (Salmo 138). La fe ilumina a la razón. Quiero concluir esta reflexión con las palabras del Documento de Aparecida a los dirigentes: “Esperamos, dice, que los legisladores, gobernantes y profesionales de la salud, conscientes de la dignidad de la vida humana y del arraigo de la familia en nuestros pueblos, la defiendan y protejan de los crímenes del aborto y de la eutanasia” (Ap. 436). Esta defensa de la vida, además de la tutela jurídica, debe comenzar por acompañar humana y espiritualmente a la madre para que lleve a buen término lo que en ella ya existe, y no en ofrecerle una aparente pero equivocada solución.
Deseándoles un buen fin de semana en compañía de sus amigos y en familia, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor.
En noviembre de 2008, el ministro de Salud de la provincia de Santa Fe, Miguel Ángel Cappiello, funcionario del gobernador Hermes Binner, apoyó abiertamente la gestión de la presidente del bloque de diputados nacionales del Partido Socialista, la rosarina Silvia Augsburger, para dejar de punir el aborto y también la decisión de no obligar a los médicos a denunciar dichas prácticas. Frente a esta situación Mons. Arancedo expresó ante la prensa:
“Me preocupa de una autoridad que tiene la responsabilidad del bien común. Yo creo que el aborto hay que verlo como lo que es, no hay que darle muchas vueltas. El acto del aborto se impone a la libertad de una persona, (porque) donde hay vida ya existe derecho. El chico que se está engendrando en el vientre de su madre tenga 20 días, tenga un mes, ya es un ser vivo y sujeto de derecho y por lo tanto la ley debe tutelar esos derechos”.
“A la chica (con un embarazo no deseado) habrá que acompañarla, habrá que hacer todo, pero no poner de entrada la solución imprudente del aborto. El aborto no es negociable. Si existe vida, esa vida reclama respeto, tiene derechos”.
Frente a las declaraciones de Ministro de Salud de que “no hay ninguna obligación de denunciar estos casos”, Mons. Arancedo respondió:
“Espero que los médicos no se dejen llevar por esas medidas ¿Cómo no va a denunciar a alguien que se practicó un aborto? La postura de la Iglesia es el respeto por la vida; ¿y quién dice que hay vida? Lo dice la ciencia”.
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, emitido 22 de marzo de 2009 por LT 9:
El próximo 25 de Marzo, Fiesta de la Anunciación del Señor, celebramos el Día del niño por nacer. La Anunciación nos recuerda la concepción de Jesús en el seno de la Virgen María. Concepción y nacimiento son dos momentos en el desarrollo de una misma vida. Desde el momento de la concepción la vida adquiere una entidad independiente que nos compromete en su defensa por ser su primer derecho. Esto tan fácil de expresar presenta, sin embargo, una serie de objeciones que no parten del derecho que esta vida nueva reclama, sino desde la libertad del hombre como un absoluto que le da derecho a decidir. Ahora bien, si no aceptamos que mi libertad tiene un límite en el derecho del otro, estamos ejerciendo un poder sobre el otro que no nos corresponde. La vida del ser naciente no es un objeto del que soy dueño, sino un sujeto con su entidad, autonomía y derechos.
Estamos hablando del aborto, no de un método anticonceptivo. Aquí no se habla de impedir la concepción, aquí se habla de eliminar lo ya concebido. Esta es la gravedad del aborto. No se trata, por ello, de un tema religioso que pueda quedar reducido a la esfera de lo personal o a las convicciones de un grupo, sino que estamos ante un derecho que hace a la dignidad del ser humano. La negación al aborto no comienza por un acto de fe sino por un dato científico con consecuencias éticas y jurídicas, es decir, cuando la ciencia nos dice aquí hay vida humana, en ese mismo momento comienza la exigencia de una actitud de respeto y de cuidado que la fe, es cierto, lo va a reforzar y a defender, incluso haciendo referencia a un mandamiento de la Ley de Dios, que nos dice: “no matarás”. Como vemos, el hecho de la vida es, ante todo, una realidad humana que nos compromete moralmente. Por ello es obligación del Estado proteger y tutelar con sus leyes, el camino de esta vida nueva desde su concepción a su nacimiento. Desde esta perspectiva podemos comprender por qué la Iglesia habla del aborto como un tema “no negociable”.
La defensa de la vida no se reduce, por otra parte, sólo a luchar contra el aborto sino que abarca todo el desarrollo de esta vida, principalmente en sus momentos de mayor fragilidad, comenzando por el embarazo, pero siguiendo por el nacimiento y su cuidado posterior. Pienso en la soledad y la pobreza de muchos niños que viven en un mundo que se jacta de sus logros y carece de sensibilidad para dar una respuesta a su realidad. No defiende la vida, como primer derecho humano, una sociedad que vive con indiferencia frente a la marginalidad de sus hijos. No se trata se suprimir pobres sino de atacar la pobreza. Dios ama al pobre pero no quiere la pobreza impuesta. ¿Es justa una sociedad, me pregunto, que ve crecer en la degradación de la pobreza a sus hijos? ¿No nos debemos sentir responsables como sociedad, políticamente organizada, del futuro de una juventud que crece desde la niñez debilitada en su salud física, psicológica y cultural? Es por ello que el tema de la defensa de la vida abarca la totalidad de etapas y aspectos en los que ella se desarrolla, pero debemos poner el acento, ciertamente, en aquellos momentos que más necesita de la presencia y responsabilidad de los adultos y la sociedad. El primer momento de fragilidad la puede padecer el niño por nacer.
Quiero agradecer la presencia y entrega de “Grávida” como institución dedicada a acompañar la vida naciente desde el seno de la madre, que ha permitido el nacimiento de muchos niños que hoy son la alegría de sus madres. También quiero valorar el trabajo desinteresado de muchas familias que asumen el rol generoso de ser “Hogares de Tránsito” para aquellos niños que nacen sin la posibilidad inmediata de un hogar propio. Todas ellas son familias sin grandes recursos pero con sólidas convicciones morales, en ellas veo una reserva moral de nuestra sociedad.
Reciban de su Obispo junto a mi respeto y afecto, mis oraciones y bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz.
Con motivo de la vigilia por la vida convocada para toda la Iglesia por el Papa Benedicto XVI para el sábado 27 de noviembre de 2010, Mons. Arancedo pronunció las siguientes palabras en el micro radial de LT 9:
El Santo Padre ha querido iniciar el tiempo de Adviento con una solemne “Vigilia por la vida naciente”. El nacimiento de Jesús nos habla no sólo del valor de su vida y misión, sino que se convierte, para toda la humanidad, en el camino que ilumina y protege la vida de cada ser humano. La vida naciente presenta la exigencia de un derecho y reclama la responsabilidad de una tarea que nos compromete. La fe no me aísla en una relación personal con Dios, sino que me compromete con su obra, en especial con su obra mayor que es el hombre.
La gloria de Dios consiste, decía San Ireneo, en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en el encuentro con Dios. Todo este misterio de la grandeza de la vida y el destino del hombre está encerrado en la fragilidad de la vida naciente. Por ello, la realidad de esta vida es un don y una responsabilidad para el hombre y la sociedad.
No somos dueños de la vida humana, pero sí partícipes necesarios de su concepción y cuidado. Esta verdad pertenece al orden natural y es captado por la razón y compromete, por lo mismo, una actitud moral. No podríamos hablar de la dignidad de la vida humana sino asumimos la exigencia de la tutela de su primer derecho, que es el derecho a la vida. Esto pertenece al orden la justicia que nos habla de dar a cada uno lo que le corresponde, en este caso el cuidado de la vida concebida. La correcta lectura de este hecho sólo requiere de una mirada simple, pero necesita de una actitud responsable.
Cuánto debemos agradecer el esfuerzo de personas e instituciones que acompañan este don de la vida, pienso entre nosotros en Grávida. Y qué triste es escuchar voces que proclaman el aborto seguro como un logro de la ciencia.
Cuando el hombre olvida, por otra parte, su origen y destino trascendente queda encerrado en un mundo inmanente sin raíces ni horizonte. Esta afirmación que es fruto de la fe no es ajena a la razón, pero sí le agrega a la vida del hombre un valor de trascendencia que le da un sentido de plenitud. A aquellas razones humanas sobre la dignidad de la vida del hombre, esta mirada de fe le agrega la dimensión de una vocación que es única y personal, y para la cual Jesucristo ha venido para ser su Camino, su Verdad y su Vida. Toda la historia del amor de Dios, que en Jesucristo se ha hecho don personal para cada uno de nosotros, tiene en la vida naciente de todo hombre el comienzo de un diálogo que es la razón del envío y misión de Jesucristo.
Para esto he venido, nos dirá, para que el hombre participe de la vida de Dios. Estas razones que conocemos por la fe, porque provienen de la Palabra de Jesucristo, enriquecen a la razón y comprometen con más fuerza el cuidado de la vida.
Que esta Vigilia por la vida naciente, con la que el Santo Padre ha querido inaugurar este tiempo de Adviento, renueve en nosotros el compromiso con la defensa de la vida en todas sus etapas. Reciban junto a mi afecto y oración, mi bendición en el Señor Jesús y María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe.
En octubre de 2010, en el marco del mes de la Familia, Mons. Arancedo emitió el siguiente mensaje por LT 9:
En el marco del mes de la Familia quiero referirme a un tema actual que se lo presenta como un derecho, en este caso de la mujer, y que la sociedad debería garantizar con sus leyes. Me refiero al tema del aborto. Creo que todos coincidimos que estamos ante una situación límite y no querida, entiendo que nadie quiere abortar; pero nadie, tampoco, puede negar actualmente la existencia de una vida nueva a partir de la concepción, es decir, estamos ante un ser vivo que tiene su propia identidad genética.
El embrión no es un fragmento de la madre, es un nuevo ser perfectamente individualizado con su propio ADN. En los modernos sistemas jurídicos el ADN se ha convertido en la "prueba reina", para determinar la identidad y los derechos de las personas desde su concepción.
Lo dramático de una situación no puede alterar o desconocer lo que es propio de cada ser en cuanto sujeto de derechos. Para este ser ya concebido su primer derecho es, precisamente, el derecho a la vida. Esto no es quitar un derecho a alguien, sino defender el derecho de alguien. A la sabiduría de la ley le corresponde tutelar esta verdad que hace a la dignidad de todo ser humano. Esto no depende de una creencia religiosa sino de una realidad que, por su misma naturaleza humana y científica, reclama principios éticos que comprometen el ordenamiento jurídico de la sociedad. Estamos ante un hecho que trasciende lo individual o privado, porque está en juego tanto la vida de una persona como la cultura de una sociedad.
No puedo dejar de mencionar el testimonio de alguien que actuó con la serenidad y la firmeza que estos casos reclaman. Se trata de un médico que también es político. Me refiero al Dr. Tabaré Vázquez, presidente del Uruguay. Al fundamentar su veto a la ley de despenalización del aborto llama la atención sobre un dato que no es menor: "en los países que se ha liberalizado el aborto, estos han aumentado", y lo ejemplifica: "en los Estados Unidos, en los primeros diez años, se triplicó y la cifra se mantiene, para concluir, la costumbre se instaló". Qué triste e injusto es escuchar: "la costumbre se instaló", que equivale a decir, se ha instalado una cultura. La ley que penaliza el aborto tiene, por ello, una razón preventiva y pedagógica, en cuanto tutela y defiende el valor de la vida. Por ello va a concluir: "El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados". He querido traer el testimonio de alguien que no habló desde una fe religiosa, sino desde su condición de profesional y de estadista.
Algunos para justificar el aborto sostienen que los embriones son sólo potencialmente humanos. No se puede fragmentar la vida humana, ella debe ser entendida como una totalidad dinámica que supone, tanto una identidad desde el origen como una unidad en su desarrollo, esto lo revela la existencia de un ADN que es único e irrepetible. No se puede decir que lo que aún no ha nacido o no conozco no existe. Por otra parte, si bien el embrión humano es autónomo desde la concepción, aún no es independiente, es decir, depende del cuidado de su madre o incluso de la sociedad. Esta es su grandeza, pero también su fragilidad. Con sabiduría de estadista concluía: "es más adecuado buscar una solución basada en la solidaridad que permita promocionar a la mujer y a su criatura, otorgándole la libertad de poder optar por otras vías y, de esta forma, salvar a los dos". Cuando la realidad y el cuidado de la vida no es un límite legal, crece una cultura sin fundamento que hiere al hombre y empobrece a la sociedad.
¿El aborto es un derecho?. Si partimos del hecho comprobado científica y filosóficamente de que el óvulo fecundado inaugura una vida nueva que ya no es un fragmento del padre o de la madre, debemos concluir que las prácticas abortivas son injustificables e injustas y, por lo mismo, no son un derecho. Tampoco se puede argüir desde la libertad de decisión de la mujer, porque se viola el derecho de un ser vivo que ya es una persona. En nombre de la libertad de quién tiene poder y voz, no se puede negar el derecho de quién no tiene la posibilidad de hacerse oír. Aquí entra el sentido y la finalidad de la ley, como un principio de equidad que debe regir la vida de la sociedad. Por ello: "un Estado que se arrogue el derecho de definir qué seres humanos son o no sujetos de derechos, y que, en consecuencia, reconozca a algunos el poder de violar el derecho de otros a la vida, contradice el ideal democrático. En efecto, aceptando que se violen los derechos del más débil, acepta al mismo tiempo, que el derecho de la fuerza prevalezca sobre la fuerza del derecho" (Ratzinger J. La sacralidad de la Vida Humana).
Me permito sugerir la lectura de un pequeño libro que ha publicado el equipo de Pastoral Familiar de nuestra Arquidiócesis, y que lleva como título: La vida humana en sus inicios: El problema del aborto y sus desafíos. Creo que tanto legisladores y políticos, como los simples ciudadanos, debemos asumir este tema con la responsabilidad cívica y moral que ello implica. Lo que está en juego son principios y comportamientos que hacen tanto al respeto por la vida naciente, como al nivel de una cultura que privilegia el primer derecho de todo ser vivo, el derecho a la vida. Reciban de su Obispo junto a mi respeto y afecto, mis oraciones y bendición en el Señor.
Con motivo de la 112ª Peregrinación Arquidiocesana a la Basílica de Guadalupe en la ciudad de Santa Fé en mayo de 2011, Mons. Arancedo predicó la siguiente homilía:
Queridos hermanos:
Como todos los años venimos a celebrar la Fiesta de Nuestra Madre. Como todos los años Guadalupe nos sorprende por el fervor de un pueblo que peregrina movido por la fe y el amor, y con la certeza de un camino que le pertenece. La presencia de la Virgen en Guadalupe tiene su razón de ser en la vida e historia de nuestra comunidad. La lectura de este hecho nos muestra cómo nació en el pueblo y fue marcando un camino de encuentro con Dios en este preciso lugar y en torno a esta venerada imagen, que se convirtió en patrimonio y punto de referencia para la fe de los santafesinos. Qué triste, cuando no se conoce ni valora el significado religioso y cultural de una tradición que nace de la fe y expresa a una comunidad.
La devoción católica a la Virgen tiene su centro en Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres. Ella nos orienta hacia él y nos dice hoy, como ya le dijo a los apóstoles: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn. 2, 5). Acercarnos a María es renovar nuestro encuentro con Jesucristo para vivir de su Palabra y los Sacramentos, que nos ha dejado para caminar junto a nosotros. Este mensaje simple y profundo es el que se vive y renueva cada año en Guadalupe. Una auténtica devoción a la Virgen es, por ello, la que mantiene viva en nosotros el amor a la palabra de su Hijo y el sentido de pertenencia y comunión con la Iglesia. El lugar de María en la Iglesia es un lugar único elegido por Dios, y que el mismo Jesucristo nos la ha dejado como madre: “Aquí tienes a tu madre” (Jn. 19, 26-27), nos sigue diciendo.
Esta 112° Peregrinación Arquidiócesana a Guadalupe nos convoca bajo el lema: “Madre, danos fuerza para amar y servir a la vida”. El lema se ubica en el marco del “Año de la Vida”, que la Iglesia en la Argentina nos ha propuesto. La vida humana no es una idea que podamos considerar abstractamente, ella existe en cada hombre concreto. No estamos ante una idea más, sino ante una realidad que es única y personal. Hablar de la dignidad de la vida humana significa hablar de la dignidad de todo hombre y a lo largo de toda su vida. Es la ciencia la que nos dice que esta vida ya existe desde el embrión, es decir, que desde la concepción estamos ante la realidad de un nuevo ser con su propia identidad. Este hecho, que marca el inicio de una vida, nos compromete a lo largo de toda su historia, principalmente desde el embarazo, pero también en su nacimiento, educación y desarrollo integral. No defendemos ideas, defendemos la dignidad concreta de todo ser humano.
Los ataques que sufre la vida se presentan en momentos de especial fragilidad, pienso en el tiempo del embarazo con el peligro del aborto, consecuencia de una mentalidad que ha perdido el sentido de su gravedad moral y cultural. Parecería que la vida del otro ha dejado de ser un límite a mi libertad. ¡A cuánto niños hoy se le impide nacer! Hay una crisis en el modo de vivir la exigencia de los valores, que va debilitando el sentido de responsabilidad social y política. Pienso en una niñez que crece sin referencias que la contenga, ni ejemplaridad que la anime; víctimas, en algunos casos, de la marginalidad. Pienso en la vida de los jóvenes frente al ataque de la droga que avanza con la complicidad del silencio y la impotencia de la autoridad. Pienso en el tema de la inseguridad que se vive, donde el paso del robo a la muerte se convierte en algo común. Estamos ante signos de una sociedad enferma que debemos asumir y de la que somos parte; no podemos ser espectadores que comentamos la realidad, sino comprometernos con los valores y la docencia de una cultura de la vida.
Es la vida humana la que ha perdido valor, por ello venimos hoy a pedirle a nuestra Madre en Guadalupe, “danos fuerza para amar y servir a la vida”. En primer lugar para amar a la vida como un don que poseemos y poseen nuestros hermanos, del que estamos agradecidos y nos sentimos responsables de su cuidado. El amor debe hacerse servicio a la vida. Aprovecho esta oportunidad para pedirles a los diversos candidatos políticos en este año electoral y con el respeto que me merecen, que presten una especial atención al tema de la vida en todo su desarrollo, y no tengan miedo en defender a la vida desde la misma concepción. La defensa de la vida es una causa que necesita claridad y compromiso. La importancia de este tema no admite ambigüedades, requiere de una clara definición que tutele el valor de toda vida humana. No es coherente con su fe un cristiano, o un político cristiano, que apoye el aborto. Esto venimos a hacerlo oración y compromiso a los pies de nuestra Madre en Guadalupe: Madre, le decimos, danos fuerza para amar y servir a la vida.
Al finalizar esta celebración, como lo venimos haciendo todos los años, vamos a iniciar el camino anual de la Misión Arquidiocesana haciendo entrega de una imagen de la Virgen de Guadalupe, Patrona y Misionera de Santa Fe. La Misión es signo de una fe madura y de compromiso eclesial. Una Iglesia que pierda su ardor misionero es una Iglesia que se va adormeciendo en sus pastores y en sus fieles, y va perdiendo el sentido de su presencia en el mundo. A esta exigencia de la fe se le agrega, además, la orfandad religiosa de un pueblo que hemos bautizado. ¡Cuánta gente vive con alegría el reencontrarse con su madre, la Iglesia, que un día los había bautizado, y que tal vez los había abandonado! Hay una deuda con el bautismo que hemos dado a nuestros hermanos. Por ello les recomiendo a todos, sacerdotes, religiosos o laicos, que sean generosos con su tiempo y animen a sus comunidades a asumir y ser parte de esta convocatoria que hace a la vida y madurez de nuestra fe, como a la presencia de la Iglesia en el mundo.
Queridos hermanos, solo me queda agradecerles esta fervorosa presencia que se renueva cada año en Guadalupe, que fortalece nuestros lazos de pertenencia y nos anima a renovar el compromiso de nuestra vida cristiana. Que María Santísima nos acompañe y que su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, sea siempre nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Amén.
Días antes de las elecciones presidenciales y en el contexto del debate de proyectos de aborto que se dio en 2011 en la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados, monseñor José María Arancedo emitió el siguiente micro radial el 8 de octubre de 2011 por LT 9:
Cuando trato de comprender cuál es la razón última de quienes sostienen el aborto, llego a la conclusión de que se basan en un concepto del hombre y su libertad como algo absoluto, una suerte de un dios creador que no tiene límites. Parecería que las razones biológicas y científicas, que no dudan en hablar de vida humana desde el embrión, no son suficientes. Les cuesta reconocer esta realidad humana del embrión, es más, tratan de evitar que se presenten sus imágenes por la crudeza que tienen.
El no ver, parecería, tranquiliza la conciencia. Tampoco alcanzan las razones jurídicas, cuando se nos habla del derecho a la vida como el primer derecho del hombre y, por lo mismo, reclama ser tutelado por las leyes. No hay nada superior a la libertad del hombre entendida como un poder absoluto de decisión.
Habría, para esta postura pro aborto, una omnipotencia de la libertad personal que exime de toda referencia ética o jurídica que sea vinculante. Algunos lo justifican diciendo que esa vida aún no tiene voz propia, no es persona como nosotros, agregan. No es suficiente, para ellos, la verdad de un ser que está en camino y que, aún, necesita de ayuda. Lo que importa es la libre decisión de quién engendra y lo lleva, convirtiéndose en creadores, en pequeños dioses de algo que les es propio, y no necesita, ni admite, una tutela legislativa y jurídica. Es una suerte de creación, si es posible la comparación hablaría de una creación sin sentido de providencia o responsabilidad respecto a la vida engendrada.
Puede parecer un tanto simple esta presentación, pero creo que es necesario plantearla en estos términos para comprender el fondo de la cuestión. Estamos ante la gravedad de una cuestión que define no sólo el valor único de una vida, sino el alcance gnoseológico y ético de una cultura. Campea como telón de fondo los principios de una filosofía de corte constructivista que, aunque no se lo exprese claramente, lleva necesariamente al planteo de una moral relativista, donde todo es posible.
No podemos dejar de pensar, ciertamente, en los problemas que puede plantear un embarazo para la mujer. No se trata de una actitud que no tenga en cuenta esta realidad, por el contrario hay que asumirla; lo que si marca una diferencia frente a esa postura es que estamos ante una vida nueva con sus exigencias y derechos. Este hecho requiere una cercanía y acompañamiento a la mujer tanto de la familia como de la sociedad, pero nunca es una actitud humana y responsable resolver el problema quitando una vida. Es importante buscar respuestas educativas y propositivas frente a esta realidad.
¡Cuántos niños hoy están creciendo con la alegría y gratitud de sus madres, porque han tenido la cercanía de personas que han sabido acompañarlas! Pienso en la obra silenciosa de Grávida, que es testimonio de un amor auténtico y responsable. El verdadero concepto de libertad, por otra parte, no es un límite a la grandeza del hombre, sino una condición necesaria que hace de la libertad un signo de su dignidad.
Reciban de su Obispo en este mes dedicado a la Familia, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Santísima.
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Pedimos a nuestros lectores que nos ayuden a difundir este rico magisterio provida de Mons. José María Arancedo.
    
FUENTE: AICA, Infocatólica y Argentinos Alerta

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