En
esta segunda entrega de la entrevista concedida en exclusiva a CAMBIO16, el exdictador, lejos de moderar sus
declaraciones, persiste en mantener una visión radical de sus actuaciones al
frente del país y no se arrepiente de la “caza al terrorista” que causó miles de
desaparecidos
Tras la publicación de la primera parte
de esta entrevista en Cambio16, en Argentina se armó un revuelo de proporciones
inimaginables. Cierta izquierda, que supuestamente dice defender los
derechos humanos y los valores democrático, incluso llegó a censurar a quien
suscribe estas líneas por haber entrevistado al general Jorge Rafael Videla, en
un ejercicio por tratar de imponer la autocensura y el silencio acerca de los
sucesos que acontecieron en Argentina en las décadas pasadas. El comienzo de la
censura es el inicio del totalitarismo. Quien teme a la verdad e impone un
discurso basado en el pensamiento único sin posibilidad de objetarlo está
defendiendo una forma de dictadura sutil, supuestamente inocente y anclada en
las ‘verdades’ oficiales aceptadas por todos; pero, en definitiva, estamos ante
una nueva forma de dictadura bajo ligeros ropajes
democráticos.
La crisis Argentina de la
década de los setenta
¿Cómo juzga a la figura de Héctor
Cámpora (1973)?
Los jóvenes peronistas más radicales le
llaman al presidente el “tío
Cámpora”, lo cual revela la
afinidad entre este sector del movimiento con el presidente. Centenares de montoneros que habían
perpetrado delitos y habían sido arrestados por las fuerzas de seguridad salen
en libertad por decisión del presidente Cámpora. Esta gente, desde luego, no sale
arrepentida ni con deseos de integrarse en el sistema democrático, sino
directamente con la idea de continuar con la revolución y seguir por la vía
violenta, incluso matando.
Simultáneamente a estos hechos, el
Congreso refrenda ese indulto y queda, digamos, legalizado de facto. Ni que
decir tiene que estos jóvenes estaban armados e iban a continuar por la vía
violenta su objetivo de hacer la revolución.
Amnistía y olvido quedaban así
refrendados. Ese fue el comienzo de los hechos que vinieron después;
Perón no estaba en el país y, cuando tuvo conocimiento de los hechos,
parece que no le agradaron. Estos jóvenes no actuaban de acuerdo con los
principios que tenía Perón, que pasaban más por un reencuentro, un
acuerdo entre todos los argentinos para solucionar los problemas, y tampoco
estaban en la línea de su pensamiento.
Este desacuerdo se confirma cuando
llega Perón a Argentina y no puede aterrizar donde estaba previsto,
debido a que se había desatado una batalla campal donde estaba programado
aterrizar y porque los propios peronistas se habían enfrentado entre ellos por
el liderazgo del movimiento; se habla de que hubo entre un centenar y dos
centenares de muertos.
La recepción a Perón degeneró en
un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del peronismo por monopolizar
la figura del líder y controlarlo durante su llegada.
Y el liderazgo, siguiendo sus patrones,
tenía que dirimirse por la fuerza de las armas. El avión de Perón tiene
que aterrizar en un aeropuerto militar por razones de seguridad y le recibe el
vicepresidente que estaba en Buenos Aires.
Perón toma conciencia de que las cosas no
le van a resultar tan fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de
antes le iba a traer problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la
situación se desbordase y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no
eran tan idealistas sino revolucionarios, claramente. Tiempo después, consciente
de la situación tan adversa que asume, provoca la renuncia de Cámpora y
se hace un llamado a elecciones, en donde Perón sale elegido
mayoritariamente con su esposa como vicepresidente. Perón, en esas
elecciones, sale elegido con un alto porcentaje de votos, más del 62% del censo,
y decide poner orden en un estado de cosas y en un movimiento que ya no
compartía sus ideas.
Videla cree que Perón no controlaba aún la situación tras la
muerte de José Ignacio Rucci
Hay un episodio que lo conmueve a
Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio
Rucci, que es asesinado y ahí, el presidente dice: “Me cortaron las
piernas”. Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba
todavía la situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía
miramientos y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces,
en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Olivos, da a entender a
través de una directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que
había acabar de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de
acciones violentas y terroristas.
Esta decisión dio lugar a que se
produjeran una serie de acciones encubiertas. Y lamentablemente la mano
ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el consentimiento de
Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega,
que organiza la Triple
A, las famosas tres A (Alianza Anticomunista Argentina), un
hombre de confianza del presidente que se dedica a ejecutar las órdenes que le
da el viejo general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera,
se van dando los primeros pasos y pone orden en el país, pero, sin embargo, el
líder ya no es el de antes y tiene la salud muy
desgastada.
Hasta el último aliento da todos sus
esfuerzos por normalizar y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era
el de los jóvenes “idealistas”, sino el de normalizar el país de una vez por
todas tras los excesos cometidos.
Mará Estela Martínez de
Perón, expresidenta de Argentina
¿Como juzga el papel de María Estela en
todos estos acontecimientos?
El general Jorge Rafael Videla, tras María Estela Martínez de
Perón
Perón muere y le sucede automáticamente su
mujer, María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La
mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidenta, y
mucho menos en las circunstancias en las que estaba viviendo el
país.
Para afrontar la situación que
vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para tomar decisiones
y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El gobierno de
María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón,
eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema
derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo
total.
En un almuerzo con varios generales,
una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura con el marxismo. En ese
sentido, no quedaban dudas de que la dirección ideológica estaba encaminada,
pero le faltaban fuerzas y conocimientos para llevar a cabo el combate, la
lucha, y poner orden.
Incluso para poner coto a las
actividades de López Rega, que mataba por razones ideológicas, pero que
también lo hacía por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La
situación, como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A
Isabel se le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a
López Rega, que lo envía de embajador itinerante al exterior. Así se
cumplía el deseo de muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que
este hombre siguiera al frente de sus responsabilidades.
La acción del terrorismo sigue por su
cuenta. Aquel calificativo de que eran “jóvenes idealistas” por pensar
distinto hasta el extremo de masacrarlos quedó en evidencia, era una vulgar
patraña.
Esta gente estaba entrenada en el
exterior, principalmente en Cuba, Siria, Libia y otros países, y luego dentro
del país con instructores foráneos; además tenían armamentos y equipos de alto
nivel ofensivo, incluso de tecnologías avanzadas. Todo ello reforzado con
fábricas de armas y explosivos que llegaron a operar y tener dentro del
territorio argentino. Tenían capacidad para matar y hacer daño a la sociedad
argentina. Como remate a toda esta estructura,
estaba la crueldad que les distinguía, no
eran ángeles sino terroristas.
Incluso la revista Time, en un artículo
de la época, establecía que si comparábamos a terroristas argentinos, alemanes e
italianos, en términos de crueldad, los europeos eran infinitamente más humanos
que los de nuestro país.
Huelgan más comentarios. Con esos
“jóvenes idealistas” y sus crueles métodos nos teníamos que enfrentar
entonces.
Así llegamos a finales de agosto de
1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los
primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes
de las tres fuerzas a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por
enfermedad de María
Estela, en las que se nos
pide nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso
del país frente a estas acciones terroristas.
Con acuerdo de las otras dos fuerzas,
yo hube de exponer cuatro cursos de acción, que no viene al caso detallar ahora,
que culminó con la selección de parte del doctor Luder del cuarto curso
de acción, que era el más riesgoso, en cuanto que confería más libertad de
acción, pero que garantizaba en no más de un año y medio que el terrorismo sería
derrotado.
Los cursos de acción del 1 al 3 eran
más contemplativos, pautados con el fin de evitar errores, pero –de ser
seguidos– irían a dilatar sin término el caos en el que se
vivía.
El acuerdo se firmaba, bajo estos
decretos, para combatir el terrorismo en todas sus formas y hasta el
aniquilamiento definitivo; por otras razones, más tarde, cuando fuimos juzgados,
se le preguntó a Luder por el término aniquilar e hizo un excelente
exposición en términos semánticos sobre la cuestión, que se resume en reducir a
la nada; no tiene otra interpretación. A partir de ese momento, de hecho y de
derecho, el país entra en una guerra, pues no salimos como Fuerzas Armadas a
cazar pajaritos, sino a combatir al terrorismo y a los
subversivos.
Estamos preparados, como militares,
para matar o morir, estábamos en una guerra ante un enemigo implacable, aunque
no mediara una agresión formal, estábamos en una lucha. Así, a principios de
octubre de ese año, entramos en una guerra de una forma clara. Desde el punto de
vista del planeamiento no fue sorpresa porque el ejército ya jugaba con
hipótesis de conflicto, una de las cuales era un desborde sorpresivo terrorista
que sobrepasara a las fuerzas de seguridad y que se tuvieran que emplear a las
Fuerzas Armadas para detener la amenaza. Teníamos esa contingencia prevista y,
ante tal eventualidad, lo único que teníamos que hacer era salir a luchar con
los planes previstos.
El Proceso de
Reorganización Nacional
¿Qué lograron en términos económicos
durante el llamado Proceso
de Reorganización Nacional (1976-1982)
que usted lideró?
En lo económico, también se había
mejorado, aunque teníamos riesgos inflacionarios que no voy a ocultar ni
minimizar. Pero sí se había logrado la confianza del exterior, sobre todo a
través de créditos para la
Argentina para remozar el aparato productivo del país que
estaba seriamente desatendido. Había, además, una gran paz social y se aceptó,
mediante un acuerdo con los gremios, que los salarios estuvieran sujetos a la
productividad y no a otros elementos; el que más trabaja más ganaba,
simplemente.
Teníamos un desempleo peligroso,
podemos decir, pero no alto, del 2,5%. Digo peligroso porque no permitía
flexibilidad en el mercado de trabajo. Y la clase política no daba muestras ni
ansiedad de que el periodo se agotase y se iniciase una nueva etapa política;
nos seguían con atención y desconocían cómo había sido la guerra, que parecía
haber ocurrido en una nebulosa. Los políticos no querían meterse mucho en estos
asuntos y los dejaban para aquellos que manejaban la seguridad del país,
responsabilidad que recaía en nosotros en aquellos momentos.
Entonces, y volviendo a los retos
planteados tras el 24 de marzo de 1974, si el Proceso había cumplido sus
objetivos, ¿por qué no abandonaron el poder?
El Proceso había cumplido sus objetivos
a mediados del año 1978, este es un punto crucial que quiero destacar. La
pregunta era: si el Proceso había cumplido sus objetivos, ¿por que no darlo por
terminado? No había otra razón de ser, las cosas ya se habían hecho. O había que
darle otro sentido. Y si así era, el Proceso iba a languidecer porque no tenía
otra razón de ser en aquellos momentos.
Nunca se planteó oficialmente esta
cuestión que era crucial y fundamental. Había un sector perfeccionista de las
Fuerzas Armadas que decía que ahora las cosas están bien y vamos a embarcarnos
en otros problemas, a seguir trabajando hasta que las cosas sean perfectas, pero
no era así, creo yo, porque los hombres no llegan nunca a la perfección
absoluta. Los hombres no son perfectos, solo Dios lo es.
Era tan sólo una forma de justificar el
quedarse en el poder por quedarse. Y había un sector que decía que a este
Proceso que habíamos
comenzado había que darle otra razón de
ser.
¿Hablamos, entonces, de que las Fuerzas
Armadas estaban divididas en ese momento?
Este asunto sobre la naturaleza del
Proceso no fue tratado oficialmente, pero el debate estaba ahí, subyacía esa
división acerca de que dirección se quería tomar y había sus matices sobre cómo
afrontar el futuro.
Había que dar otra naturaleza, otro
contenido al Proceso, pero también estaba la posibilidad de abandonarlo de una
forma definitiva. Luego estaba el conflicto con Chile por las islas del canal de
Beagle, y tenga en cuenta que estuvimos a punto, en diciembre de 1978, de llegar
a una guerra. También quedaba el camino de una salida política ordenada de un
Proceso que se había mostrado exitoso en el desempeño de sus funciones; en ese
momento se podía negociar desde una posición óptima. Yo mantenía que el Proceso,
en esos momentos, tenía que ser capaz de dejar su descendencia, es decir, hacer
política de una forma que las Fuerzas Armadas transcendieran más allá del
periodo histórico que ya habíamos superado.
¿Cómo? Dejando la herencia de un
Proceso exitoso a los políticos que eran nuestros aliados y amigos, ese era el
camino de entonces que yo defendí. Pero hay hubo otros problemas, ya que la
política se hace con ideas y con hombres; las ideas eran las del Proceso, que
llevamos adelante, y luego estaban los hombres, que tienen nombre y apellidos.
Si en aquellos momentos se hubieran
antepuesto los nombres y apellidos de algunos que estaban participando en el
proceso, se hubiera
roto la cohesión de las Fuerzas Armadas
y este era un valor que no podíamos poner en juego y arriesgar. No podíamos
darnos el lujo de romper la cohesión de las Fuerzas Armadas, estaban todavía en
juego muchas cosas. Lamentablemente, en ese dejar pasar el tiempo el Proceso en
sí languideció y llegó muy desgastado, sin presión externa, hasta fines del año
1979, en que la
Junta hizo públicas las bases políticas del Proceso y las
sometía a la opinión de toda la comunidad argentina a cuyo frente se situaría el
ministro del Interior de entonces para escuchar a todas las voces cualificadas
de la sociedad argentina para consultarlos sobre esas bases o modificarlas. O,
en su defecto, después de escuchar a todas las partes, enriquecerlas con nuevos
aportes. Se trataba de establecer un diálogo productivo entre las autoridades y
la sociedad argentina sobre estas bases políticas, pero había dos preguntas
ineludibles:
1) ¿Si era conveniente la revisión del
acuerdo en la guerra que habíamos librado contra la subversión?; y
2) ¿si estuvo justificado el
levantamiento militar del 24 de marzo de 1976? La respuesta a la primera llegó
al 70 por ciento y a la segunda al
80 por ciento del acuerdo nacional,
respectivamente.
Las víctimas del
terrorismo
¿Por qué ustedes no le dieron un
reconocimiento a las víctimas del terrorismo en Argentina, cuando es un asunto
importante y todavía no resuelto en su país?
Tiene usted razón, tenía que haberse
abordado este asunto. El término víctima del terrorismo no fue tenido en
cuenta, se veían muertos y víctimas por atentados, pero los consideramos
víctimas como tales de estas acciones subversivas.
Hubo también secuestros y asesinados,
pero nunca se les vio como víctimas del terrorismo.
En este momento, y visto con esta
perspectiva, es algo que no se hizo.
Se reivindicó a los combatientes,
también se trabajó en la reivindicación de los presos políticos, que somos
nosotros, y ahora se trabaja en esta última reivindicación, en la de las
víctimas del terrorismo. Al margen de los combatientes y muertos, y de los
presos políticos que estamos pagando un servicio a la patria, faltaban las
víctimas del terrorismo y hay ya gente que está trabajando en este asunto,
en la búsqueda de esa reivindicación, aunque si bien es cierto que todavía no se
ha tenido éxito en lograr ese justo y merecido reconocimiento a ese colectivo
por el que usted pregunta.
Videla
critica que la presidenta de Argentina no persiga a las víctimas “del otro
lado”
Es un trabajo en el que se lleva
trabajando desde hace años, pero este gobierno se niega a reconocer
sistemáticamente que existieran víctimas del otro lado, ya que si lo hiciera
tendría que juzgar a los terroristas que produjeron aquellos hechos y actos que
provocaron la existencia de víctimas. Fíjese que hasta en el gobierno de
Menem había paridad y cierto respeto a las
fuerzas de las dos partes que lucharon o se enfrentaron en aquellos años,
incluso emite varios decretos que tienen una dirección simétrica hacia las dos
partes.
Reconoce con exactos argumentos a las
dos partes. Pero el gobierno actual se ha caracterizado por la asimetría y
nos ha considerado solo a nosotros como la parte beligerante, como el demonio
que tiene que ser condenado y encarcelado. El
otro demonio, los terroristas o los guerrilleros, no existen, eran simplemente
“jóvenes idealistas”. Y los esfuerzos que se han hecho en presentar
casos de víctimas con nombres y apellidos siguen abiertos esperando el sueño de
los justos; la justicia, en un caso, llegó hasta la segunda instancia, pero ahí
se extinguió la acción y la lucha sigue. El gobierno
sólo reconoce a las víctimas de una de las partes, pero les niega todos los
derechos a la otra.
Hay un tema importante: ¿es cierto que
se intentó recrear la
Cámara Federal en lo penal y que no se
encontraron jueces voluntarios?
Fue real, fue tal como dice. La
comunidad judicial de entonces estaba amedrentada. A partir de la amnistía de
Cámpora, que terminó con todos los condenados por actos violentos en la
calle, los jueces, por el contrario, fueron asesinados, cesanteados y
tiroteados.
Esa era la realidad de entonces, de
antes de que llegáramos al gobierno.
Este asunto no se llegó a tratar
oficialmente, pero quiero señalarle que tampoco se encontraban los jueces que
quisieran trabajar en el desarrollo del proyecto. No se pudo hacer, simplemente.
Aunque quiero decirle algo, los decretos de Luder nos dieron todo el
poder y competencias para desarrollar nuestro trabajo e incluso excedían lo que
habíamos pedido; Luder, prácticamente, nos había dado una licencia para
matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de octubre de
1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no hubiera sido
necesario dar el golpe de Estado.
El golpe de Estado viene dado por otras
razones que ya expliqué antes, como el desgobierno y la anarquía a que habíamos
llegado.
Podía desaparecer la nación argentina,
estábamos en un peligro real. No es que los militares nos levantáramos un día
de la cama y nos hubiéramos dicho: ¡vamos a ir de cacería o a matar “jóvenes
idealistas”! Nada de eso, había otras razones de otra índole. Pero realmente
Luder nos había dado para la guerra todas las formas y medios que
necesitábamos, en nosotros estaba el ser prudentes o no, queriendo reconocer que
en algunos casos hubo excesos.
El papel de las Juntas
Militares
¿Por qué la Junta no dio instrucciones más
precisas, incluso por escrito, de lo que estaba haciendo y de las órdenes que
impartía?
Creo que órdenes existieron y fueron
precisas, no puedo entrar en detalle ahora en todas ellas. Las órdenes estaban y
los que las impartieron, que fueron asumidas por cada uno de los miembros de la
cadena de la mando que las dieron. Creo, sinceramente, que fue así.
¿Cómo juzga al almirante Eduardo
Massera? ¿tuvo diferencias con él?
Hubo diferencias, claro, él era
esencialmente un hombre político, algo que yo no era. Era un hombre muy
político, quizá se equivocó eligiendo la profesión de militar y se dedicó a la
profesión equivocada.
¿No es sorprendente también que se
hayan juzgado a oficiales y suboficiales que aquellos días tenían apenas una
veintena de años o algo más?
Mire, yo digo que si el juzgado en este
caso, independientemente de su edad, lo es en función de haberse excedido en el
cumplimiento de una orden está bien juzgado.
Los demás, le aseguro, son todos
juicios políticos, como parte de esa venganza, de esa revancha, como parte de
ese castigo colectivo con que se quiere castigar a todas las Fuerzas Armadas.
Este plan sigue una política gramsciana que esta gente cumple de punta a punta,
disuadiendo a unas instituciones que han tomado como rehenes, creando
desaparecidos que nunca existieron y vaciando de contenidos a la justicia. Hoy,
la República
está desaparecida, no tiene justicia porque la que tiene es un esqueleto sin
relleno jurídico; el mismo parlamento no tiene contenidos, está compuesto por
ganapanes que temen que les vayan a quitar el puesto y se venden al mejor
postor. No hay nadie en la escena política con lucidez capaz de hacerles frente.
El país tampoco tiene empresarios, porque están vendidos al poder. Hoy, las
instituciones están muertas, paralizadas, mucho peor que en la época de María
Estela Martínez de Perón. Lo que me permite decir que no tenemos República
porque no tenemos a las grandes instituciones del Estado funcionando.
La justicia, el Congreso y las demás
instituciones, por no hablar de otros aspectos, no existen; las realidades no
son así.
El futuro del
país
¿Cómo ve la Argentina de hoy, tiene esperanzas
de que haya algún
cambio?
La suerte nuestra, la de los militares
detenidos, está en que el país se encamine por otra dirección. Si el país cambia
hacia otro rumbo, seguramente, no estaríamos presos.
Yo digo que estamos en una situación
hoy muy negativa, totalmente negativa, hemos perdido una gran oportunidad en las
últimas elecciones de sentar puntos de apoyo a una oposición sólida y que
actuara responsablemente para cambiar este estado de cosas al que me refería
antes. Hablo de un cambio, claro, por la vía democrática, ya no es el tiempo de
los golpes de Estado, aunque tampoco habría Fuerzas Armadas para darlo ni
vocación para hacerlo. Esta situación de inmediato no va a cambiar,
lamentablemente, porque no veo el actor, el líder, y no creo en los iluminados.
La política se hace con hombres e ideas
y ahora no los hay, ahora Argentina no los tiene.
No hay tampoco movimientos de opinión
sistemáticos contra este gobierno, todos viven bajo el temor del qué dirán, de
que les dejen hacer, en definitiva. Todo es miedo y temor, y vivimos
permanentemente
bajo ese miedo. Y cuando una sociedad
vive bajo el miedo no puede esperar que esté en un actitud de coraje para
enfrentar un gobierno que de por sí no tiene reparos y no se detiene ante nada.
Un gobierno arbitrario, con espíritu totalitario, y que no se detiene ante nada
y ante nadie, que ha perdido la vergüenza y etcétera, etcétera, etcétera. Este
es el panorama de la
Argentina de hoy y de seguir, que todo parece que seguirá
igual, permanecerá en el futuro inmediato.
No hay solución en el corto plazo.
Luego está la pretensión permanente de seguir escarbando en el pasado,
colocándonos a los militares en la vereda de enfrente como unos indeseables. Hay
que comenzar a pensar en el futuro, pero sin concordia no hay futuro. En
consecuencia, creo que tiene que haber un diálogo amplio y superador de todos
los sectores de la opinión pública para lograr abandonar esos puntos de fricción
que
están impidiendo en este momento esa
concordia. Por ejemplo, hay que encontrar una solución para resolver el famoso
problema de los desaparecidos y ofrecérsela a la sociedad argentina. Son una
realidad, son un invento, son una especulación política o económica, ¿qué son
realmente los desaparecidos?
Así sucede con otras cosas más que no
han sido cerradas y siguen presentes en nuestra vida. Repito: ese diálogo tiene
que blanquear esa situación conflictiva que vivimos hoy, superar a través de la
concordia nuestras diferencias y tirar hacia adelante con un proyecto de nación
basado en un proyecto de vida en común, algo que le falta a la Argentina de hoy. Lo que
decía Ortega y Gasset: un proyecto de nación y de vida en común. ¿Qué político
ha dicho lo que quiere para la Argentina de hoy? Nadie. Estamos en
el puesto que ganamos sin ansias de cambiar nada. Tenemos que despertar, apagar
las pasiones y mirar hacia el futuro con otras miras, pensando en los próximos
diez años cuando menos. Y en ese encuentro que debe de buscar un punto en común
para el diálogo hay que dejar de lado todas tensiones y rigideces que nos han
paralizado.
A punto está de que en Argentina
estamos sin oposición y un país no puede vivir sin oposición. Los que ejercen el
gobierno lo hacen con pretensiones de crear un caudillato sin que nadie los
critique y todo el mundo asienta. ¿Se saldrán con la suya?
El presente de Argentina
bajo los Kirchner
¿En qué ha fallado este gobierno, qué
le diría a los argentinos sobre el mismo?
Si algo tiene Argentina es su riqueza
agropecuaria, somos o éramos el granero del mundo, y el agro ha sido borrado de
la estructura nacional. Este gobierno ha asociado el campo con la oligarquía y
como enemigo de ese socialismo que ellos pregonan, no podemos esperar de esta
gente una solución, la única vía es sacarlos
del gobierno y no a través de un golpe de Estado, sino a través de los cauces
democráticos.
Yo, en las últimas elecciones habidas
en el país, esperaba a que apareciera un líder o un movimiento para hacer frente
a lo que vivimos, que todos los dirigentes de la oposición se unieran para
combatir esta lacra y salir hacia adelante, pero bueno, no apareció y no fue
así. Quisiera ser optimista, pero no puedo, aunque siga peleando desde la
cárcel, desde aquí. Quiero dar a conocer al mundo lo que pasa. La consigna del prisionero de guerra es la evasión, mientras
que para el preso político la lucha es otra, que es el campo de la política y
que es antipático quizá para los militares.
Hoy hay que ganar la guerra
política a través de los mensajes y los medios de comunicación, y esa es nuestra
función: no quedarnos de brazos cruzados.
Desde que está en prisión, ¿le visitan
sus antiguos aliados y amigos, o lo han olvidado desde
entonces?
Algunos, algunos, pero no pasan de
cinco. Nuestra sociedad, que la componen también mis amigos, la argentina, fue
la protagonista de la tremenda guerra que vivimos, porque era un combate contra
la sociedad argentina y cambiarla a través del modelo marxista que preconizaban
esos grupos alzados en armas. Ese proyecto estaba en plena expansión en América
Latina y la sociedad argentina fue objeto y sujeto de ese proyecto
totalitario.
Esa sociedad se defendió a través de su
brazo armado de esa agresión que sufría de unos grupos armados bien conocidos.
Luego está la figura del chivo expiatorio, que han sido los militares, y la
sociedad argentina actuó de una forma cobarde y dejando abandonado a su
ejército, que fue el principal actor en ese conflicto defendiendo a su país de
esa verdadera agresión.
Las fuerzas armadas
argentinas hoy
¿Cómo se explica ese proceso de
destrucción de las Fuerzas Armadas y de indefensión de la Argentina que denuncian algunos
militares?
Porque es la revancha de los
derrotados, de los “jóvenes idealistas” de Perón, que no lograron sus objetivos,
que pasaban por tomar el poder. Con Cámpora lo habían conseguido, en
parte. Como ese proyecto revolucionario que tenían de hacerse con el poder se
vio frustrado por las Fuerzas Armadas (que,
cumpliendo órdenes de un gobierno constitucional, salieron a reprimirlos y a
enfrentarlos), fuimos los ejecutores de parar ese proyecto. Nos
preguntaron qué hacer ante la amenaza armada que tenía el Estado y dimos la
respuesta que había que dar, que era que nos sacaran a nosotros a hacer frente a
esa amenaza. No queda otra vía, claro. Y los derrotamos con las armas en la
mano, claramente, y eso los actuales gobernantes, que son herederos de aquellos
grupos subversivos, no nos lo perdonan.
¿Por qué, en definitiva, en ninguna
parte de América Latina se da esta situación de más de un millar de militares
detenidos, procesados y condenados?
Es cierto, esta situación no se da en
otras partes del continente. Así es, como usted dice. La explicación es el
espíritu de revancha y venganza que anima a este
gobierno.
¿Cómo es posible entender actitudes
como la del general Martín Balza sobre las fuerzas armadas, e incluso las tareas
en las que él participó entonces?
La sensación es que es un canalla, un
hombre que se vendió al enemigo para escalar posiciones. Pregunto: ¿cuántos años
lleva de embajador? Siete u ocho años. Un trepador vendido por poder y dinero.
Él me envió tres cartas en el pasado y muestra su subordinación, afecto y
aprecio hacia mí. No eran unas cartas burocráticas, sino escritas
sinceramente
y algunas incluso a mano deseando mi
libertad, solidarizándose conmigo y esperando un “nuevo amanecer”. Ahora se vende por ansias de poder y denigra a sus antiguos
compañeros, ¡qué miserable!
¿Qué mensaje le daría a los soldados
que están detenidos actualmente y a sus familias, que también sufren en sus
carnes esta situación?
Yo creo que el mensaje explícito y
tácito, que es al que yo me atengo, que es la conducta, el ejemplo y el modo de
vida, que siempre han sido mis guías, en los buenos y en los malos momentos.
¿Por qué renunció su abogado defensor
cuando iba tan avanzado su proceso?
Entrábamos en otra etapa, pasábamos de
la etapa instructora a la de los juicios orales y públicos. Era más de lo mismo,
con público y publicidad, más de lo mismo, un circo, en definitiva. Entonces,
llamé a mis abogados y les dije: ustedes cumplieron su tarea y ahora se trataría
de que dejaran para la historia, por escrito, todas las irregularidades
y arbitrariedades de las
que hemos sido objeto. Que quede escrito y haya constancia de todo lo sucedido
para que la gente, en el futuro, conozca lo que realmente sucedió. El abogado
soportaba un enorme sacrificio para el desempeño de sus funciones y casi tenía
que dejar su trabajo.
La real motivación por la que se fue,
para que no quedara duda, era que no se prestaba gratuitamente a esa parodia de
juicio sin justicia y sin derecho.
¿Recibiría a algún líder montonero en
aras de llegar a la concordia?
Tal como están las cosas, en estos
momentos, definitivamente no. En un proceso final, llegado el caso, no aceptaría
un diálogo de igual entre unos militares que luchamos por defender a las
instituciones de la nación con los cabecillas de una organización armada formada
por subversivos, creo que ese no es el punto de partida.
No creo que se puedan equiparar las dos
partes, no se puede establecer una concordia desde un punto de partida en que
todos somos iguales. Yo hablo, además, de un
diálogo entre las partes que sea representativo en la sociedad, pero no de
establecer una concordia sin justicia.
Ricardo Angoso
Corresponsal de Cambio
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