Por Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 15 de Abril del año 2011 – 1039
Muchas veces he dicho que mi objetivo político máximo es la recuperación de la Argentina tradicional. Y como no hay ningún partido que se proponga eso, ni siquiera como un ideal remoto, dos veces intenté fundar un partido que se lo propusiera, una vez en 1987 y otra en el 2002. Si bien la respuesta popular fue buena, pues conseguimos en las calles de varias ciudades del país más del doble de las firmas necesarias para su reconocimiento de acuerdo a la inicua ley de partidos pergeñada por peronistas y radicales en 1985, no fue así en las "clases cultas", en especial las de más alto rango social, donde nos topamos con una indiferencia casi total.
Y por supuesto, los jueces electorales y la propia Corte Suprema interpretando esa ley con una parcialidad inicua, favorable a la continuidad del monopolio de los dos partidos dominantes (y de la izquierda), hicieron lo suyo para que las firmas no fueran suficientes anulando injustamente muchas de ellas.
Durante la campaña para reunir las firmas y antes que eso, en mi actuación durante más de 20 años en la TFP, tuve una permanente actividad en las calles, en contacto con la opinión pública y pude ver cómo el espíritu tradicional de la Nación iba desapareciendo de las almas de los argentinos.
Después de eso, todavía participé en otra actividad en las calles pidiendo firmas para un petitorio de juicio político contra la usurpadora presidencial. Eso fue en el 2009. En esta última ocasión fue evidente que el espíritu nacional había desaparecido casi completamente, en especial en la juventud, y que las apetencias, sensaciones y prejuicios constitutivos de otra argentina se habían impuesto en detrimento de la Argentina tradicional.
Esa nueva argentina y su esencia despreciable, se caracteriza por justificar las mayores injusticias, aceptar el régimen de los Kirchner y de la “dirigencia” corrupta e inepta, tener instintos engendrados por la izquierda y aunque no sea capaz de teorizar, estar dispuesta a adoptar las opiniones fabricadas en los talleres del marxismo, a repudiar toda forma de sentido común favorable al orden social y ser impermeable a toda forma de idealismo católico. La mayor parte de la población ni siquiera cree en Dios, ni en la vida eterna, y sólo piensa en ganar plata, divertirse sin frenos morales y aborrece toda forma de compromiso al servicio del bien común. El egoísmo más negro inspira casi todas sus decisiones.
Hay formas más moderadas de esta mentalidad execrable, sobre todo entre los jóvenes "derechistas" o "de centro", pero ninguna de esas formas atenuadas acepta combatir heroicamente aquella mentalidad constitutiva de la nueva argentina. Se limitan a no compartirla en sus versiones extremas y hasta se proponen algún objetivo justo, pero uno solo, y “a media máquina”. El centro de su interés sigue siendo no apartarse de la nueva argentina ni de su esencia despreciable.
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Visto a vuelo de pájaro, este es el proceso degradante que veo avanzar años tras año. No es una pura especulación abstracta sino que es el fruto de la experiencia y de la atenta observación de mis contemporáneos de todos los niveles, en la calle, en la prensa, en las reuniones sociales, en las conversaciones circunstanciales y en todo momento.
Ojalá no fuera así. No deseo otra cosa que equivocarme en este juicio doloroso y que de repente aparezca otra realidad que no he visto hasta ahora y me lo demuestre.
Entretanto, debo aceptar lo que la evidencia me demuestra y tratar de imaginar qué puede hacerse para revertir esa horrible situación para recuperar la Argentina tradicional. Por ahora no se me ocurre nada.
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Lo primero que debo preguntarme es si esa Argentina tradicional existe y si existe, de qué manera y en donde. Confieso que con un optimismo ilusorio nunca me había planteado ese problema con suficiente atención, dando por sentado que sí existe, tal como la siento en el amor que le tengo.
Sin embargo, en estos días encontré un libro sobre el pensamiento del ilustre tradicionalista español, Don Juan Vazquez de Mella, uno de los cuales, a pesar de que no me convencieron algunas de sus ideas, me impactó dolorosamente.
Es aquel en que define la Nación y dice que ella, "más que un todo simultáneo es una especie de todo sucesivo formado por los siglos, por las generaciones unificadas en un mismo espíritu producido por una misma y poderosa unidad de creencias. Ese concepto de Nación es el verdadero y legítimo concepto... Ese concepto de la Nación como todo armónico que forma la cadena de las generaciones asociadas por un mismo espíritu y por una misma unidad de creencias, incluye la verdadera voluntad nacional, que no es la voluntad pasajera y mudable de un día, aún cuando fuese entonces expresión del estado de la opinión verdadera del país, sino que es la voluntad de las generaciones que se han sucedido sobre el suelo de la Patria y que se expresa no por actos pasajeros y mudables como el que nace de una elección parlamentaria, sino por hechos constantes de la Historia, que tienen su expresión exacta en las tradiciones fundamentales de un pueblo..." (citado en el libro "Nostalgia de Vazquez de Mella", del P. Osvaldo Lira, pág.. 81).
Esa Tradición, ese espíritu compartido y esa voluntad de las generaciones, es el alma de la Nación. Así como el hombre se compone de alma y de cuerpo, las naciones tienen un alma y un cuerpo. En ambos casos es el alma la que le da vida al compuesto. El hombre muere cuando el alma sale de su cuerpo. Las naciones mueren cuando el espíritu nacional se retira de la población que ocupa el territorio, siendo ambos, población y territorio, sólo el cuerpo nacional, sin identidad propia.
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Si el espíritu nacional resulta de los "hechos constantes de la Historia, que tienen su expresión exacta en las tradiciones fundamentales de un pueblo", como dice Vazquez de Mella, hay que preguntarse cuales son esos hechos y cuales son esas tradiciones en el caso argentino.
La conclusión no puede ser más desoladora. Nuestra Historia tiene tres etapas:
1) La Conquista y Evangelización durante la cual primó el espíritu heroico y emprendedor de los españoles. Duró dos siglos y un poco más. Ese era el arranque legitimo de nuestra Tradición y por ende, de nuestro espíritu nacional.
2) La reforma liberal de Carlos III, el triunfo de la masonería en el gobierno y la expulsión de los jesuitas a fines del siglo XVIII, continuada por la Revolución de Mayo y por todos los avatares de la política en los que siempre prevaleció el liberalismo iniciado con Carlos III y sus ministros. Duró un poco menos de dos siglos, aproximadamente. Durante esta etapa todos los hombres de poder se dedicaron a destruir la tradición católica y la hidalguía hispánica en el espíritu del pueblo. En esta etapa se realizó la última gesta tradicional, que fue la derrota de los ingleses por Liniers, muerto poco después por sus antiguos compañeros de armas, y algunos años más tarde murieron, muy probablemente asesinados por los liberales en el poder, los últimos representantes de la tradición original, los lideres católicos José Manuel Estrada, Pedro Goyena y otros. Allí se cortó definitivamente la tradición católica e hispánica.
3) La revolución peronista, igualitaria, de inspiración marxista con maneras fascistas, oportunista, dehonesta y cínica. Ya lleva más de medio siglo de duración y es posible que continúe porque es afín a la izquierda, exitosa en el mundo entero, y ha contagiado a los partidos supuestamente "opositores". El nacionalismo, que parecía querer reflotar la tradición católica e hispánica, no fue más que una apariencia de un instante, porque en definitiva terminó siendo tributario del peronismo o del “centrismo” liberal o, peor aún, de la izquierda montonera. Es que el espíritu nacional había muerto ya hacía rato.
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Siendo así, ¿cual es nuestra tradición? ¿Donde está la "la cadena de las generaciones asociadas por un mismo espíritu y por una misma unidad de creencias”? Quedan restos dispersos del naufragio, uno de los cuales me considero, pero tan aislados y tan azotados por las olas del poder, que no alcanzan a formar ni siquiera un "enclave" de tradición en medio de la traición, pues la casi totalidad de la población ya no tiene ese espíritu ni sabe que existe, ni acepta que se le recuerde y si se le recuerda, no lo entiende ni le interesa entenderlo. En esa masa descastada quedan incluidos, lamentablemente, muchos de quienes por sus familias y apellidos tradicionales deberían ser otra cosa.
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Por lo tanto, no tengo más remedio que concluir que la Argentina ha muerto porque ha muerto su espíritu nacional. Es otro país el que ha sepultado al fundacional. Para ser honesto me veo obligado a extender su certificado de defunción y sugerir que sobre este territorio que está al Sur de América, se inscriba el siguiente epitafio:
"Aquí yace, sepultada en un lodo putrefacto, la que hubo de ser una gran Nación católica, feliz y poderosa. Sobre su cadáver se ha levantado un país igualitario y ateo, con una cabeza de ladrones resentidos y un cuerpo de apóstatas, delincuentes, mercaderes y esclavos."
Ojalá alguien me pruebe que estoy equivocado.
Cosme Beccar Varela
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