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viernes, 14 de marzo de 2014

A UN AÑO DEL PONTIFICADO DE FRANCISCO


Por Antonio Caponnetto

 

Amigos:

En el número 107 de Cabildo (enero-febrero 2014) publiqué la presente nota. Bastante más ampliada y retocada la hago circular ahora por este medio, con la esperanza de que pueda prestar algún servicio.

 

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            El próximo 19 de marzo, Festividad de San José, se cumple un año de la asunción pontificia del Cardenal Bergoglio.

 

            Otros estarán capacitados para hacer un balance exhaustivo, completo y erudito. Lo esperamos con necesidad espiritual. Otros no querrán hacerlo, limitándose a un aséptico encogimiento de hombros, a una aprobación irrestricta y apriori de carácter papolátrico o a una condena en bloque de todos sus dichos y quehaceres; y otros –me temo que los más- se desvivirán en panegíricos de burdo tinte mundano, como ya viene sucediendo para desconcierto de la católica grey, pues tales encomios gozan del beneplácito del homenajeado, o al menos de su tácita aquiescencia. Lo que no resulta aconsejable para ninguna práctica de la tan declamada humildad.

 

            De mi parte –y hablo deliberadamente en primera persona, pues no quiero involucrar a nadie en este juicio- debo decir, con genuino dolor de súbdito, que lo que he podido analizar objetivamente hasta hoy confirma y potencia cuanto escribí en su momento en mi obra La Iglesia traicionada, editada en el año 2010.

 

            En efecto, el Cardenal Bergoglio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un hombre que conspira contra la Verdad. Y lo hace de los cuatro modos posibles más comunes: por vía de la mentira, del error, de la confusión y de la ignorancia.

 

            Como los ejemplos se multiplican, para nuestra hiriente desazón y pesadumbre impar, sólo pondremos un caso: su tratamiento de la cuestión judía. Y como este tratamiento tiene  su vez un sinfín de facetas –desde dedicarles públicas ternezas a los hebreos que a otros católicos se les niega, hasta permitirles sus ritos cultuales en el Vaticano, acompañando activamente los mismos; desde remitirles misivas con un afecto no simétrico hacia los descalificados por “cristianos restauracionistas”, hasta felicitarlos por sus fiestas, aunque ellas supongan la virtual negación de Cristo como Mesías- nos limitaremos a lo enseñado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; esto es, a una expresión formal, institucional y oficial de su magisterio petrino.

 

            -Es mentira que la Alianza entre Dios y el pueblo judío “jamás ha sido revocada” (Evangelii Gaudium, 247). Se prueba de muchas y complementarias formas –yendo a los Padres, a los Doctores, a los Santos, a las encíclicas, los concilios, las bulas, los textos litúrgicos, a Tomás de Aquino y al Catecismo de primeras nociones- pero está dicho en la Sagrada Escritura, sin posibilidades de equívoco. De modo expreso, por ejemplo en Hebreos 8,6-9: “porque ellos no permanecieron fieles a mi alianza, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. “Mirad, días vendrán, dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la Casa de Israel y con la Casa de Judá, no conforme a la alianza que concerté con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto” (Jeremías, 31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero con lenguaje simbólico, queda probado en la Parábola de la Higuera Estéril o de Los viñadores Homicidas.

 

            No; es exactamente al revés: la Alianza fue revocada; lo que no quiere decir –como bien lo explica el Apóstol- que la misericordia de Dios no pueda reinjertar a los israelitas contritos, conversos y vueltos humildemente hacia el Autor de la Vida que “matásteis”(Hechos 3,13-15) y al Señor de la Gloria que “crucificásteis” (I Cor.2,8).Se supone que para eso estábamos hasta hoy, entre otras cosas, los católicos, para procurar la conversión de los judíos, no para mantenerlos en sus idolatrías, agasajándolos con comida kosher.

 

            -Es error sostener que “creemos juntos [católicos y judíos] en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos [los judíos]la común Palabra revelada” (Evangelii Gaudium,247).

 

            El único Dios que actúa en la historia es Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ni un catecúmeno de parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen en la Santa Trinidad, ni en Jesucristo como verdadero Dios Hijo del Padre. Y no pueden creerlo, precisamente porque rechazan una parte sustancial de la “Palabra revelada” que es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que podríamos tener, si por ella se alude al universo veterotestamentario, está toda ordenada, encaminada y dirigida a la aceptación de Cristo, como desde siempre enseñó el Magisterio. Luego, al negar los judíos su natural y sobrenatural coronación y desenlace, deja de ser un patrimonio “común”. Por el contrario, se convierte en crucial y dramática divisoria de aguas.

 

            -Es confusión afirmar que “si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo”, igual podemos “compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos” (Evangelii Gaudium, 249). La confusión es presentar “las convicciones cristianas” con un cierto aire de lamento o de reproche hacia las mismas, por no permitir una comunión más plena y totalizadora con los israelitas. La confusión es partir de la base de que “las inaceptables” para el Judaísmo, son “algunas” de nuestras “conviciones”, y no las formulaciones dogmáticas del Credo, empezando por la que dice: “Et in Iesum Christum, filium eius unicum, Dominum Nostrum”. La confusión es pensar que “la común preocupación por la justicia” se puede mantener en pie si el Verdadero Dios no es la fuente y la razón de la Justicia; si las “convicciones éticas” no remiten del ethos al nomos y al logos divinos de Jesucristo. La confusión es hablar del “desarrollo de los pueblos” como supuesto factor de unidad, cuando no es ni puede ser el mismo el concepto de desarrollo popular para quien niega o acepta la Reyecía Social de Jesucristo. La confusión es pensar que podemos obrar en común en acciones inmanentes y temporales, cuando nos separan tajantes e irrevocables diferencias trascendentes e intemporales. La confusión, en suma, es no querer advertir ni manifestar que esas obstaculizantes convicciones no son materia opinable. Han sido pagadas al altísimo precio de la sangre derramada en el Calvario. Efusión en la cual, los judíos, cumplieron y cumplen el trágico protagonismo de verdugos.

 

            -Es ignorancia “lamentar sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto [los judíos], particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos (Evangelii Gaudium, 248). Es ignorancia de los innúmeros fraudes con que han enmascarado y enmascaran esas presuntas persecuciones. Es ignorancia de la peligrosa teología dogmática hebrea sobre el holocausto, que destrona a Cristo como víctima para colocarlo como victimario. Es ignorancia del carácter teórico y práctico de persecutores activos que han ejercido los hebreos contra los cristianos, y que aún hasta hoy siguen ejerciendo. Es ignorancia del historial de crímenes y de latrocinios mediante los cuales Israel se constituyó en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas de los Mártires, de los Hechos de los Apóstoles y del santoral pasado y presente que incluye un sinfín de víctimas de la vesania judía. Es ignorancia incluso de que la plana mayor del judaísmo “argentino”, recibida cordialísimamente por el Papa, no sólo representa las antípodas de un supuesto ideal de Iglesia de los pobres, puesto que sus miembros constituyen una voraz oligarquía, persecutora y expoliadora de los que menos tienen, sino que es responsable ineludible de un sinfín de ataques y de vejámenes a las instituciones y tradiciones cristianas de la patria. ¡Cuánto habría que decir al respecto!¡Y cuánto de lo sucedido recientemente por culpa y causa de ellos! ¡Qué cantidad de imperdonables olvidos comete Francisco frente a estos personajes siniestros, al sentarlos a su mesa sin pedirles el más mínimo acto de contrición por la larga lista de iniquidades perpetradas!

 

            Mentira, error, confusión e ignorancia. Se analice el tema que se analizare, tras un año de pontificado, estas son las cuatro y trágicas notas dominantes que aparecen. Quede en claro que hemos tomado apenas un ejemplo representativo. Tomar el conjunto demandaría mucho más que esta nota. No nos place ser cronistas de la apostasía; quisiéramos acaso merecer el anhelo de ser testigos de la Verdad.

 

 

Respuestas rápidas a preguntas difíciles

 

            ¿Quiere decirse con lo antedicho que no hubo nada bueno durante este año de Pontificado?

           

            Cuanto de bueno se hizo o se pudo haber dicho no lo ignoramos ni nos cerramos a que se nos lo haga notar. Mucho menos juzgamos intenciones, y en absoluto es éste un juicio al Papado o ad personam. El que no quiera entender la diferencia es, redondamente, un necio. Sólo vemos con dolor y preocupación la prevalencia de las funestas notas características ya enunciadas. Prevalencia recurrente, dañina y generalizada. A la par que “lo bueno” ejecutado es lo que obviamente se supone que, como mínimo, debe manifestar un Pontífice o cualquier bautizado fiel. De todos modos, en buena hora puedan señalarse bondades; y no nos las quite el Señor. Antes bien las incremente.

 

            ¿Basta esta constatación real o potencial de lo bueno para tranquilizar las conciencias?

 

             Conformarse cada vez con menos es el principio del pecado de la tibieza, según Santo Tomás. Mala cosa si hemos llegado al punto de darnos por satisfecho porque el Papa aún sigue rezando el rosario. Mala cosa si, en virtud de este conformismo absurdo, seguimos callando lo que indefectiblemente ha de ser dicho. Mala y pésima cosa si seguimos forzando la hermenéutica de la continuidad, allí donde se manifieste la alevosa, culpable y patética ruptura. Si hay algo que ya no se soporta es el malabarismo de aquellos que  –a veces con santo afán, otras con irresponsable torpeza- siguen haciendo de cuenta que todo cuanto acontece en Roma es normal y corriente. Como si el anuncio del Anticristo y de sus fieras propedéuticas fuera un cuento de los hermanos Grimm. Tampoco se soporta la irresponsabilidad de los otros que ven al mismísimo demonio tras absolutamente todos y cualesquiera de los detalles de cuanto acontece hoy en el Vaticano. Que haya entrado el humo de Satán y que no se haya declarado su expulsión ni constatado su retirada, es una cosa. Y gravísima, por decir lo menos. Pero de allí tampoco se sigue que hay un diablo escondido tras cada pliego de los cortinados curiales.

 

            ¿Pero algunos o todos estos extravíos señalados no vienen de lejos, o de las últimas décadas, y aún del pontificado de Benedicto XVI?

 

            Por cierto que sí. Lamentablemente así son las cosas; aunque lo legítimo sería matizar juicios y lo prudente graduar responsabilidades con sumo cuidado. Mas en este año transcurrido los tales extravíos se han exacerbado, radicalizado y popularizado, y han gozado de la horrorosa pleitesía y de los aplausos del mundo y de la Jerarquía Eclesiástica como nunca antes. De allí la perentoriedad e inevitabilidad de referirnos al tema, con tono imprecatorio y urgido. Por eso, es cierto, no es ésta la primera vez que hablamos; y es de temer que no podrá ser la última.

 

             ¿Nosotros somos la derecha yanki que acusa al Papa de comunista?

           

            No; que no se nos confunda con liberales asustados ni con modernistas prudentosos, ni con conservadores escandalizados, ni con arqueologistas de la Fe o neoconservadores de sus prebendas. Ojalá el Papa hablara más y mejor sobre las verdaderas raíces teológicas y los auténticos responsables del Imperialismo Internacional del Dinero, al que supo referirse Pío XI. Ojalá se diera cuenta de que su denostada usura la practican aquellos a los que sienta a su mesa, kipá insolente en ristre. Ojalá tumbara con el cayado firme en la diestra a tantos calvinistas santones encerrados en prelaturas y a tantos fabricantes de vocaciones que terminan siendo mercaderes de conciencias y de patrimonios.

 

            Pero la verdad es que, al menos y en principio, desde una perspectiva católico-argentina (legítima perspectiva, porque Francisco no es un ser desgajado de nacionalidad y hace lo posible para que se note), el Papa obra como lo que se conoce técnicamente “un compañero de ruta” del Comunismo. Basta leer la obra de Nello Scavo, La lista de Bergoglio. O de considerar la actitud conciliadora y amable que tiene para con la tiranía marxista de los Kirchner, cada vez más culpable de corrupciones múltiples y de idelogismos castristas. Su conducta en este ámbito, como en otros análogos, puede ser calificada de escandalosa, a fuer de oportunista, de contemporizadora con lo políticamente correcto y de tolerante frente a descarados agentes del gramscismo. No hay representante destacado de las izquierdas nativas o internacionales que no haya encontrado un interlocutor válido y un hospitalario anfitrión en Francisco. Y hasta no hay degenerado multimediático o estulto futbolero que no haya sido acogido en su regazo. Los réprobos parecen ser quienes queremos estar en las antípodas, o a quienes él juzga como tales. Hasta ridiculizaciones o desaires públicos les ha aplicado en ocasiones, faltando a la mentada misericordia.

 

            ¿Hay antecedentes de pontífices tan mal encaminados?

 

            Unos cuantos a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Quien estudie, por ejemplo, el llamado Siglo de Hierro, difícilmente entenderá cómo la Barca sobrevivió a tamaños desafueros. ¿Pero no eran sólo desarreglos morales el de aquellos Papas, dejando a salvo la integridad doctrinal? No necesariamente fue así. Varios de esos pontífices que consumaron acciones malas, las hacían porque primero había en ellos una traición a la doctrina católica. Erraron en sus actos porque traicionaron enseñanzas, definiciones, doctrinas y principios de la Iglesia. Incluso principios ortodoxos por ellos mismos definidos. El Magisterio quedó comprometido, la Fe lastimada. Y hasta sucedió en ocasiones lo predicho por Nuestro Señor: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas” (Mt. 26,31). ¿Esto no es mal de muchos, consuelo de zonzos? No; esto es tomar a la historia como maestra de vida, a la esperanza como guía insustituible; y es no olvidarse de dos promesas del Señor. Una, que rezaría por Pedro para que no desfalleciera su Fe. Otra, que las fuerzas del infierno no prevalecerán. Creemos firmísimamente en ambas promesas de Jesucristo.

 

            ¿Francisco responde a un plan para destruir a la Iglesia?

 

            No puede extrañar que haya más de un plan atentatorio contra la Esposa de Cristo. Se conocen unos cuantos a lo largo de la historia y del presente, y rechazar su existencia por el sólo prurito anti-conspirativista sería tan desacertado como ver un complot en cada solapa tenuemente levantada.

 

            Hay al respecto un hecho que llama la atención. Tiene su fuente precisa y pública de documentación. El artículo The word from Rome, de John Allen Jr., aparecido en The National Catholic Reporter, el 21 de enero de 2005.

                       
             Sucedió que uno de los más encumbrados rabinos de Israel, Joseph Ehrenkranz, tuvo a su cargo la co-organización de un encuentro judeo-católico, que se llevó a cabo en Roma primero, con la anuencia y la bendición presencial de Juan Pablo II, y en Auschwitz después, con la comitiva  orando y comiendo en común. Los obispos católicos asignados al suceso estaban presididos por el Cardenal Keeler, de Baltimore y el Arzobispo Timothy Dolan, de Milwaukee. Vuelta la singular entente judeo-católica a Roma, fue recibida y agasajada por la Comunidad de San Egidio. Allí entonces, y a modo de epítome del extraño tour, tomó la palabra el susodicho Ehrenkranz, y dijo: a) que sería difícil  mantener esta unión judeo-católica tras la muerte de Juan Pablo II, pues habría que hallar a alguien  "con su misma sensibilidad" al respecto; b) que la hipótesis de un futuro Papa latinoamericano dificultaría algo más el proyecto, pues los latinoamericanos están menos experimentados en esto diálogos; c) que "una excepción, sin embargo, sería el Cardenal Jorge Bergoglio, el Cardenal jesuita de Buenos Aires" (sic).

             La conclusión parece obvia. Ocho años antes de que el Cónclave lo eligiera Papa, el Kahal ya había puesto sus esperanzas en él. Y dos cosas tristes no deberían dejar de decirse aquí: que el Kahal no ha sido nunca ajeno a los planes contra la Iglesia; y que, a juzgar por las evidencias diarias, los altos mandos judíos y masones están conformes con la gestión del Papa Francisco. Al menos hasta este primer aniversario de su nombramiento.

 

            ¿Se puede decir que Francisco es un hereje? San Pío X, en la pregunta 229 de su Catecismo Mayor, nos dice que el hereje es el que niega "las definiciones ex catedra del Papa", o el que "rehúsa con pertinacia creer alguna verdad revelada por Dios y enseñada como de Fe por la Iglesia, por ejemplo los arrianos, los nestorianos y las varias sectas protestantes". Según esta definición, Francisco no  ha negado hasta ahora una definición ex catedra, como la Asunción de María  a los Cielos, ni alguno de los 14 artículos del Credo, como la creencia en la resurrección de la carne, ni alguna verdad revelada como el misterio de la Trinidad. Ergo, llamémoslo con palabras duras y veraces, pero en principio no estaría imposibilitado de ser Papa por ser hereje, según la tradicional doctrina católica.

            Es cierto no obstante que el Cardenal Bergoglio, en tanto tal, arrastra un triste historial de promoción de heterodoxias y de sincretismos desconcertantes cuanto funestos, y que el festival babilónico de la inter-religiosidad lo ha tenido como partícipe activo. Y es cierto que también dice San Pío X (Pregunta 177 de su Catecismo Mayor) que "los que rechazan las definiciones de la Iglesia, pierden la Fe y se hacen herejes". Con lo que no resultaría impropio llamarlo a Francisco heretizante y sujeto en tan delicado terreno a rodar cuesta abajo, hacia una pendiente aún más escabrosa. No lo permita Dios, y oremos devotamente por ello, pero tómese cabal conciencia de la delicada situación que vivimos al tener a un hombre con estos atributos en la Sede de Pedro.

            La Sede, entonces, estaría privada de un Papa sabio, ortodoxo, defensor de la integridad de la Fe y de la recta y segura doctrina católica, apostólica y romana. También de un Papa con talante señorial y jerárquico, pero ese es otro tema. Es demasiado lo predicho como para permanecer mudo o indiferente. Es demasiado como para no dar, filial y amorosamente, la voz de alarma. Es demasiado como para no irrumpir en llanto. Y por si nadie lo ha advertido, de eso se trata: de la inefable tristeza que expresara el Dante con su famoso verso: “¡oh navecilla mía, que mal cargas!”.  “Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas” (Lc. 21,28). Procuramos tomar este consejo del Señor y cumplirlo; pero al levantar la cabeza no se nos pida que la mirada no esté nublada por el llanto. Somos peregrinos esperanzados, no titanes insensatamente triunfalistas.

            ¿Cabe una lectura parusíaca de cuanto ocurre?

             Creemos firmemente que sí, y lo hemos escrito en ocasiones. Aunque pocos al respecto más entonados que Federico Mihura Seeber para dilucidar estos aspectos. La posibilidad de estar viviendo en la Iglesia de Laodicea no es un despropósito. La posibilidad de la presencia del Anticristo entre nosotros, y de sus anunciantes, servidores o preparadores del terreno, aún entre los primeros dignatarios eclesiásticos o empezando por ellos, tampoco. Decir tales cosas no es ser pesimista ni aguafiestas (a no ser que echemos agua a la fiesta del mundo, en cuyo caso estaríamos cumpliendo con nuestro deber). Muchísimas veces recordamos con Castellani que el Apocalipsis no es una novela de terror sino un libro de Esperanza. Es hora de poner en práctica este dictus castellaniano.

Epílogo galeato

            Recuerdo, a modo de cierre, que esta es una nota periodística escrita a título personal. No es el dictamen de una Junta de Teólogos ni el motu proprio de una Sagrada Congregación, sino la opinión  de un laico católico, perplejo y dolorido por cuanto ocurre. Si falla mi juicio y con razones se me enmienda, los argumentos rectificatorios no me hallarán indócil. Pero no discutiré más con papólatras obtusos, ni con los defensores de lo indefendible, ni con los que dan lecciones de “extremo coraje” o “suprema coherencia” amparados en el anonimato, ni con chiquilines o maduros que no entienden ni atienden. Si más no digo en mis exposiciones sobre estos temas, no es porque me paralice alguna debilidad, de las tantas que humanamente pueden quebrarme. Es, sencillamente, porque sólo sostengo aquello de lo que me cabe el más seguro convencimiento posible, intelectual y moral.

            A mí –de carne y hueso, de nombre y apellido, de cara públicamente expuesta- me persiguen los obispos putoides, el curerío felón y las sedes episcopales capturadas por inauditos malandras. A mí, supuesto línea media según los paladines del inquieto mouse, me guillotinan los libros para que no circulen (hablo sin metáforas), me cierran las parroquias para que no disponga de ámbitos católicos desde los cuales expresarme, y hasta me llegan amenazas larvadas de excomuniones diocesanas. No obstante, temo más a convertirme en un perro mudo que a la jauría eclesial, cebada hoy y dispuesta a las peores mordeduras.

            Aconsejo rezar piadosamente por el Papa. Rezar hasta el alba y rezar durante el día entero. Pedir por la rectitud de sus intenciones y de sus resoluciones. Conservar la cabeza sobre los hombros, sin ceder a las tentaciones de los que se han fabricado una eclesiología propia. Priorizar la vida contemplativa. Participar de la belleza litúrgica. Implorar al Cielo un cambio de rumbo. Aceptar la voluntad de Dios si nos ha tocado enfrentar un tiempo de apostasía. Gritar entonces desde los tejados todo lo que corresponda para salvar el honor de la verdad, hoy conculcada y vilipendiada. Cumplir con las obras de misericordia, para que no pueda acusársenos de desoír la voz de quien con todo derecho nos lo pide. Perder el miedo a ser tomado de desobediente o de alarmista. Y sobre todo, no dejarse vencer por la mentira, el error, la ignorancia y la confusión.

            Permítaseme elevar, una vez más, como lo hice un año atrás, ante la extraña dimisión de Benedicto XVI, esta

Oración a San Pedro

 Ecclesia mergi non potest

                                                                                     San Agustín, Sermón 252


Tenías puesto un mote pero te fue cambiado,
ya no el Simón hebreo: quien oye y obedece,
las manos que religan los nombres y el destino,
te bautizaron roca, la que no se estremece.

Tenías por la sangre un firme apelativo,
aquel que de Jonás se origina y procede
pero quien iba a darte el pábilo y la lumbre
te dio por nombradía la piedra que no cede.

Tenías una patria, en la agreste Betsaida
conminada a la pena de cilicio y ceniza,
pero un nuevo linaje te darían en Roma,
el gallo por escudo, las llaves por divisa.

Tenías un oficio en playas galileas
donde redes y peces se batían en lucha,
pero te fue quitado, y otra barca sin anclas
desde entonces tus voces obedece y escucha.

Tenías una espada que equivocó el momento
de talar enemigos o imponer la justicia,
te alistaron en cambio ejércitos perennes,
la invisible victoria de la aérea milicia.

Tenías una vida de nauta sin borrascas
-las orillas seguras, el velamen riente-
pero te fue exigido navegar mar adentro
y enfrentar al que brama como león rugiente.

Tenías una muerte previsible, serena,
tal vez en una noche de musical adagio,
te pidieron la sangre clavado a la madera,
Orígenes lo cuenta, lo pintó Caravaggio.

Tenías la exigencia del amor navegante
seguro en la cubierta, casi un gesto cobarde,
te volvieron testigo del Amor abrasado,
un amor que tres veces te examina en la tarde.

Nombre, patria u oficio; espada, vida y muerte,
la calma de la arena o la sombra de un cedro,
la juventud viajera, la vejez peregrina,
desde que fuiste Suyo, nada fue tuyo, Pedro.

Danos en esta hora de vigilia y quebranto
la esperanza de un puerto, el frescor del olivo,
sotérrense las puertas del infierno y se escuche:
¡Señor, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo!

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