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viernes, 21 de mayo de 2010

EL PASE DE FACTURA

a con deuda-sin deuda

Por Silvio H. Coppola

La crisis mundial financiera y económica, desatada en 1930, afectó a gran parte del mundo y en especial modo a los llamados países periféricos. En particular al nuestro. A esa década del 30, con su miseria, pobreza, claudicación y entrega (no se conocía aún la del 90), la bautizó el olvidado patriota José Luis Torres como “década infame”.

A principios de la misma, urgida Gran Bretaña, por su situación crítica, arribó a un acuerdo con sus entonces dominios (en particular Nueva Zelanda y Australia), para asegurarse el abastecimiento a precios convenientes, de carnes y productos agropecuarios. La Argentina quedaba así fuera de los planes de su principal comprador. Alarmada al máximo la oligarquía ganadera y su gobierno representativo, de perder sus ventas principales, buscan una solución rápida y a cualquier precio. Así es enviado a Londres el vicepresidente de la República, Julio A.Roca (hijo del general), a firmar lo que sea (como antes, en 1828, enviara Rivadavia a Río de Janeiro a Manuel J. García, para firmar la paz con el Imperio a cualquier precio), con tal de asegurar el mercado inglés o parte de él, a las exportaciones agropecuarias argentinas. Así se firma en 1933 el Tratado conocido como Roca-Runciman, por el cual, a cambio de garantizarse esas colocaciones en el mercado de la Gran Bretaña, nuestro país hacía concesiones financieras y comerciales de diverso tipo, al imperio inglés. Marcando dicha claudicación y sus consecuencias, el apóstrofe de José Luis Torres a la década. El Tratado entre otras cosas, significó la apertura irrestricta del mercado argentino, a las importaciones inglesas de productos industriales manufacturados, sufriendo en consecuencia directamente nuestra incipiente industria la desigual competencia. Pero la Unión Industrial Argentina (UIA), que primero puso el grito en el cielo al advertir las consecuencias del tratado, prefirió callar, cuando a sus más importantes productores, se les aseguró un mercado monopólico. Producirían y venderían menos, pero a mejores y únicos precios. Así se hizo más digerible todo.

Como la Historia aparentemente se repite, allá por noviembre de 2004, el presidente Néstor Kirchner firmó un acuerdo con la República Popular China, por el cual se declaraba a la economía de los asiáticos con relación a la nuestra, como “economía de mercado”. Fue una repetición del tratado Roca-Runciman, pero esta vez para asegurar por parte del gobierno, la colocación en el mercado chino de ciertas materias primas (en especial la soja y sus derivados), pero con la contraprestación del ingreso aparentemente irrestricto de productos de aquél origen. A la UIA se le aseguró un “paraguas de protección” para ciertas industrias, que habría de configurarse con decretos. No se tuvo en cuenta, que aún sin el mentado paraguas y sin siquiera recurrir a cualquier tipo de dumping, los chinos podrían inundar nuestro mercado, con toda clase de productos manufacturados a precios casi de costo, con el consiguiente perjuicio para actividades similares que se realicen en el país.

Así como el Tratado Roca-Runciman salvó a los “productores” ganaderos a costa del resto del país, así el Pacto Kirchner-China buscó un efecto similar con relación a productos agrícolas, en particular y con mucho, la soja, que se convirtió en la bandera de las exportaciones argentinas durante un lustro. Ahora llegó el pase de factura por parte de China, ya que de ese país se anuncia que se dejará de comprar aceite de soja argentino (el 45% de nuestra producción), en “represalia por las barreras que sus productos encuentran en su entrada a la Argentina”. A raíz de lo cual y en peregrinación a la República Popular, partirá la semana próxima a Pekín el Secretario de Comercio y Relaciones Internacionales de la Cancillería. Como están las cosas, más que a Pekín, al señor Secretario le convendría ir a Lourdes, salvo que lleve sin retaceos, una plena rendición incondicional.

LA PLATA, mayo 20 de 2010.

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