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viernes, 21 de mayo de 2010

LOS FESTEJOS DEL CENTENARIO DE 1810 POR ANGEL LEON GALLARDO

cabildo 25 mayo 1810

CARTA DE ANGEL LEÓN GALLARDO CON MOTIVO DE LOS FESTEJOS DEL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 1810

Buenos Aires, mayo 30 de 1910

Queridos ausentes:

El tema que se me ofrece es tan vasto que me siento atemorizado al empezar estas líneas, y desistiría de escribir si se dirigieran a cualquiera otra persona que a uds.; pero sabiendo la indulgencia que tienen y más que todo lo que le gusta a M. E. (Ma. Elena Cantilo de Arteaga, tía materna) recibir cartas. Trataré pues, de hacer un bosquejo de las principales fiestas, no que ha habido, sino a que he asistido en el Centenario.

Me parece, por de pronto, que los festejos han sido lindísimos y han superado a las esperanzas más halagüeñas que se podrían tener. No solo ha sido hermoso el programa y su realización, sino cómo ha respondido el pueblo al llamado de sus autoridades y su patria.

La atmósfera que ha habido es indiscutible, creo que podría servirles de dato el saber que llevo oídos 52 himnos nacionales argentinos, 7 chilenos y 4 marchas reales españolas. Ha bastado que se reuniera un grupo de siete u ocho personas y empezaran a cantar el himno para que al ratito fueran seguidas por una o dos cuadras de gente, vivando a la patria y en medio de un entusiasmo delirante. El embanderamiento ha sido abundantísimo y había calles, como Florida, cerradas arriba de banderas de todos países abundando las españolas y predominando entre todas la argentina.

El delirio de blanco y azul, de azul y blanco, es increíble. Escarapelas, escudos, banderas, cintas, todo, todo, pero en una proporción que no se imaginan.

Las fiestas más lindas para mi gusto son: la peregrinación nacional a Luján, la llegada de la Infanta Isabel de Borbón, la función de gala en Colón, la llegada del presidente de Chile don Pedro Montt, su partida, la inauguración del monumento a San Martín, la gran procesión cívica, la noche del 24 al 25 de Mayo y las numerosas manifestaciones estudiantiles. La peregrinación a Luján fue la primera fiesta: una muchedumbre enorme se repartió en cinco trenes, iba el Sr. Arzobispo, varios obispos, ministros y una cantidad de sacerdotes. Cantando cánticos a María nos encaminamos a la Basílica que está muy linda y bastante adelantada aunque uno siempre la encuentra un poco más atrasada de lo que la suponía o recordaba. Comulgamos y después de la misa y del almuerzo sacaron en procesión alrededor de la plaza a la imagen de la Virgen, hecho que no ocurría desde hace muchísimos años: en el momento de franquear el umbral de la Basílica, el clero y el pueblo acompañados por una banda prorrumpieron en las notas del Himno Nacional. El momento no podía ser más solemne e involuntariamente gruesas lágrimas corrían de los ojos de todos los que presenciaban esta grandiosa explosión de fe y patriotismo. Monseñor R……… habló elocuentemente y después de dar vuelta a la plaza a la imagen seguida de una larga procesión que cantaba el Ave María regresamos a la estación donde estuvimos esperando como una hora el tren de peregrinos. El Padre Guerrero, que yo tanto quiero y aprecio, nos distrajo afablemente en el rato de espera.

Pero ¿a qué contarles los festejos del Centenario que están perfectamente relatados e ilustrados en La Nación (que creo uds. reciben)?; mejor sería comunicarles mi impresión particular, valga lo que valiere.

Sin los anarquistas, hubiera sido un fiambre y he aquí por qué. Estos insensatos habían empezado por decretar huelgas generales para el Centenario, bombas, muerte para Figueroa, para la Infanta, para el presidente de Chile, para “los ricos”, para “los curas”, bombas en Colón, bombas en el Te Deum, bombas, bombas de dinamita, de vitriolo, …de cualquier cosa, hasta de crema, lo principal era que las bombas concluyeran con toda la población y la ciudad de Buenos Aires: la gente temblaba, se hablaba del Centenario en voz baja y trémula, se veía como una hecatombe solo comparable a la que nos causaría el cometa de Halley.

Mientras los ácratas tocaron el resorte del terror, tuvo un éxito increíble pero… el 13 de mayo, su principal órgano “La Batalla” se expresa en los términos siguientes [i]:

“El Centenario va a ser una ocasión única para concluir con la sociedad y le mostraremos a este pueblo de mulatos, cómo se arrastra su puerca bandera azul y blanca por el barro de la Av. de Mayo”

Decirles la indignación que despertó esta frase, es imposible. ¡Insultar a la bandera! ¡la bandera que es el más puro y noble de nuestros símbolos! Que se insultara al gobierno, a la religión, al clero, a la familia, al pueblo, se aguantó, pero la bandera no! El degenerado que tuvo la feliz inspiración de escribir esto, hizo más bien al Centenario que los más fogosos discursos de Roldán y las más metódicamente patrióticas medidas de la Comisión del Centenario en que se mandaba entusiasmarse a las 9 de la mañana pensando en la gloria de nuestra patria, conmoverse a las 10 en recuerdo de las víctimas de la revolución, exaltarse a las 11, …etc. día por día y hora por hora. Pero el artículo ese, junto con el hecho de haber sido arrancada y escupida la escarapela argentina que llevaba una chica de 7 años y la “prohibición” de estos personajes de ponerse los colores blanco y azul, produjo una reacción patriótica que como les he dicho ya, no puede referirse por escrito.

Todo el mundo, mujeres, hombres, estudiantes, niños, trabajadores, obreros, desde Papá hasta la última “midinette”, desde Mamá Basualdo hasta Alejandrito (el chiquito menor de Celina) se pusieron o una escarapela, o un escudo, o cinta celeste y blanca, o prendedores alegóricos, cualquiera cosa que demostrara su adhesión al sentimiento patriótico. El aspecto de las calles era curiosísimo y de lo más característico. Al mismo tiempo los estudiantes quemaban, a los gritos de “viva la Patria” y cantando el Himno Nacional, la imprenta de “La Batalla” y varios centros rusos terroristas, se decretaba el estado de sitio y eran tomados cincuenta de los sesenta cabecillas anarquistas, varios de éstos eran linchados por los muchachos en la calle, las banderas rojas del “Club Francisco Ferrer” eran arrastradas y escupidas en la Avenida de Mayo, y no hubo mozo, ni estudiante que no anduviera con un diario ruso, o una novela incendiaria, o un Kant, o un Espinosa en el bolsillo, tomados en asaltos de los clubs y centros anarquistas. ¿A qué hablar de las manifestaciones con pedazos de muebles, patas de sillas, fragmentos de linotipos, etc. tomados en estos mismos asaltos?

Kiosko que vendía libros anarquistas era despedazado y volteado; cuarto de anarquista: arrasado y quemado, …en fin ha habido tantos y tantos actos de salvajismo, pero de un salvajismo simpático y que nadie puede reprobar puesto que era impulsado por un sentimiento sagrado.

Por fin se asentó esta efervescencia y quedó el verdadero patriotismo. No se figuran lo conmovedor de las manifestaciones estudiantiles, los vivas a la patria, a sus autoridades, a la paz y confraternidad universales, a la revolución del año 10, al clero argentino, a todo aquello, en fin, más simpático y noble que conoce el pueblo. El Himno Nacional lo hemos interpretado admirablemente y arrancaba lágrimas a todos los que lo oían.

¡Si vieras cómo te he recordado, M.E.! No creas que lo digo como se suelen decir tantas cosas en las cartas, automáticamente, sino que lo he repetido varias veces en casa: era una cosa muy de tu gusto.

Como ya les he dicho el aspecto de fiesta de la ciudad fue extraordinario: nubes de banderas, masas de gente, arcos triunfales que cruzaban las calles de lado a lado, y un entusiasmo que salía por todas partes, desde la vidriera más miserable que se creería deshonrada si no tuviera un retrato de San Martín con blanco y celeste, hasta el adorno, realmente artístico de Gath y Chaves. Nadie, absolutamente nadie ha dejado de poner en su casa banderas y en su ojal una escara-pela.

Con ese sentimiento público tan universal, claro que las fiestas resultaron lindísimas, pues la grande y continua fiesta era el ver al pueblo y a las calles.

La llegada de Su Alteza Real la Serenísima Sra. Infanta doña Isabel de Borbón, fue uno de los primeros números del programa.

La plaza y la Avenida de Mayo estaban totalmente cubiertas de gente que tenía el aspecto, poco poético, pero bastante aproximado del caviar, tal era el apiñamiento de las cabecitas una al lado de otra: el número era incalculable y las cifras de cien y ciento cincuenta mil que propusieron los diarios no dicen nada pues lo mismo pueden poner uno, dos, tres millones, puede decirse que era una masa inconmensurable.

Para describirles a la Infanta Isabel, de la que he enumerado los verdaderos títulos más arriba podría valerme de esta vulgar parodia: Su Gordura Real la Agitadísima Señora Elefanta doña Isabel, etc. Iba al lado de Figueroa Alcorta en una espléndida calesa a la Daumont con un gran ramo de orquídeas en la mano que inclinaba saludando al pueblo que la aclamaba frenéticamente.

La Infanta no es ni una imponente y majestuosa princesa, ni una esbelta y misteriosa noble medieval, sino una excelente, gorda, roja, congestionada y retacona señora como hay mil en misa de once y que no asusta nada bajo sus blanquísimos cabellos. Su única brujería consistía en convertir al pobre Figueroa en un viejo achucharrado y grisáceo, (por contraste).

La manifestación que siguió al cortejo de quince coches en que iban las marquesas, condesas y generales del séquito de Su Alteza, fue grandiosa.

Para abreviar: la llegada del presidente Montt fue más o menos lo mismo pero con más gente, mucha más tropa y doble número de calesas. Don Pedro Montt es una especie de Alberto Basualdo: moreno, delgado, de pelo gris y con anteojos, hay que decir que al pobre no lo favorece nada su tipo. Los realmente simpáticos son Eduardo y la Sra. que venían entre los acompañantes de Montt. Como tal recuerdas, M.E., vinieron de Europa con nosotros y fueron muy cariñosos. Ella es muy bonita, joven y graciosa y ha llamado sumamente la atención en Bs. As., él es buen mozo e inteligente, así es que formaban en realidad, la pareja más interesante de huéspedes ilustres. La Infanta se aloja en lo de de Bary en la Av. Alvear y los chilenos en lo de Mihanovich, Juncal y Cerrito.

Los delegados de otros países son algunos muy importantes como el de Alemania, general von der Goltz, el de Italia, honorable Martini, pero los que mejor se han portado han sido España, que nos manda una tía del rey, y Chile, que no sólo envía a su primer magistrado y un ministro, sino la flor de su ejército, la escuela militar chilena y sus principales acorazados. La escuela militar es un cuerpo espléndido, con unos uniformes preciosos, con una disciplina perfecta y una banda liadísima: está formada por muchachos de las primeras familias y despierta aquí un entusiasmo bien merecido. Trae una bandera bordada de oro que perteneció nada menos que al General San Martín: al verlos pasar el pueblo delira.

Las fiestas de confraternidad chileno-argentinas han resultado sumamente satisfactorias y creo que podemos considerarnos reconciliados con nuestro simpático y envidioso herma-nito “prendido de los Andes para no caerse al mar”.

Uno de los números más brillantes, aunque no puede contarse entre las fiestas populares, fue la gran función de gala en Colón, a la que tuve el gran gusto de asistir.

El golpe de vista de la sala, con las alhajas de las señoras, las condecoraciones y los extraordinarios uniformes de los militares extranjeros, con la Infanta cubierta de brillantes de pies a cabeza, con Figueroa y todos sus ministros, el Intendente, etc. era soberbio y hubiera llamado la atención en cualquier parte del mundo. Por más que los pondere, esto sí que superaba a todo elogio y sólo puedo decir, con los diarios, que quedará como una de las noches de teatro más notables de Bs. As. La opera que representaban era una de las que más boga tenían en el año 1810: la Vestale. Esta música desenterrada a los cien años, hubiera sido soporífera sin el conjunto deslumbrador de la sala que era el verdadero espectáculo. La Infanta estaba, como lo he dicho, cubierta de alhajas, varias de ellas de la corona regalada por Alfonso XIII: su color era inconcebible y sólo un tomate parecería rosado al lado de su cara. Entre los personajes extranjeros, se destacaban por la esplendidez del uniforme, algunos alemanes venidos con von der Goltz.

Pero nada, nada, de lo que les he dicho, ni de todo lo que he visto, me ha hecho una impresión más profunda que la noche del 24 al 25 de Mayo.

El 24 a las once de la noche, salíamos en columna de la plaza San Martín, como cuatro cuadras de estudiantes en dirección a la plaza de Mayo por Florida. Íbamos cantando el Himno Nacional y recibiendo aplausos de todos los balcones.

Al acercarnos a la Avenida, el entusiasmo iba aumentando, a la par que la manifestación, que abarcaba como doce cuadras.

Por fin a las doce menos cuarto, llegamos a la plaza de Mayo. Cantando siempre el Himno, esperábamos ansiosamente que el reloj de la Municipalidad, nos indicara que habíamos cumplido el centenario de la Revolución. A las 12 menos cinco, Zeballos, con el tacto que lo caracteriza, se subió a una silla e intentó un discurso, pero un muchacho le gritó: “¡En el momento de celebrar el centenario, no es al Dr. Zeballos, sino al pueblo a quien le toca hablar!”. Aplausos y vivas acabaron de desconcertar al inoportuno Estanislao que se retiró vergonzosamente. Al dar las doce, suena la sirena de La Prensa, las campanas se echan a vuelo, toca la histórica campana del Cabildo y se produce una confusión increíble: la gente lloraba a lágrima viva, se abrazaba, gritaba, vivaba, una explosión de patriotismo tal, que Monseñor Andrea que estaba en los balcones del palacio Arzobispal, no pudo menos que pronunciar unas palabras, emocionadísimo, concluyendo por bendecir al pueblo con una bandera argentina. Cuando las lágrimas permitieron entonar el Himno Nacional, estalló éste vibrante y sonoro, no resonando sino propagándose por todas las calles de los alrededores y formando el pueblo todo un coro como nunca he oído: algo erizante.

Esta manifestación imprevista, espontánea, en que nadie había dado ni un peso, es lo que más impresión me ha dado de todas las lujosas y caras fiestas del Centenario.

Si quisiera enumerarlas todas sería inacabable y sólo les menciono aquellas a que he asistido, por eso suprimo números del interés y magnitud de la gran revista naval de todos los buques argentinos y extranjeros, y los bailes en lo de Sansimena, Colón y Llavallol.

El desfile del 25 de Mayo ha sido, para los conocedores un triunfo completo: tal vez Panchito Arteaga les de detalles de él.

Lo que a mi más me llamó la atención fue el desfile de los soldados extranjeros. Estábamos en el balcón de la Municipalidad y había momentos en que parecía un sueño ver, por ejemplo, a más de 300 japoneses con su famosa bandera tan vista en los soldados de plomo, destacarse sobre la Catedral, los yankees, al son de una polkita completamente de opereta, los alemanes, excediendo a toda ponderación, los franceses, los austriacos, muy correctos, los orientales, muy “pour la galerie” con una bandera de seda y un sol de oro, demasiado teatral, y así pasaban los italianos y algunas banderas que uno ni sabía bien de qué país eran.

Este desfile de los extranjeros no sólo ha sido único aquí, sino que en pocas partes del mundo ha habido otro igual.

Después de la Escuela Militar Chilena, que, como ya les dije es un cuerpo maravilloso y, para mi gusto, no deja nada que desear, venían los argentinos, y los argentinos, que pasaron como un río durante 3 horas!

De todo el ancho de la avenida, llegaban a producir la impresión que volvían los mismos, pues tenía la eternidad de las calesitas. Después de la infantería, seguía la artillería que desfiló a galope, produciendo un trueno cada cañón que pasaba. Seguía la caballería con una caballada espléndida, despertó un entusiasmo, que llegó al frenesí al pasar los granaderos.

Este desfile fue, ya les digo, único y tan lindo que dejaba como para la cama después de haberlo contemplado.

Otro número del programa que resultó bonito fue la inauguración del monumento a San Martín en la plaza del Retiro.

¿Recuerdan aquel pedestal de mármol rajado y chorreado de verde? Ha sido reemplazado por uno soberbio e inmenso de granito rojo con estatuas alegóricas y altos relieves. No lo describiré porque cuando haya buenas fotografías les mandaré una que será mucho más elocuente que yo.

Ha venido con motivo del Centenario, el famoso obispo chileno Monseñor Jara, que tantos éxitos oratorios ha conseguido en Europa. Y con razón, pues habla perfectamente y el día que lo hizo en la inauguración del monumento a San Martín, produjo una pieza oratoria de lo más vigorosa y conmovedora.

Un número inaudito y sin antecedentes aquí, fue la manifestación de señoras al mausoleo de Belgrano en que depositaron una corona. Señoras que nunca habían caminado, señoras que jamás habían pisado la calle, señoras jóvenes, muchachas, todas, cantando devotamente el Himno Nacional, hacían sonreír ligeramente al “jurar con gloria morir” que entonaban con igual recogimiento que el “Ave María”. Pero fue una hermosísima prueba de fe y patriotismo y aún de valor pues las habían amenazado con bochinches. Esta manifestación sí que era para M.E. que pedir se pueda y había momentos en que me parecía distinguir su voz típica.

El Centenario y la presencia de los personajes ilustres ha venido a darle solemnidad a una cantidad de fiestas que hubieran sido, si no, sin importancia. Así los premios a la Virtud, el anual opio en que la Sra. Presidente murmura una inacabable nota, ha sido este año. Una linda fiesta a que asistió la Infanta, Montt, Figueroa, sus ministros, la duquesa de Nájera, el arzobispo, y varios otros ases. Carlos Rodríguez Larreta habló muy bien, saludando a la Infanta con un himno a España en que le atribuía todas las glorias argentinas.

La procesión del Corpus (el 26) fue también una gran manifestación.

Pero entre las más importantes, vino a cerrar las fiestas, la gran procesión cívica del Domingo 29. Ocupaba como quince o veinte cuadras, y tenía un gran entusiasmo, cantaba el himno, habló Figueroa, en fin ya desisto de seguir, es imposible contar las fiestas y concluyo sin relatar la fiesta veneciana en los diques, con todos los buques iluminados y góndolas representando cisnes, mariposas, la carabela de Colón, el Cabildo, la Sarmiento, la Pirámide; ni las iluminaciones, que fueron grandiosas; ni la inauguración de un ejército de próceres convertidos en mármol y bronce; ni …pero si sigo no voy a acabar nunca.

Reciban pues, un fuerte abrazo de su sobrino latero que ha hecho una ridícula tentativa para contar las fiestas del Centenario.

Ángel León

P.S.: El delegado y enviado extraordinario de Dios para nuestras fiestas, el cometa, brillaba apacible y lívido sobre la ciudad en ebullición y su recuerdo queda, para mi, íntima-mente ligado al Centenario.

Qué triste pensar que para su próxima visita no lo veremos ninguno de nosotros.

[i] Carta de Ángel León Gallardo, hijo del Dr. Ángel Gallardo y Dalmira Cantilo de Gallardo, nacido el 25 de junio de 1893. La carta es enviada a sus tías Cantilo, en aquel entonces en Europa.

Pág 1 Monseñor R…, puede ser Romero.

Pág 2 “Mamá Basualdo”, Magdalena Ortiz Basualdo de Cantilo, abuela materna.

“Alejandrito”, Alejandro Ruiz Guiñazú, hijo menor de Celina Cantilo de Ruiz Guiñazú y Enrique R. G., primo y tíos respectivamente.

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