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viernes, 20 de enero de 2012

20 DE ENERO: SAN SEBASTIÁN


Mártir (+ hacia 288)
 
“No hay caridad mayor que la del que acepta la muerte por sus hermanos. En este sentido, Sebastián, discípulo verdadero y fiel, muestra a los hombres con su martirio la suprema prueba de amor” (Misal Ambrosiano)
 
   El emperador Galieno había anulado en el año 260 los edictos de persecución contra los cristianos. Siguió un período de paz durante el que los cristianos, aunque no estaban reconocidos oficialmente, eran apreciados por muchos, y algunos ocupaban puestos de importancia en la administración pública. Este clima favoreció mucho el crecimiento y la organización de la Iglesia cristiana.
     
      Diocleciano, que empezó a gobernar en el año 284, quiso mantener esta política de paz, pero años después, por instigación de su yerno el “cesar” Galerio, dio vía libre a una de las persecuciones más crueles de todo el imperio.
     
      Según San Ambrosio, Sebastián había nacido en Milán, y en el 283 entró en el ejército donde llegó a ser jefe de la primera cohorte de la guardia imperial de Roma. Por su valor militar, fue honrado por el emperador con la “jefatura de la primera formación” y por su ayuda a los cristianos perseguidos el papa Cayo lo llamó “defensor de la Iglesia”.
     
      Diocleciano, en cambio, lo condenó a muerte y ordenó a un grupo de arqueros que ejecutara la sentencia fuera de Roma, en el campo. Atado a un árbol y atravesado por multitud de flechas, fue abandonado para que se lo devorasen los animales salvajes. Irene, una matrona cristiana, fue a recuperar el cadáver y comprobó que aún seguía con vida, se lo llevó a su casa y cuidó de él.
     
      Recuperada su salud, Sebastián se dirigió directamente al palacio imperial y se presentó ante Diocleciano para señalarle el gran error y la gran injusticia que estaba cometiendo al perseguir a los cristianos, fieles servidores de Cristo pero también del imperio.
      
      Diocleciano, tras su primer sorpresa al verlo vivo, lo entregó esta vez a los flageladores que lo mataron a latigazos y lo arrojaron a una cloaca. Otra matrona, Lucina, recogió el cadáver y le dio cristiana sepultura.
       
      En este relato podemos observar la realidad de los cristianos de aquella época y ver  que, además de dar su vida por la fe,  la comunidad cristiana no escatimaba esfuerzos en socorrer a los hermanos perseguidos, visitarlos en la cárcel, ayudarlos en los tribunales, cuidar de su tumba y venerar su recuerdo.
 
 
Extractado por Ricardo Díaz de: “Vidas Santas y Ejemplares”, Enrico Pepe, España, 2006.-

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