PARA LOS QUE PIENSAN QUE ENTRAR AL CIELO ES MUY
FACIL Y LOS QUE ASEGURAN QUE EL INFIERNO ESTA VACIO, LÉANSE ESTO.
POBRES LOS CORAZONES QUE RECHAZAN LAS GRACIAS
SACRAMENTALES Y SE BURLAN DEL SEÑOR.
DE LA
MALA CONFESIÓN, POR SAN ANTONIO MARÍA CLARET
EJEMPLOS DE VARIOS ESTADOS
Del Camino Recto y Seguro para llegar al Cielo, por San Antonio Mª Claret
Hasta ahora te he propuesto, amado cristiano, el camino que debes seguir y el
modo de poderte levantar, si por desgracia cayeres, que es el sacramento de la Penitencia. Exige, sin
embargo, este Sacramento mucha disposición para acercarse a él debidamente,
porque, de otra suerte, en lugar de levantarte te hundirás más en la iniquidad,
añadiendo a tus pecados el peso enorme del sacrilegio; y si así, mal confesado,
te acercases a la sagrada Mesa, ¡ay de ti!, ¡qué otra nueva maldad cometerías!
Te harías reo del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, y te tragarías, como dice San
Pablo, la condenación. A fin, pues, de apartarte de tan enorme delito, voy a
referirte algunos ejemplos de varios estados, copiados de San
Alfonso Ligorio en su libro titulado Instrucción al pueblo.
1.º Ejemplo de un hombre que hacía malas confesiones, y después, cuando
quiso confesarse debidamente, no pudo; porque bien lo expresa el mismo Dios
cuando dice: Me buscaréis y no me hallaréis y moriréis en vuestro pecado. Dice
San Ligorio que en los anales de los Padres Capuchinos se refiere de
uno que era tenido por persona de virtud, pero se confesaba mal. Habiendo
enfermado de gravedad, fue advertido para confesarse, e hizo llamar a cierto
Padre, al cual dijo desde luego: -Padre mío: Decid que me he confesado, mas yo
no quiero confesarme. -¿Y por qué?, replicó admirado el Padre. –Porque estoy
condenado -respondió el enfermo-, pues no habiéndome nunca confesado
enteramente de mis pecados, Dios, en castigó, me priva ahora de poderme
confesar bien. Dicho esto comenzó a dar terribles aullidos y a despedazarse la
lengua, diciendo: -¡Maldita lengua, que no quisiste confesar los pecados cuando
podías! Y así, haciéndose pedazos la lengua y aullando horriblemente, entregó
el alma al demonio, y su cadáver quedó negro como un carbón y se oyó un rumor
espantoso, acompañado de un hedor intolerable.
2.º Ejemplo de una doncella, que murió también impenitente y desesperada.
–Cuenta el Padre Martín del Río que en la provincia del Perú había una joven
india llamada Catalina, la cual servía a una buena señora que la redujo a ser
bautizada y a frecuentar los Sacramentos. Confesábase a menudo, pero
callaba pecados. Llegado el trance de la muerte se confesó nueve veces, pero
siempre sacrílegamente, y acabadas las confesiones, decía a sus compañeras que
callaba pecados; éstas lo dijeron a la señora, la cual sabía ya por su misma
criada moribunda que estos pecados eran algunas impurezas. Avesí, pues, al
confesor, el cual volvió para exhortar a la enferma a que se confesase de todo;
pero Catalina se obstinó en no querer decir aquellas sus culpas al confesor, y
llegó a tal grado de desesperación, que dijo por último: -Padre, dejadme, no os
canséis más porque perderéis el tiempo y volviéndose de espaldas al confesor se
puso a cantar canciones profanas. Estando para expirar y exhortándola sus
compañeras a que tomase el Crucifijo, respondió: -¡Qué Crucifijo, ni Crucifijo!
No le conozco ni le quiero conocer. Y así murió. Desde aquella noche empezaron
a sentirse tales ruidos y fetidez, que la señora se vio obligada a mudar de
casa, y después se apareció Catalina, ya condenada, a una compañera suya,
diciendo que estaba en los infiernos por sus malas confesiones.
3.º Ejemplo de un joven. –En este ejemplo se deja ver claramente aquel
principio: o confesión o condenación para el que ha pecado mortalmente, y que
todas las obras buenas y penitencias, sin preceder la confesión, de nada sirven
para salir del miserable estado de la culpa, a no ser que se tenga un deseo
eficaz y verdadero de confesarse, si entonces no se puede. La razón es
evidente: el pecado mortal tiene una malicia infinita; para curar esta llaga
infinita es absolutamente necesario un remedio infinito; este remedio infinito
son los méritos de Jesucristo aplicados por medio de los Sacramentos; resulta,
pues, que si pudiéndose recibir los Sacramentos no se reciben, o a lo menos no
se desean eficazmente recibir para cuando se pueda jamás se alcanza el remedio,
como desgraciadamente sucedió al infeliz Pelagio.
Cuéntase en la crónica de San Benito de un
cierto ermitaño llamado Pelagio, que, puesto por sus padres a guardar
ganados, todos le daban el nombre de santo, y así vivió por muchos años.
Muertos sus padres, vendió todos aquellos cortos haberes que le habían dejado,
y se puso a ermitaño. Una vez, por desgracia, consintió en un pensamiento de
impureza. Caído en el pecado viose abismado en una melancolía profunda,
porque el infeliz no quería confesarlo para no perder el concepto de santidad.
Durante esta obstinación pasó un peregrino que le dijo: -Pelagio, confiésate,
que Dios te perdonará y recobrarás la paz que perdiste, y desapareció. Después
de esto resolvió Pelagio hacer penitencia de su pecado, pero sin
confesarlo, lisonjeándose de que Dios quizá se lo perdonaría sin la confesión.
Entró en un monasterio, en donde fue al momento muy bien recibido por su buena
fama, y allí llevó una vida áspera mortificándose con ayunos y penitencias.
Vino finalmente la muerte, y confesóse por última vez; más así como
por rubor había dejado en vida de confesar su pecado, así lo dejó también en la
muerte. Recibió el Viático, murió y fue sepultado en el mismo concepto de
santo. En la noche siguiente, el sacristán encontró el cuerpo
de Pelagio sobre la sepultura; lo sepultó de nuevo; mas tanto en la
segunda como en la tercera noche, lo halló siempre insepulto, de manera que dio
aviso al Abad, el cual, unido con los otros monjes, dijo: “Pelagio, tú que
fuiste obediente en vida, obedece también después de la muerte; dime de parte
de Dios: ¿Es quizá su divina voluntad que tu cuerpo se coloque en lugar
reservado?” Y el difunto, dando un aullido espantoso, respondió: -¡Ay de mí,
que estoy condenado por una culpa que dejé de confesar; mira, Abad, mi cuerpo!
Y al instante apareció su cuerpo como un hierro encendido, que centelleaba
horriblemente. Al punto echaron todos a huir; pero Pelagio llamó al
Abad para que le quitase de la boca la partícula consagrada que aún tenía.
Hecho esto, dijo Pelagio que le sacasen de la iglesia y le arrojasen
a un muladar, y así se ejecutó.
4.º Ejemplo de la hija de un rey de Inglaterra: este caso es muy semejante
al que antecede. –Refiere el P. Francisco Rodríguez que en Inglaterra, cuando
allí dominaba la religión católica: el rey Auguberto tenía una hija
de tan rara hermosura que fue pedida por muchos príncipes. Preguntada por el
padre si quería casarse respondió que había hecho voto de perpetua castidad.
Pedio su padre la dispensa de Roma, pero ella permanecía firme en no aceptarla,
diciendo que no quería otro esposo que a Jesucristo; tan sólo pidió a su padre
que la dejase vivir retirada en una casa solitaria, y como el padre la amaba,
trató de no disgustarla, asegurándole una pensión cual a su rango convenía.
Luego que estuvo en su retiro, se puso a hacer una vida santa de ayunos,
oraciones y penitencias; frecuentaba los Sacramentos y asistía muy a menudo a
un hospital para servir a los enfermos. Llevando tal género de vida, y joven
todavía, cayó enferma y murió. Cierta señora que había sido su aya,
haciendo oración una noche, oyó un gran estrépito, y vio luego un alma en
figura de mujer en medio de un gran fuego y encadenada por muchos demonios, la
cual le dijo: “Has de saber que yo soy la desdichada hija de Auguberto.”
“¡Cómo!”, respondió la aya, “¿tú condenada después de una vida tan santa?”
“Justamente soy condenada por mi culpa”, has de saber que siendo niña gustaba
que uno de mis pajes, a quien tenía afición, me leyese algún libro. Una vez
este paje, después de la lectura, me tomó la mano y me la besó. Empezó a
tentarme el demonio, hasta que finalmente con él mismo ofendí a Dios. Fui a
confesarme; empecé a decir mi pecado, y mi indiscreto confesor me interrumpió:
“¡Cómo! ¿Esto hace una reina?” Entonces yo, por vergüenza, dije que había sido
un sueño. Empecé después a hacer penitencias y limosnas, a fin de que Dios me
perdonase, pero sin confesarme. Estando para morir dije al confesor que yo
había sido una gran pecadora; respondiome el confesor que debía
desechar aquel pensamiento como una tentación; después expiré, y ahora me veo
condenada por toda una eternidad.” Y diciendo esto desapareció con tal
estruendo, que parecía que se hundía el mundo, dejando en aquel aposento tal
hediondez, que duró por muchos días.
Si esta infeliz se hubiese acercado debidamente
al Sacramento de la Penitencia,
cantaría al Señor cánticos de alabanza en el cielo; mas ahora, por su
despreciable y maldita vergüenza, sirve de tizón en el infierno… ¡Y cuántas
personas hay de todo estado, sexo y condición que experimentarán igual castigo
si no acuden contritas a este Sacramento!
5.º Ejemplo de una casada, muy parecido al antecedente; también lo refiere
San Ligorio. –Cuenta el P. Serafín Razzi que en una ciudad de
Italia había una noble señora casada que era tenida por santa. A punto de
morir, recibió todos los Sacramentos, dejando muy buena fama de su virtud. Su
hija rogaba de continuo a Dios por el descanso de su alma. Cierto día, estando
en oración, oyó un gran ruido a la puerta; volvió la vista y vio la horrible
figura de un cerdo de fuego, que exhalaba un hedor insufrible, y tal fue su
terror, que se hubiera tirado por la ventana; mas la detuvo una voz que le
dijo: “Hija, detente; yo soy tu desventurada madre, a quien tenían por santa;
mas por los pecados que cometí con tu padre, y que por rubor nunca confesé, Dios
me ha condenado al infierno; no ruegues, pues, más a Dios por mí, porque me das
mayor tormento.” Y dicho esto, bramando, desapareció.
Tal vez, amado cristiano, preguntaras: ¿Es posible que un alma condenada
aparezca? A esto te responderé que sí, y para sacarte de la duda quiero
explicarte las razones. Escúchame, pues, y vamos por partes: “¿Tú bien crees en
las santas Escrituras y en el Credo?” “Cierto que si” me contestarás, o de lo
contrario te diría que eres un hereje. Pues de la Escrituras y del Credo, consta
que nuestra alma es inmortal. La razón natural nos está clamando que es preciso
que sobreviva al cuerpo nuestra alma, para que el pecador pueda recibir de Dios
el castigo de sus pecados, que no recibió en este mundo; y el justo, el
merecido premio de sus virtudes; de otra suerte, Dios no sería justo. Y se
presenta esto tan claro, que aun el mismo Rousseau lo confesó diciendo: “Aunque
no existiesen otras pruebas de la inmortalidad de nuestra alma que el triunfo
del mal y la opresión de la virtud acá en la tierra, ésta sólo me quitaría
cualquier duda que tuviese de ella.” También sabes y crees, según el Credo, en la Remisión de los pecados, es decir
que por muchos pecados que haya cometido una persona, si se confiesa bien de
ellos, le quedan todos perdonados; pero si se muere sin haberse confesado
debidamente, basta un solo pecado mortal para quedar condenado eternamente. Y
así como la bien ordenada justicia de la tierra (que es una participación de la
justicia del cielo) tiene cárceles y suplicios para encerrar y castigar a los
malhechores, también la justicia del cielo tiene cárceles y suplicios en el
purgatorio e infierno para los que mueren en pecado o no del todo
purificados. Sentados estos principios, valgámonos de una semejanza: ¿Has visto
u oído referir que a veces el juez o el tribunal decreta que uno de los presos
sea expuesto a la vergüenza y que otro sea azotado por los parajes más
públicos? Y no todos los demás presos han de salir a la vergüenza, ni cuando
sale aquél lo ven todos los habitantes del mundo, ni aun todos los de aquella
ciudad por donde es paseado, sino algunos. Aplica ahora la semejanza: Dios
Nuestro Señor, Juez supremo y dueño absoluto de vivos y muertos, en
cualquier hora puede ordenar, y algunas veces ha ordenado, que algunos de los
encerrados en las mazmorras del infierno, para confusión suya y escarmiento y
utilidad nuestra, salgan de aquella cárcel y se aparezcan del modo más conforme
al fin por el cual les manda aparecer. Y cuando aparecen no es menester que
todo el mundo los vea; basta lo vean algunos y éstos participen a los demás,
para que, escarmentando todos en cabeza ajena, pongan un grande y especial
cuidado en no hacer malas confesiones, y para que por medio de una confesión
general, acompañada de un verdadero dolor y firme propósito, se enmienden y
hagan de nuevo todas las mal hechas, para no tener que experimentar después la
misma desgraciada suerte. Este es el fruto y utilidad que debes sacar de este y
otros ejemplos.
6.º Ejemplo de una señora que por muchos años calló en la confesión un
pecado deshonesto. –Refiere San Ligorio, y más particularmente el P.
Antonio Caroccio, que pasaron por el país en que vivía esta señora dos
religiosos, y ella, que siempre esperaba confesor forastero, rogó a uno de ellos
que la oyese en confesión, y se confesó. Luego que hubieron partido los Padres,
el compañero dijo a aquel confesor haber visto que mientras aquella señora se
confesaba, salían muchas culebras de su boca, y que una serpiente enorme había
dejado ver fuera su cabeza; mas de nuevo se había vuelto dentro, y entonces vio
entrar tras de ella todas las culebras que habían salido. Sospechando el
confesor lo que aquello significaba, volvió al pueblo y a la casa de aquella
señora, y le dijeron que al momento de entrar en la sala había muerto de
repente. Por tres días consecutivos ayunaron y rogaron a Dios por ella,
suplicando al Señor les manifestase aquel caso. Al tercer día se les apareció
la infeliz señora, condenada y montada sobre un demonio en figura de un dragón
horrible, con dos serpientes enroscadas al cuello, que la ahogaban y le comían
los pechos; una víbora en la cabeza, dos sapos en los ojos, flechas encendidas
en las orejas, llamas de fuego en la boca, y dos perros rabiosos que le mordían
y le comían las manos, y dando un triste y espantoso gemido, dijo: “Yo soy la
desventurada señora que usted confesó hace tres días; a medida que iba
confesando mis pecados, iban saliendo como animales inmundos por mi boca, y
aquella serpiente que el compañero de usted vio asomar la cabeza y volverse
dentro, era figura de un pecado deshonesto que siempre había callado por
vergüenza; quería confesarlo con usted, pero tampoco me atreví: por esto volvió
a entrar dentro y con él todos los demás que habían salido. Cansado ya Dios de
tanto esperarme, me quitó de repente la vida y me precipitó al infierno, en
donde estoy atormentada por los demonios en figuras de horribles animales. La
víbora me atormenta la cabeza por mi soberbia y demasiado cuidado en componerme
los cabellos; los sapos me cierran los ojos, por las miradas lascivas; las
flechas encendidas me lastiman las orejas, por haber escuchado murmuraciones,
palabras y canciones obscenas; el fuego me abrasa la boca, por las
murmuraciones y besos torpes; tengo las serpientes enroscadas al cuello que me
comen los pechos, por haberlos llevado de un modo provocativo, por lo escotado
de mis vestidos y por los abrazos deshonestos; los perros me comen las manos,
por mis malas obras y tocamientos feos; pero lo que más me atormenta es el formidable
dragón en que voy montada, que me abrasa las entrañas, y es en castigo de mis
pecados impuros. ¡Ah, que no hay remedio ni misericordia para mí, sino
tormentos y pena eterna! ¡Ay de las mujeres! –añadió-, que se condenan muchas
de ellas por cuatro géneros de pecados: por pecados de impureza, por galas y
adornos, por hechicerías y por callar los pecados en la confesión; los hombres
se condenan por toda clase de pecados; pero las mujeres, principalmente por los
cuatro.” Dicho esto, se abrió la tierra y se hundió esta desdichada hasta el
profundo del infierno, en donde padece y padecerá por toda una eternidad.
Haz reflexión, cristiano, y entiende cómo Dios Nuestro Señor mandó salir a esta
infeliz señora de la cárcel del infierno y que pasase por la vergüenza, para
que los mortales supiesen la muerte que les esperaba si pecan y no se confiesan
bien. Ojala sacases tú de la lectura de este ejemplo el fruto que otros han
sacado, haciendo una buena confesión y enmendándote del todo. Un autor dice que
este caso ha convertido más gente que doscientas cuaresmas. El misionero P.
Jaime Corella hizo voto de predicarlo en todas las misiones, por el grande
provecho que causaba a los fieles. Hasta un Prelado hizo una fundación para que
en ciertos tiempos del año se predicase o se leyese este caso en la iglesia.
Mas, ¡ay de ti si no te aprovechas de él! ¡Ay de ti si no confiesas todos
tus pecados! ¡Ay de ti si, mal preparado, vas a recibir la sagrada Eucaristía!
Mejor fuera que no hubieses nacido.