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sábado, 12 de diciembre de 2009

LOS PASTORES Y EL ÁNGEL


Velaban los pastores haciendo centinela

(la noche encierra cercos y también tentaciones),

el sueño amenazaba ceñido a una candela

pero los ojos cuidan enhebrando razones

del oficio exigente que comporta al zagal

vigilar los rebaños al modo de las almas,

acercarles el agua surgente del brocal,

nutrirlos de los pastos floridos como palmas.

En aquellos contornos, según el de Antioquía,

daban prueba esos hombres del celo rebañiego,

cuando cimbran dos alas y una voz se imponía:

ha nacido el que es Cristo, entre el gozo y el ruego

de José y de María, sólo dos y el establo,

el Monarca del Cielo en terrestre boyera.

Ha nacido, no teman, el Pastor del Retablo,

un lirio su cayado y una cruz su cimera.

Dejó el Angel al irse las señas del camino,

la ciudad de David, la estrella matutina.

No buscó a los escribas ni al letrado rabino

eran sólo pastores y era una luz divina

la que cercó a esos hombres premiando su templanza.

Una gracia prevista, según narra el Salterio

para que dieran sones de bienaventuranza

los fieles al anuncio del sagrado misterio.

Numerosas milicias de las tropas de Arriba

anunciaron Su Gloria y la paz al constante

de voluntad benigna como el trigo o la oliva.

Callan las Escrituras al llegar a este instante.

Pero explican Ambrosio, Gregorio, el Aquinate

que esa leal pastoría prefigura a los Doce

herederos de todo lo que se ate y desate,

mientras ría un converso o un pecador solloce.

Si hoy duermen desarmados, entregando la guardia,

dales, Señor, tu Noche, tus huestes, tu memoria.

Y danos a nosotros un puesto en la vanguardia

hasta que irrumpa el alba trayendo la victoria.

Antonio Caponnetto

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