Páginas

jueves, 21 de marzo de 2013

LOS CAMBIOS QUE LLEGAN CON FRANCISCO





Por Alberto Asseff


   Todos sabemos quién y cómo es el cardenal Jorge Bergoglio. Tan agudo e inteligente como austero y frugal. Sapiente y con convicciones. La preferencia por los pobres – la opción retórica de la Iglesia que muchos como Bergoglio quieren que sea absolutamente tangible – lo llevó a las villas de emergencia, no para salir en una fotografía, sino realmente para decirles a los necesitados que la Iglesia se alinea con sus sufrimientos y se empeña en sacarlos de la marginalidad, comenzando por la moral. Porque está claro y es definitivo: la primera miseria, la que abre las compuertas a la otra, la material, es la degradación moral. 


   Empero, lo que nos falta conocer es cómo gravitará el Papa Francisco tanto en las reformas que reclama la Iglesia como en los cambios que requiere el mundo, comenzando por nuestra región latinoamericana y más precisamente nuestra patria. 


   Bergoglio fue elegido por el Colegio Cardenalicio por sus dotes de firme alineamiento con la sencillez, su agudeza  para interpretar el tiempo que se vive y porque está habilitado como pocos para librar la batalla en el valle por el destino de los pueblos. 


   Es notorio que la Iglesia – sobre todo la del Nuevo Mundo, este al que pertenecemos – está perdiendo fieles. El pesimismo que denostó el Papa es uno de los factores. Los otros son la vanidad del poder – a la que sectores eclesiales no son ajenos -, la corrupción en las altas esferas político-sociales – que también se filtró en el Vaticano – y el populismo, ese enemigo embozado que tiene la causa popular. 


  La humildad del Papa no es sólo gestual, sino que responde a modo de ser. Es la antivanidad y es la forma de expresar la genuina opción por los pobres a partir de la verdad. Porque no se puede redimir a los necesitados desde la mentira o la hipocresía. 


   La pacificación de los espíritus – que siguen crispados, sobre todo por muchos líderes engañosos que montan su poder terrenal sobre la base de la confrontación, la división de clases y el resentimiento social – es otra peculiaridad del Papa, de sus objetivos a lograr desde el sillón de San Pedro. Bergoglio anticipó lo que será Francisco: un mensaje dulce, de palabra fácil y clara, pero llena de sustancia. Con menos elipsis o lenguaje críptico, pero no por ello con menos sabiduría y raíces doctrinales. 


   En este tema de lo sustantivo, Francisco ya nos ha brindado algunos datos: no quiere a los prelados en el monte y a los fieles, cual rebaño, lejos, en el valle. Pide a eclesiásticos y feligreses que juntos laboren  la vida en la Fe, es decir cumpliendo los mandamientos, único modo de redimirnos, de convivir y de crecer moral y materialmente. Ha dicho que los pueblos están cansados de ser gobernados por egoístas y que la Iglesia no debe ser ni una ONG de caridad ni reguladora de la Fe, sino su transmisora. Marcó así, que él aspira a ir al fondo de los problemas de este mundo. No se cobija en las formalidades y apariencias. Esta es una de las claves de Francisco. Y sin manifestarlo, busca una limpieza de la Iglesia. Tanto en la corrupción del dinero como de las conductas, sin ocultar la pedofilia que estraga la credibilidad. 


    La Iglesia es sapiente. Ello incluye que conoce la geopolítica. El mundo eurocéntrico ya no existe y por esto la curia romana debía dar un mensaje cristalino. La elección del Arzobispo de Buenos Aires como el nuevo Papa contiene ese recado. No actúa de apuro para dar la impresión de que entiende el cambio. Primero lo reflexiona y luego lo encara, con un plan y con exquisita aptitud para ir reubicándose. Algunas veces puede retrasarse, pero siempre ha podido recuperarse y colocarse en el ritmo del presente. La Iglesia tiene sensores sociales pretecnológicos,  pero aun más eficaces que los de la era tecnotrónica que vivimos. Eso le permite captar velozmente las mutaciones del mundo. 


   Otro dato relevante es que los 12 cardenales norteamericanos hayan sido militantemente favorables a la entronización de Francisco. Quizás, ‘Los Caballeros de Colón’ – organizados para preservar los valores cristianos, con influencia irlandesa – hayan visto en la corrupción y el populismo a dos enemigos no sólo de la Fe, sino de la paz en el mundo. Un exultante cardenal Timothy Dolan – arzobispo de Nueva York – lo dijo con un vocablo simple: “esto es un hito para la Iglesia”. 


    Francisco no adviene al trono romano para segar los procesos populares de la América Latina – ni de ninguna parte del planeta -, sino para truncar las falsificaciones. El populismo – corrupto, clientelar, sembrador de pobreza, sometedor del pueblo al peor servilismo, ese que se plasma mientras está bailando creyendo que es feliz, el que distribuye pan para hoy y hambre para mañana – es el que va a ser derrotado y en su lugar se emplazará el movimiento popular. No es profecía, sino análisis. 


   En el Nuevo mundo – el nuestro – en los últimos 40 años el catolicismo perdió un cuarto de sus fieles. Como escribió Vittorio Messori en Corriere della Sera, ese drenaje nutrió al sectarismo financiado por fuertes capitales norteños que desde hace más de dos siglos pretenden terminar con la que llaman “superstición papista”. Esa tendencia corrosiva debe revertirse. Una inmensa misión para Francisco y para todos. 


   El dilema no es si en la misa se canta, incluyendo alguna guitarra que desplaza al órgano, o sólo se reza con recogimiento. La opción es otra: ser auténticos en la Fe o hipócritas. Francisco significa por sobre todo autenticidad. Se pueden conservar las tradiciones y ser reformista en serio. Optar por los pobres no puede consistir en el espejismo populista, en ese formidable engaño de hacerles creer que mejoran cuando en verdad se los está hundiendo en la droga, la promiscuidad, la destrucción de la familia, el hedonismo, los disvalores. 


   La impronta de Francisco es devolver frescura a la Iglesia, ‘caminar con el pueblo’, rechazar el pecado de la vanidad del poder, resolver las formidables cuestiones sociales que nos embargan, limpiar la curia. Es una faena fenomenal. 


  Cuando observé a Francisco saludando a John Ton Hon, arzobispo de Hong Kong, pensé que la Iglesia, sabia, alguna vez tendrá un Papa chino. Por ahora lo tenemos sudamericano y para colmarnos de alborozo, argentino ¡Ojalá pueda plasmar la mitad de lo que se propone! Sería doblemente histórico, por provenir desde estos confines y por haber logrado esas anheladas transformaciones. 


   De las calumnias que intentan macular a Francisco sólo hago mías las palabras, de estos días, del teólogo de la Liberación – que Bergoglio combatió abiertamente,  a mi parecer acertadamente, porque una cosa es reformar y otra revolucionar,  cuestión sobre la que deberíamos discernir en otra ocasión– Francisco Jalics: -“Celebramos juntos una misa y nos volvimos a abrazar (con Bergoglio) solemnemente. Auguro al Papa Francisco la bendición de Dios para su oficio”. 


   Debemos vivir la elevación de Bergoglio a Papa con humildad. Nada de esa altanería de que “ahora no sólo Dios es argentino, también el Papa”. Ese alarde debe avergonzarnos. Los pueblos grandes no alardean. Simplemente tienen convicciones y mucha fortaleza. 


*Diputado nacional por UNIR, provincia de Buenos Aires
www.unirargentina.com.ar 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.