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miércoles, 17 de febrero de 2010

SOBREVUELO GEOPOLITICO


Por Alberto Asseff*





No es EE.UU., ni China, pero Rusia es y está. Su gobierno está aplicado a que renazca de la hecatombe del régimen comunista. Es útil analizar cómo ha transitado en estos veinte años, minimizando los traumas y exaltando la continuidad de su geoestrategia nutrida por la historia. El zarismo, el comunismo y la democracia sui generis actual mantienen una misma hoja de ruta en las directrices centrales.

Es sugerente un dato: Rusia tiene una Academia de Geopolítica que actualmente preside el general Leonid Ivashov, quien fuera jefe del Ejército hace un lustro. El Kremlin no sigue al pie de la letra el pensamiento de la Academia -de ser así, el gobierno no estaría en el viejo palacio, sino en la sede de la institución. Pero el poder escucha. Todo poder sabio tiene buen oído.

¿Qué está expresando esta usina de ideas, inspiradas en el análisis geopolítico? Que fue inconveniente desatar una guerra mundial antiterrorista del modo en que se impulsó a partir del 11 S, que existe una médula de injusticia en el tratamiento del Islam, básicamente porque no puede disimularse que se busca controlar su petróleo y recursos. Que sigue siendo factor de equilibrio la mutua disuasión nuclear con Washington, porque el arsenal nuclear funciona de a pares, y, finalmente, que el estilo hiperconsumista no podrá subsistir porque acerca la catástrofe. Es en este plano en el que hizo hincapié en la diferencia de civilizaciones, hoy algo diluida en la pátina del análisis, pero inocultable en los comportamientos y actitudes de los pueblos cuando se ahonda la mirada.

Obviamente, no se trata de refrendar a libro cerrado lo que manifiesta este analista encumbrado, sobre todo respecto del terrorismo. Simplemente, hay que detenerse a reflexionar sobre su pensamiento.

Se podría decir que el frenesí chino de trabajar a toda hora es también una forma inexorablemente alienante. O que la inmolación de los sectores radicalizados del islamismo sólo conduce a sangre y dolor. Pero no es menos cierto que buscar a cualquier precio hidrocarburos y recursos estratégicos y expoliarlos también lleva a horrores y formidables conmociones. Inclusive, introduce al mundo en atolladeros de harto compleja salida.

Además, es tan alambicada la situación mundial que hasta la OTAN ha llamado a Rusia- a pesar de que ésta la reputa enemiga - a implicarse en... ¡Afganistán! Sí, el mismo viejo país clave en la ruta del Asia en el que hace un cuarto de siglo Moscú intentó escandalosamente aposentarse. Fue el último estertor del imperio soviético. En ese escenario, un siglo atrás, asimismo estuvo Londres.

En rigor, el mundo parece cambiar, pero el poder y sus apetencias siguen incólumes, al igual que las líneas básicas que fija la geopolítica.

La geopolítica, en el s. XIX y ahora, analiza el escenario para extraer conclusiones que tributen a los gobiernos de sus respectivos países. Inalterablemente, ese examen sirve al objetivo de ensanchar el poder nacional. Esta plataforma fáctica de poder se asienta en el aseguramiento de los recursos y en la contención y neutralización de cualquier amenaza externa, real o eventual.

Las amenazas, antes, eran de ejércitos, con gorra, uniforme y fusil. Ahora también, pero con aditamentos sofisticados. Hoy existen amenazas en el ciberespacio, en el clima, en el terror, en la exacerbación de odios religiosos, en el espionaje industrio-tecnológico y en diversidad de cuestiones.

Existen procedimientos clásicos que inveteradamente usa la geopolítica: dividir el frente interno del enemigo (concreto o presunto) mediante trifulcas políticas y confabulaciones o, peor, insurgencias y hasta guerras civiles, desacreditarlo ante la opinión mundial (la propaganda) y una centena de cursos de acción sabidos.

Otra modalidad que no muta es el armamentismo. A pesar de los casi 3 mil millones de seres humanos que no tienen agua corriente, se siguen asignando siderales sumas a los gastos militares. Pareciera que el globo terráqueo cambia de peinado, pero su frontal y su occipetal no tienen ni un micrón de variación.

Expresa bien Moisés Naim que los piratas somalíes ponen en jaque a las flotas de los más poderosos Estados, lo mismo que los talibanes - en apariencia tan rústicos y atrasados. Las acechanzas, pues, están aquí, entre nosotros, impertérritas no obstante todos los aparentes avances de la civilización (o civilizaciones...).

Otro elemento inmutable es el patriotismo. Sarkozy exhorta a preservar "el orgullo de ser francés". Lo propio hacen todos. Por lo menos los que se precian de ser, existir y tener un proyecto en común de vida. El sentimiento nacional da fuelle.

En esto del patriotismo es menester detenerse unos renglones. Una primera visión diría que hay conflictos porque confrontan proyectos nacionales pulsados por el patriotismo de cada uno. Ergo, al mundo le convendría abrogar el patriotismo hasta darle sepultura. Algunos, la querrán con honores. Otros, los menos, sin ellos. Sin embargo, esto es como el sobrepeso: si para erradicarlo echamos mano a la abstinencia absoluta, el remedio será ineluctablemente peor que la enfermedad.

Un mundo sin patriotismo sería una vida sin emociones, sin mística, sin motivaciones, sin alicientes, sin corazón. Sería sin el más auténtico de los amores colectivos. Claro que si el orbe se deja atrapar otra vez por el patriotismo exorbitado y desmadrado, podría quedar envuelto y revuelto en la devastación.

Pero hay algo más para decir acerca del patriotismo, incluyendo sus presuntos excesos. El gran factor distorsionador de la convivencia humana no hay que buscarlo en él, sino en la avaricia y en la avidez de lucro. Me atrevo a establecer una idea: el patriotismo es un antemural de los estragos que causan los ilimitados afanes posesivos de riquezas. La mayoría de los patriotas del mundo son gente tan sana que vive con amor a lo suyo. Esa sanidad obra como ahuyentadora de los demonios de la guerra y del odio y de las sobredosis de cualquier aspecto de la vida, incluyendo las apetencias materiales.

En esto, como en todos los asuntos decisivos, es importante resolver ajustadamente los dilemas. ¿Es el patriotismo el origen de la patología que nos impide convivir en paz? ¿Lo es la codicia? ¿Cómo comenzar a remediar la enfermedad?

¿Cómo está la Argentina en el cuadro geopolítico regional y mundial? En franca retrogradación. Hoy no tenemos crédito cultural y nacional - no hablo del crematístico...- ni siquiera en Asunción. Lima, nuestro tradicional aliado geopolítico, hace quince años que lo enajenamos trocado por viles monedas de una exportación espuria de armas a Ecuador. Nos queda la satisfacción de que Brasilia quiere a troche y moche tenernos a su lado. De lo contrario, ya habría volado de nuestra relación estratégica. Ellos sí actúan con venero geopolítico y por eso saben de la conveniencia de ir por toda la tierra con la Argentina como amiga, aunque el vínculo se opaque correlativamente al agrandamiento de la asimetría entre su patriotismo más poder material contrastando con nuestra anomia y nuestro cuasi estancamiento económico. Crecer en automóviles y exportación de petróleo y soja, está a años luz del desarrollo nacional que soñamos desde la cuna.

Lo dicho es solo un sobrevuelo. Si sirve para inducir reflexiones, vale.





*Dirigente del PNC UNIR

Unión para la Integración y el Resurgimiento

pncunir@yahoo.com.ar

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