Por el Dr. Cosme
Beccar Varela
Buenos Aires, 13 de Junio del año
2012 - 1110
Cuando uno habla con la gente, a
cualquier nivel social, encuentra muy pocos, sino ninguno, que sean partidarios
de esta tiranía. Eso confirma la sospecha vehemente de que la famosa
"elección del 54%" del 2011 fue un fraude escandaloso, como he
sostenido en varios artículos de este periódico, cometido mediante el manejo
doloso de los sistemas electrónicos del Centro de Computación Oficial, con el
auxilio de la empresa INDRA, especialista en ese tipo de fraudes (ver
nros.1056, 1057 y 1066 del 25 y 31 de Agosto del 2011 y 1066 del 25 de Octubre
del 2011).
Esa ausencia de partidarios y la
gran cantidad de críticos de la tiranía que hay por todas partes nos deja,
asombrados, delante de un misterio. Si es así, ¿cómo puede ser que esta tiranía
siga impertérrita, sólidamente instalada en el poder a pesar de las críticas,
de los daños enormes y evidentes que le está causando al país y al bien común,
de su escandalosa corrupción y de las aparentes divisiones internas que hay
entre sus cómplices, y que no se vea por ninguna parte la posibilidad de que
esta pesadilla se acabe?
Creo que la explicación hay que
buscarla en las profundidades del alma de los argentinos, especialmente de los
críticos de las "clases cultas".
Lo normal sería que, ante la
evidencia de tantos males cuantos causa este régimen y de la forma inexorable
como va perjudicando la vida, el trabajo y los bienes de todos y de cada uno
(salvo a los delincuentes y a los corruptos que tienen cargos públicos), la
gente reaccionara con energía y del pensamiento pasara a la acción, sin poder
contenerse en su indignación ante el espectáculo de tantos atropellos. Ese es
el movimiento normal de las almas de las personas bien constituidas.
Sería absurdo, por ejemplo, que
alguien presenciara cómo hieren a un hijo o a un amigo y se limitara a comentar
con otro: "¡Qué barbaridad! ¡Vea lo que le están haciendo a mi hijo (o a
mi amigo)!" pero se quedara inmóvil, sin siquiera intentar defenderlo o
buscar rápidamente auxilio para impedir el crimen.
Por cobarde que alguien sea, no
se explicaría que ante la atrocidad que presencia, no atinara a otra cosa que a
quejarse a distancia, sin hacer nada para impedir esa violencia. Como digo, ese
cobarde puede, por lo menos pedir auxilio, correr a buscar auxilio, hacer algo,
aunque sea con el menor riesgo posible. Es decir, es impensable que alguien en
esa situación se limitara a comentar desfavorablemente el atentado pero no
pasara a ninguna clase de acción, como si tuviera sólo una boca y no tuviera ni
imaginación, ni inteligencia, ni brazos ni ninguno otro miembro que pudiera
usar para realizar algún acto que responda al juicio adverso que el caso le
merece.
Ahora bien, lo que está pasando
en el país y lo que puede temerse con bastante certeza que seguirá ocurriendo,
es mucho más grave que el caso que acabo de imaginar. Es el fin de la Patria en
un mundo en el que ya no hay dónde exilarse, porque todo el mundo está mal, y
aunque lo hubiera, estamos perdiendo nuestra Patria, que es uno de los países
mejor dotados del mundo, que podría ser grande y feliz si no estuviera en manos
de la escoria más repulsiva de nuestra sociedad, inspirada por la peor
ideología de la Historia, que es el comunismo.
¿Cómo puede ser que este pueblo,
sin confesar abiertamente que no le importa, sin decir que prefiere vivir mal
antes que reaccionar y acabar con este flagelo, repudia el régimen pero no
actúa?
Y no me refiero sólo a las
"clases cultas" de recursos y antecedentes modestos sino a los más
afortunados, mejor educados, descendientes de las mejores familias
tradicionales, que tienen la posibilidad y el deber de actuar por aquello de
que "noblesse oblige", ¡y no
lo hacen!
Creo que la explicación está en
la falta de fe y amor a Dios que les lleva a despreciar las gracias que mueven
el corazón a la lucha y al heroísmo, es decir, a la falta de entusiasmo por el
Bien, la Justicia y la Verdad.
Santo Tomás de Aquino, en su
pequeño tratado "De las perfecciones divinas" dice: "Deberíamos
proteger y sostener el bien con solicitud y resistir valientemente a quienes lo
combaten. Deberíamos también detestar el mal con todo nuestro corazón e ingeniarnos
para obstaculizarlo, porque injuria a Dios y daña al prójimo; y más todavía,
porque ultraja al Creador, que porque pone al hombre en peligro" (pag. 16)
"No solamente traiciona la
verdad aquél que la cambia por la mentira sino también la traiciona el que no
la dice libremente, porque es necesario decirla con libertad; y también el que
no la defiende con valentía, porque valientemente hay que defenderla"
(pag. 41)
Esos opositores de la boca para
afuera no dicen toda la verdad, ni "se ingenian para obstaculizar el mal",
sabiendo que el único modo de obstaculizarlo realmente, en nuestro caso, es
acabar con la tiranía a la que deben "resistir valientemente".
No se trata de convencerlos de
que esta tiranía es mala. Lo saben perfectamente. Lo que pasa es que no quieren
actuar en consecuencia, y no quieren porque les falta entusiasmo por el Bien,
la Justicia y la Verdad. El entusiasmo no especula ni busca ventajas
personales, ni retrocede ante el riesgo. Es como un "fuego sagrado"
que se enciende en el alma, que agudiza la inteligencia, aviva la imaginación,
fortalece las decisiones y moviliza todas las fuerzas físicas.
Por más que uno escriba artículos
feroces, por más que uno hable con la elocuencia de un Cicerón, jamás podrá
despertar en las almas opacas de los argentinos oprimidos, pero entregados, el
entusiasmo que les falta para actuar valiente y perseverantemente. Preferirán
proponerse objetivos importantes pero parciales que, por buenos que sean, ni
servirán a esos objetivos ni menos aún acabarán con la tiranía que es la causa
de todos los males.
La palabra "entusiasmo"
(lo digo sin querer emular a un conocido apóstata que dañó tanto al país
hablando en televisión y que tenía la pedantería de las etimologías) deriva de
la palabra griega "énthous", que quería decir "inspirado por los
dioses". Se atribuía a los héroes, a los poetas, a todos aquellos que
hicieran con energía una gran obra o una gran acción. Se daban cuenta que ese
"énthous" hacía que el hombre subiera por encima de lo común y diera
lo mejor de su alma, olvidándose de sí mismo. Eso no podía ser si no por una
participación de la sublime actividad de los "dioses" que les
comunicaban su poder de alguna forma.
Esta idea de los paganos cabe
enteramente dentro del catolicismo substituyendo la "influencia de los
dioses" por la "gracia de Dios" conquistada para nosotros por
Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
El entusiasmo por las causas
nobles sólo es posible por una gracia de Dios que nos eleva sobre nosotros
mismos. Esa gracia tiene dos condiciones; hay que pedirla y si es concedida,
hay que aceptarla y hacerla rendir el ciento por uno mediante acciones
heroicas.
Los argentinos estamos siendo
esclavizados, nos achicharramos y morimos porque no pedimos esa gracia y si
alguna vez nos la dio Nuestro Señor, la hemos rechazado estúpidamente para
quedar reducidos a la categoría de idiotas, llevados de las narices por la
mujer de vida dudosa que usurpa la presidencia como un títere de la secta
neo-comunista que la dirige.
Esta explicación de nuestra
vileza ramplona y mentirosa es la única posible. Y de ese morbo diabólico
-porque sin duda Satanás está metido en este asunto- lo único que puede
curarnos es la oración y la docilidad sin condiciones a la gracia de Dios.
Cosme Beccar Varela
e-mail: correo@labotellaalmar.com