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martes, 6 de abril de 2010

¿SOMOS RICOS?

a Alberto_Asseff

Por Alberto Asseff *

Inmemorialmente hemos creído que nuestro país es rico y que su declinación en estos últimos sesenta o setenta años corresponde al débito de malos dirigentes. Por eso, algunos hablan de que ‘estamos condenados al éxito’. Parece oportuno y hasta necesario meditar acerca de esta cuestión. ¿Somos ricos verdaderamente?

Si la riqueza se mide por el territorio, los recursos, la diversidad de climas, la ‘pampa’ marítima, la ausencia de pugnas raciales o religiosas, la aptitud de nuestra población y otros parámetros, no caben dudas de que somos un país soberbio, espléndido, destinado a grandes empresas y altas misiones. Como la que supimos conseguir en el S. XIX, que de colonia de los suburbios planetarios devenimos en ‘país promesa’, al decir de pensadores de la talla de Ortega y Gasset o Toynbee. Empero, algo muy gravoso nos ha pasado para que interrumpiéramos la marcha precisamente cuando se nos presentó la encrucijada de perseverar en la transformación. No sé si fue en 1922, 1928, en los treinta o en 1943. En algún momento de esa época nos confundimos y perdimos el rumbo. Hasta hoy no lo encontramos. La prueba es que la propuesta más unánime, la que realizan la variopinta de dirigentes, es que “necesitamos un proyecto nacional” o, más modernamente, “políticas de Estado”. Se reclama lo que no se posee. Y, en rigor, la carencia de proyecto colectivo es falta de metas comunes. No podemos avanzar porque no sabemos hacia dónde vamos.

Salvo las Malvinas, carecemos de banderas que nos abracen a todos. Ni siquiera nos conmovemos por las reformas que resultan tan indispensables como perentorias. Han colapsado todas las áreas, desde la salud hasta la Justicia, pasando por la seguridad. Sin embargo, no nos proponemos cambios ni atinamos aunque sea a esbozar cómo serían. La decadencia es gemela de la resignación. Y si algo somos hoy los argentinos es conformistas en los hechos, no obstante enmascarar la renuncia a las mutaciones con una vociferación de protesta. La queja es más un desahogo que propositiva.

Hoy, sin exagerar, tres cuartos de la población, unos treinta millones de argentinos, no pueden ubicar temporalmente hechos de nuestra historia que fueron hitos, como el acceso de Hipólito Yrigoyen al gobierno. Existe inconsciencia histórica, vale decir que estamos pésimamente parados para afrontar el presente y ni hablar del porvenir. El pasado no sirve para vivir de sus rentas, pero sí es punto de partida insoslayable, hasta como experiencia. Decía Ortega que “el pasado es un arsenal de recetas”, utilísimos para orientar hacia el futuro. Así como estamos somos como recién llegados, sin tradiciones. Ello nos empobrece como pueblo, nos emparenta con la indigencia. Sin historia somos desheredados.

Estoy convencido que en 1995 la corrupción pudo traspasar la barrera de la alianza histórica con Perú – cuando se vendieron armas a su contrincante, Ecuador – porque los corruptos no tenían ni idea de geopolítica sudamericana ni de San Martín ni de nada. Esos encumbrados delincuentes de guante blanco expresan la triste realidad de un país anormal en el que rigen “hago la mía” y sálvese quien pueda”. Falta de compromiso y responsabilidad social.

Debe tenerse presente algo esencial: la historia, como la agricultura, se nutre de los valles, no de las cimas. Como expresa el pensador español citado, (la historia) “es obra de la media social, no de las eminencias”. Si se degrada la educación, si aumenta la desocialización – un millón de jóvenes ni estudia ni trabaja ni hace deporte ni nada -, si se desculturaliza al país, la perspectiva común se ensombrece y el país tiene cercenadas las posibilidades de revertir la tendencia hacia abajo.

Trabajo es riqueza. ¿Cómo ser ricos si merma nuestra cultura del trabajo?

Seríamos ricos si poseyéramos tradiciones, una idea cabal de nuestra historia, una valoración de la educación mucho más como formación que como instrucción, instituciones y leyes respetadas, sentido de comunidad y mucho más. En síntesis, civilizados ya que civilización es antes que nada voluntad de convivir.

Jamás seremos ricos si nos atrapa el facilismo. No existe pueblo próspero que haya creído posible mejorar por obra del Cielo o de la naturaleza. Tampoco por acción de un iluminado, sea llamado caudillo, líder o como se lo designe. ¡Claro que se requieren timoneles! Pero son ineludibles los buenos tripulantes. Nadie orienta correctamente a un tropel. Es indispensable que sea un genuino pueblo.

Paralelamente, no es propio de la riqueza que nos embarguen tan recurrentemente los vaivenes, desánimos, pesimismo. ¿Qué se puede forjar como comunidad con tamaño escepticismo?

Ostentaríamos noble riqueza si no tuviéramos que dar explicaciones cuando osamos llamarnos o sentirnos patriotas. El nuestro es el único país de la tierra donde el patriotismo está al borde de ingresar al código como tipo penal. Ya está en el códice de quienes tienen más responsabilidad social: rige el preconcepto de que si es patriota debe ser autoritario y otras adjetivaciones de esa laya.

Ricos seríamos si fuéramos respetuosos en todos los ámbitos. Gobernantes respetuosos de la ley y de los ciudadanos. Habitantes, igualmente. Respeto por doquier, de todos con todos. Y con todo, desde la norma hasta el parque público. Para ser ricos tendríamos que ser una combinación de soñadores realistas. Ni el cinismo de que nada podrá mejorar, ni la quimera de que podremos erigir una Arcadia en un santiamén. La utopía nos enriquece porque fogonea nuestra iniciativa y nos impulsa hacia el bien, personal y transpersonal, colectivo.

Seríamos ricos si supiéramos mezclar mansedumbre para comprender – a los otros y a todo – y reciedumbre para rechazar lo que está mal. Mansos para convivir, rudos para cambiar. Transigentes para dialogar entre nacionales – y aun más allá, entre sudamericanos -, intransigentes para impugnar todas las transgresiones y ‘vivezas’.

La riqueza se mide por la altitud de miras del debate. Hoy nuestros asuntos colectivos están devaluados. Se piensa poco. Si somos pobres de pensamiento, ¿cómo podríamos ser ricos?

Por ahora, no somos ricos a pesar de que estamos llenos de bienes tangibles y también de espirituales heredados, pero que despilfarramos como inconcebibles manirrotos. Si aspiramos a la riqueza disipada en siete décadas de caída deberemos comenzar por respetar la ley y volver a la utopía. Hoy el sueño es casi simple y por ende asequible: tener un proyecto de vida colectivo que nos motive y nos una. Seremos ricos cuando seamos capaces de construir.

*Dirigente de UNIR

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