Velaban los pastores haciendo centinela
(la noche encierra cercos y también tentaciones),
el sueño amenazaba ceñido a una candela
pero los ojos cuidan enhebrando razones
del oficio exigente que comporta al zagal
vigilar los rebaños al modo de las almas,
acercarles el agua surgente del brocal,
nutrirlos de los pastos floridos como palmas.
En aquellos contornos, según el de Antioquía,
daban prueba esos hombres del celo rebañiego,
cuando cimbran dos alas y una voz se imponía:
ha nacido el que es Cristo, entre el gozo y el ruego
de José y de María, sólo dos y el establo,
el Monarca del Cielo en terrestre boyera.
Ha nacido, no teman, el Pastor del Retablo,
un lirio su cayado y una cruz su cimera.
Dejó el Angel al irse las señas del camino,
la ciudad de David, la estrella matutina.
No buscó a los escribas ni al letrado rabino
eran sólo pastores y era una luz divina
la que cercó a esos hombres premiando su templanza.
Una gracia prevista, según narra el Salterio
para que dieran sones de bienaventuranza
los fieles al anuncio del sagrado misterio.
Numerosas milicias de las tropas de Arriba
anunciaron Su Gloria y la paz al constante
de voluntad benigna como el trigo o la oliva.
Callan las Escrituras al llegar a este instante.
Pero explican Ambrosio, Gregorio, el Aquinate
que esa leal pastoría prefigura a los Doce
herederos de todo lo que se ate y desate,
mientras ría un converso o un pecador solloce.
Si hoy duermen desarmados, entregando la guardia,
dales, Señor, tu Noche, tus huestes, tu memoria.
Y danos a nosotros un puesto en la vanguardia
hasta que irrumpa el alba trayendo la victoria.
Antonio Caponnetto
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