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martes, 20 de marzo de 2012

EL CIPAYISMO PATOLÓGICO DE LUÍS ALBERTO ROMERO




Por el Dr. Edgardo Atilio Moreno

Desde las páginas del diario La Nación, del 7 de marzo del 2012, Luis Alberto Romero volvió a alertar sobre el peligro de un “nacionalismo patológico”, el cual estaría instalado en el sentido común de los argentinos.
Uno podría pensar que el prestigioso académico se esta refiriendo a cierta ideología racista, totalitaria, y de origen foráneo, que algunas personas de mala fe suelen confundir con el nacionalismo argentino.
O bien al pseudo nacionalismo, populista y marxistoide, que campea en ciertos despachos oficiales.
Pero no; Romero no se refiere principalmente a esas expresiones extrañas o adulteradas, sino al verdadero nacionalismo. Al que defiende nuestra Tradición histórica; y pugna por recuperar el señorío sobre lo nuestro. Al que quiere una republica orgánica, y se bate por el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. A este nacionalismo, justamente, Romero le llama patológico.
Pues bien, ese nacionalismo –lamentablemente-, brilla por su ausencia en el maltrecho sentido común de los argentinos. De no ser así, otro seria el cantar.
Lo que sí subsiste aun en muchos argentinos es el patriotismo.
Pero eso es otra cosa. Ese sentimiento patriótico, con todo lo noble que pueda ser, no es nacionalismo. El nacionalismo es algo mas que el patriotismo, es la racionalización del patriotismo; es ese sentimiento hecho una idea política, plasmado en un programa político, el cual incluye un diagnostico de la realidad y una propuesta de soluciones en beneficio de la nación. Esto es elemental y lo sabe cualquiera que tenga un mínimo de formación política.
Pero a Romero no le interesan estas distinciones, y al igual que los sofistas de la antigua Grecia, que estaban disponibles para aportar argumentos a cualquier político que les pague bien, apunta sus cañones al nacionalismo. Lo acusa de combinar “soberbia” y  “paranoia”, y de reclamar la unidad del pueblo detrás de sus gobernantes frente a los enemigos externos y sus agentes nativos.
Acusación con la que obviamente pretende soslayar el accionar hegemónico de las naciones poderosas, así como la existencia de un Poder Mundial que se vale de gerentes locales para imponer sus dictados. De ahí el mote de “patológico” con el que fulmina al nacionalismo.
Ahora bien, ¿no es acaso de elemental sentido común, que en una situación de real emergencia nacional todo el pueblo debe estar unido en defensa de la Patria amenazada? ¿Sostener esto implica acaso apoyar a un gobernante inicuo que para zafar de algún brete finge defender una causa nacional, como es el caso de la actual presidente? De ningún modo se puede confundir así estas cuestiones.
El nacionalismo no es un movimiento que postule apoyar a gobiernos que están al servicio del extranjero; cosa que si hace el liberalismo, y en algunos casos lo hace envuelto en una aureola de “patriotismo”.
A esa impostura liberal Luis Alberto Romero le llama nacionalismo “constructivo e integrador”. Es decir, a ese seudo patriotismo de unitarios, liberales, y masones, que se impuso después de Caseros y Pavón, y que no tuvo nada de nacionalista pues buscó destruir a la Nación real, renegando de nuestros orígenes y de nuestro destino, para construir una anti-argentina abyecta y sometida al imperio anglosajón. A eso, Romero le llama nacionalismo sano.
Luego vendría -según Romero-, el nacionalismo malo; el que “fue atrapado por la idea de la unidad de la nación”; el que pretendió develar y defender ese “elemento común y homogeneizador, esencial y eterno”, llamado Ser Nacional. El que anidó una peligrosa serpiente, a saber, “la voluntad de encontrar una matriz cultural”.
De todo eso reniega nuestro publicitado historiador; sin reparar que la idea del autoconocimiento, es decir la voluntad de indagar sobre lo que fuimos, sobre nuestro Ser, es uno de los móviles del conocimiento histórico.
¿O es que le disgusta nuestra identidad nacional, y se siente un “cosmopolita”? La respuesta es evidente.
Por eso también se molesta cuando el nacionalismo se arroga –según sus palabras-, “el poder de definir la Nación sagrada, y consecuentemente el poder de condenar a los otros, a quienes califica de antipatriotas o, peor aún, apátridas”
Sin embargo, aquí se vuelve a equivocar; no es que el nacionalismo se atribuya el poder de definir la Nación; es la historia la que define nuestro Ser Nacional. Al nacionalismo en ese sentido solo le interesa la verdad histórica, ya que ella nos enseña el vero rostro de la Patria, y por que, como dice Antonio Caponnetto, la Patria es su historia verdadera.
El problema para Luis Alberto Romero es que ante la verdadera historia, y ante la presencia de nuestro Ser Nacional, este queda al descubierto, queda en evidencia como lo que es: un intelectual funcional a los poderes que nos dominan, es decir un cipayo.
            Es por ello que, al igual que todos los que se arrogaron el poder de definir que es la Civilización, y que lo mejor para el país; esos mismos que jamás se ahorraron calificativos para injuriar a los héroes de la nacionalidad; se siente ofendido por que el nacionalismo llama a las cosas por su nombre, a la traición, traición; y a los traidores, traidores.
            Entonces no sorprende que insista en su cruzada instando a los argentinos a “tomar distancia de todo lo que hoy evoca a este nacionalismo”, “irrecuperable” y “manchado” por “el chauvinismo, el integrismo, el militarismo y el populismo”.
            Y no asombra que invite a reemplazar al nacionalismo por el patriotismo, que es “una palabra más adecuada para una nación democrática y plural”, como la que él y otros quieren construir.
            Todo es perfectamente lógico teniendo en cuenta lo que Walter Beveraggi Allende advertía en su libro “El dogma nacionalista” cuando enseñaba que: “el patriotismo, por acendrado que sea, a lo sumo supone la autodefensa de la Patria, frente a una agresión palpable, en tanto no esta ni en condiciones de percibir otras formas sutiles de agresión y de dominación… Por esta misma razón, los imperialistas de todo tipo no se han molestado en combatir el patriotismo dentro de los países a quienes pretenden subyugar… por que dicho sentimiento no molesta para nada los designios y los medios solapados del imperialismo. Por el contrario, el nacionalismo es objeto del mas continuo e implacable ataque por parte de los imperialistas de toda índole…”
Esta a la vista entonces a que molinos lleva agua la predica del señor Romero.


     Edgardo Atilio Moreno



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